jueves, 10 de septiembre de 2009


Madres, hijos e hijas

Es cierto que haber tenido una buen madre es la mejor cosa que nos puede pasar, nada se le puede comparar. Por el contrario, creer que no se ha tenido una buena madre es de lo más triste que se puede experimentar. Creo que todas las madres desean ser buenas madres. Pero muchos hijos, varones y hembras, sienten que sus madres no han sido buenas con ellos. La falta mayor que suelen sentir es la falta de cariño, de ternura, de amor. Ellas suelen decir que les ha sobrado, quizá no han sido capaces de comunicarlo vivamente a sus hijos. Esto es muy triste para todos. Para nadie tanto como para la madre.Las relaciones humanas son en sí muy complejas, y las familiares no menos. Examinemos el concepto “dominación”. La mamá atiende al bebé conforme a las necesidades que ve en él y de acuerdo a sus posibilidades, no siempre coincidentes. Por definición los bebés carecen del concepto del tiempo, para ellos todos es ahora. Si no son satisfechos, gritan y patalean. Comienza un enredado juego de dominación, casi siempre de modo subconsciente por parte de la madre, obviamente los bebés no tienen conciencia reflexiva, sino instintos. Se inicia una guerra sorda entre bebé y mamá, que es una guerra de dominio. Si la mamá se deja dominar será fatal para ella. Si se incomunica con su bebé, tampoco será bueno. ¿Qué puede hacer? Supongamos un bebé de un año, cuando necesita algo, si no es satisfecho al momento, se angustia, grita y patalea. Una mamá inteligente, no se altera, lo toma lo acaricia y le quita la angustia, después atiende la necesidad de su bebé. Una mamá inteligente nunca se altera ni angustia, ni aunque esté a mil kilómetros de su bebé. Así nunca refuerza las angustias del bebé, sino que las disipa. Esto le da mucha seguridad al bebé,La mamá que no se angustia habitualmente con su hijo pequeño, lo disfruta, lo goza, y esa realidad, su alegría, es el medio por el cual el niño recibe los mensajes de amor de su mamá. Mucha mamás viven angustiadas por la salud de sus hijos, que no les pase nada malo, que no enfermen, y se alarman y angustian ante cualquier situación que se produzca por pequeña que sea. A esta edad de un año los niños intuyen poderosamente los sentimientos de sus madres, reflejados en sus rostros. Las miran y observan todo el tiempo. Para ellos es muy necesario verlas felices, El mundo es del tamaño de la sonrisa de su mamá para ellos.Sin discusión alguna, para que una mamá esté feliz, verdaderamente feliz, necesita tener una óptima relación con su esposo, gozar de cierto modo de seguridad económica, y tener tiempo, mucho tiempo, para estar con su hijo de modo sereno y feliz. En estas condiciones, dentro de su rango de posibilidad, una mujer madre es un ser humano increíblemente feliz. A falta de estas condiciones, o de alguna de ellas, la experiencia puede ser dolorosa para todos.Este primer año de la relación madre - hijo es de suma importancia para el desarrollo posterior del bebé. Un día, con cuarenta años de edad, el hijo le puede decir a su mamá: “Tú nunca me has querido”. Quizá ella llore, sabe que siempre lo ha querido, En cambio él nunca lo ha percibido. Una mamá con hijos mayores que se distancian de ella, que se quejan de que no los ha querido, debiera saber que existe una sola fórmula para superar la situación de falta de entendimiento. Ella podría responder: “En cambio, yo estoy orgullosa de ti y sé que me quieres”. Estos diálogos parecerán de locos, pero dan resultados. Ellos creen que su mamá ha sido mala, ella cree que ellos son buenos. Si logran mantener esa posición, sobre todo la mamá, van a suceder cambios maravillosos. Muchos niños y adolescentes sienten que la relación de su mamá con ellos fue de dominación y sometimiento. Y es inútil negarlo. Pero ahora, ellos que son rebeldes, están bien, que es lo que importa. La mamá deberá dejarse querer, quitarse sus grados de comandante en jefe. Si ellos creen que ha sido mala y están heridos, sólo vale aceptarlo. Despué se supera y la familia se encuentra feliz.Esta estrategia dialogal, desarrollada por la madre, cuya finalidad es hacer comprender al hijo que ella lo entiende, más allá de las palabras, aceptando las acusaciones, no reparando en ellas, y haciendo notar al hijo ya adulto que ella siente lo que él siente y sabe lo que él sabe, que la quiere mucho, produce condiciones para grandes reconciliaciones. El dolor debe desaparecer dentro de la luz de la comprensión y el amor.