miércoles, 27 de febrero de 2008

LA FELICIDAD DE LA SALVACIÓN VII

La palabra salvación se toma normalmente en dos sentidos diferentes, uno profano y otro religioso. En sentido profano la palabra salvación equivale a salvamento de algún peligro. En sentido religioso significa la liberación del pecado y la consecución de la vida eterna. La relación con el concepto de felicidad es total, en todos los sentidos. Si alguien está en peligro de ahogarse y es salvado, su felicidad es muy grande, porque salvó la vida. Es un estado de alegría indiscutiblemente unido al hecho del salvamento.
Quien se libra del pecado, se libera del miedo, de la rabia y de la tristeza, raíces del pecado, y vive en alegría colmada. Quien alcanza a Dios, en la otra vida, entra en la felicidad eterna e inconmensurable de Dios. Pero, quizá lo importante ahora sea el encuentro con Dios en esta vida presente. Si partimos del hecho de que Dios es amor, encontrarse con él es encontrar el Amor en la totalidad de lo absoluto: si Dios es amor, inteligencia y bondad, unirse a Dios es llenarse de amor, de luz, de inteligencia, de toda bondad. Entonces se expresa el ser que uno es, imagen de Dios, amor y luz. Y esto es inmensamente feliz.
Cuando un creyente adopta la posición espiritual que puede llamarse espíritu de escasez, queda en la necesidad de dirigirse a Dios como el mendigo al rico y así la religión de tal creyente queda devaluada. No le servirá para nada. En realidad, sólo el espíritu de abundancia puede reflejar una relación válida con Dios, a quien no hay nada que pedir porque ya nos lo tiene dado todo. Ahora la relación con Dios se vuelve gratitud, acción de gracias, gozo de la plenitud absoluta, total, infinita, dentro de la cual se vive feliz.
Los hechos parecen negar radicalmente tales afirmaciones, porque existen millones de seres humanos que carecen realmente de lo más elemental. Es un hecho cierto. No es, sin embargo, voluntad de Dios que la distribución de los bienes que él creó para todos, sea tal que resulten posesión de algunos pocos, no importa qué títulos se aleguen. Es un estado de injusticia que clama al cielo. Millones pobres claman a Dios, quizá siglos tras siglos, y ningún Dios viene en su auxilio. ¿Será que es precisamente resultado de su actitud pasiva frente a los hechos? ¿No tienen ellos derecho a ser felices? Estamos dentro de un círculo vicioso tremendo.
Ellos no tienen, por ser tan pobres, ni la capacidad espiritual de reaccionar ante tal injusticia, ni mucho menos los recursos materiales para emprender acciones liberadoras. Necesitan ser salvados, pero la salvación se tarda a veces siglos. Según el Evangelio de Jesús de Nazaret, estos pobres son los hijos más amados de Dios, y a ellos corresponderá una plenitud de vida eterna que compensará infinitamente las penalidades sufridas. Por otro lado, ahí en su pobreza, en su miseria, Dios es grande con ellos. No lo dude, en la choza del humilde hay más alegría que en el palacio del poderoso.
Cuando la salvación llega a estos pobres, casi siempre olvidados, ignorados, su alegría se hace muy grande. Ahora la salvación se identifica con su felicidad. Yo la he visto reflejada muy vivamente cuando algunos de estos pobres que están ciegos recobran la vista por medio de una operación a la cual accedieron por puro milagro. Sus rostros se iluminan con una enorme felicidad cuando vuelven a ver la luz de este mundo. La salvación y la felicidad son la misma cosa. Ser salvado por la fe, por la justicia, por el amor del otro que fue en auxilio del pobre, es exactamente eso, entrar en la felicidad. Llevar la salvación a los pobres es también inmensamente feliz.

martes, 19 de febrero de 2008

FELICIDAD. VI.

Hemos analizado diversas fuentes de felicidad. Todas las llevamos dentro. Ahora sería bueno examinar la felicidad misma. Existe un poema de san Juan de la Cruz que lo resume y lo expresa casi de modo perfecto.
“Hace tal obra el amor
después que lo conocí
que, si hay bien o mal en mí
todo lo hace de un sabor
y al alma transforma en sí” (XI Glosa a lo divino)
Podemos tomar la decisión de convertirnos en críticos de todo lo existente, volvernos expertos buscadores de faltas. Pronto tendremos una enorme colección de ellas, que se convertirán en fuentes inagotables de rabia, miedo y tristeza. Así nos pasaremos los días llenos de quejas, de críticas, y, horror de horrores, sintiéndonos muy inteligentes por eso.
También podemos tomar la decisión de convertirnos en buscadores de amor. Poco a poco iremos descubriendo amor en todo lo existente, si no es porque ello lo tenga, es porque nosotros lo ponemos. Cuando nuestro amor cubra toda existencia, iremos viendo que desaparecen las cosas malas, las personas malas, lo acontecimientos malos. Cuando decidimos mirar las realidades todas con amor, ellas comienzan a tener un solo sabor, sabor de gloria. Entonces comprobamos que el mal solo existe en nuestros pensamientos. Ahora podemos ver lo creado como lo ve Dios.
Es la obra magnífica del amor. Ahora comprendemos que el amor es verdadero solo cuando es incondicionado, cuando no depende de objeto ninguno, sino solo de nosotros. Ahora se revela el ser que somos. No podemos dudarlo: somos amor. No es que tengamos amor, que nos ejercitemos en amar, es que la esencia de nuestro ser es amor, es luz, acogida, ensanchamiento, protección. Somos maravillosos. Somos felices, increíblemente felices.
Es cierto que esta esencia permanece fuera de nuestra experiencia ordinaria; para que se manifieste necesitamos amar sin límites, con total entrega. Entonces se manifiesta el ser que somos. Quiero aclarar que esta total entrega no significa que andemos por la cotidianidad de modo ingenuo, como si todo el monte fuera orégano. Sabemos que no lo es, porque muchas personas viven tristes, rabiosas, llenas de miedo, y pueden reaccionar de modo muy negativo. Pero quien anda en amor, no en tontería, va siempre protegido, sin necesidad psicológica de defensa.
Hacer bien, ser generosos, es la forma de existir de quien llega a la experiencia del amor incondicionado. Cualquier ocasión es buena para expresar amor. Ello tiene una exigencia muy fuerte: permanecer en estado de servicio, de apertura, de tolerancia, de fortaleza. Porque el amor ejercido, vivido, no solo sentido, es lo único que revela a la conciencia el amor que somos.
Es absolutamente cierto que somos un don para todos los demás seres humanos. Esta conciencia de ser don, regalo, nos impide negociar con nuestro amor. Me siento tan pagado, tan satisfecho de vivir amor, que nadie me debe nada, pero yo debo a todos el don de su existencia que me permite amarlos. No tengo necesidad alguna de esperar nada en cambio. La total gratuidad es mi más hondo modo de ser, y ello es enormemente feliz. Somos amor, somos felicidad. Nadie tiene que darnos nada para que seamos felices. Nos basta con amar.
Continuará.

miércoles, 13 de febrero de 2008

FELICIDAD, TERCER NIVEL. V.

Existe un tercer nivel de felicidad, absoluto, independiente, incondicionado. Se realiza en las actividades de la mente superior. Nacimos más o menos inteligentes, pero capacitados para buscar la verdad. Nada desea la persona más fuertemente que la verdad. Quizá necesitemos ahora una definición de lo que la verdad es para orientar nuestra búsqueda. Aceptamos que la verdad es lo que las cosas son, valen y exigen. Cuando una persona abre su mente a la búsqueda de lo que las cosas son, valen y exigen y obtiene un conocimiento de la verdad, se siente feliz. Es que el deseo fundamental de su ser se está realizando. Cuando alguien se entrega a la frivolidad, sin dar importancia a la verdad, comienza a vivir de impresiones banales, se instala en el mundo de las apariencias y se rige por creencias inválidas; siempre acabará sufriendo. Existe un reino de la verdad en el universo de las ciencias, sin excluir a ninguna: ciencias empíricas, filosóficas y teológicas. Existe otro reino de la verdad, está en el universo de la existencia individual y colectiva.
Estos dos universos están conectados, pero no se identifican. El saber cosas no hace feliz, lo que sí hace feliz es saber darle superior sentido a la propia vida. Hay que asumir la entera responsabilidad: la vida no trae sentido de fábrica, es cada persona la que debe darle sentido a su vida. Para que este dar sentido a la propia vida sea exitoso hay que hacerse capaz de distinguir lo aparente de lo real. Para no estar perdido se necesita reconocer que las cosas no son como parecen ser, sino como son en sus dimensiones profundas. Quien se quede en el mundo de lo aparente jamás será feliz, vivirá en la mentira, triste como un esclavo.
Hay una enorme felicidad en el hecho mismo de buscar la verdad. Quizá se pueda ignorar lo que las cosas sean y valgan, pero lo que exigen no se puede ignorar. Si no lo sabes, no lo tendrás en cuenta, y pronto te sentirás frustrado, fracasado. Para salir de tanta abstracción y respirar un poco de aire concreto, sea permitido un ejemplo. Dos jóvenes, él y ella, se casan muy enamorados. Meses después se distancian tanto que ya no pueden vivir juntos y se separan. A la pregunta ¿qué sucedió? Se dan infinitas respuestas frívolas, tontas. En realidad, él no buscó en ella la verdad que era ella, se relacionó con su apariencia, y esas siempre defraudan. Por su parte, ella no buscó la verdad de él, sino su apariencia. La frustración era inevitable. La inmensa mayoría de las dificultades en las relaciones con los demás nacen del hecho de que la relación se establece en el ámbito de lo aparente, no de lo real. Lo real es siempre, sin excepción alguna, que “yo soy yo y tú eres tú”. Siempre que yo te quiera invadir o que tú me quieras invadir a mí, la relación será mala. Te debo un infinito respeto y cuando te lo muestro, tú me acoges y los dos somos felices.
Cuando alguien conoce la verdad de algo, descubre su valor, su bondad, reconoce un bien; entonces le nace quererlo. Pocas cosas son más felices que querer el bien. Amar lo bueno, obviamente conocido, es una experiencia muy positiva. Si puedes decir que amas algo porque es bueno y solo porque es bueno, una profunda luz ilumina tu interior y te sientes feliz. Cuando descubres que todo lo verdadero es bueno y todo lo falso, malo; un sentido nuevo comienza a llenar tu vida, el sentido de la verdad y del bien. Ahora se comienza el camino de la sabiduría. Según pasa el tiempo vas distinguiendo con más exactitud lo aparente de lo real, lo bueno de lo falso, Ahora sabes que obras bien, que existe un modo de estar en la vida lleno de paz, de alegría y de amor.
Continuará.

miércoles, 6 de febrero de 2008

FELICIDAD, SEGUNDO NIVEL. IV.

Quizá alguien pueda pensar que el cuerpo sea más una fuente de sufrimientos que de felicidad y que prefiere ir al siguiente nivel por ver si allí encuentra algo más alentador. Así no funciona. Supuesto que tú vives ya una relación positiva con tu propio cuerpo, que experimentas el bienestar que nace de sentirse relajado, percibiendo las sensaciones fisiológicas, podrás pasar a reflexionar sobre el segundo nivel: la felicidad que nace de las sensaciones y percepciones sensibles.
Ver un hermoso paisaje es maravilloso. Comparado con el ver mismo carece de importancia. Lo realmente asombroso es el hecho mismo de ver. Si estás leyendo estas líneas, ciertamente ves. Ver produce una inmensa alegría. Nada es tan feliz como ver. No obstante, un pesimista dice muy convencido que “para lo que hay que ver, da lo mismo ver que no ver”. Si no disfrutas el hecho mismo de ver, de tener una mejor o peor visión, estás perdiendo una incomparable sensación de felicidad. Es absolutamente claro que ves con tus ojos, no puedes ver con los ojos de otro. Sentirte lleno del gozo inefable de ver, depende sólo de ti. Esa felicidad es toda tuya.
También es grandioso cerrar los ojos y oír un concierto, el trino de unos pájaros que viven en los árboles cercanos, la voz de una persona amada. Oír es también una fuente preciosa de felicidad. Quizá una gran mayoría de la gente triste del mundo, no disfrute de ver ni de oír, no le da importancia. Tú puedes hacerte consciente de estas realidades que, no por aparentemente triviales, dejan de ser finísimas fuentes de felicidad. Esto lo sabe bien quien se queda ciego, quien se queda sordo. Existen infinitas cosas lindas que ver, otras tantas que oír.
Sentir una mano amiga sobre el hombro es feliz en extremo. Quizá, sea esa falta de caricias lo que más tristeza difusa nos causa. El sentido del tacto, distribuido por todo el cuerpo, es una fuente fecunda de alegría cuando le prestamos atención. Pon tu mano sobre cualquier cosa ahora cerca de ti y vive ese misterio enorme de tocar, de palpar, de acariciar. También es cierto que puedes golpear, empujar, herirte, y eso no es agradable. Pero, siempre puedes acariciar en lugar de golpear. Me refiero a que elijas para acariciar a personas, a seres vivos y sensibles. Cuando miras, puedes acariciar con tu mirada el objeto que observas; cuando oyes, los sonidos acarician tus oídos. Si vives entre caricias, estarás rebosando de felicidad.
Las cosas no solo tienen color para ser vistas, cualidades sonoras para ser oídas y consistencia para ser tocadas. También tienen olor y sabor. Tú puedes añadir que esos olores, casi siempre son repugnantes y esos sabores rara vez son agradables. Puedes decir que sólo se ven y se oyen cosas feas, que lo que recibes no son caricias sino golpes, y que el mundo está lleno de pestes. Todo eso es verdad, sin duda. Pero eres tú el que eliges si quieres ver cosas hermosas, oír sonidos agradables, acariciar y no golpear, oler ricos olores y saborear cosas ricas. Puedes convertir tus sentidos en fuentes de alegría, de felicidad, o de rabia, de disgusto. Eso sólo depende de ti.
En realidad, estos dos niveles de felicidad, fisiológica y sensorial, son fundamentales; por eso, sin la clara conciencia de ellos, la persona está confusa acerca de su propia identidad. Ellos, a su vez, son orientados por la actividad racional, el tercer nivel de felicidad. Si integras en tu conciencia las hondas satisfacciones de tu cuerpo vivo y las actividades de tus sentidos exteriores, te será posible gozar de un estado básico de bienestar, de gozo, de alegría vital, fuente de felicidad real.
Continuará.

domingo, 3 de febrero de 2008

FELICIDAD, PRIMER NIVEL. III.

La felicidad eres tú. No tienes que ir a buscarla a parte alguna. Tampoco es que esté en ti como el agua en un vaso. Lo real es que tú eres felicidad. Si no te experimentas así, siendo felicidad, es porque no te experimentas a ti tal como eres. ¿Puede haber algo más feliz que un naranjo en flor? Lo vivo es feliz, todo viviente es feliz, sólo porque tiene vida. La vida es feliz. Cierta vez estuve dentro de un bosque muy espeso, casi una selva, los arbustos, las enredaderas, los árboles, todos estaban llenos de vida, todo era feliz. Los cantos de los pájaros en lo alto de las ramas eran felices He visto en la pradera retozar a las potrancas, llenas de vida, felices. He visto al buey rumiar tranquilamente, con tanta paz que apenas se puede imaginar.

Tú eres un viviente, como un vegetal, como un animal, como un espíritu. Son tres niveles de felicidad. Muchas personas no disfrutan ninguna de las tres. Están llenas de miedo, de tristeza y de rabia. Pero no tiene que ser así. Cuando alguien se percibe a sí mismo, tal cual es, sin tensiones, sin miedos, sin rabia, sin tristezas, se siente absolutamente feliz, simplemente porque se siente a sí mismo.

Si estás leyendo estas líneas, detente un momento: ¿Cómo estás percibiendo las sensaciones fisiológicas que surgen de tu cuerpo? Puedes tener el hábito de ser consciente de esas sensaciones, peso, temperatura, contacto de tu ropa con tu piel, respiración; en este caso, entiendes fácilmente de qué te estoy hablando. Todas esas sensaciones son felices si las percibes como ellas son. Si no tienes ningún hábito de percibirlas, no sabrás de qué te hablo. No incorporas el primer nivel de facilidad, que consiste en sentir tu vida fisiológica más externa. Si estás tenso, sea por lo que sea, no percibes tus sensaciones como ellas son, sino tensas, y eso es muy desagradable. O peor aún, no las percibes en absoluto. Entonces estás perdido, no sabes quien eres. Ahora buscas consistencia imaginaria; no la encuentras, porque tu consistencia primera radica en la conciencia de tu cuerpo, no en productos imaginarios.

Así puedes comenzar a comprender que existe un nivel primario de felicidad, identificado en tu vida corporal. ¿Qué sucede si estoy enfermo? Todavía te quedan muchas sensaciones sanas, si estuvieras enfermo de todo tu cuerpo, no estarías vivo; pero, además, quedan los otros dos niveles, situados más allá del cuerpo. Quiero suponer que ahora hablo con personas aceptablemente sanas. La idea es que tu cuerpo vivo es feliz por sí mismo, sea que te hagas consciente de ese bienestar o que no lo registres en tu conciencia. La vida que hay en tu cuerpo es feliz. El primer paso para descubrir que tú eres felicidad es captar tu cuerpo vivo como es, sin tensiones, y es feliz. Si tu experiencia constante es de estar lleno de dolores, cuando no es un hueso es otro, o la cabeza, o el estómago, o los pies. Si esa es tu conciencia, debes hacer una cosa muy necesaria: reconciliarte con tu cuerpo. Si te haces consciente de tu cuerpo y lo cuidas y lo quieres, sentirás alivio. No se trata de cuidados estéticos, no se trata de belleza; se trata de que tu cuerpo, bello o feo, flaco o gordo, forma parte de tu persona, y constituye el primer nivel de tu felicidad. Pero si no lo haces consciente, lo aprecias y lo cuidas, se convertirá en fuente de dolor y sufrimiento. ¿Has agradecido alguna vez a tus pies por el hecho de que te han llevado a donde has ido? ¿Aprecias el trabajo de tus rodillas? Continuará

viernes, 1 de febrero de 2008

FELICIDAD contra SUFRIMIENTO. II.

Muchas personas de formación religiosa popular creen que el sufrimiento es una necesidad, una consecuencia del pecado del ser humano. Es un castigo de Dios. Existen dos fuentes de esta manera de pensar: el pecado original, que arruinó nuestra integridad natural, y la necesaria participación en los sufrimientos de Cristo, para expiación del pecado.
Quizá sea oportuno acudir a los grandes maestros de la espiritualidad cristiana y pedirles información sobre el tema. Primero vamos a preguntar a san Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia, su opinión sobre el tema. En sus escritos cortos, se encuentra el llamado Dichos de Luz y Amor. En el dicho 57, en otras ediciones es el 56, dice textualmente:

“No es de voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”.

Es innegable que muchas veces las personas se encuentran perturbadas y padeciendo en las dificultades que la vida les presenta. Es un hecho. Existen tales situaciones dolorosas. Pero no es voluntad de Dios que las personas se turben ni padezcan por ello. La causa de los sufrimientos no es la voluntad de Dios, sino la propia imperfección. No una imperfección natural, sino aprendida. La verdad es que las personas sufren sólo porque aprendieron a sufrir y así lo aceptaron.
Las personas perfectas no sufren, al contrario, se gozan con aquellas mismas situaciones en que sufren las personas que no son perfectas. ¿Qué es una persona perfecta? La que usa correctamente su inteligencia y su voluntad, de forma que controla sus reacciones de modo lúcido. Si ante una situación molesta se reacciona con rabia, se desencadena un torrente de mal humor, de ira y de disgusto, quien sale perdiendo es la persona misma, la situación no cambia por eso, quizá empeore. Lo inteligente es conservar la paz interior y eso es lo que se elige.
Una persona perfecta entiende que no debe hacer depender sus estados de ánimo de cualquier cosa exterior a sí misma. Pase lo que pase, si conserva su paz interior tendrá mayor lucidez para enfrentar la situación de que se trate. No existe nada, ni enfermedad, ni muerte, ni desgracia ninguna, que se remedie mediante el sufrimiento. Es, pues, absolutamente inútil.
Muchas personas imperfectas están convencidas de que si un familiar, o un amigo fallece, tienen que sufrir. Creen que es su obligación moral. Si se les explica que no tiene que ser así, reaccionan diciendo que hay que tener sentimientos humanos, que de lo contrario, serían personas sin sentimientos.
Las personas perfectas comprenden que esos sentimientos no ayudan a nadie, perjudican a las demás personas y a sí mismo; reconocen que existen otros sentimientos como la compasión, la paz, la esperanza de vida eterna, la solidaridad, la comprensión, que son buenos para quienes los viven y para los demás.
Las personas perfectas saben que el miedo, la rabia y la tristeza, son sentimientos primitivos que deben ser superados por la inteligencia y la voluntad, de tal forma que se pueda decir el poema de Santa Teresa sin reservas de ninguna clase.

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda
La paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta.
Solo Dios basta.

Así llegó a vivir Santa Teresa, doctora de la Iglesia, sin que nada la turbara ni la espantara, al menos de modo constante. Suelen suceder cosas tan inesperadas que nos toman desprevenidos y nos turban, pero las personas perfectas se sobreponen pronto.
La mayor dificultad para que usted sea feliz es su convicción de que es imposible, y, además, de que no es algo correcto moralmente hablando. Usted tiene creídas dos cosas absolutamente falsas: la primera es que el sufrimiento es inevitable, la segunda es que existe la obligación de sufrir. Una señora me decía, toda convencida: “Padre, no lo crea, la felicidad es imposible, podrá haber un momento, pero no dura”. Cuando se piensa así, si la infelicidad no llega, se sale a buscarla.
Sea que lo crea o no, la persona que es infeliz lo es porque lo ha elegido así. No quiero decir con ello que lo haya hecho deliberadamente, lo ha aprendido, pero luego lo ha hecho suyo. No ignoro que existen millones de persona buscando la felicidad sin encontrarla, porque la buscan donde no está. Y ¿dónde está la felicidad? En ninguna parte. Usted es felicidad.

Continuara.