viernes, 31 de julio de 2009

EL MEJOR SERVICIO



Quizá usted también ha comprobado la abrumadora diferencia que existe entre ver una cara sonriente, alegre, feliz, y ver otra dolorida, triste, infeliz. No es igual la relación con una persona rabiosa, enfadada, que con una persona relajada, serena. A mi no me agradan las caras tristes, ni los lloros, ni las rabietas: a mi, amigos, me encanta encontrarme con personas que transpiran paz, y en cuyo bienestar me siento acogido. No puedo negar que comparto esta inmensa tierra con otros millones de personas. Es un hecho. ¿Les debo algo? ¿Qué puedo hacer por ellas? ¿Qué necesitan de mí?
Creo que les debo algo muy simple, contribuir a su felicidad. Obviamente, mi presencia física no alcanza a todos, apenas a una brevísima minoría. Resulta que yo creo en la comunión de los santos. Reflexione, amigo lector. De los santos, no de los pecadores. Lo bueno, lo positivo, teje una red invisible entre todas las personas buenas. Conforme al Evangelio y a la razón debo dar a los otros lo que yo quiero recibir de ellos. ¿Qué es lo que yo quiero recibir de las personas? Quiero recibir paz, quiero ser acogido en la serenidad de sus vidas; quiero ver su alegría, mirar sus rostros sonrientes; quiero con muchísimos deseos sentir su amor. No me complace de ninguna manera ver el sufrimiento de otras personas. No quiero su dolor, ni para mí ni para ustedes.
Si lo que yo quiero recibir de los otros es su paz, su alegría y su amor, esto es lo que tengo que ofrecerles. Este es mi don para ellos. San Pablo habló de reír con el que ríe y de llorar con el que llora. Que en la tierra aumente la risa lo veo bien, pero que se duplique el llanto, ya no lo entiendo. ¿Qué hacer con el que llora? Consolarlo en la medida de lo posible. Pero existe una fortísima convicción de que debemos tener y expresar sentimientos de dolor y pena a aquellas personas que pasan por un mal momento, lo contrario sería incorrecto. ¿Qué hacer frente a una persona amiga que pasa por un momento de dolor y sufrimiento? Expresarle nuestra acogida, nuestra simpatía, atrayéndola a nuestra paz, a nuestro amor, y a la alegría que vivimos. Eso se llama compasión. Quienes tienen paz, alegría y amor, saben cabalmente cómo hacerlo.
Yo le debo algo a la humanidad, por ser parte de ella, le debo mi paz. Nadie desea ni necesita que yo le declare la guerra. Tener yo paz es poseer la posibilidad de ofrecerla al mundo. No es egoísmo, es cumplir con un deber sagrado, traer paz a la tierra. Le debo a la humanidad mi alegría. Nadie necesita para nada mi tristeza. Yo no quiero tenerla, no sólo por mi, sino también por ti. Si un día estás de duelo, yo quiero que mi alegría te lo haga más llevadero. Le debo a todos, sobre todo, mi amor. Quiero estar lleno de amor, no sólo por mí, sino por todos. Nadie necesita mi odio.
No tengo nada mejor que dar que estos dones preciosos, paz, alegría y amor. Cuando se tienen con cierta abundancia la felicidad desborda a la persona. Mi deuda con la humanidad, lo que le debo, no puedo dudarlo, es mi felicidad. Quiero pagar esta deuda, prestar este servicio, el mejor: ser feliz.

jueves, 9 de julio de 2009

ESTIMAR A LOS DEMÁS


Cada día, muchas veces, tratamos personas, nos relacionamos con personas. Tenemos amigos, compañeros de trabajo, de estudio, familiares. Ese necesario trato se puede convertir en momentos de felicidad o de dolor, disgusto, tristeza, de infelicidad, en resumen. Mucha gente, casi toda la gente, piensa que no depende de cada uno que una relación cualquiera sea feliz o infeliz. Para la gente, en general, depende de las circunstancias que rodean el encuentro el que sea feliz o todo lo contrario, pero no depende totalmente de uno mismo. Es obvio que el encuentro con un amigo agradable, será feliz, mientras que el encuentro con alguien descortés, desagradable, será negativo, doloroso en más o en menos, pero no podrá ser feliz.
Podemos analizar las escalas de valor que las personas ocupan en nuestra mente. No es igual una persona honorable que un vulgar ladrón, un estafador. No es igual encontrarse con una persona sobria que con un borracho. Así comprobamos que poseemos una gran cantidad de categorías para encasillar a las personas. Pero en general, existen dos grupos esencialmente diversos, el grupo de las personas buenas y el grupo de las personas malas. Así hemos definido que encontrarnos con personas buenas es normalmente feliz, como es infeliz encontrarnos con personas malas. Cuando estas personas incómodas viven con nosotros, son parte de nuestra familia, la convivencia se hace dolorosa. Es una pesada cruz.
Un día pregunté a una persona si prefería encontrarse con un ladrón o un policía y me respondió con esta pregunta: ¿cuál es la diferencia? Es otra manera de ver. Muy negativa, pero muy realista al menos en apariencia. Se puede decir con tanta razón que todas las personas son buenas como que son malas. Se puede sentir confianza hacia todos o desconfianza. Cierto número de personas desean ser objetivas y se esfuerzan por mantener las distinciones debidas entre bueno y malo. Y lógicamente consagran sus fuerzas a distinguir lo bueno de lo malo con la desagradable sorpresa de que lo bueno resultó malo y lo malo resultó bueno.
Fue malo que los hermanos de Josué trataran de matarlo, fue malo que lo vendieran a los ismaelitas, que lo acusaran infamemente, fue malo que lo encarcelaran. Pero fue bueno que el Faraón lo nombrara su Teniente general, lo cual no hubiese sucedido si no hubiese sido vendido y encarcelado. La vida de una persona, como la historia de la humanidad, no es una foto, sino una película con millones de fotos. Quien determine mirar una foto sola de su vida, sólo puede perder la perspectiva. La historia completa es una larga cadena en la cual los eslabones son muy diferentes, formados de bien y mal, pero la cadena del ser humano termina en la gloria de Dios, nuestro Padre, y eso basta para que todo mal sea camino para eterno e infinito bien.
Si aprendemos a pensar que todos los que entran y salen, o se quedan, en nuestra vida, forman parte de nuestro camino hacia Dios, nos será fácil comprender que todos son una bendición de Dios para nosotros, lo mismo ladrones que policías, borrachos que exquisitamente sobrios. Ese día podrás darle a cada uno, sin excepción algunas, el nombre de bendición de Dios,
Será muy feliz para ti hacerlo.