martes, 30 de octubre de 2012

TESTIMONIO





Existen personas de exquisita sensibilidad religiosa, de intuición poderosa, sometidas a enseñanzas populares, a lenguajes inexactos, que sufren debido a que en su interior no pueden creer lo que se les enseña como si fueran verdades de la fe católica. Entre esas cosas absurdas, heredadas desde hace mucho tiempo del paganismo, está la creencia en el diablo, demonios o Satanás, entre otros nombres famosos en territorios de santería. La idea de atribuir a alguien funesto las diversas reacciones de nuestro psiquismo, pudo ser admisible en tiempos pasados, hoy las ciencias que estudian el comportamiento humano tienen explicaciones válidas para esos fenómenos que se suelen invocar como prueba de la existencia de entidades malignas destinadas a seducir al ser humano.
En este sentido les quiero ofrecer un testimonio de un familiar mío, una persona de muy honda religiosidad, una extraordinaria mujer. Ella me escribió un mensaje y, entre otras cosas, me decía:
“Tu publicación me gustó mucho, ya sé que el diablo no existe y eso me hace
muy feliz, de hecho, desde que lo supe, fue que ame a Dios, sin reservas y es
de lo mejor que me ha pasado en los últimos años, es rico amar a Dios sin
miedo y sin sentimientos de culpa, que digo rico, es Riquisimooooo”.

Amar a Dios sin reservas, esa es la cuestión. Si sabemos que alguien ha lanzado sobre nosotros seres infernales, es imposible que le amemos sin reservas. Yo quiero decir más, es imposible amarle. No existe manera de amar a quien hace tal cosa, o la permite. ¿Cómo podría llamar padre a quien me acosa con la actividad de seres perversos, pertenecientes a otro mundo? Yo no puedo ya hacerlo. Y crean, amigos, que no hay nada tan feliz como pensar en un Dios sin demonios, ni infiernos, ni cosa parecida. Un solo Dios Padre Creador.

viernes, 26 de octubre de 2012

Cumplir setenta y ocho años




Cumplir setenta y ocho años

Cuando era joven soñaba con llegar al siglo 21, simplemente al año dos mil. Tenía una preocupación muy extraña, quería saber qué clase de anciano iba yo a ser, ya que los modelos que tenía presente no eran de mi gusto. Tenía un abuelo santo, con una especial claridad para percibir lo malo y quejarse de todo. Mi padre no fue una persona feliz, apacible, debió sufrir demasiado en sus primeros años. Mi madre era dulce y tierna; tuve con ella una excelente relación, nos queríamos mucho, pero lloraba muchas veces, sufría. Yo no quería ser un viejo así, llorón y amargado.
   Cuando me hice religioso Carmelita Descalzo, observaba a los ancianos, buscando a quien imitar. Conocí religiosos ancianos muy simpáticos, como si la ancianidad no les pesara. Después, a lo largo de aquellos años de madurez, me encontré con excelentes sacerdotes que, ya muy ancianos, conservaban su prestancia y su saber con muchísima elegancia. Fue en el obispado de Matanzas, en una reunión exclusiva para sacerdotes, donde encontré un sacerdote, pasado ya de los ochenta años, que poseía una actitud frente a los asuntos importantes de la vida totalmente joven, abierta, y él, en particular, me parecía haber escapado del tiempo y vivir en el horizonte luminoso de la verdad eterna.
     Lo escogí como mi modelo de anciano. Supongo que entre el modelo y yo existe gran distancia. No obstante, me recuerdo a mi mismo el hecho elemental de que yo nací el 26 de octubre de 1934, pero estoy viviendo ahora, en el 2012, setentaiocho años después. Sería torpe que esos años transcurridos no me hubiesen servido para vivir hoy, con los pensamientos de hoy, con la gente de hoy. Me han guiado dos luces, que la verdad nos hace libres, que la verdad es el otro y sólo amándolo se alcanza la libertad.
     Hoy la alegría de conocer y amar llena mi vida de juventud, de felicidad.
También se puede ser feliz al final de la vida terrena. Somos amor y el amor es eterno. Cerca ya de la eternidad, el gozo de la vida futura se desborda hacia este hoy terreno y lo llena de paz, alegría y amor.

martes, 23 de octubre de 2012

La verdad fundamental de la fe.




Días atrás una señora, angustiada y terriblemente ansiosa, me decía: “Padre, el diablo no me está dejando dormir”. Me explicó que la noche pasada había sonado el teléfono a las doce y media y la había despertado, pero no había nadie en la línea y con la convicción más profunda que pueda suponerse, me dijo: “Era el diablo. Pero eso no fue todo, a las tres de la mañana volvió a sonar el teléfono y me despertó. No había nadie en la línea, era el diablo”
He visto a muchas personas sufriendo por causa del diablo, incluso entre personas de cierta cultura. He oído hablar del diablo tanto que me he puesto a pensar sobre el asunto. Yo creo en solo Dios Padre todopoderoso creador… Este Dios es el sumo Bien, Amor infinito, y por lo tanto, el mejor de los padres. El resultado  de mis pesquisas fue que la existencia del diablo no es una verdad de fe en la iglesia católica. Su existencia no ha sido nunca definida como verdad de fe en ningún documento de la Iglesia Católica.
Yo creo que Dios es el Sumo Bien, eterno Amor, el mejor de los padres. Esto creo. ¿Podrá el Sumo Bien, el Amor eterno, el mejor de los padres, lanzar sobre sus hijos seres perversos que los arrastren al mal? Si estas tres palabras, bien, amor y padre, significan algo, y para mí significan mucho, no es posible atribuirle a Dios tal monstruosidad. El día que lo comprendí y saqué de mi mente tal monstruo, conocí a Dios, mi padre, mi amor, y desde aquel dichoso día ando por el mundo sin ese miedo, sin ese engaño. Mi alma exultó de gozo. Dios no es ese monstruo, creador de diablos, no existe tal cosa. Ese día me creció dentro la paz de Dios, la alegría de Dios, el amor de dios, y comencé a creer hondamente en un solo Dios Padre.
Quien cree en el diablo no cree en el Dios que existe y su infundada fe sólo le sirve para tormento y miedo. Esta fe no puede hacer feliz a nadie. Yo lo sé por experiencia propia y ajena. Sea feliz, deje de creer en la existencia de diablos, demonios, y cualquier otra cosa de ese género. Crea en el único Dios  Sumo Bien, Eterno Amor, su padre, Y sea feliz.

viernes, 12 de octubre de 2012




Con quien sabemos nos ama.
 
Santa Teresa nos enseñó que no era otra cosa la oración que hablar amistosamente con quien sabemos nos ama. No sé si yo podré creer tan firmemente que Dios me ama. Si repaso la historia quizá pueda encontrar algunas razones poderosas para creerlo.
Mi existencia se debe en último término a su acción creadora, yo soy creación suya, hijo según nuestro Credo. Estoy aquí porque él quiere que yo esté aquí, un viviente sobre la tierra. Puedo creer que si me dio la existencia ha sido por amor, no por otra cosa alguna.
Creo también en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro. Si resucitaré y seré llevado al gozo eterno de su presencia cara a cara, debe ser porque él me ama. Quiso para mí el bien de existir en el tiempo y el espacio, no para dejarme en la tiniebla del no ser después de la muerte, sino para resucitarme y llevarme a vivir con él. Quizá eso haya sido por amor que me tiene.
Sentarme a hablar con él de ese amor suyo puede ser tan feliz que nadie pueda imaginarlo nunca si no tiene la experiencia misma de hacerlo. Esta es la fe que se hace oración, que se hace finísima y delicadísima felicidad.

martes, 2 de octubre de 2012

Vuelvo


Lo que importa es que vuelvo

Por diversas razones, principalmente la de no contar con el servicio de internet, he estado lejos de mi blog Felicidad. No importa, lo que importa es que vuelvo, como decía aquella área de los Gavilanes, según recuerdo. En estos meses he podido comprobar que uno solo se basta para ser feliz. Es una dicha indecible descubrir que la fuente de nuestra felicidad es el propio ser que uno es.
La única forma de estar lejos, de sentirse lejos, es alejarse de sí mismo. Yo he vivido cerca de mí, me visito diariamente, y descubro maravillado que todas las personas que quiero han estado con migo.
Durante este tiempo, desde la primera presentación hasta hoy, no solo escribí conceptos sobre felicidad, también he realizado comprobaciones, experiencias, y puedo decir, aún con más convicción, que la felicidad es una decisión. La salud, no lo discute nadie, puede ser feliz; la enfermedad, muchísimos lo dudarán, también puede vivirse con felicidad. La muerte, bueno todavía yo no he muerto, quizá  sea lo más feliz que nos va a acontecer. Yo quiero vivir felizmente mi muerte. Salir del tiempo y del espacio y entrar en lo terno e infinito, debe ser extraordinariamente feliz.
Le invito a que tome la decisión de ser feliz, sea cual sea la circunstancia en que se encuentre.