jueves, 26 de septiembre de 2013

LO PRIMERO






Usted ha encontrado hoy este blog y ha sentido cierta curiosidad. Se promete, como si fuera tan fácil, ayudarse a  ser feliz. Usted me pregunta ¿qué es lo primero que debo hacer?  - Aceptar la “primera verdad sagrada”: las cosas son como son. En el mismo instante en que usted crea que las cosas pueden ser de otra manera distinta de cómo son y comienza a querer que sean como usted  quiere y no como son, su felicidad comienza a hundirse en un abismo muy profundo. Ejemplos: existe la salud y la enfermedad; la vida y la muerte; los acontecimientos agradables y los desagradables.
Si usted se empeña en que no sea así, en que sólo exista salud, y vida, y cosas agradables, en algún momento las encontrará y será feliz, pero después las perderá y con ellas su felicidad. ¿Quiere esto decir que se debe ser feliz en las buenas y en las malas? Exactamente. ¿Y cómo vamos a ser felices en las malas? Aceptando que forman parte de la realidad. Y ¿cree usted que se puede ser feliz con solo aceptar lo negativo de la vida?
Muchas personas, cuando les sucede algo malo, se preguntan ¿Por qué a mí? Y esa pregunta lleva a otra. Y ¿por qué no a usted? Porque no existe ninguna razón para que no le suceda a usted. Cualquier cosa mala le puede suceder a cualquiera. También a usted, lo mismo que a mí. Una tarde sufrí el esguince de un tobillo, a las cinco llegué a mi iglesia con el pie y la pierna enyesados, a las seis comencé la Santa Misa sentado en una silla de ruedas, incómodo y dolorido. La compasión de los fieles, su simpatía, fue algo tan fino y amable que todo el dolor quedó olvidado. Puedo decir con honestidad que aquellos dos meses, hasta la normalidad total, fueron muy felices. No por el esguince, está claro, sino por la ternura con que aquellos fieles, amigos míos, me arroparon.
Aprendí que no debía generalizar. Mi tobillo estaba mal, pero yo no, el resto de mi cuerpo estaba sano. Podía gozar la salud del resto de mi cuerpo. Mi mente estaba normal, mi corazón seguía latiendo, no había ninguna razón para llorar.  ¿No es verdad que hubiese sido mejor para todo el mundo que no se hubiese dado el hecho del esguince? No, de ninguna manera. Lo mejor fue el accidente. Fue la forma en que pude conocer mis potenciales y la solidaridad que existía a mi alrededor.
Si realmente desea iniciar un camino que le lleve a la vivencia de la felicidad, necesita aceptar de todo corazón la primera verdad sagrada, tan elemental, tan simple: las cosas son como son. Y tales como son, aunque ahora no lo entienda, son fuente de felicidad.





miércoles, 18 de septiembre de 2013

En un solo ser



Santa Teresa de Jesús dejó escrito en varios lugares de sus obras que es imposible permanecer en un solo ser, al menos en esta vida. No es posible estar siempre contento, ni triste, ni deprimido, sino que se dan necesariamente cambios de estados de ánimo. Efectivamente, todos somos testigos de esos cambios.
No obstante, ella reconoció que existía un fondo, allá muy adentro del alma, en el que habitaba una felicidad que nunca se alteraba por más que en la exterioridad hubiese grandes quebrantos. Estar triste y estar feliz fueron para ella experiencias simultáneas. Allí, en aquella dimensión del ser del alma en la que está Dios, nunca hay tristeza, ni sufrimiento, allí siempre hay felicidad, paz, alegría, amor, porque allí está Dios.
Sucede que ese lugar interior donde está Dios con su ser divino, eterna e infinita felicidad, no es consciente para nosotros de modo espontáneo. Habrá que cultivar mucho, mucho, la oración interior, el amor a Dios, para que esa dimensión de nuestro ser interior se nos revele y de alguna manera lleguen a nuestra conciencia destellos de su gloria.  En la muerte el alma se adentra en este ser suyo donde vive con Dios y se le revela aquella dimensión sagrada que nunca fue afectada por nada negativo, siempre fue un lugar de gracia, de luz, de amor, de gloria, porque siempre fue una morada de Dios.
Habrá que reconocer que este lenguaje no es habitual ni entre personas más piadosas, por el contrario se han instalado lenguajes infundados. Se supone que nosotros estamos aquí, en la tierra, y Dios está allá, en el cielo. Cuando alguien muere, su alma sale del cuerpo y comparece ante Dios, como ante un juez que la juzga. Así Dios no es una furente de felicidad, sino de miedo, así en lugar de buscarlo, simplemente le huyes.
El problema no es tanto que te apartas de Dios, sino de ti mismo. Lo más íntimo de ti no eres tú, es Dios. Lo más feliz de ti no eres tú, es Dios en ti. Ahí, donde tú y Dios están, hay solamente, sin contaminación de ninguna clase, paz, alegría, amor, felicidad perfecta. Pero en ese centro no estamos enteros, mucha parte de nosotros está fuera, incapaz de percibir ni gozar de esa presencia de gloria. Esta es nuestra condición actual, pero nada impide que comencemos a cavar un túnel que nos lleve al lugar sagrado en el que nosotros y Dios estamos juntos gozando su gloria..



sábado, 14 de septiembre de 2013

Los que tienen el don.



Los que tienen el don.

En la humanidad, en todas partes y en todos los tiempos, han existido personas que han elegido una forma de vida diferente de la que vive la mayoría. Me refiero a los monjes y a las monjas, o personas similares, que han existido en la humanidad, dentro de las más diversas culturas. Si todas las cosas que se han dicho de ellas fueran verdad, habría que tenerlas por extraños extraterrestres, pertenecientes a un mundo distinto del nuestro.
¿Puede ser feliz una persona que renuncia a su libertad personal, a la posesión de riquezas y al disfrute de su sexualidad? ¿Puede ser feliz una persona sometida a obediencia, pobreza y celibato? En algún momento los revolucionarios franceses creyeron que no era posible y comenzaron a matar curas y monjas en nombre de la razón. Pero todavía hoy existen franceses y francesas que eligen ser obedientes, pobres y célibes.
Dentro de la iglesia católica, desde muy pronto, se comenzó a practicar este estilo de vida, basado en la idea de consagrarse a Dios como al único amor. Pero se entiende que es una vocación muy singular, de puras minorías. Quien tiene ese don y vive para solo Dios y de solo Dios, puede alcanzar un estado de paz, armonía y amor, tal que se le convierte en una experiencia suprema de felicidad.
Quienes siguen un camino místico entran en una relación viva con Dios, sumo bien, que les llena de una indecible felicidad, primicia de la gloria celestial. Nada los turba, nada los espanta. Quienes se quedan lejos de ese mundo maravilloso, solos en la fe, liberan su corazón de todo afán terreno, gozan una muy fina libertad interior, una sosegada existencia generosa. Y son extrañamente felices.
La verdad es que la felicidad es una propiedad esencial de nuestro ser espiritual y cuando lo liberamos de todo lo que no es él, llega a la conciencia, sin bloqueos, la felicidad que somos. La posesión de las cosas no hace feliz. Cierto, somos seres necesitados, pero allí donde están nuestras necesidades, no está la sede de nuestra felicidad. La felicidad es la forma de ser de nuestro espíritu inmortal y quienes cultivan su espíritu comprueban que allí, donde está la felicidad, está Dios, infinita y eterna felicidad. Así, lo crea usted o no, consagrarse a Dios es consagrarse a la felicidad. Lo pueden hacer solo aquellos que tienen el don.

 

jueves, 5 de septiembre de 2013

FELICIDAD



He venido últimamente reflexionando sobre aspectos más íntimos de la felicidad. Hay que reconocer que objetivamente existen muchas formas de felicidad, aunque la esencia de la misma sea un fenómeno de la más honda intimidad. Quizá ello tenga que ver incluso con las diferencias temperamentales.
Muchas personas son felices en medio de la fiesta, con los cantos, música, bailes, y todo lo que se le puede agregar. Otras prefieren momentos tranquilos, de intimidad con otras pocas personas, o en la soledad. Existen quienes son felices en el desarrollo de actividades, ya sean culturales, ya sean laborales. Para algunas otras personas es muy feliz entregarse a la investigación científica.  Otros gozan una intensa felicidad en la vida de pareja, de familia, o en el ámbito de servicio social.
Existe, además, otra felicidad, maravillosa, muy realizadora, la felicidad religiosa. La religión abarca el pensamiento, el sentimiento y la acción del ser humano. Cuando contemplamos la creación, su grandeza, su belleza, como la de un cielo cuajado de estrellas, y pensamos que todo ello es obra amorosa del Ser Supremo, de Dios, sentimos una intensa felicidad, nacida de esta contemplación. Cuando pienso en el Dios que crea y que juntamente salva, un hondo sentimiento de paz y confianza llena tanto mi mente como mi corazón. No hay una felicidad mayor que la de sentir esclarecido el sentido de la vida cuando se vive la fe  religiosa.
A Dios se le llama Espíritu Consolador, porque viene a nuestra debilidad y nos acoge en su infinita fortaleza, nos consuela con su presencia viva, nos acaricia como una madre a su bebé. Cierto, esta imagen verdadera de Dios ha sido manipulada por quienes nos querían manipular y convertida en una sombra de miedo mortal, nos ocultó el rostro del Padre infinitamente tierno, origen de todo consuelo.

La felicidad nacida del poder llamar Padre al creador de este mundo en que vivimos es extrañamente feliz. Es sumamente consolador decir: Padre nuestro, que estas en el cielo…