lunes, 30 de junio de 2008

Obstáculos

Camino de la felicidad se encuentran grandes obstáculos, cosa sabida ya desde muy antiguo. Hace mucho tiempo, un hombre iluminado, Sidddhartha Gotama, el Buda, lo reconoció: “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la vejez es dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la unión con lo que se quiere es dolor, la separación de lo que se quiere es dolor, el no obtener lo que se desea es dolor; en resumen, los cinco modos de apego son dolor (es decir, el apego al cuerpo, a las sensaciones, a las representaciones, a las formaciones, a la conciencia)”. El habló de cinco modos de apego.
Muchos siglos después San Juan de la Cruz escribió lo siguiente: “Y para que más clara y abundantemente se entienda lo dicho, será bueno poner aquí y decir cómo estos apetitos causan en el alma dos daños principales: el uno es que la privan del espíritu de Dios, y el otro es que al alma en que viven la cansan, atormentan, oscurecen, ensucian y enflaquecen y la llagan”. Subida I, 6, 1. El habló de apetitos.
Y así, llagados, enflaquecidos, sucios, oscurecidos, atormentados y cansados, vamos por la vida llenos de quejas y disgustos, adoloridos y privados del espíritu de Dios. No lo digo yo, ustedes lo saben, se encuentra muy poca gente feliz en la tierra. La mayoría de las personas sienten que no se puede ser feliz las 24 horas del día; quizá algún momento de felicidad lo han experimentado todos. La causa, según una opinión universalmente extendida, la tiene el ordenamiento mismo de la realidad: personas que nos hacen cosas desagradables y acontecimientos dolorosos que no podemos evadir. Somos inevitablemente víctimas de este mundo en que vivimos. Y no tiene remedio. No vale darle vueltas. La humanidad habla de condiciones objetivas. El mundo es así.
Ellos, Buda y san Juan de la Cruz, hablaron de realidades subjetivas. Para ellos la causa del sufrimiento no está fuera del sujeto, frente a la persona, sino al contrario, es la persona la que se sitúa frente a la realidad de modo inadecuado. La causa del sufrimiento no es la realidad, sino esa inadecuada posición que los individuos adoptan frente a ella. Entonces, no somos víctimas del mundo, sino de nuestra ignorancia, de nuestro no saber situarnos correctamente ante las cosas y personas.
Buda llamó “apegos” a esa posición incorrecta frente a la realidad, término que significará finalmente “deseos”. La causa del dolor es el deseo. Pero, ¿cómo vivir sin deseos?, le podemos preguntar a Buda. San Juan de la Cruz habló de “apetitos”, que equivalen a apegos y deseos. Y le podemos hacer la misma pregunta.
Para hallar una respuesta adecuada a la inevitable pregunta de cómo vivir sin deseos, vamos a necesitar un poco de paciencia para analizar el dinamismo psíquico que nos caracteriza como seres humanos.
Admitamos en principio que los seres humanos realizamos dos niveles de conocimiento a los que corresponden otros dos niveles de sentimientos. Identificamos como primer nivel el conocimiento sensible, que se realiza mediante las funciones de sensación, percepción, imaginación y memoria, que nos es común con los animales superiores. Este sistema de conocimiento genera un modo de sentimiento sensible. Ver una cosa bella es agradable sin más. La experiencia nos muestra que sentimos apegos, deseos, apetitos, de esas cosas agradables, y todo lo contrario en las experiencias de cosas desagradables.
Por encima de este nivel sensitivo de conocer y sentir, existe otro nivel de conocimiento y sentimiento que llamamos racional, que nos distingue esencialmente del resto de los animales. La explicación de san Juan de la Cruz consiste en la comprensión de que la realidad percibida por los sentidos es no solo diversa, sino también inferior, respecto de la realidad percibida por la razón; de tal modo que el sufrimiento, el dolor, la infelicidad, se produce, cuando la persona se queda sin rebasar el orden sensible, alejado de la razón. Se debe, se tiene, que vivir sin apegos sensibles, pero no sin sentimientos racionales, que siempre y necesariamente son felices.
Continuará

jueves, 19 de junio de 2008

La felicidad soy yo

Entonces ¿Qué lleva a la felicidad? Si les he dicho qué caminos no llevan a la felicidad, y creo que realmente esos atajos no conducen a ella, ustedes podrían preguntar, ¿cuál es el camino que lleva a la felicidad, si es que existe alguno? No se desanimen con la respuesta, traten de comprender: no existe ningún camino que lleve a la felicidad. No se esfuercen buscando caminos, ni los hay ni los puede haber. La razón en muy sencilla: ustedes son felicidad. Simplemente sean lo que son. Aceptemos que nuestro ser es amor, el amor es feliz, no necesita nada para serlo. Nosotros somos felicidad, pero si no somos nosotros, sino alienaciones, distorsiones, errores, entonces pobres de nosotros, no podemos ser felices.
Somos amor, paz y alegría. Esto somos. Ya, ya, pero no lo sentimos, sino rabia y tristeza, y miedo y dolor, y angustia y frustración. ¿Cómo salimos de eso? ¿Cómo somos nosotros mismos?
Vamos a necesitar fe, también en Dios, pero ahora me refiero a fe en nosotros mismos. Si aceptamos con fe que somos en realidad amor, paz y alegría, debemos creer que estas tres realidades están en nosotros. Las podemos vivir, podemos hacernos conscientes de ser amor, paz y alegría. ¿Cómo, por favor?
¿Es usted amor? ¿No sabe? ¿Saldría usted a la calle con un arma para matar al primero que encuentre? No, por supuesto ¿Por qué no? Examine su interioridad, ahora que está tranquilo leyendo esto. Si ahora viera a alguien necesitando de usted para no morir, ¿lo dejaría morir? No, por supuesto. Y ¿por qué no? Porque usted es amor. ¿Ha aprendido usted a registrar sus buenos sentimientos? ¿Desea usted que las más de diez mil artefactos nucleares almacenados exploten a la vez y acaben con la tierra y la vida? ¿Verdad que no? Mire su corazón, mire su más honda dimensión consciente. Mire bien, vea que usted es amor. Ahora que usted está sereno, mire sus sentimientos. ¿Saldría usted a la calle para empujar a un anciano delante de un vehículo que pasa para que lo aplaste? ¿Verdad que no? No, claro, porque usted es amor. No existe mayor felicidad que la de sentirse una buena persona. En presencia de estos sentimientos nobles usted va a hacer una interiorización importante: mire si le nacen de algo exterior, superficial, de usted mismo, o más bien le nacen del centro más profundo de su ser. No hace falta que sea un especialista en introspección, simplemente obsérvese, compruebe su estado actual. No, usted no es un bestia, es un ser noble. Claro, es posible que algunas veces usted se haya enfurecido y se haya sentido capaz de todo lo malo posible. Si observa atentamente esos sentimientos, los verá extraños a usted, ocasionales, que no lo expresan, porque usted no es una bestia, usted es amor. Bien, pero esos extremos nombrados que todo el mundo rechaza, no valen para probar que somos amor. Así es muy fácil. De todas maneras sabemos que somos pecadores.
No, no, de ninguna manera, tampoco es un pecador. No, usted no es un pecador, usted es una imagen y semejanza de Dios. Su esencia es un ser divino. Todas sus acciones quedan fuera de su ser real, esencial. Ninguna acción afecta su ser. Obviamente, usted puede hacer acciones muy malas, pero nunca podrán borrar el hecho sustancial de que usted es amor. No se ponga nombres negativos, no se refiera siempre a su exterioridad; mucho mejor es referirse a su intimidad divina. Las culturas desarrolladas hasta ahora por la humanidad han insertado los sentimientos de culpa en todos sus procesos. Es necesario salirse de tal cosa. Vuelva a santa Teresa, para ella el alma, su yo verdadero, es como un diamante o un fino cristal. Usted es una maravilla, por más suciedad que le haya caído encima. Se puede bañar y liberarse de toda esa fealdad. Usted es un ser feliz, pero si no lo vive, pues se lo pierde. No haga eso. Sea la feliz persona que es.

martes, 3 de junio de 2008

Otros atajos

Otros atajos.

Muchas personas han relacionado su felicidad con las diversas formas de poder: político, económico, militar, científico, y le han consagrado sus vidas. Una idea unida a estas formas de pensar es la de que ejercer dominio sobre otros es fuente de profunda felicidad. Estas personas han creído saber que la violencia ejercida sobre otros es una necesidad fundamental para sentirse bien y no dudan usarla incluso contra sus propios familiares, esposas, hijos, hermanos. Ciertamente, quien tenga voluntad de poder con dotes naturales especiales puede lograr mucho dominio sobre otros y hacerles sentir su poder, como los tiranos por ejemplo. La arrogancia y el deprecio de los demás puede parecer un sentimiento superior, no recuerden ahora el superhombre, no vale la pena. Bien mirado, ese tipo de conducta no revela ninguna grandeza, apenas el ocultamiento de un hondo y perturbador sentimiento de inferioridad. La felicidad no vive en este universo, sino la rabia, el miedo y la violencia.
Este es un atajo muy peligroso, lleva directo al abuso de los demás, a la soledad más espantosa. Obviamente, se puede tener poder político y ejercerlo en beneficio de los otros, al menos es posible teóricamente. Quizá en la realidad hoy no sea posible ser político y amante de la justicia. Se puede, en principio, tener mucha riqueza y emplearla en beneficio de la comunidad, pero en sí el afán de riqueza deja poco espacio para la felicidad. Este es un atajo muy peligroso, quien viva para ser rico deberá hoy ejercer mucha violencia. En ese continente no habita la felicidad, sino la angustia. Para ocultarla esas personas inventarán toda clase de diversiones caras, pero no se puede engañar al corazón. El honor, propio fundamento de los militares, puede convertirse fácilmente en exigencia de fuerza represiva nada honorable. El peso de las infinitas e injustas guerras llevadas a cabo por ellos es demasiado para ser soportado por una conciencia feliz. El endurecimiento es un resultado inevitable del poder militar, sin que sea necesario decir que todo militar es necesariamente un asesino. Pero en el ejercicio del poder militar rara vez hay motivo para la bondad. El saber, en cuanto poder, puede ser usado para dominar a los demás, y eso no puede ser un camino de felicidad.
Estos atajos son muy peligrosos, nunca han llevado a la felicidad, simplemente porque nunca llevan al encuentro de la intimidad de la persona, casi nunca realizan la bondad que ilumina el amor. No se extrañe de que tan pocas personas sean realmente felices todo el tiempo. Los más siguen atajos que no llevan al encuentro con la felicidad.