miércoles, 16 de diciembre de 2009

NAVIDAD


LA NAVIDAD

Nace un niño. El cielo se llena de canciones de ángeles. Gloria a Dios en lo alto. En la tierra paz para los hombres. Sí, necesitamos paz para que los niños que nacen puedan vivir. Nace el Hijo de Dios hecho hombre. Nace el hombre hecho hijo de Dios. Nada se puede comparar con la maravilla de nacer en esta tierra. Nada puede ser más portentoso. Nacer en la tierra es nacer para el cielo, para la vida eterna, para el gozo de la gloria de Dios.

La paz es condición inexcusable para el nacimiento de los seres humanos. Es el acontecimiento más feliz que ocurre en esta tierra bendita. Bendita a pesar de todas las cosas. Es casi necesario que en este tiempo de guerra, de terrorismos, de violencia, no se quiera tener hijos. Porque ellos nacen para la vida, y no tiene sentido traerlos a un mundo donde les espera la muerte. No es real el que la humanidad haya construido un orden en el que sea factible lograr felicidad. Quienes la busquen deberán emigrar muy lejos de las condiciones creadas.

Los abortistas hablan de derechos de la mujer. No saben lo que hacen. No se trata de derechos, sino de la situación horriblemente inhumana que imposibilita tener hijos. En este mundo doloroso, que ha declarado una guerra implacable a la vida, no puede haber interés en que alguien nazca. Quizá todos los argumentos aducidos solo sean reflejos del odio a la vida que domina estas sociedades. Escuché debatir a un venerable cuerpo legislativo sobre el derecho al aborto durante más de cuatro horas, sin que se dijera ni una sola palabra acerca del ser humano que sería eliminado. No importaba para nada.

En la actualidad, cuando un niño nace en el seno de una familia, dos fuerzas ejercen su poder sobre la conciencia de los padres, una claramente percibida, el gozo de que le ha nacido al mundo un ser humano, y, por otro lado, la incertidumbre oscura y fatal de que nadie puede predecir en qué mundo vivirá. Las profecías legendarias anuncian catástrofes ominosas; pero las previsiones más rigurosamente científicas no son tampoco muy optimistas.

Es sin duda y a pesar de todas las situaciones, muy feliz que nazca un niño. En esta Navidad debemos sentir la alegría del Nacimiento de Jesús, porque él hizo infinitamente valioso el hecho de que alguien naciera en este mundo.

¡FELIZ NAVIDAD!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nosotros no peleamos

Muy probablemente usted ha participado en conversaciones en las que se hablaba de la situación de la familia, tan desintegrada, de los hijo sin padres, de los divorcios, de la violencia familiar, y también es probable que usted haya emitido su juicio. ¿Qué piensa usted del divorcio? Sí, sí, el divorcio. Es un derecho de los conyugues, Nadie está obligado a convivir con quien ya no quiere. No, no, no. Yo no preguntaba eso, lo que yo preguntaba era esto: El divorcio, ¿es una fiesta, un triunfo, una felicidad, o todo lo contario? Pues muchas veces con el divorcio se logra un alivio grande, cesan las peleas, la violencia, etc.
¿Por qué dos personas que se han casado enamoradas, con todo el deseo de estar juntas, llegan a odiarse tanto que ya no pueden convivir? Las respuestas son innumerables y ninguna convincente. La solución más frecuente es alegar que las personas cambian. Es verdad, las personas cambiamos. Poco a poco la pareja se deja de querer, viene la indiferencia y luego la intolerancia. Existen divorcios después de los 20 años de casado. Han pasado 19 años queriéndose. Ya no se quieren. ¿Verdad que es una pena? Pero ya no se quieren. Es un hecho.
Al principio fueron muy felices. ¿De verdad, o sólo aparentemente? Fueron 19 años, sí, pero ¿de amor o de otra cosa? Aquí sería bueno hacer una reflexión serena y sabia. Si cada persona tiene la fuente de su felicidad en sí misma, no ha dependido de la otra para ser feliz, lo ha sido por cuenta propia. A veces, después de muchos años, se descubre ese acontecimiento y se pregunta, ¿qué me ha aportado él, o ella? En orden a su felicidad personal, crea, nada, En el banco de la felicidad la suya está a su cuenta personal, el otro no ha contribuido en nada. Todo lo ha puesto usted. Entonces, ¿para qué quiere usted a su lado una persona que en nada ha contribuido a su felicidad? La conclusión viene sola, para nada. Ahora se añade un poquito de vinagre: pero bien que me ha fastidiado. Tampoco es verdad, pero así está registrado en su conciencia.
¿Por qué, pues, las parejas dejan de quererse? La respuesta, ¿usted quiere la respuesta? En realidad, las personas nunca dejan de quererse, lo que sucede es que nunca se han querido. Protesta: nosotros sabemos que nos queríamos y mucho. No hay que discutir ese asunto, pero quizá se pueda analizar. La atracción física sexual es una realidad y querer a la persona es otra, de muy distinta naturaleza. El deseo de estar con una mujer non es quererla, ni el deseo de estar con un hombre es quererlo. En el reino animal superior el sexo no es una fuerza unitiva, sino todo lo contario.
¿Qué es querer a una persona? Es una buena pregunta. Querer a una persona es darle un valor supremo, experimentar un hondo sentimiento de veneración hacia ella. Pero, ¡ay de nosotros!, no podemos sentir tal afecto por una persona, si previamente no lo sentimos por cada persona de la tierra< y del cielo. Supongamos este diálogo: ¿Por qué me quieres a mi y no a otra? Error, no es así. Te quiero a ti porque las quiero a todas, no vas a ser tú la única excepción. ¿Por qué no estas con otra, entonces? Sencillo, yo te elegí a ti, pero pude elegir a cualquier otra. Como las quiero a todas, lindas y feas, jóvenes y viejas, también te quiero a ti, linda, fea, joven, vieja. La única distinción es que te elegí a ti y contigo las elegí a todas ellas. Tu eres para mí todas las mujeres del mundo. Ella podría decir lo mismo.
Decía un amigo mío, nosotros, mi esposa y yo, llevamos 24 años de casados, nunca peleamos; tenemos dos hijas, de 22 y 19 años, nunca peleamos. Es que nosotros no peleamos con nadie, ni con personas, ni con animales, nosotros no peleamos. Así de simple. Si usted pelea con el vecino, o con el gato, o con la lluvia , entonces usted va a pelear con su pareja, con sus hijos, simplemente porque usted pelea. Sin pelea no hay divorcio. Quienes no pelean, son felices, su matrimonio es feliz y ni la muerte los separa. El divorcio es la conclusión lógica y triste de casarse sin quererse.