lunes, 17 de noviembre de 2008

LO ACTUAL


El siglo XXI, siglo de acuario, fue vaticinado por los adeptos a las profecías como un siglo de crecimiento espiritual, de paz, de armonías nuevas, de dicha para la humanidad. Yo comencé el siglo con parecidos deseos, pero las señales que recibía apuntaban en otra dirección. Quizá lo más característico de la primera parte del siglo sea el doloroso descubrimiento de que casi nada está funcionando bien, que todo se deteriora, que las organizaciones mundiales en las que se había puesto tanta confianza no han servido prácticamente para nada, que la naturaleza se degrada, que cambios climáticos, impredecibles aún en sus consecuencias, amenazan nuestro futuro. Todo ello crea una incertidumbre global que llena de inquietud a las poblaciones que viven en la tierra, tan sufrida y agotada ya.
Se pueden imaginar tres escenarios en los que actúan los seres humanos actuales: el escenario de los ricos, estén donde estén; el escenario de las clases medias en cualquier parte, y el escenario de los pobres de todas partes. Se dan tres modos de conciencia, tres formas de experimentar la vida.
En el escenario de los ricos, las personas actúan como si su mundo estuviera amenazado de muerte. El invento de la cortina antimisiles puede ser un ejemplo. Las corrientes migratorias desde los otros escenarios les crean largas pesadillas. Cerrar fronteras, levantar muros, dictar leyes de represión de los inmigrantes, y otras muchas realidades, manifiestan la tragedia humana que se vive también allí, donde pareciera que todo debía ser feliz. Estos poderosos individuos, lanzados por oscuras fuerzas a defender a como dé lugar su universo privado, están muertos de miedo. No son felices.
En el escenario de las clases medias se producen sismos de grandes dimensiones, la tierra se hunde bajo sus pies. El bienestar logrado a fuerza de trabajo está amenazado constantemente. Se ha perdido la confianza. Lógicamente, muchas personas tienen poca conciencia de lo que viven, no observan su tablado, se hacen sordos a las voces de alerta. Pero tampoco son felices. La felicidad es un estado pleno de lucidez. Las personas ciegas ante la realidad, viven ignorantes y confusas, no felices.
En el escenario de los pobres, lugar del que ha sido supuestamente desterrada la felicidad, está creciendo una conciencia nueva: un mundo mejor es posible; emerge una esperanza, por más que densas tinieblas cubran aún gran parte de este escenario. Pero, sea que usted lo crea o no lo crea, en él viven algunas personas felices. El no tener lleva a veces a buscar el ser y cuando alguien descubre su ser, más allá del tener o no tener, comienza a ser feliz.
¿Puede suponerse que estas tres formas básicas de experiencia originen una conciencia universal que afecta a todos? Si así fuera, tendríamos el inconciente colectivo actual en continuidad perturbadora con el inconsciente ancestral. Es de conocimiento público que los psicofármacos son las drogas que hoy más consume la humanidad. Vivimos en un mundo desajustado, desequilibrado, amenazado, cansado, pretensioso, injusto, en el que los humanos luchan por sentirse bien, por ser personas realizadas, deseosas de todo lo bueno posible.
¿Cómo podrá ello ser posible? En el primer escenario se eligió como forma mágica: el tener más para consumir más; en el segundo escenario sus actores han decidido que la fórmula maravillosa es trasladarse al escenario de los ricos, luchar por se ricos. En el escenario de los pobres, como pobres al fin, deciden abandonar su situación para ir a vivir como servidores de los ricos con la secreta idea de llegar también ellos a ser ricos, o al menos escapar de su miseria.
El resultado final de esta lucha por una mejor vida es la frustración, la rabia y la tristeza, nacidas de la misma realidad de ir a buscar como sentido de la vida aquellas cosas que no pueden serlo. ¿Y puede usted decirnos cuál es el sentido verdadero de la vida?
La historia de las personas realizadas, felices, muestra que superaron todas las formas de división y separación, y se unieron al Todo Supremo. ¿En cuál de los escenarios está la posibilidad de vivir esa unión con el Todo? En ninguno, absolutamente; esos escenarios se construyen a partir del tener, y no es el tener la realidad que une al Todo, sino el ser. San Juan de la Cruz lo resumió así: “Porque para venir del todo al todo – has de negarte del todo en todo”.
Ya sé que a usted no le gusta la expresión “negarte”, pero “negarte” se refiere al tener, no al ser. Para ser plenamente tú mismo necesitas por ley de pura lógica no estar identificado con ninguna otra cosa que no seas tú mismo. Como tú ser es paz, alegría y amor, entonces todo tú estás unido al Todo que es infinitamente paz, alegría y amor, Dios y la creación.
Esta visión de la realidad humana está tan alejada de los escenarios donde vive la gente hoy que sólo por ventura, muy dichosa por cierto, puede hallarse. Vivimos en un mundo triste, oscuro, hostil, a pesar de todas las apariencias. ¿Cómo ser felices en tal mundo?

lunes, 10 de noviembre de 2008

LO ANCESTRAL

Quizá muchas personas no lo piensen, pero en verdad el miedo más radical del ser humano es el miedo a la muerte. A lo largo de su historia, los humanos han buscado y propuesto diversas teorías y conductas para escapar de ese miedo. Desde el “vive hoy como si fueras a morir mañana” hasta el “vive hoy como si no fueras a morir nunca”. Este miedo a la muerte no perdona a nadie.
En las sociedades esclavistas, este miedo se revelaba en unos (los dueños) como esfuerzo para someter a otros (los esclavos) a soportar todas las formas de muerte. Aquellos buscaron la forma de vivir lo más cómodamente posible a base del sacrificio de éstos. A estos otros, los esclavos, sólo les tocaba un lento y doloroso morir. Así la vida se hizo rabia, de unos contra otros, afán de poder de unos sobre otros. El miedo se apoderó de unos y de otros. Nadie fue feliz. El esclavo lloraba su suerte en la tristeza, el poderoso escondía su miedo bajo la ira. Aquel orden, realmente un enorme desorden, hacía sentir la existencia como vacío, como nada. Los griegos discutían, los romanos banqueteaban, unos y otros se deshumanizaban. Las grandes culturas que crearon estaban llenas de dolor, de ira, de angustia, de tristeza: el destino es inexorable. El hombre vive bajo el signo del hado fatal. La fortuna es impredecible, lo que resta es vive hoy que mañana morirás. Se generó poco respeto por la vida humana. La grandeza de un hombre se medía por la cantidad de hombres que mataba y sometía.
Sin dar excesiva importancia a las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo, debemos admitir que las formas culturales largamente vividas dejan una huella a nivel genético que determina ciertos rasgos de comportamiento. La mayoría de nosotros somos descendientes de aquellos esclavos, que fueron multitud, y las viejas tradiciones de sangre noble se han perdido entre las luces de la ciudad. Ahora todos somos plebeyos, gente sin clase. Los ricos intentan ser felices derrochando bienes de consumo; los pobres sueñan con ser ricos. Ni unos ni otros logran ser felices. Comer exquisitamente no puede hacer definitivamente feliz a nadie, ni cosa alguna de esta especie, sin negar por ello que sean realidades integrables a la felicidad perfecta. Los símbolos de los contenidos del inconsciente colectivo apuntan a la muerte como fin de todo. ¿Acaso no vivimos los desterrados hijos de Eva gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?
En la cultura occidental, los referentes del judaísmo y del cristianismo remiten a un pecado original que pesa sobre todos los humanos y del cual no se puede escapar, a pesar de los remedios, circuncisión, bautismo, ya que todos experimentan la rebelión de la carne. ¿Quién nos podrá librar de este cuerpo de pecado?
En las otras grandes culturas, india y china, sus sabios buscaron caminos de salvación y sintieron la necesidad de liberarse de las creencias generalizadas, que confundían y apartaban a la gente de la salvación. Ellos fueron pequeños oasis en medio de gigantes desiertos. Los pueblos siguieron presos en sus propias redes culturales, ajenos a la felicidad completa.
¿Puede el ser humano que vive en la tierra ser feliz? La historia levanta su voz y responde: de hecho nunca lo ha sido. Pero, debemos añadir, siempre lo ha buscado. ¿Será necesariamente inútil esa búsqueda? Quienes han se han sentido plenamente felices son testigos de esa posibilidad y también de lo fácil que resulta perderse en el camino. Su testimonio es que la felicidad plena se alcanza en una vivencia de comunión con el Todo, en la experiencia de una armonía interior que se nombra paz de Dios, en una llama de luz que se dice amor.
Pero, ¿no está nuestro inconsciente colectivo cargado de odios, rabias, tristezas y miedos? Sí, es un hecho. Quien quiera ser feliz deberá alcanzar esos oscuros fondos y purificarlos. Como ya dije, se comienza por la revisión de las creencias populares, por el examen del valor real de los datos culturales. ¿Cómo se podrá sentir quien logre tamaña aventura? Extraño, solo, apartado. Y eso, ¿puede ser feliz? Cuando se entiende, sí, se es totalmente feliz. Quizá se pueda así comprender la extraña aventura de salir a buscar la felicidad, que se encuentra más allá de los datos culturales y las experiencias habituales de división, separación y oposición, en una vivencia de totalidad y comunión, en la que no hay muerte, sino vida eterna.