jueves, 20 de octubre de 2011

Una indecible felicidad




Existe una trascendente e inmensa felicidad para los matrimonios en su función de padres, descubrirla es dichoso sobre toda ponderación. Los invito a reflexionar sobre ello. Cuando es engendrado y nace un niño, una niña, ha ocurrido algo sumamente grandioso. Ha nacido un nuevo ser humano para conservar la humanidad y acrecentarla. Pero mucho más allá de eso, le ha nacido un hijo a Dios, un heredero de su gloria, un huésped de la eternidad, una nueva luz inextinguible brilla en el cielo para siempre.
Decimos en el Credo: “Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso Creador” Jesús nos enseñó a llamarlo “Padre Nuestro”. ¿Padre de quiénes? De todos los seres humanos que en la tierra han existido, existen y existirán. Santa Teresita lloraba emocionada al pensar que efectivamente Dios es Padre. Ustedes, matrimonios, cuando tienen un hijo piensen que ese niño es hijo de Dios, de Dios Creador, Padre todopoderoso. Ustedes lo aman, pero Dios Padre lo ama más. No puede haber nada más bello ni más sublime que dar hijos a Dios que es poderoso, que es el Sumo Bien.
Haber nacido en esta tierra es absolutamente maravilloso por aquella increíble razón de que se nace hijo de Dios. También los padres son hijos de Dios, benditos de Dios. Entonces, ustedes, padres, son doblemente felices, porque nacieron hijos de Dios, el Sumo Bien, el Amor infinito, y porque los hijos que han tenido son también hijos de Dios. Esta realidad está por encima de toda situación. Cualquiera que haya sido la situación en que han nacido los hijos, sin excepción ninguna, han nacido hijos amados de Dios. Nadie ha nacido nunca bajo la ira de Dios, simplemente porque es el Sumo y Eterno Bien. En él no existe irá, sino amor.
Desde nuestro escaso saber que tantas veces es no saber, debemos tener por cierto que los hijos han nacido amados de Dios. Pero queda otra ignorancia perturbadora: ¿Qué será de ellos? Nuestra fe tiene una hermosa respuesta. Terminamos el Credo diciendo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. ¿Qué será de los hijos que han engendrado? Finalmente, y para toda la eternidad, ellos habrán resucitado y entrado en la vida del mundo futuro.
Quiero que sigamos reflexionando juntos. Muchas veces han escuchado hablar de la condenación eterna, del infierno, de sufrimientos espantosos que jamás cesarán. ¿Les gustaría a ustedes, padres, ver a un hijo suyo sufriendo eternamente en el infierno? De haberlo sabido, ¿lo hubieran engendrado? Yo creo que no. San Pedro nos dice en una de sus cartas, la voluntad de Dios es que todos se salven. Entonces, aquel Padre que es el Bien Sumo, el amor infinito, ¿podrá El condenar a penas eternas a sus hijos, sea por lo que sea? ¿Lo harías tú, papá? ¿Lo harías tu, mamá? Yo creo que no. Ustedes no son mejores que Dios. Tampoco lo
hará Dios, el mejor posible de todos los padres y todas las madres.
Ustedes, matrimonios, llamados a ser padres, no traerán otros seres humanos a la vida para que un día paren en el infierno espantoso. No, esa no es su fatalidad, ustedes traen hombres y mujeres a la existencia para que un día resuciten y entren en la vida del mundo futuro. Ustedes no pueden hacerlo, es Dios quien lo puede hacer y lo hará porque es padre nuestro. ¡Qué horror sería engendrar hijos para la condenación eterna! Pero, ¡qué felicidad tan grande engendrar hijos para la gloria eterna!
Nosotros no podemos dirigir la vida de los hijos, no somos padres todopoderosos. Sí lo es, en cambio, el Padre que está en el cielo. Miren sus hijos y digan: un día los veremos en la eterna gloria de Dios Padre, sin que pueda ser de otra forma. En esa luz de eternidad vivan la gracia de ser padres de familia.

viernes, 7 de octubre de 2011

ESTA VIDA

Esta vida, sí, esta vida humana, la que en esta tierra, comienza un día y termina otro. Esta vida ha recibido muchos calificativos. Se la ha llamado “perra”, esta perra vida; se la ha llamado “triste, esta triste vida; se la ha llamado “loca”, esta vida loca. Se nos ha dicho que hay que vivirla, “vivir la vida”; se nos ha dicho que es algo “perdido”, algo que se ha empleado tan mal que es como si no se hubiese vivido. Y cualquiera que desee saber qué se quiere decir con esas frases, verá que se quiere decir que vivir la vida es entrar en la ronda de todos los vicios, que quien no lo ha probado todo, todo lo vicioso, no ha vivida lo vida.
También esta vida es engañosa, te promete y luego te falla. Te casas con la mujer más bella y piensas que serás muy feliz; después los celos y los hechos reales, te llevan a la angustia, al odio, a la separación, a la tristeza. No necesito decir nada más, ustedes saben cómo es esta perra, triste y loca vida. Pues bien, esta misma vida puede hacerse increíblemente feliz. ¿Deseas saber cómo?
Sobre cómo hacer la vida feliz hay muchas teorías, infinidad de consejos, innumerables recetas. La verdad es una sola: en esta tierra no existe cosa alguna que pueda hacer feliz la vida. No, amigo mío, no. Nada puede hacer feliz tu vida. Y tampoco hace falta que exista ¿Sabes por qué?
La vida por sí misma, ella sola, sin absolutamente nada más que ella misma, es totalmente feliz. Si le pones condimentos, la echas a perder. Los placeres no te harán feliz, los sufrimientos tampoco; la salud no te hará feliz, ni menos la enfermedad. San Juan de la Cruz lo dijo así. “Y cuando lo vengas todo a tener/ has de tenerlo sin nada querer” (Subida del Monte Carmelo, libro 1, capítulo 13, 12).
Puedes hacer lo que quieras, pero comprobarás que cuando comienzas a querer algo, en ese mismo tiempo comienzas a sufrir. ¿Cómo puede ser? Es imposible vivir sin querer algo. Pues, sí, así parece, pero esta loca, triste y perra vida solamente es feliz por ella misma y solo por ella misma.
Creo que por esta causa hay tan poca gente feliz en el mundo. Tener no te hace feliz, simplemente vivir, solo vivir, sin querer nada, te hace feliz. Simple como una rosa