miércoles, 27 de octubre de 2010

Nuestra flaqueza


“No es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”
San Juan de la Cruz. Dichos de amor y luz, 57.
A muchas personas piadosas he escuchado decir que los sufrimientos los manda Dios y que hay que aceptarlos como venidos de su mano. Lo he oído también de labios de sacerdotes, de religiosos, y de religiosas. Ahora viene este hombrecito, casi enano de pura hambre, humillado y atropellado muchas veces, a decirnos que no, que no es voluntad de Dios tal cosa. El nos dice como la cosa más natural del mundo, como quien dice que el sol nace todos los días, que no, que padecer es el resultado de la propia imperfección, y no de los adversos casos del mundo, y menos que sea voluntad de Dios.
Existen en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, una serie de textos que dicen que Dios prueba al hombre con sufrimientos. Pero este fraile dice que no es así. San Pablo habla de sufrimientos pasados por él, y no me atrevo a decir yo que fue por su imperfección. Pero el santo Doctor Místico de la Iglesia Católica, San Juan de la Cruz, escribió, y escrito está, que no es voluntad de Dios que la persona se turbe ni padezca.
Cuando uno estudia toda su obra llega a comprender que efectivamente no es deseo de Dios que la persona sufra. ¿No sería interesante investigar cómo no es voluntad de Dios que la persona sufra y cómo se llega a no sufrir? ¿Sería posible amanecer un día en el mismo mundo en que se vive, con los mismos problemas de siempre, sin que le cause la menor pena?
No, seguramente no es como usted piensa ahora, mientras lee, No. No es por atrofia de la sensibilidad, no es por endurecimiento. Todo lo contario. Antes de entrar en los hondos pozos de su doctrina, es necesario que nos habituemos a pensar que no es voluntad de Dios ningún sufrimiento, ni en los casos más adversos. ¿Entonces, por qué sufrimos tanto? Y la respuesta es, quizá, desconcertante, por la flaqueza de nuestra virtud, por nuestra imperfección.
Quiero comentar brevemente, para ir entrando en el tema, que si analizamos las causas del sufrimiento, no están en los acontecimientos, sino en nuestra forma de enfocarlos. Si usted es una persona que sufre, quizá pueda recibir una buena noticia. No es por voluntad de Dios. Él no quiere que usted sufra. El camino para salir del sufrimiento es el uso correcto de la inteligencia.
Debemos aprender a usar correctamente nuestra inteligencia, como paso previo. Es difícil ver de pronto lo mal que usamos nuestra inteligencia. La flaqueza del uso correcto de nuestra inteligencia es una de las causas de nuestros sufrimientos, no la voluntad de Dios, no su deseo.

LA PROPIA IMPERFECCIÓN

La propia imperfección.

“No es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”
San Juan de la Cruz. Dichos de amor y luz, 57.
A muchas personas piadosas he escuchado decir que los sufrimientos los manda Dios y que hay que aceptarlos como venidos de su mano. Lo he oído también de labios de sacerdotes, de religiosos, y de religiosas. Ahora viene este hombrecito, casi enano de pura hambre, humillado y atropellado muchas veces, a decirnos que no, que no es voluntad de Dios tal cosa. El nos dice como la cosa más natural del mundo, como quien dice que el sol nace todos los días, que no, que padecer es el resultado de la propia imperfección, y no de los adversos casos del mundo, y menos que sea voluntad de Dios.
Existen en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, una serie de textos que dicen que Dios prueba al hombre con sufrimientos. Pero este fraile dice que no es así. San Pablo habla de sufrimientos pasados por él, y no me atrevo a decir yo que fue por su imperfección. Pero el santo Doctor Místico de la Iglesia Católica, San Juan de la Cruz, escribió, y escrito está, que non es voluntad de Dios que la persona se turbe ni padezca.
Cuando uno estudia toda su obra llega a comprender que efectivamente no es deseo de Dios que la persona sufra. ¿No sería interesante investigar cómo no es voluntad de Dios que las persona sufra y cómo se llega no sufrir? ¿Sería posible amanecer un día en el mismo mundo en que se vive, con los mismos problemas de siempre, sin que le cause la menor pena?
No, seguramente no es como usted piensa ahora, mientras lee, No. No es por atrofia de la sensibilidad, no es por endurecimiento. Todo lo contario. Antes de entrar en los hondos pozos de su doctrina, es necesario que nos habituemos a pensar que no es voluntad de Dios ningún sufrimiento, ni en los casos más adversos. ¿Entonces, por qué sufrimos tanto? Y la respuesta es, quizá, desconcertante, por la flaqueza de nuestra virtud, por nuestra imperfección.
Quiero comentar brevemente, para ir entrando en el tema, que si analizamos las causas del sufrimiento, no están en los acontecimientos, sino en nuestra forma de enfocarlos. Si usted es una persona que sufre, quizá pueda recibir una buena noticia. No es por voluntad de Dios. Él no quiere que usted sufra. El camino para salir del sufrimiento es el uso correcto de la inteligencia.
Debemos aprender a usar correctamente nuestra inteligencia, como paso previo. Es difícil ver de pronto lo mal que usamos nuestra inteligencia. La flaqueza del uso correcto de nuestra inteligencia es una de las causas de nuestros sufrimientos, no la voluntad de Dios, no su deseo.

viernes, 15 de octubre de 2010

NADA TE TURBE





Santa Teresa de Jesús, nacida el 28 de marzo de 1515, fue una mujer muy turbada y espantada más de la mitad de su vida. Dotada de una extraordinaria sensibilidad, de una aguda inteligencia y muy grande capacidad de acción, se encontró desbordada por sus propias capacidades, perdida entre las innumerables posibilidades que se abrían ante ella. Más amplia que todos los moldes de su cultura, se sintió estrecha en aquel mundo y a la vez temerosa de romper aquellas cadenas. Ninguna fuerza fue capaz de detenerla en el arranque existencial de su proyecto. Y así, espantada, turbada, asustada, echó a andar, bañada de lágrimas, en cumplimiento de su destino.
Después de haber logrado la más alta iluminación, desde la libertad absoluta de su espíritu, miró otra vez su camino y los caminos del ser humano sobre la tierra y escribió “Nada te turbe, nada te espante”. Ella comprendía ahora con toda claridad que “todo se pasa”, y consecuentemente, si todo se pasa, no hay para qué hacer mucho caso de ello. En efecto, el huracán, pasa; el terremoto, pasa; el día como la noche, pasan; la vida toda, pasa. Sin embargo ella encontró algo que no se pasa, y además es eterno, y amigo y dulce y amoroso, y no se pasa: Dios. Si, realmente, “Dios no se muda”. Siempre es verdad, eternamente es verdad, pero ella lo supo más tarde, cuando estuvo en él, cuando sintió su presencia viva, cuando él la tocó con su infinita ternura y la abrazó con su fuerza divina, y fue una caricia perfumada para ella. Dios no se muda.
Pero mientras pasa el huracán, o tiembla tierra, ¿qué se puede hacer? Desde aquella alta cumbre de luz, ella dice con la más firme certeza: “La paciencia todo lo alcanza”. Ella lo sabía bien; aún antes de saberlo, debió esperar a que la fruta madurase muchas veces, finalmente el objetivo se alcanzaba. Sí, realmente, la paciencia todo lo alcanza. Nadie como ella lo sabe, que fue tan impaciente, tanto que la enfermaba la espera. Sí, la paciencia todo lo alcanza.
Cuando subió a lo alto de la montaña y vio a sus pies todo el paisaje de la vida, la suya y la de todos, comprendió que efectivamente “A quien Dios tiene nada le falta”. Es su experiencia, es su historia, ella lo reconoce, Dios nunca le faltó, incluso cuando no lo tenía del todo. Nuestros ojos apenas si ven lo visible cuando es muy llamativo. Los ojos ya iluminados de ella, lo ven aunque sea de noche, en medio de la miseria, de la enfermedad y la muerte, del dolor y la catástrofe. En este mundo hay millones de personas carentes de todo o casi todo, ¿cómo es que nada les falta? Más bien les falta todo.
Para ella ahora es claro que “Solo Dios basta”. En el sentido de que solamente Dios basta, o de que Dio solo basta, sin cosa alguna más. Por lo tanto a quien Dios tiene nada le falta porque solo Dios basta. Por lo mismo, debido a estas razones, nada te turbe, nada te espante.
Y si nada te turba ni espanta, entonces eres feliz, la felicidad te llena como el sol ilumina el día. ¿Y nosotros, tan lejos de Dios y de nosotros mismos, qué podremos hacer para que nada nos espante ni nos turbe? Reflexionar que todo se pasa. Y todo se pasa. Decirnos a modo de consolación que la paciencia todo lo alcanza.