Existen personas de exquisita sensibilidad
religiosa, de intuición poderosa, sometidas a enseñanzas populares, a lenguajes
inexactos, que sufren debido a que en su interior no pueden creer lo que se les
enseña como si fueran verdades de la fe católica. Entre esas cosas absurdas,
heredadas desde hace mucho tiempo del paganismo, está la creencia en el diablo,
demonios o Satanás, entre otros nombres famosos en territorios de santería. La
idea de atribuir a alguien funesto las diversas reacciones de nuestro
psiquismo, pudo ser admisible en tiempos pasados, hoy las ciencias que estudian
el comportamiento humano tienen explicaciones válidas para esos fenómenos que
se suelen invocar como prueba de la existencia de entidades malignas destinadas
a seducir al ser humano.
En este sentido les quiero ofrecer un testimonio
de un familiar mío, una persona de muy honda religiosidad, una extraordinaria
mujer. Ella me escribió un mensaje y, entre otras cosas, me decía:
“Tu publicación me gustó mucho, ya sé que
el diablo no existe y eso me hace
muy feliz, de hecho, desde que lo supe, fue que ame a Dios, sin reservas y es
de lo mejor que me ha pasado en los últimos años, es rico amar a Dios sin
miedo y sin sentimientos de culpa, que digo rico, es Riquisimooooo”.
muy feliz, de hecho, desde que lo supe, fue que ame a Dios, sin reservas y es
de lo mejor que me ha pasado en los últimos años, es rico amar a Dios sin
miedo y sin sentimientos de culpa, que digo rico, es Riquisimooooo”.
Amar
a Dios sin reservas, esa es la cuestión. Si sabemos que alguien ha lanzado
sobre nosotros seres infernales, es imposible que le amemos sin reservas. Yo
quiero decir más, es imposible amarle. No existe manera de amar a quien hace
tal cosa, o la permite. ¿Cómo podría llamar padre a quien me acosa con la
actividad de seres perversos, pertenecientes a otro mundo? Yo no puedo ya
hacerlo. Y crean, amigos, que no hay nada tan feliz como pensar en un Dios sin
demonios, ni infiernos, ni cosa parecida. Un solo Dios Padre Creador.