domingo, 29 de abril de 2012

Pedro Romero




Andando estos días por la Feria del Libro encontré un libro titulado La Felicidad. Una conquista personal. Su autor es Pedro Romero.  Lo adquirí porque ese es mi tema preferido. Vendría bien para enriquecer mi Blog Felicidad.
Pronto hallé su Declaración.

“Considero totalmente legítimo aspirar a la felicidad en esta vida, siendo inteligentemente realistas, no torpemente ilusos, uniendo el esfuerzo a una vida éticamente sana, no permitiendo que nadie ni nada te quite la sonrisa y la paz, siendo solidarios con la felicidad de los demás, tratando de ser libre, aspirando a la plenitud más alta de las estrellas”.
Me sentí feliz de hallar una persona que cree que es posible en esta vida conquistar la felicidad. Mis congratulaciones. Obviamente esta felicidad está condicionada, solo dentro de un cierto cuadro de comportamientos se logra.
Por mi parte deseo hacer una observación especial. La felicidad no es algo que esté fuera de nosotros y tengamos que conquistar. La felicidad es el modo natural de nuestro ser. La situación es la siguiente: cuando estoy consciente del ser que soy, entonces soy feliz, porque el ser que yo soy es felicidad.
Pero no siempre estoy consciente del ser que soy, sino de los egos que me fabrico, sustitutos ilegítimos de mi ser real. Las condiciones aludidas por Pedro Romero no se refieren precisamente al constitutivo de la felicidad, sino a las condiciones en que el propio ser se manifiesta.
Es bueno recordar que la conciencia no recoge por sí misma los contenidos profundos del ser que somos. Puede, no obstante, captar su presencia mediante las actividades que lo expresan. Las señaladas por Pedro Romero son de las más importantes, aunque no sea una cuenta exhaustiva.
La conclusión es esta: nuestro ser es felicidad. Yo soy felicidad, tú eres felicidad, todos somos felicidad. Y cuando no nos sentimos felices es que no estamos sintiéndonos a nosotros mismos. Así, todo lo que necesitamos para ser felices lo tenemos de nuestra piel hacia dentro.


lunes, 23 de abril de 2012

La vida como un todo


La vida, fragmentos o un todo.

Para muchas personas su vida es un conjunto de fragmentos desagradables que forman algo así como un rosario de hechos dolorosos. Para otras personas, la vida es un conjunto de hechos felices, como un rosario de acontecimientos gloriosos. Existen también personas que hacen su rosario de cuentas  diversas, unas dolorosas, gloriosas otras, y así sus vidas son como conjuntos polivalentes. 
Si se decide ver la vida como un todo, entonces   es necesario  considerar toda  su realización, parte en la fase terrestre y parte en la fase celeste. La vida de la persona no se acaba con la muerte corporal, sino que perdura más allá de la muerte misma del  cuerpo.
Una tradición menos fundada enseña que la segunda fase, después de la muerte corporal, la vida puede terminar en la gloria eterna de Dios o en las llamas eternas del infierno. Entonces la vida en la tierra es un juego, salvación o condenación. Y nos la jugamos en cada instante de nuestra existencia terrena. Y su final depende de nosotros, de nuestras obras. En última instancia depende de nuestras obras, de nuestros méritos.
Una incertidumbre total nos abruma ante la posibilidad de morir en pecado grave, algo que nos exige vivir llenos de temor y temblor. La cosa más importante que tenemos delante es, pues, salvar el alma. A esta idea se junta otra no menos tremenda: la existencia de espíritus malignos, demonios, diablos, que, llenos de envidia y odio, intentan de mil maneras arrastrarnos al mal, lograr nuestra condenación.                                                                                                                                                                                               
Podemos mirar las cosas de otro modo, más conforme con la revelación. Nuestra salvación es un don gratuito de Dios. El mismo Dios que nos creó sin nosotros es quien nos salva sin nosotros, por su infinito amor. Esta mitad de la vida, después de la muerte corporal, se desarrolla en una realidad infinitamente feliz. Sin excepción alguna, todos vamos a participar en ella.
La consecuencia es esta: si todos vamos a ser salvados, si nadie se va a condenar, todos podemos marchar por esta vida llenos de alegría, de paz y de amor Mañana será necesariamente un día feliz, ahora vamos hacia allá, cantando y bailando, con la boca llena de risas. Ahora podemos proclamar la gloria de Dios. El Dios que nos crea con tanto amor, al final nos ama aún más y nos salva por su misericordia. Somos herederos de la vida eterna, alegrémonos, pues, mientras vamos de camino.
La vida nuestra es un todo, no un conjunto de  fragmentos, un todo final eternamente feliz. Por eso podemos revestir nuestra existencia con la luz inmortal, esa misma que deseamos profundamente. No le quepa duda, usted puede ser feliz más allá de lo nunca imaginado.
                             

viernes, 6 de abril de 2012

jueves, 5 de abril de 2012

Cristo Crucificado


Cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí.

 Ya te veo levantado en la cruz, Cristo mío. Perdóname, pero no veo cómo podrás atraerme, cuando te veo así, tan rígido, tan doloroso, tan muerto. ¿Cómo podrás atraerme?

 - Solo piensa que trato de mostrarte un amor más fuerte que la muerte. No pienses que estoy aquí crucificado por algún pecado tuyo, no lo pienses. Aquí estoy únicamente por mi amor a ti, porque no hay amor más grande que dar la vida.

 Pero no tenías que hacer eso para mostrarme tu amor, yo nunca te pediría tanto, ahora me das miedo, no sé cómo mirarte y verme atraído por ti. Verte crucificado es muy fuerte para mí.


- Mirándome así, a pesar de todo, puedes ver la verdad. Yo vine para llevarte a la gloria y mira si te amaba, que cuando ellos no lo entendieron y me crucificaron, yo bajé a lo más hondo de tu miseria, la muerte. Tuvo que ser así, también en la muerte, en la más absoluta ignominia, para que comprendas que mi amor llega tan lejos, tan hondo, tan inmenso, que ni la muerte puede ser barrera entre tú y yo.

 Pero no sé, Cristo de amor, cómo me puedes atraer a ti con ese incomprensible gesto, si yo no sé amar, si no daría la vida por nadie: a mí, que sólo busco mi bienestar, mi comodidad, que tengo tanto miedo al dolor, ¿cómo podrás atraerme estando tú tan alto y yo tan bajo?

 - Sí, estoy alto, elevado en este estandarte, para decirte: no temas, hoy estarás conmigo en el paraíso.

Ante el Cristo crucificado

- Cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí. Ya te veo levantado en la cruz, Cristo mío. Perdóname, pero no veo cómo podrás atraerme, cuando te veo así, tan rígido, tan doloroso, tan muerto. ¿Cómo podrás atraerme? - Solo piensa que trato de mostrarte un amor más fuerte que la muerte. No pienses que estoy aquí crucificado por algún pecado tuyo, no lo pienses. Aquí estoy únicamente por mi amor a ti, porque no hay amor más grande que dar la vida. Piensa que yo he dado la vida por ti. No mires mi ,muerte, Mira mi amor. Pero no tenías que hacer eso para mostrarme tu amor, yo nunca te pediría tanto, ahora me das miedo, no sé cómo mirarte y verme atraído por ti. Verte crucificado es muy fuerte para mí. Me haces sentir culpable. - Mirándome así, a pesar de todo, puedes ver la verdad. Yo vine para llevarte a la gloria y mira si te amaba, que cuando ellos no lo entendieron y me crucificaron, yo bajé a lo más hondo de tu miseria, la muerte. Tuvo que ser así, también en la muerte, en la más absoluta ignominia, para que comprendas que mi amor llega tan lejos, tan hondo, tan inmenso, que ni la muerte puede ser barrera entre tú y yo. Pero no sé, Cristo de amor, cómo me puedes atraer a mí con ese incomprensible gesto, si yo no sé amar, si no daría la vida por nadie: a mí, que sólo busco mi bienestar, mi comodidad, que tengo tanto miedo al dolor, ¿cómo podrás atraerme estando tú tan alto y yo tan bajo? - Sí, estoy alto, elevado en este estandarte, para decirte: no temas, hoy estarás conmigo en el paraíso.