jueves, 22 de enero de 2009

El despliegue de la vida



La interioridad del ser humano está constituida de tal forma que se logra y se expansiona solamente dentro de un marco de congruencia positiva. Es decir, razón, voluntad y acción necesitan ser coherentes de modo creador. No puedes pensar satisfactoriamente sin buscar la verdad sin prejuicios. Ante esta situación cognoscitiva se podrían enumerar tres posibles posiciones, vivir de espalda a la verdad, vivir en el error y vivir buscando la verdad. La indiferencia no hace feliz a nadie, el error tampoco, al contrario es la causa de todos los sufrimientos. Sólo quien vive en el horizonte de la verdad, no digo en la posesión, sino en la búsqueda sincera de ella, recibe una misteriosa consolación interior. De todas formas, nada desea el alma con más fuerza que la verdad. A nadie le agrada que lo engañen, quien engaña se siente finalmente un asesino y eso no da felicidad.
Querer la verdad, desear la verdad, salir a buscarla, sí hace feliz. Es así porque hemos nacido para la verdad. Obviamente la verdad es el bien. Un alimento de mentira no alimenta, engaña, no hace bien. Quien busca la verdad, por eso mismo, busca el bien y, cuando lo encuentra, se goza en él. No podemos pasar por este punto sin una reflexión más detenida. El bien, no las engañosas caras del bien. No la propaganda pagada, sino el bien que consiste en la verdad de que todos somos uno, y en la acogida en nuestra interioridad de todo lo existente, lo no humano, el universo, y lo humano, cada uno de nosotros. Quien no acoge en su interioridad la totalidad de la creación, deja en ella vacíos enormes que sólo pueden ser fuentes de dolor. Aquel que ama sin fronteras, universalmente, siente la serena y profunda felicidad de lo que él mismo es en la realidad. Quien se queja, quien critica negativamente, quien se aparta, no busca la verdad ni el bien, sino que el miedo lo paraliza y entristece. Conocer la verdad, amar el bien, son actividades psíquicas primarias, fundamentales. Con una percepción borrosa y superficial de los valores supremos de la verdad y del bien, se irá por el mundo como un náufrago que no halla puerto alguno. En esta situación la mayoría de los seres humanos resuelven sus vacíos por medio de los mecanismos de la compensación, que no pueden dar felicidad a nadie. Ningún dinero puede comprar la alegría de la paz, ni tampoco puede ningún poder dar a nadie la alegría del amor. Buscar la verdad y el bien son acciones creadoras de felicidad. Están en la posibilidad de todos.

Hacer la verdad y desplegar el amor son acciones realizadoras de felicidad. Nadie necesita hacer maravillas, ni llegar a los más altos niveles sociales, todos necesitamos llevar a su realización aquellas cosas que aparecen en nuestros sueños de verdad, de amor, de justicia, por pequeñas que sean. Nos hace felices entender el mundo en que vivimos, decidir ser personas honestas en ese mismo mundo en que vivimos y ofrecerle lo mejor de nosotros, nuestra inteligencia, nuestro amor y nuestras obras. La suprema verdad de nuestra vida es que somos un don, un regalo, una gracia. Aceptar que eso somos implica reconocer que también lo somos para los demás. Nadie puede ser algo para los otros si primero no lo es para sí mismo. Así es necesario que hagas la verdad contigo, nadie necesita tu sufrimiento, sino tu amor; todos necesitan tu alegría, y nadie necesita que te desprecie, ni humilles, ni te sometas a poder humano alguno. Si no haces la verdad referente a ti mismo, no podrás gozar la felicidad que eres. El máximo bien del hombre es su libertad interior, ese poder disponer de sí mismo para lo que se quiera porque se sabe que todos los recursos están disponible. La exterioridad es un bien, sin dudas, pero es frágil, manipulable; quien puede replegarse sobre su propia interioridad en la que es invulnerable, se hace invencible, nada ni nadie lo puede someter, es totalmente libre, totalmente feliz. Entonces se despliegan todas las posibilidades de la persona, se alcanza la felicidad plena. Se despliega el ser que somos.

domingo, 11 de enero de 2009

Compromiso moral

Podemos comprender ahora con cierta facilidad que la vivencia de una honda experiencia de felicidad esta íntimamente relacionada con una firme posición moral. Yo soy feliz cuando expreso el ser que soy, el amor que me constituye como ser, y que se expresa como un compromiso absoluto con el bien de los demás, y esto exige que yo tome partido decididamente por la paz, por la justicia, por la solidaridad hacia los demás, y tan decididamente como eso me oponga a la violencia, a la separación, a toda práctica discriminatoria. Ser feliz no es un egoísmo, sino un salir de sí para darse a los demás de forma positiva y creadora.
Ser feliz me exige tomar parte en toda la problematicidad que recorre el universo humano, la política, la economía, las organizaciones nacionales e internacionales. Tengo la necesidad de reconocer con toda honestidad que las normas vigentes en la humanidad actualmente son negativas, injustas y corruptas. Hasta tal punto que organizaciones mundiales, tales como la Organización de las naciones unidas, están esencialmente viciadas. A la hora de la verdad son inoperantes, no resuelven ningún problema, sino que los crean. Debo reconocer que esta humanidad infeliz, injusta, en la que la mayoría de los recursos producidos por el trabajo de millones de personas, algunas pocas, muy pocas, quizá menos de veinte, los usan para construir armas tales que si se usasen se exterminaría la vida de la tierra, esta humanidad repito, no puede ser feliz de ninguna manera.
Para ser feliz honda y plenamente se necesita poseer un alto grado de lucidez espiritual y quien no perciba con fuerza este desastre que hemos hecho los humanos, no tiene tal lucidez adquirida. No pude se feliz. No hablamos de la felicidad de los topos, hablamos de la felicidad de los iluminados. Vivimos ciegos en un mundo de ciegos. ¿Cómo es posible que los creyentes de las tres grandes religiones monoteístas, cuyas verdades fundamentales son las mismas, se estén matando entre sí, por espejismos carentes de todo valor? Dice un judío: yo creo en un solo Dios, dice un cristiano: yo creo en un solo Dios, dice un musulmán: yo creo en solo Dios. Perfecto, en nombre de ese único Dios vamos a darnos el abrazo de hermanos. Ah, no. Si no eres judío, no vale tu fe; tampoco vale tu fe si no eres cristiano, replica el cristiano. Pero el musulmán afirma rotundamente, de nada les vale ni a uno ni a otro, si no son musulmanes. Así ser judío es más que Dios, ser cristiano o musulmán lo es también. ¿Cómo es posible tanta ceguera? Es posible porque un enorme peso de miedo cierra nuestros ojos y nos impide ver.
Una persona iluminada, feliz, comprende que el mundo humano deberá excluir todo miedo de unos por otros, porque todos somos uno. Cómo podrá ello ser realizado es una pregunta angustiante, pero tiene una respuesta viable. Quienes hayan llegado a la paz interior, al amor incondicionado, viven ya ese mundo razonable, sin miedos; ellos pueden hacer el proyecto porque lo entienden, lo viven. Hasta ahora la población del mundo vive encadenada dentro de cárceles crueles, llamadas fronteras, y dentro de cada frontera otras cárceles encierran a las personas, tales como posición social, raza, color, sexo, culturas, etc. Y allí cada cual es llamado a defender su frontera, a enfrentar a los demás, a defenderse, a atacar los invasores.
La verdad es, sin embargo, que todos somos uno, todos somos hermanos, nadie es ajeno. Quien vive esto es feliz, es luz para el mundo, y solo él. Sin este compromiso moral con la humanidad nadie puede ser feliz.