lunes, 30 de julio de 2012

OLIMPIADA




San Pablo comparó la vida cristiana con una cerrera en el estadio.
El lema olímpico es: más rápido, más alto, más fuerte. Debemos emprender el camino de la felicidad con este espíritu olímpico. El corredor en el estadio sabe dos cosas importantes, donde está la meta y cuánto debe esforzarse para llegar a ella. La meta de la felicidad está lejos, hay que moverse rápido, y está bien alta, hay que subir mucho. Lejos y alta, exige un gran esfuerzo para alcanzarla, hay que ser más fuerte.
Llegar a ser feliz las 24 horas del día, de cada semana, de cada mes, de cada año, es una realidad difícil, pero alcanzable. Como el atleta, debemos someternos a entrenamientos rigurosos, a ejercicios exigentes.
Hay que entrenar la mente, hay que crear un cuadro válido de uno mismo: mi esencia es el amor, y el amor es eterno. Yo soy amor y llevo dentro la eternidad. Hay que creerlo fuertemente. Hay que tener esta convicción bien en alto. Cuando lo crea hondamente, se convertirá esta creencia en fuente de alegría, en surtidor de gozo. Así la alegría se convierte en otra meta, en otra competición. Los invito a que no desmayen, no van a colgar de su fecho una medalla dorada, sino su felicidad. Bien merece todo el esfuerzo. Sí, más rápido, más alto y más fuerte. Hsta darle alcance.

lunes, 16 de julio de 2012

Otra vez, La inteligencia.





Usar bien la inteligencia es la clave de la felicidad. La inteligencia se usa bien cuando se dirige a buscar lo verdadero, lo bueno y lo bello, que constituyen el Bien absoluto que busca el ser humano como su supremo destino. 


Dentro de ciertos ambientes cristianos se han introducido ciertos lenguajes que pueden provocar graves incomprensiones. Si piensas correctamente es que estás inspirado por el Espíritu Santo, de lo contrario, pensarìas mal.
Tenemos así dos posiciones:
Bajo el influjo del Espíritu Santo, pienso  bien
Sin el influjo del Espíritu Santo,  pienso mal.

Por lo tanto el pensar bien no es efecto de la propia inteligencia, sino del influjo del Espíritu; por el contrario, el pensar mal es por falta del influjo del Espíritu Santo.  Si esto es así, pensar bien no es efecto meritorio del sujeto humano, ni el pensar mal es efecto culpable del mismo.
Si yo admito que mi propia inteligencia, por sí misma, por su propia fuerza natural, es incapaz de pensar bien, tengo que pensar que mi inteligencia trae un muy grave defecto de fábrica. Tal como Dios me creó soy un ser desventurado. Mi creador me dio una inteligencia que sólo sirve para pensar mal. Si pienso esto no puedo ser feliz, soy una calamidad.
Dado el número tan grande de malos pensamientos que rigen las sociedades humanas, se puede deducir que el Espíritu Santo interviene muy poco. Entonces la tentación de ateísmo se hace muy fuerte.
El uso correcto de mi inteligencia con sus fuerzas naturales, tal como Dios la ha creado, si la uso bien, me llevará a conocer la verdad, el bien y la belleza. Soy responsable de mi vida. Esta inteligencia natural, como la creo Dios, es una gracia luminosa. Puedo ser feliz.