miércoles, 16 de diciembre de 2009

NAVIDAD


LA NAVIDAD

Nace un niño. El cielo se llena de canciones de ángeles. Gloria a Dios en lo alto. En la tierra paz para los hombres. Sí, necesitamos paz para que los niños que nacen puedan vivir. Nace el Hijo de Dios hecho hombre. Nace el hombre hecho hijo de Dios. Nada se puede comparar con la maravilla de nacer en esta tierra. Nada puede ser más portentoso. Nacer en la tierra es nacer para el cielo, para la vida eterna, para el gozo de la gloria de Dios.

La paz es condición inexcusable para el nacimiento de los seres humanos. Es el acontecimiento más feliz que ocurre en esta tierra bendita. Bendita a pesar de todas las cosas. Es casi necesario que en este tiempo de guerra, de terrorismos, de violencia, no se quiera tener hijos. Porque ellos nacen para la vida, y no tiene sentido traerlos a un mundo donde les espera la muerte. No es real el que la humanidad haya construido un orden en el que sea factible lograr felicidad. Quienes la busquen deberán emigrar muy lejos de las condiciones creadas.

Los abortistas hablan de derechos de la mujer. No saben lo que hacen. No se trata de derechos, sino de la situación horriblemente inhumana que imposibilita tener hijos. En este mundo doloroso, que ha declarado una guerra implacable a la vida, no puede haber interés en que alguien nazca. Quizá todos los argumentos aducidos solo sean reflejos del odio a la vida que domina estas sociedades. Escuché debatir a un venerable cuerpo legislativo sobre el derecho al aborto durante más de cuatro horas, sin que se dijera ni una sola palabra acerca del ser humano que sería eliminado. No importaba para nada.

En la actualidad, cuando un niño nace en el seno de una familia, dos fuerzas ejercen su poder sobre la conciencia de los padres, una claramente percibida, el gozo de que le ha nacido al mundo un ser humano, y, por otro lado, la incertidumbre oscura y fatal de que nadie puede predecir en qué mundo vivirá. Las profecías legendarias anuncian catástrofes ominosas; pero las previsiones más rigurosamente científicas no son tampoco muy optimistas.

Es sin duda y a pesar de todas las situaciones, muy feliz que nazca un niño. En esta Navidad debemos sentir la alegría del Nacimiento de Jesús, porque él hizo infinitamente valioso el hecho de que alguien naciera en este mundo.

¡FELIZ NAVIDAD!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nosotros no peleamos

Muy probablemente usted ha participado en conversaciones en las que se hablaba de la situación de la familia, tan desintegrada, de los hijo sin padres, de los divorcios, de la violencia familiar, y también es probable que usted haya emitido su juicio. ¿Qué piensa usted del divorcio? Sí, sí, el divorcio. Es un derecho de los conyugues, Nadie está obligado a convivir con quien ya no quiere. No, no, no. Yo no preguntaba eso, lo que yo preguntaba era esto: El divorcio, ¿es una fiesta, un triunfo, una felicidad, o todo lo contario? Pues muchas veces con el divorcio se logra un alivio grande, cesan las peleas, la violencia, etc.
¿Por qué dos personas que se han casado enamoradas, con todo el deseo de estar juntas, llegan a odiarse tanto que ya no pueden convivir? Las respuestas son innumerables y ninguna convincente. La solución más frecuente es alegar que las personas cambian. Es verdad, las personas cambiamos. Poco a poco la pareja se deja de querer, viene la indiferencia y luego la intolerancia. Existen divorcios después de los 20 años de casado. Han pasado 19 años queriéndose. Ya no se quieren. ¿Verdad que es una pena? Pero ya no se quieren. Es un hecho.
Al principio fueron muy felices. ¿De verdad, o sólo aparentemente? Fueron 19 años, sí, pero ¿de amor o de otra cosa? Aquí sería bueno hacer una reflexión serena y sabia. Si cada persona tiene la fuente de su felicidad en sí misma, no ha dependido de la otra para ser feliz, lo ha sido por cuenta propia. A veces, después de muchos años, se descubre ese acontecimiento y se pregunta, ¿qué me ha aportado él, o ella? En orden a su felicidad personal, crea, nada, En el banco de la felicidad la suya está a su cuenta personal, el otro no ha contribuido en nada. Todo lo ha puesto usted. Entonces, ¿para qué quiere usted a su lado una persona que en nada ha contribuido a su felicidad? La conclusión viene sola, para nada. Ahora se añade un poquito de vinagre: pero bien que me ha fastidiado. Tampoco es verdad, pero así está registrado en su conciencia.
¿Por qué, pues, las parejas dejan de quererse? La respuesta, ¿usted quiere la respuesta? En realidad, las personas nunca dejan de quererse, lo que sucede es que nunca se han querido. Protesta: nosotros sabemos que nos queríamos y mucho. No hay que discutir ese asunto, pero quizá se pueda analizar. La atracción física sexual es una realidad y querer a la persona es otra, de muy distinta naturaleza. El deseo de estar con una mujer non es quererla, ni el deseo de estar con un hombre es quererlo. En el reino animal superior el sexo no es una fuerza unitiva, sino todo lo contario.
¿Qué es querer a una persona? Es una buena pregunta. Querer a una persona es darle un valor supremo, experimentar un hondo sentimiento de veneración hacia ella. Pero, ¡ay de nosotros!, no podemos sentir tal afecto por una persona, si previamente no lo sentimos por cada persona de la tierra< y del cielo. Supongamos este diálogo: ¿Por qué me quieres a mi y no a otra? Error, no es así. Te quiero a ti porque las quiero a todas, no vas a ser tú la única excepción. ¿Por qué no estas con otra, entonces? Sencillo, yo te elegí a ti, pero pude elegir a cualquier otra. Como las quiero a todas, lindas y feas, jóvenes y viejas, también te quiero a ti, linda, fea, joven, vieja. La única distinción es que te elegí a ti y contigo las elegí a todas ellas. Tu eres para mí todas las mujeres del mundo. Ella podría decir lo mismo.
Decía un amigo mío, nosotros, mi esposa y yo, llevamos 24 años de casados, nunca peleamos; tenemos dos hijas, de 22 y 19 años, nunca peleamos. Es que nosotros no peleamos con nadie, ni con personas, ni con animales, nosotros no peleamos. Así de simple. Si usted pelea con el vecino, o con el gato, o con la lluvia , entonces usted va a pelear con su pareja, con sus hijos, simplemente porque usted pelea. Sin pelea no hay divorcio. Quienes no pelean, son felices, su matrimonio es feliz y ni la muerte los separa. El divorcio es la conclusión lógica y triste de casarse sin quererse.

martes, 17 de noviembre de 2009

FAMILIA Y SOCIEDAD


La relación entre individuo y sociedad ha sido siempre un tema controvertido. ¿Puede un individuo ser feliz en unas sociedad convulsa? ¿Puede una familia ser feliz en una sociedad dura y cruel? Obviamente, la sociedad influye sobre el individuo y los grupos menores de forma inevitable. Pero la plasticidad del ser humano le permite adaptarse a cualquier situación y lograr un estado de supervivencia positiva. Existe, sin embargo, una condición tan dolorosa para la familia que no puede ser superada por nada. Me refiero a la pobreza extrema, a la indigencia, en que viven hoy millones de familias, destrozadas por el hambre, las enfermedades, y en las que el pan de cada día es la tristeza, la angustia y la desesperación. Me dirijo a familias que no están en estas circunstancias, pues quien puede leer este blog no está en esas circunstancias, al menos eso supongo.
Supongo, nuevamente, que la familia es la escuela primera donde los niños aprenden las más importantes lecciones para la vida posterior. En cierta ocasión, un niño de seis años observa a otro niño, quizá de su misma edad, andrajoso, famélico, y le pregunta a su mamá: ¿Por qué hay niños así, mamá? La respuesta de la mamá fue clara y definitiva: “A ti no te importa, tú eres así”. Pero la pregunta sigue ahí: ¿Por qué hay niños miserables, hambrientos, enfermos, mal vestidos, abandonados? Un día pregunté yo mismo esto a mi madre. Su respuesta me pareció sabia hasta ayer: “Para que haya mundo tiene que haber de todo, pobres, ricos, sanos, enfermos” Hoy no creo que eso tenga nada de verdad. ¿Por qué tiene que haber, ahora, mientras yo escribo esto, o tú lo lees, miles de personas muriendo de hambre y enfermedad? ¿Por qué? ¿Por qué tiene que tiene que ser así? Estas preguntas están prohibidas en casa de los poderosos, no desean saber de estas cosas. Estas familias enajenan a sus hijos, les ocultan la vergüenza del mundo que ellos mismos sustentan. Yo dudo de que exista en el seno de esas familias una verdadera felicidad.
¿Sabe usted por qué existen millones de personas en la indigencia degradante y triste? ¿Cómo respondería usted a esta pregunta? No lo dude, existe una explicación objetiva, fácil de comprender.
Imaginemos una gran empresa que obtiene grandes ganancias, y en la que trabajan miles de personas, Esas grandes ganancias, ¿hacia dónde fluyen? ¿Hacia las manos de quienes las produjeron con su trabajo? Usted sabe que no, fluyen hacia las manos de los dueños, en las que se acumulan, mientras los trabajadores empobrecen cada día. Por esa razón existe la miseria del mundo. Si usted lo comprende, tiene una respuesta. No se trata de ideologías. Se trata de hechos: la injusta repartición ds la riqueza producida. Así las familias se han vuelto escuelas de corrupción, porque no se han preocupado de investigar la razón de la indigencia, de la pobreza, de mucho más de la mitad de la humanidad, y enseñan a los niños a aceptar ese absurdo como algo natural. La solución es simple: repartir equitativamente las ganancias entre capital y trabajo. En el presente orden, la justicia está violada mediante una práctica de latrocinio y explotación. Es un simple detalle, pero de poderosas consecuencias.
Las familias no pueden ser felices dentro de este orden injusto ignorado, porque la inconsciencia no es fuente de felicidad, y mucho menos la maldad y ruindad de no importarle el otro. Es evidente la desorganización de la institución familiar, y su causa fundamental y radical es el estado de injusticia en el que está envuelta. La indiferencia por el otro que está a 4.000 kilómetros de distancia está conectada con el otro que está a 10 centímetros. Quien vive divorciado de la humanidad, indiferente ante lo humano, no pude querer a nadie particular, por más que lo intente. No lo dude, y si quiere dudarlo, hágalo: todos somos uno. Si borramos a alguien, todos quedamos borrados. No podrás ser feliz si no eres justo con toda la humanidad. Tienes una sola oportunidad, escapar, aunque sea mentalmente, de esta sociedad injusta y cruel. Un mundo mejor es posible.
.Y eso tienes que enseñar,

jueves, 15 de octubre de 2009

EL HOGAR


Existe un lugar para el amor sin límite, para la ternura sin freno, para el gozo desbordado de vivir, para la confianza absoluta, para toda consolación. Ese lugar es el hogar, la unión de los padres y de los hijos bajo un techo común, en una complacencia plena, en una seguridad total, en la que todos pueden contar con todos. No existe para el hombre en la tierra mayor plenitud que la experiencia del amor familiar. No existe para el hombre mayor felicidad que abrazar a su esposa, la madre de sus hijos, y ofrecerle toda su fuerza, toda su ternura, todo su amor. Como no existe para la mujer mayor felicidad que abrazar a su esposo, el padre de sus hijos, y brindarle toda su ternura y su fuerza. En los niños no existe mayor satisfacción que ver felices a sus padres, que ser arropados en su ternura y su poder. Su mayor herencia es recibir de ellos el testimonio de que se aman.
Desde las raíces más profundas y misteriosas del inconsciente surgen estas potencialidades con una exigencia de realización inaplazable. Exigen ser cumplidas tanto como la vida, porque ellas son la vida misma. Cuando estas inclinaciones radicales se bloquean y quedan incumplidas, se produce en el inconsciente una frustración honda y oscura que se convierte en rabia, y a partir de aquí el otro, a quien se desea amar y acariciar, comienza a caer en la sospecha de ser la causa de su propia frustración. El distanciamiento se hace inevitable, la felicidad se marchita y la luz del hogar se va apagando. Donde debía florecer la felicidad, ahora nace el dolor.
¿Por qué se bloquea este proceso vital que expresa la vida más honda y plena del ser humano? ¿Qué sucede para que una persona se haga incapaz de vivir sus mejores posibilidades, sus más urgentes necesidades? Dentro de las culturas que la humanidad ha desarrollado hasta ahora, no existe un sistema educativo que desde el hogar hasta la universidad, enseñe a los individuos a reconocer sus sentimientos más profundos, ni a realizarlos, que es manifestarlos cumplidamente. Las personas crecen desconectadas de sí mismas. Los valores que se van incorporando son casi siempre de muy poco poder, mientras que las estrategias de defensa frente al otro se hacen más poderosas. Frases como estas denotan la posición: “el matrimonio es una lotería, no sabes qué número saldrá el hasta el sorteo”. Por debajo de todos los mimos que los novios se intercambien, subsisten las sospechas, la inseguridad, el miedo al otro. Muchos jóvenes hoy, ellos y ellas, tienen el marcado propósito de no darse del todo, de que nadie se las dará completamente. Estas vivencias más menos claramente vividas crean enormes bloqueos para aquellos actos en que el individuo queda sin protección alguna, en el abandono absoluto. Estos mecanismos, bien estructurados en le educación de los jóvenes, les hace imposible darse del todo, soltar sus ansias de entrega y gozo.
¿Qué remedio? Ningún otro, según mi parecer, sino eliminar las defensas y darse ciegamente al otro. Sí, “ciegamente”, en una entrega primitiva, instintiva, animal, que no razona para nada. Lo que está bloqueado es eso mismo, lo primitivo, lo instintivo, lo animal, es decir, lo absoluto. Un día le pregunté a un señor de mediana edad, si él disfrutaba totalmente a su mujer. Su explicación vino a ser que él respetaba a su mujer. Cuando le pregunté si hacía lo mismo con su amante, respondió que no, que eso era distinto. Quizá sea verdad que las relaciones íntimas de muchos matrimonios sean más formales que vitales. No se disfrutan. No se gozan. Luego, frustrados, riñen, se separan, se divorcian. Y aquello, llamado a ser lo más feliz de la experiencia humana, se torna en dolor y llanto. Se acude entonces a buscar otro remedio, a buscar fortuna más adelante. Finalmente, mediante una resignación vital, se persevera sin más en una unión de pareja cansada.
No obstante, aunque muchos no lo logren, el lugar más pleno de la felicidad es el hogar. ¡Dulce hogar!, a pesar de todo. Hogar es un lugar de plenitud, no de formalidades, donde ser cabalmente cada uno lo que es, donde se vive la certeza de ser aceptado, amado, protegido. El lugar por excelencia de ser feliz.

jueves, 10 de septiembre de 2009


Madres, hijos e hijas

Es cierto que haber tenido una buen madre es la mejor cosa que nos puede pasar, nada se le puede comparar. Por el contrario, creer que no se ha tenido una buena madre es de lo más triste que se puede experimentar. Creo que todas las madres desean ser buenas madres. Pero muchos hijos, varones y hembras, sienten que sus madres no han sido buenas con ellos. La falta mayor que suelen sentir es la falta de cariño, de ternura, de amor. Ellas suelen decir que les ha sobrado, quizá no han sido capaces de comunicarlo vivamente a sus hijos. Esto es muy triste para todos. Para nadie tanto como para la madre.Las relaciones humanas son en sí muy complejas, y las familiares no menos. Examinemos el concepto “dominación”. La mamá atiende al bebé conforme a las necesidades que ve en él y de acuerdo a sus posibilidades, no siempre coincidentes. Por definición los bebés carecen del concepto del tiempo, para ellos todos es ahora. Si no son satisfechos, gritan y patalean. Comienza un enredado juego de dominación, casi siempre de modo subconsciente por parte de la madre, obviamente los bebés no tienen conciencia reflexiva, sino instintos. Se inicia una guerra sorda entre bebé y mamá, que es una guerra de dominio. Si la mamá se deja dominar será fatal para ella. Si se incomunica con su bebé, tampoco será bueno. ¿Qué puede hacer? Supongamos un bebé de un año, cuando necesita algo, si no es satisfecho al momento, se angustia, grita y patalea. Una mamá inteligente, no se altera, lo toma lo acaricia y le quita la angustia, después atiende la necesidad de su bebé. Una mamá inteligente nunca se altera ni angustia, ni aunque esté a mil kilómetros de su bebé. Así nunca refuerza las angustias del bebé, sino que las disipa. Esto le da mucha seguridad al bebé,La mamá que no se angustia habitualmente con su hijo pequeño, lo disfruta, lo goza, y esa realidad, su alegría, es el medio por el cual el niño recibe los mensajes de amor de su mamá. Mucha mamás viven angustiadas por la salud de sus hijos, que no les pase nada malo, que no enfermen, y se alarman y angustian ante cualquier situación que se produzca por pequeña que sea. A esta edad de un año los niños intuyen poderosamente los sentimientos de sus madres, reflejados en sus rostros. Las miran y observan todo el tiempo. Para ellos es muy necesario verlas felices, El mundo es del tamaño de la sonrisa de su mamá para ellos.Sin discusión alguna, para que una mamá esté feliz, verdaderamente feliz, necesita tener una óptima relación con su esposo, gozar de cierto modo de seguridad económica, y tener tiempo, mucho tiempo, para estar con su hijo de modo sereno y feliz. En estas condiciones, dentro de su rango de posibilidad, una mujer madre es un ser humano increíblemente feliz. A falta de estas condiciones, o de alguna de ellas, la experiencia puede ser dolorosa para todos.Este primer año de la relación madre - hijo es de suma importancia para el desarrollo posterior del bebé. Un día, con cuarenta años de edad, el hijo le puede decir a su mamá: “Tú nunca me has querido”. Quizá ella llore, sabe que siempre lo ha querido, En cambio él nunca lo ha percibido. Una mamá con hijos mayores que se distancian de ella, que se quejan de que no los ha querido, debiera saber que existe una sola fórmula para superar la situación de falta de entendimiento. Ella podría responder: “En cambio, yo estoy orgullosa de ti y sé que me quieres”. Estos diálogos parecerán de locos, pero dan resultados. Ellos creen que su mamá ha sido mala, ella cree que ellos son buenos. Si logran mantener esa posición, sobre todo la mamá, van a suceder cambios maravillosos. Muchos niños y adolescentes sienten que la relación de su mamá con ellos fue de dominación y sometimiento. Y es inútil negarlo. Pero ahora, ellos que son rebeldes, están bien, que es lo que importa. La mamá deberá dejarse querer, quitarse sus grados de comandante en jefe. Si ellos creen que ha sido mala y están heridos, sólo vale aceptarlo. Despué se supera y la familia se encuentra feliz.Esta estrategia dialogal, desarrollada por la madre, cuya finalidad es hacer comprender al hijo que ella lo entiende, más allá de las palabras, aceptando las acusaciones, no reparando en ellas, y haciendo notar al hijo ya adulto que ella siente lo que él siente y sabe lo que él sabe, que la quiere mucho, produce condiciones para grandes reconciliaciones. El dolor debe desaparecer dentro de la luz de la comprensión y el amor.

martes, 25 de agosto de 2009

LA FAMILIA


Que la familia sea un lugar privilegiado de felicidad no es menos verdad que pueda ser también un infierno de inconmensurable sufrimiento. Usted, que ya decidió ser una persona feliz, es miembro de una familia, vive en familia, grande o pequeña, eso es lo de menos. Quizá comience usted a pensar que yo le voy a decir que haga feliz su convivencia familiar aunque sus familiares sean perversos, viciosos, abusadores, delincuentes. Pues, sí, eso es lo que le voy a decir, nada menos. Pero me voy a referir, por ahora, a las familias normales. Usted creció en una familia, ha tenido papá y mamá, abuelos, tíos, quizá también hermanos y hermanas. Nosotros fuimos cuatro varones y una hembra, la más pequeña. Ahora, cuando yo escribía estaba lloviendo, al pensar en ella, en mi hermana, ha dejado de llover, ha salido el sol. ¡Una hermana!. Tener una hermana es algo muy hermoso, muy feliz, sobre todo si es la más pequeña. Si es la mayor, ¡oh, entonces ha podido ser nuestra segunda madre! Cuando recuerdo la ternura de mi abuela materna, la única que conocí, entonces llueve otra vez, llueven torrentes de felicidad.
Por infinitas y complicadas razones, cada vez más enredadas, la familia ha ido dejando de ser un lugar de felicidad. Los esposos no saben hacerse felices, los padres tampoco generan relaciones felices con sus hijos, ni los hermanos entre sí. En el hogar donde sucede que sí, que saben todos hacerse felices, allí no se gasta luz eléctrica, la alegría familiar ilumina la vivienda. Cada día existen menos hogares así, con el correspondiente aumento de la cuenta de la corriente. Quiero suponer que existen familias, quizá todavía muchas, en que la convivencia es soportable para todos o casi todos. Usted vive en una familia de estas. Ahora supongo que usted es una persona joven, que ha logrado alcanzar un grado de crecimiento espiritual que le permite tener paz, alegría y amor, y le pregunto si se interesa por hacer felices a los familiares que viven con usted. Quizá sea verdad que los mayores, usted no es de ellos, no necesitan, o creen no necesitar, consejos de los más jóvenes. ¿Podrá hacer algo?
Imagine que usted se encuentra cada mañana con los familiares y les ofrece su mejor sonrisa, su afecto, su alegría. ¿Qué sucederá? Pueden suceder muchas cosas en principio, que le tengan por tonto, que no le presten la menor atención, que comiencen a utilizarlo, ya que usted es complaciente y miles de cosas parecidas. Como usted es inteligente y desarrolla una poderosa personalidad, con los días usted va ganando aprecio, afecto, y mucho interés en los demás por usted. Durante el día usted no pierde su serenidad, su cara risueña es la misma siempre. Cuando surge un altercado, todos los días surgen, usted mantiene su paz, su serenidad, resta importancia a las cosas y contagia a los demás con su bienestar. Usted comienza a ser el bueno, o la buena, de la familia, le piden consejos, que usted no da sino muy medidamente. No critica los comportamientos de sus familiares, parta usted todo el mundo es santo. Usted comienza a sentirse cómodo con su familia, y ellos, no lo dude, cómodos con usted. Pero si se vuelve crítico, moralista, censor, todo se habrá perdido.
¿Pero yo puedo ayudar a mi familia, también moralmente, o no? La respuesta correcta es que sólo puede hacerlo de una manera, de una sola manera, y es con su ejemplo y su máximo respeto por las decisiones de los otros. No, usted no es la conciencia de nadie más que de sí mismo. Nadie necesita sus críticas, sino su comprensión, nadie desea que usted lo regañe, sino que lo apoye. Si lo sabe hacer, si logra que los otros parientes cercanos o menos allegados, vean en usted una persona feliz, absolutamente respetuosa de las posiciones de ellos, es muy posible que terminen eligiéndolo como alguien de quien se puede aprender y a quien se pueda imitar.
De lo que no cabe ninguna duda es de que usted es feliz en el seno de su familia. Recuerde, usted no es el juez de su familia, sino el amante de ella. Tiene que lograr la capacidad de ser feliz con cualquier decisión que tome un familiar suyo, por más horrenda que pueda ser. Bueno, para ese entonces ya usted es casi como Dios.


viernes, 31 de julio de 2009

EL MEJOR SERVICIO



Quizá usted también ha comprobado la abrumadora diferencia que existe entre ver una cara sonriente, alegre, feliz, y ver otra dolorida, triste, infeliz. No es igual la relación con una persona rabiosa, enfadada, que con una persona relajada, serena. A mi no me agradan las caras tristes, ni los lloros, ni las rabietas: a mi, amigos, me encanta encontrarme con personas que transpiran paz, y en cuyo bienestar me siento acogido. No puedo negar que comparto esta inmensa tierra con otros millones de personas. Es un hecho. ¿Les debo algo? ¿Qué puedo hacer por ellas? ¿Qué necesitan de mí?
Creo que les debo algo muy simple, contribuir a su felicidad. Obviamente, mi presencia física no alcanza a todos, apenas a una brevísima minoría. Resulta que yo creo en la comunión de los santos. Reflexione, amigo lector. De los santos, no de los pecadores. Lo bueno, lo positivo, teje una red invisible entre todas las personas buenas. Conforme al Evangelio y a la razón debo dar a los otros lo que yo quiero recibir de ellos. ¿Qué es lo que yo quiero recibir de las personas? Quiero recibir paz, quiero ser acogido en la serenidad de sus vidas; quiero ver su alegría, mirar sus rostros sonrientes; quiero con muchísimos deseos sentir su amor. No me complace de ninguna manera ver el sufrimiento de otras personas. No quiero su dolor, ni para mí ni para ustedes.
Si lo que yo quiero recibir de los otros es su paz, su alegría y su amor, esto es lo que tengo que ofrecerles. Este es mi don para ellos. San Pablo habló de reír con el que ríe y de llorar con el que llora. Que en la tierra aumente la risa lo veo bien, pero que se duplique el llanto, ya no lo entiendo. ¿Qué hacer con el que llora? Consolarlo en la medida de lo posible. Pero existe una fortísima convicción de que debemos tener y expresar sentimientos de dolor y pena a aquellas personas que pasan por un mal momento, lo contrario sería incorrecto. ¿Qué hacer frente a una persona amiga que pasa por un momento de dolor y sufrimiento? Expresarle nuestra acogida, nuestra simpatía, atrayéndola a nuestra paz, a nuestro amor, y a la alegría que vivimos. Eso se llama compasión. Quienes tienen paz, alegría y amor, saben cabalmente cómo hacerlo.
Yo le debo algo a la humanidad, por ser parte de ella, le debo mi paz. Nadie desea ni necesita que yo le declare la guerra. Tener yo paz es poseer la posibilidad de ofrecerla al mundo. No es egoísmo, es cumplir con un deber sagrado, traer paz a la tierra. Le debo a la humanidad mi alegría. Nadie necesita para nada mi tristeza. Yo no quiero tenerla, no sólo por mi, sino también por ti. Si un día estás de duelo, yo quiero que mi alegría te lo haga más llevadero. Le debo a todos, sobre todo, mi amor. Quiero estar lleno de amor, no sólo por mí, sino por todos. Nadie necesita mi odio.
No tengo nada mejor que dar que estos dones preciosos, paz, alegría y amor. Cuando se tienen con cierta abundancia la felicidad desborda a la persona. Mi deuda con la humanidad, lo que le debo, no puedo dudarlo, es mi felicidad. Quiero pagar esta deuda, prestar este servicio, el mejor: ser feliz.

jueves, 9 de julio de 2009

ESTIMAR A LOS DEMÁS


Cada día, muchas veces, tratamos personas, nos relacionamos con personas. Tenemos amigos, compañeros de trabajo, de estudio, familiares. Ese necesario trato se puede convertir en momentos de felicidad o de dolor, disgusto, tristeza, de infelicidad, en resumen. Mucha gente, casi toda la gente, piensa que no depende de cada uno que una relación cualquiera sea feliz o infeliz. Para la gente, en general, depende de las circunstancias que rodean el encuentro el que sea feliz o todo lo contrario, pero no depende totalmente de uno mismo. Es obvio que el encuentro con un amigo agradable, será feliz, mientras que el encuentro con alguien descortés, desagradable, será negativo, doloroso en más o en menos, pero no podrá ser feliz.
Podemos analizar las escalas de valor que las personas ocupan en nuestra mente. No es igual una persona honorable que un vulgar ladrón, un estafador. No es igual encontrarse con una persona sobria que con un borracho. Así comprobamos que poseemos una gran cantidad de categorías para encasillar a las personas. Pero en general, existen dos grupos esencialmente diversos, el grupo de las personas buenas y el grupo de las personas malas. Así hemos definido que encontrarnos con personas buenas es normalmente feliz, como es infeliz encontrarnos con personas malas. Cuando estas personas incómodas viven con nosotros, son parte de nuestra familia, la convivencia se hace dolorosa. Es una pesada cruz.
Un día pregunté a una persona si prefería encontrarse con un ladrón o un policía y me respondió con esta pregunta: ¿cuál es la diferencia? Es otra manera de ver. Muy negativa, pero muy realista al menos en apariencia. Se puede decir con tanta razón que todas las personas son buenas como que son malas. Se puede sentir confianza hacia todos o desconfianza. Cierto número de personas desean ser objetivas y se esfuerzan por mantener las distinciones debidas entre bueno y malo. Y lógicamente consagran sus fuerzas a distinguir lo bueno de lo malo con la desagradable sorpresa de que lo bueno resultó malo y lo malo resultó bueno.
Fue malo que los hermanos de Josué trataran de matarlo, fue malo que lo vendieran a los ismaelitas, que lo acusaran infamemente, fue malo que lo encarcelaran. Pero fue bueno que el Faraón lo nombrara su Teniente general, lo cual no hubiese sucedido si no hubiese sido vendido y encarcelado. La vida de una persona, como la historia de la humanidad, no es una foto, sino una película con millones de fotos. Quien determine mirar una foto sola de su vida, sólo puede perder la perspectiva. La historia completa es una larga cadena en la cual los eslabones son muy diferentes, formados de bien y mal, pero la cadena del ser humano termina en la gloria de Dios, nuestro Padre, y eso basta para que todo mal sea camino para eterno e infinito bien.
Si aprendemos a pensar que todos los que entran y salen, o se quedan, en nuestra vida, forman parte de nuestro camino hacia Dios, nos será fácil comprender que todos son una bendición de Dios para nosotros, lo mismo ladrones que policías, borrachos que exquisitamente sobrios. Ese día podrás darle a cada uno, sin excepción algunas, el nombre de bendición de Dios,
Será muy feliz para ti hacerlo.

martes, 23 de junio de 2009

LAS ACCIONES FELICES


Todos tenemos la experiencia que después de ciertos comportamientos nos sentimos bien, un bien que nos dura y nunca se convierte en un sentirnos mal. También tenemos la experiencia, a veces dolorosa, de sentirnos mal después de ciertas conductas y nos da malestar haber obrado de esa manera. Llevamos en nosotros mismos la clave para saber qué comportamientos nos harán felices y cuales no. Esto se ha llamado discernimiento de espíritu. Este discernimiento toma en cuenta el tiempo, porque se da el caso y con mucha frecuencia de que algo resulte de momento placentero, pero luego se torna tormentoso. Así estamos en la situación de estar feliz ahora con lo que hacemos y después sufrir con lo que hemos hecho. Quien come hasta la indigestión, o bebe en exceso, luego la realidad le pasa la cuenta. Muchos creen que vale la pena pagarla.
Es maravilloso sentirse siempre bien, preferible a cualquier otra cosa. Vale la pena dedicarle un tiempo a este discernimiento y hacer la lista de las conductas que lo hacen a uno sentirse feliz para tenerlas en cuenta a la hora de obrar. Obviamente cada uno hará una lista personal, con matices muy individuales. Se comprueba que en toda la humanidad y en toda sus historia se ha dado el caso de que unas determinadas conductas han hecho felices a quienes las han practicado, mientras que otras por el contario han sido fuente de sufrimiento. Es que somos una sola especia.
Digamos que ser agresivo, violento, irrespetuoso, no ha llevado a nadie a sentirse feliz, ni a disfrutar la amistad, el respeto y el cariño de los demás. Ese no es un buen camino para tener felicidad en la vida. Al lado mismo de éste, existe otro parecido: ser grosero, mal educado, desconsiderado, vulgar, tampoco lleva lejos en el camino de la felicidad.
Para ciertas personas existe una necesidad de mostrar prepotencia, ser exigentes, dominar y manipular a los demás, lo mismo familiares que otras personas. Este tampoco es un buen camino para ser feliz. En realidad, quienes se ven impelidos a obrar así están dominados por secretos y profundos sentimientos de inferioridad, que intentan compensar con tales comportamientos irritantes, ni ellos son felices ni hacen sentirse bien a aquellas personas con las que se relacionan.
Pasar por encima de alguien de alguien, sentirse poderoso, puede experimentarse al momento como satisfactorio, pero la lejanía real que se establece en tales relaciones amarga la existencia de estos individuos: podrán ser temidos, pero nadie los amará ni apreciará. Correcto, pero ellos se sienten bien. La verdad es que ellos se sienten muy mal. Lo peor de estos casos es que los que se comportan así, experimentan vacío y dolor y lo que se les ocurre para remediar tales dolencias es hacer más de lo mismo.
Existen afortunadamente otros comportamientos creadores de felicidad. Espero que todos capten el significado de esta frase: “ser amable”. Podemos ser amables con notros mismos, no hiriéndonos con reacciones negativas, sino buscando la forma de hacer lo mejor para nosotros, pensar y sentir con grandeza de la persona que somos. Quizá existan muchos momentos en la vida en que sentimos nuestra impotencia, nuestra flaqueza, nuestra estupidez, y otras muchas situaciones en que deseamos que nos trague la tierra. Es en esos momentos en que necesitamos con más urgencia ser amables con nosotros mismos.
Esto nos exige una fuerte disciplina mental: elijo ser siempre amable conmigo mismo. Sí, exactamente y profundamente, hasta que esa elección se convierte en la única forma de reaccionar. Quien desee hacer cosas felices, que dan felicidad, sólo pueden hacer cosas amables. Consigo mismos primero y luego con los demás. Se da por descontado que si no lo es consigo tampoco lo será con los otros. Este deberá ser juno de los grandes ideales con se viva: ser siempre amable.

martes, 9 de junio de 2009

IDEALES Y FELICIDAD


Un ser humano sin pensamientos, vacío de ideas, de conocimientos, tendría en realidad poco de humano y, por lo mismo, nada de felicidad humana. Lo podemos imaginar así: 1- la persona, el sujeto, 2- el mundo, la realidad objetiva. Lo que caracteriza al ser humano es su apertura al mundo mediante el conjunto de facultades cognoscitivas que tiene. La percepción del mundo y su situación en él le dan el sentido de su existencia, la razón de su estar en el mundo. Cuanto más rica sea esta percepción más luminosa será la experiencia de su estar en el mundo de modo consciente. Cada individuo adulto y sano se encuentra en el mundo, en medio de otras personas, en medio de otras muchas cosas, y se pregunta por el sentido de todo eso. Cuanto más pobre sea su respuesta, más oscura y negativa será su experiencia de estar en el mundo. Por el contrario, cuanto más brillante y profunda sea la respuesta que da a sus preguntas, tanto más luz tendrá en su interior. Esta luz interior es una parte esencial de la propia felicidad. Nadie lleno de ideas falsas podrá ser realmente feliz.
Las personas participan supuestamente de los contenidos que en este sentido ofrece la cultura en que crecen. Esta participación es personal, cada cual lo hace a su manera, creando así la diversidad dentro de una misma cultura. Unos se levantarán hasta los más altos contenidos de su cultura y otros, por el contario, se quedarán con los más pobres y enfermizos. El miedo, la rabia, la tristeza, la infelicidad guardan una estrecha relación con estos factores negativos.
Es un hecho inobjetable, contra el cual no tiene valor ningún razonamiento, que la humanidad hasta el día de hoy ha andado errante por el mundo, creando divisiones entre unos y otros, enfrentamientos, condiciones desiguales y clamorosamente injustas. Quienes acepten este mundo tal cual con sus principios y resultados no puede librase de flagrantes contradicciones. Para una gran parte de la humanidad hoy el valor supremo a que debe aspirar una persona es a obtener ganancias materiales, es decir, dinero. Los hombres y mujeres actuales, en su inmensa mayoría, dan culto y adoran rendidamente al dios dinero. Su culto es consumir cada día más. Pero no en iglesia, no en comunidad, sino del modo más individual posible, por encima de cualquier otro valor, familiar, social, religioso, o de cualquier otra índole. A este ser humano le está prohibido ser feliz. Podrá estar contento con el estómago lleno, pero su espíritu ha muerto, arrastra un cadáver, lleno de ambición, odio y desprecio por los demás. La actual crisis económica es una fehaciente demostración de lo que cabo de escribir. Quienes la han provocado se esconden, se escudan, pero no pasan necesidades. Quienes nada han tenido que ver con ello pasan el hambre y mueren finalmente desnutridos.
Así son las cosas. Frente a ellas se puede renunciar a pensar, se puede tomar una actitud de resignación, se puede aceptar que así tiene que ser y no hay alternativa, pero también se puede reclamar el derecho a examinar la cuestión y apostar por un mundo mejor que éste. Admitimos que existen tres formas de situarse frente a la verdad; una es la indiferencia, cuando da lo mismo cualquier cosa, otras es la frivolidad, interesa aquello que puede reportar ventajas personales, la tercera sería una posición sería, como es interesarse por la verdad. Frente a la verdad podemos estar buscándola, sin saber donde está, o teniéndola en el horizonte, deseándola, persiguiéndola.
Ni los indiferentes ni los frívolos pueden ser felices, son mutilados mentales, grandes alardosos de poseer mucho sentido práctico, pero su elevación espiritual es tan poca que se arrastran sobre el fango de la vida sin sentido. Quienes buscan la verdad, ejercen una serena crítica de los hechos y no se conforman con lo ruin de este mundo, pueden percibir la dignidad de su modo de estar en el mundo, como buscadores de luz, y ya eso hace feliz.
Cabe decir que estas personas, por el contrario, van a sufrir ya por el mismo hecho de estar conscientes de tan enormes calamidades. Pero la verdad es que aquellos que sufren por la verdad, por la justicia, llevan en sí mismos una inmensa felicidad. Cualquier persona que reflexione sobre la situación de la humanidad, que vislumbre otro mundo posible, puede experimentar una impotencia tremenda, pero la sabiduría le irá mostrando que aquí es donde comienza el camino de las grandes transformaciones sociales, en la conciencia de que debe ocurrir algo nuevo, y ocurrirá cuando la humanidad alcance esa nueva conciencia. Ser un precursor no es fácil, seguramente, pero es feliz.
Sin grandes ideales no se puede ser feliz.

viernes, 29 de mayo de 2009

La felicidad en tiempo de crisis


El sentimiento de inseguridad, la falta de confianza en que todo estará bien, la perspectiva de carencias crecientes, propias de las crisis económicas mundiales, no contribuyen en nada a sentirse feliz. Millones de personas que hace dos años no enfrentaban graves problemas económicos, hoy se sienten atrapadas en un callejón cuya salida no se prevé. Decir a una persona en estas circunstancias: “no importa, puedes ser feliz aún en medio de la más calamitosa crisis”, puede parecer cínico. Pero, en realidad, no puede descartarse que aún en tales circunstancias se pueda y se deba mantener la paz interior, la alegría y la esperanza. San Juan de la Cruz se atrevió a escribir lo siguiente;

«Porque claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno. Y así, aunque todo se acabe y se hunda y todas las cosas sucedan al revés y adversas, vano es turbarse, pues, por eso, antes se dañan más que se remedian. Y llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica, no sólo aprovecha al alma para muchos bienes, sino también para que en esas mismas adversidades se acierte mejor a juzgar de ellas y ponerles remedio conveniente».(S3, 6, 3)
Es una reflexión racionalmente exacta, Pero emocionalmente nos parece imposible, incluso algo anormal. Si todo se hunde, si todo sucede al revés y es adverso, ¿cómo quiere usted que yo ande tranquilo y en paz? La respuesta es de una fuerza aplastante: porque si te perturbas no remedias nada, te haces mal a ti mismo, y si permaneces tranquilo, en paz, no te harás daño a ti mismo, tendrás todos tus recursos mentales dispuestos a juzgar mejor y buscar remedio.

Sin recursos suficientes para atender a las necesidades básicas, alimentación, salud, trabajo, y todas las demás cosas que dependen de ellas, afirmo que no se puede estar feliz. Nadie le va a negar su derecho a pensar lo que estime mejor. Pero, sin dudas, podemos razonar. En otra parte hemos hecho una distinción puntual entre contento y felicidad. Vimos que eran dos realidades distintas y separables. En la situación descrita se puede admitir que no se pueda estar contento, pero no se puede excluir por eso que se pueda ser feliz. Ciertamente con hambre no se está contento, pero se puede estar feliz. La felicidad es una propiedad esencial del espíritu humano y puede y debe ser separada de toda contingencia. Existe realmente una fuerza misteriosa en el espíritu humano que se despliega en las situaciones más difíciles cuando el individuo permanece unificado en su interior, tranquilo y en paz. En esta disposición la persona cuenta abiertamente con todos sus recursos y fuerzas creativas para enfrentar la crisis. Se sale de las crisis económicas. Quizá sea verdad que en ellas muchas personas pierden sus “status” y se ven desplazadas hacia posiciones inferiores. Es tan cierto como que otras personas hacen lo contrario, mejoran su posición.

Dicen, y debe ser verdad, que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana en algún otro sitio. Quien permanezca llorando frente a la puerta cerrada se priva de ver esa ventana abierta en algún otro lugar. Así, pues, pienso que también se puede ser feliz en medio de una crisis económica mundial, por más que aquellos que se sientan más afectados deban realizar un esfuerzo superior, ya que las “ayudas” materiales comienzan a faltar y la imagen de la pobreza se acerque de modo amenazador. Lo definitivo será mantenerse tranquilo, con paz, ante las situaciones. Quizá se pueda recurrir a la idea de que efectivamente “todo se pasa, Dios no se muda”.

Esa gran clase media de tantos países más o menos desarrollados es seriamente afectada en estos casos, sus cimientos son sacudidos con violencia. Quizá sirva para que descubran que en este orden económico mundial, ellos, la clase media, que son los productores, vienen a ser explotados sin piedad, mientras que invisibles minorías se enriquecen sin medida con la riqueza que ellos producen. Sería muy bueno que este descubrimiento se diera y la humanidad decidiera implantar un orden económico en el que todos estuvieran seguros porque todos eran igualmente ricos. Entonces quizá fuera feliz pasar por estas crisis. Acertar a pensar mejor de este orden económico en crisis es el gran reto. Y buscar su remedio es la empresa que la humanidad tiene planteada. Participar en este gran cambio podría ser muy feliz.

El fundamento del presente orden es la obtención de ganancias en las actividades económicas, con la singularidad de que esas ganancias pasan a muy pocas manos en gran cantidad, y a muchas manos, las que las produjeron, en muy poca cantidad. Así la humanidad queda necesariamente dividida en pocos ricos, muy ricos, y muchos pobres, a veces muy pobres, que fueron los que produjeron las riquezas con su trabajo. De forma muy curiosa, las crisis económicas las originan los muy ricos, que son muy pocos, y las sufren muchos, sobre todo, los que son muy pobres. Caer en la cuenta de que puede ser de otro modo, sería ya muy feliz.

La humanidad ha sobrevivido por miles de años en sistemas de explotación, cada vez más sofisticados, que los interesados han convertido en mitos; ahora sería una buena ocasión para levantarse contra esos mitos y proclamar que otro mundo mejor es posible. Esto sería muy feliz. Un mundo en que se proclame que solo es bueno lo que es bueno para todos sin excepción alguna, sería un mundo mejor que este en que lo bueno es solo para muy pocos. Pero la esperanza es escasa, porque esos muy pocos son los dueños de todo, desde las televisoras hasta las cárceles, desde los sillones en los senados hasta las ametralladoras. ¿Qué podrá hacer el pobre?

lunes, 11 de mayo de 2009

EL TIEMPO


EL TIEMPO

Cuentan que el tiempo es lo más imposible de recuperar que existe. Lo pasado no volverá, por el contrario cada minuto se irá alejando más. Existe, no obstante, una dimensión del tiempo que permanece, que apunta a la eternidad. Ese es el tiempo en que has sido feliz. Es una gran pérdida, algo realmente calamitoso, gastar aunque solo sea un segundo en cualquier experiencia que no sea feliz. Sucede muchas veces, como dicen por acá, que el tiempo feliz nos aparta de la realidad cotidiana y se quedan por hacer algunas tareas que se tenían programadas. Los pocos o muchos lectores de FELICIDAD se han podido preguntar qué me pasaba que no escribía nuevas reflexiones. ¿Había huido de mi la inspiración? ¿Alguna especial tristeza se habría apoderado de mí y me había impedido escribir?

Nada de eso. Es que he estado demasiado feliz para hacer ninguna otra cosa que no fuera precisamente esa, estar feliz. Sea dicho honestamente que escribir sobre felicidad es una cosa y estar feliz es otra completamente distinta. Este fin de semana pasado (9-10) participé en actividades pastorales. En un momento dado, el sábado, día 9, discutí con una señora, piadosa y buena, sobre el adjetivo que ella se daba de “pecadora”. Insistí en que ella no era pecadora, sino una “hija amada de Dios” No se convenció. Algunos amigos trataban de persuadirla. Al finaliza la actividad el domingo, en una evaluación de la misma, ella dijo: “El sábado me levanté pensando que yo era una pecadora, hoy me he levantado pensando que soy una hija amada de Dios”. Su voz, su rostro, sus gestos, reflejaban la gloria de Dios. Estaba completamente feliz. Me dije tengo que contar esto a alguien por ahí y pensé en ustedes. Ahora que se lo cuento, quisiera yo que cada lector se sintiera amado de Dios, deseo que reflexionen sobre qué título se dan para expresarse a sí mismos.

He comprendido la pérdida tan lamentable que es consumir un segundo del tiempo que se nos dio para ser felices en juicios negativos acerca de nosotros mismos. Yo vi en los ojos de aquella mujer la tristeza de confesar que ella era una pecadora, tuve también la dicha de ver en sus ojos la llama de la felicidad. Ella no era una pecadora, ella era una hija amada de Dios. Fue tan hermoso que todos los asistente se sintieron impelidos a premiarla con largos aplausos.

La tierra está llena de esa oscura y fatal tristeza que chorrea de los hombres y mujeres que se sienten sin mayor dignidad. Quizás sus obras sean indignas, pero eso no afecta al ser que son. Sea como quiera que sea, somos lo máximo que existe sobre esta tierra, nuestra esencia espiritual es reflejo del ser santo de Dios, nuestro Padre, y podemos y debemos creer que es lo suficientemente poderoso para librarnos del mal. En cierta ocasión, unas hermanas encontraron a Sor Teresa del Niño Jesús llorando en un rincón del huerto del monasterio y, alarmadas, le preguntaron qué le pasaba, por qué lloraba. Con sus grandes ojos azules llenos de lágrimas les dijo: lloro de felicidad, de pensar que Dios es mi padre.




sábado, 11 de abril de 2009

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO


Usemos nuestra imaginación para expresar en síntesis nuestra visión religiosa: yo, el diablo, el pecado, el infierno, el cielo y Dios mirando lo que hago para ver lo que él hará conmigo. En esta visión de la cosas, según esta creencia, este Dios sabe mucho más que nosotros y puede ver culpas nuestras que ni nosotros mismos conocemos. Añádase a esto que “del lado que caiga el árbol, de ese lado queda”. Todo se va a definir en el instante mismo de la muerte. Quien acepte este esquema de creencias lógicamente debe vivir en la incertidumbre. Pero, además, y por la lógica misma, tampoco puede vivir fascinado por tal Dios. ¿Cómo amar a quien ha soltado sobre nosotros a un ser perverso para hacernos pecar y arrastrarnos al infierno? Me alegaron que de todos modos soy libre, puedo no caer en la tentación del diablo. Pero, ¿cómo puedo yo llamar Padre a quien me soltó un diablo detrás para que me tiente? ¿Puede haber en el mundo un papá que alquile a un asesino para que acabe con la vida de sus hijos, a quienes por otro lado dice que ama? Quizá pudiera yo comprender en un hombre esa reacción esquizofrénica, pero no puedo, y además, no quiero, pensar que Dios haga tal cosa. Creo que esta creencia es la negación grosera y absurda de lo que Jesús nos reveló acerca del Padre. Digo de paso que nadie puede ser feliz con este esquema religioso en su mente, sin importar que lo lleve tan esquemáticamente definido como yo lo he dicho aquí, o lo tenga difuso.

Prefiero esta otra visión: Yo, el Espíritu Santo rodeándome con la luz de su amor, Jesús a mi lado enseñándome y el Padre atrayéndome hacia él. Sí, simplemente así, sin diablo, sin pecado, sin infierno. Me dijeron que tuviera cuidado no me estuviera engañando el mismo diablo. Y he tenido muchísimo cuidado, He buscado la palabra Padre, la que se dice en el Credo, y he creído que Dios es mi Padre, el que me trajo a lo largo de los siglos a esta existencia terrenal, y no lo hizo por odio, sino por amor a mi persona y no puedo creer que lo haya hecho, y sé que no es así, para ponerme en la disyuntiva de cielo o infierno y, además, asignarme un ente maligno para que tire de mi hacia aquel infierno. Yo sé que él se ha complacido en darme su reino con infinita ternura, con indecible bondad. Ahora ya no puedo creer que mi Papá del cielo me abandone. Ahora puedo entender que Jesús, crucificado, despreciado de todos, o de casi todos, nunca estuvo abandonado de su Padre celestial. Tampoco me abandonará a mí, sino que a su tiempo me glorificará como glorificó a Jesús, su Hijo, resucitándolo de entre los muertos y dándole el nombre sobre todo nombre. Yo sé que Jesús me ama, que es verdad su amor hacia nosotros, y que podemos confiar en él. Yo creo en su nombre y sé que estuvo en la tierra para dar vida eterna a los que creen en su nombre. Puedo vivir con esta confianza, puedo mirar al horizonte y ver allá la gloria que él ha destinado para mí. Y desde donde estoy ahora hasta aquella gloria que me aguarda, tengo todo el derecho del mundo de caminar feliz. Yo creo en la RESURRECCIÓN.

martes, 31 de marzo de 2009

Entre tristeza y compasión


La tristeza es un sentimiento de pesar, un sufrimiento por la pérdida de algo estimado, deseado, querido. Ese sentimiento de pérdida, cuando se refiere a la muerte de un familiar, un amigo, alcanza un alto nivel de poner sobre nosotros y nos vemos envueltos en la tristeza, sin que veamos que pueda ser de otra manera. No sería aceptable que alguien estuviera muerto de risa en el sepelio de su mamá. No obstante, la tristeza es siempre una experiencia negativa, no aprovecha a nadie y perjudica a quien la tiene y a su entorno. La tristeza tiene muchos grados, no es un fenómeno simple. De todas sus especies y clases se puede, y se debe decir, que es una reacción irracional.
La compasión es un sentimiento noble que eleva a quien la tiene, Esta compuesta por dos elementos básicos, la inteligencia de lo que sucede, y la acogida de quien se encuentra en la situación negativa. Hacía la persona que está en situación dolorosa la compasión se abre a la comprensión de su situación. Se da una visión reflexiva de lo acontecido. Existen pérdidas que resultan ganancia y, aveces también ganancias que son pérdidas. La persona compasiva puede distinguir estas situaciones y reaccionar frente a ellas de una forma constructiva. Quien ha sufrido una desgracia se siente sólo y en algún momento necesita ser acompañado. Este es el momento de ser acogido, lo que es de gran importancia para quien está afligido. Quien está triste se siente sumergido en la oscuridad, la luz ha huido de su corazón. La persona compasiva permanece llena de luz, de paz, de amor, y en ella el triste encuentra un puerto acogedor.
¿Cómo podría una persona que está triste por una pérdida significativa cambiar este sentimiento en compasión y recobrar la paz, volver a la luz? Cuando una persona sabia experimenta un determinado sentimiento, lo primero que hace es reconocer que lo está viviendo. En esta observación se le aclaran muchas circunstancias del mismo y se produce una iluminación interior que le permite valorar la validez del sentimiento mismo y volver a la luz.
Dentro de la cultura propia existen diversos programas a los que las personas se deben atener. Si alguien de la familia muere, las mujeres deben expresar su dolor con grandes lloros y griterías, a su vez los hombres deberán tomar una actitud de pesadumbre. Quienes no lo hagan así se ven expuestos al rechazo social: “miren qué poco quería a la persona difunta”. Bien, usted se siente grandes deseos de expresar su dolor, hágalo, y después, suficiente tiempo después, cuestione los hechos. Vea su racionalidad.
Desde la perspectiva de nuestra fe cristiana sabemos que todo lo perdido va a ser encontrado, todo lo marchito va a ser reverdecido, todo lo muerto va a ser resucitado. Entonces no hace falta llorar por lo perdido porque va a ser hallado, ni por lo marchito, va a reverdecer, ni por lo muerto, va a resucitar. Quien entienda esto y lo practique podrá sentir mucha compasión, pero no tristeza. Por otro lado no tendrá ninguna necesidad de cumplir con esos programas sociales de griterías y lloros.
La compasión es un sentimiento noble que engrandece a la persona, la tristeza es una reacción aprendida, destructiva de la persona. Nadie necesita su tristeza, ni sus lágrimas. Todos estamos necesitados de su paz, de su luz, de su amor.
En circunstancias muy especiales, como accidentes graves, catástrofes, los que están envueltos en ellos no necesitan para nada la tristeza de nadie, sino la paz, la compasión, la acogida. No es tiempo para ponerse a llorar, es tiempo de actuar, brindar auxilio, solidaridad. Esto ennoblece. Nadie, ni sano, ni muriendo, necesita nuestra tristeza, sino nuestra paz, nuestra alegría imperturbable, nuestro amor incondicional. Y en muchos casos lo que más se necesite sea nuestra inteligencia para afrontar la situación y ella trabaja mucho mejor en la luz que en la tiniebla de la tristeza.
El ser humano ante lo triste, lo doloroso y destructivo, tiene una alternativa, elegir la compasión, noble sentimiento que engrandece al ser humano. También aquí, en medio de la tragedia, se puede vivir felicidad, de mucha y finísima calidad.

miércoles, 11 de marzo de 2009

LA HORA 0


La hora 0.

“Antes de la Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13.1)

Para muchas personas, incluso cristianas, la muerte sólo puede ser una infinita tristeza, tanto para el que muere como para los suyos que le amaban. ¿Cómo puede ser la muerte un momento de felicidad?
Para Jesús su muerte era un pasar de este mundo al Padre. El vino al mundo para revelar el amor de Dios, ahora cuando volvía a él, su amor revelador llegaba al extremo. Sin miedo, sin tristeza, sin ira ni cólera, sino con inmenso amor a los suyos, se entrega como un don precioso en las manos del Padre, antes de la Pascua. Jesús mismo exhortó a los suyos a que no estuvieran tristes por eso.
Durante la Pascua, él fue sometido a crueles torturas, a muerte espantosa, y él convirtió aquella humillación tremenda en lección de amor, el más generoso que haya vivido nunca un corazón humano.
En jesús, como en cada uno de nosotros, existe una sensibilidad orgánica, capaz de recoger e informar a la conciencia psíquica de cualquier tipo de dolor. Su exquisita sensibilidad, herida y lastimada sin piedad, envió a su conciencia oleadas de infinito dolor. En su interioridad racional, espiritual, una entrega a ese mismo acerbo dolor, le permite sentirse como el don precioso de Dios al hombre a la vez que la ofrenda pura del hombre a Dios.
Jesús mismo había recordado poco antes que la carne es débil, que el espíritu, en cambio, es fuerte. En la fortaleza de ese espíritu dice a Dios su Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. No mi dolor, ni mi angustia; ni rabia, ni cólera, sino mi espíritu, eterna luz de amor.
No entregó Jesús a su Padre celestial su carne muerta y lastimada, sino su espíritu. Por eso Dios lo resucitó devolviéndole su carne resucitada y gloriosa. Y no solamente eso, sino que le dio el nombre sobre todo nombre.
Los que hemos creído en Jesús podemos convertir nuestra muerte en un misterioso pasar de este mundo al Padre. Nada podrá ser más feliz. Dejar esta noche oscura, estrecha, limitada, empobrecida, para arribar a la luz infinita del ser de Dios, a lo eterno e inconmensurable, sólo puede ser feliz.
Si expandimos el amor que somos, participación del amor que Dios es, y hacemos que toda nuestra existencia sea una afirmación de amor, cada dolor que venga a nuestra carne lo vamos a vivir con la alegría de que será contado para la glorificación de nuestra carne resucitada. Sufrir entonces se torna fuente inagotable de gozo, de felicidad espiritual, tanto más honda y gloriosa cuanto mayor haya sido el dolor.
En la hora 0, cuando se muere, la alegría y la paz, pueden ser maravillosas. Yo lo he vivido al asistir a personas que agonizaban, llenas de luz, de amor, que me hacían participar a mí de su dicha eterna. He sentido la belleza que resplandecía en el momento de salir al encuentro con Dios de personas cuya fe llenó sus vidas y cuya muerte fue el inicio de una vida divina esperada, añorada, y ahora gloriosamente alcanzada.
Mirando la cruz se puede perder la fe. ¡Qué espantoso final! Se puede también vislumbrar el sentido de la vida. ¡Qué extraordinario amor! Mirando la Cruz de Jesús se puede entender que el amor es más fuerte que la muerte. Se puede oír la voz de Jesús: “estoy aquí para decirles que mi Padre los ama y también yo los amo”.
A pesar de todo, más allá de cualquier situación, Dios nos ama. Y eso basta para llenar de extraño gozo el corazón creyente. Ni vida ni muerte nos puede separar de este amor. Puedo estar feliz cargando la cruz de cada día.

lunes, 23 de febrero de 2009

ESTÉN ALEGRES

“Estén alegres en el Señor, os lo repito, estén alegres” (Fil. 4.4)

La alegría es un contenido esencial de la felicidad. Quien está alegre está feliz y el que está feliz rebosa alegría. “Estén alegres”.¿Cómo se puede mandar a alguien que esté alegre, si eso no depende de él? No, no se le pueda mandar a nadie que esté alegre si no depende de él, pero si dependiera de él se le podría mandar.
La inmensa mayoría de la humanidad piensa que estar alegre depende de las circunstancias ajenas a nuestro propio querer. ¿Cómo va a estar alegre alguien a quien se le ha muerto el ser más querido? Dicen los expertos que para estar alegre en cualquier circunstancia se necesita haber llegado a un acuerdo pacífico con la muerte. La alegría no es un sentimiento negativo, ni banal, es un sentimiento fundado en una visión de la vida en la que la muerte es incluso un acontecimiento feliz. Nacer, crecer, enfermar, sanar, correr riesgos, fracasar, triunfar, tener amigos, perderlos, morir, pueden ser realidades vividas con la misma alegría. No es una aberración estar alegre en esas circunstancias tenidas por negativas, malas, horribles, dolorosas, espantosas, desastrosas,..
Es muy probable que si le quitamos esos adjetivos y les ponemos otros menos trágicos, esas mismas situaciones nos parezcan menos destructoras. No es una cosa trágica morir. Para un cristiano es, por el contario, algo maravilloso: salir de este modo estrecho de vida y entrar en la absoluta plenitud de Dios, nuestro destino final. Nada puede ser más feliz que esto, entrar en la vida eterna. Quien sufre por algo y pierde su alegría, su sufrimiento se debe no a la realidad que enfrenta, sino a una forma defectuosa de enfrentarla. Sí, pero, ¿cómo se puede estar alegre en el velorio de la propia mamá?
Existen dos formas de alegría, una puramente espiritual, y otra sensorial, ruidosa y superficial. Posiblemente en esa circunstancia no se pueda estar con una alegría sensorial, ruidosa y desmedida, pero sí se puede estar con una alegría espiritual, serena y recogida. Lo mejor que le ha sucedido a mi madre es llegar al cielo y entrar para siempre en la gloria de Dios. Nada me debe impedir verla allí, en el gozo eterno de Dios.
Ahora bien, imaginemos que alguien hace esta pregunta, ¿Cómo saber que ha sido llevada al cielo y no lanzada al infierno? Esta incertidumbre sería espantosamente acuciante. Puesto que el más allá nos deja en la incertidumbre, nos volvemos a la tierra en la que solamente hay un cadáver, y aquí no será posible ninguna alegría, porque no hay ninguna esperanza fuertemente enraizada. Escribo ahora para cristianos, y supongo que ellos tienen fe en Dios y esperanza de la salvación y un amor grande a Dios, lo que les da plena confianza. ¿Cómo puede alguien tener certeza de que su ser querido, ahora fallecido, goza de la gloria de Dios? Porque lo ama. Demos por cierto que lo ama, pero eso no es suficiente para tener la certeza de su salvación, podrá decir cualquiera. ¿Mandaría usted a su mamá al infierno, si sólo la quiere un poquito? ¿Verdad que no? Pues bien, Dios la ha querido con infinito y eterno amor, y esto con absoluta independencia de sus comportamientos.
¿Entonces? Entonces lo que nos salva es el eterno amor que Dios nos tiene, no lo que nosotros hayamos hecho. ¿Entonces? Podemos estar siempre alegres. Un día me preguntaron si yo creía en el infierno. Respondí: No lo quiero para mí, ni para nadie. Por lo tanto me sobra. Yo amo a todos los seres humanos que han sido, son y serán, sin excepción de nadie. En la luz de mi amor no hay infierno para nadie. Creo que así he podido estar alegre a todas horas. Recuerdo a un predicador que veía, según contaba con enorme dramatismo, cómo caían las almas en el infierno. Yo no lo he visto nunca. Yo puedo estar alegre. Yo creo en el amor de Dios, es más, creo que Dios es amor. Puedo estar alegre en el Señor.

sábado, 7 de febrero de 2009

SOÑAR CON LA FELICIDAD



Comencé este Blog sobre la felicidad citando a Leo Busgaglia quien afirmaba que la felicidad es una decisión. A estas alturas se puede pensar que esa decisión debe ser muy compleja, muy abarcadora. Parecería que la felicidad es más que una simple decisión. Cierto, más que una simple decisión, pero una decisión de todas maneras. Nadie discutiría que no se puede ser hondamente feliz viviendo de tonterías, sin compromiso ninguno, de modo irresponsable. ¿No basta una decisión?
Por supuesto que basta. Usted decide ser feliz y, naturalmente, hacer todo aquello que se requiera para serlo. Lo primero es lanzarse a la conquista de la paz interior, y, según logra permanecer en ella, experimenta que su existencia se hace más agradable, que se siente bien, alegre. Esto es absolutamente así. Nadie que lo haya intentado ha tenido una experiencia diversa, tener paz interior y sentirse mal, estar triste. Quizá usted no esté hoy para teorías abstractas, y así no quiero hacerle ningún razonamiento acerca de por qué es así. Simplemente, compruébelo usted mismo. Dedique algunos minutos cada día a mirar dentro de usted y buscar paz interior. Sí, deponga todo sentimiento agresivo, cálmese, dése un poco de sosiego. Sonría en su interior, cuando se sienta mejor con usted mismo, compruebe su estado de ánimo respecto del mundo exterior, ahora se siente más reconciliado con todos y con todas las cosas. Es posible que usted prefiera emplear ese tiempo viendo televisión, o cualquier otra cosa.
Dígame que yo soy un cuentista. Que usted ha tratado muchas veces de hacer eso mismo que yo digo y sólo ha conseguido estar más tenso, aburrido, en fin, sintiéndose peor. Se lo creo, a mi también me ha pasado y todavía me pasa. Pero si usted espera que la felicidad le caiga del cielo en paracaídas, se va a morir triste; del cielo no le va a caer. Hay que ganársela. Entonces vamos a examinar las cosas desde su principio. Lo primero es examinar la propia posición: ¿Cree usted que el ser humano en esta vida puede alcanzar un estado inmutable de felicidad? Según la experiencia común, quizá se pueda decir que la inmensa mayoría de las personas no lo cree. Si usted lo cree es una excepción entre miles de millones de seres humanos que no lo creen. Quizá sea bueno reconocer que usted tampoco lo cree para nada.
- ¿Cree usted realmente que las personas pueden ser felices de verdad?
- ¿Todo el mundo?
- Sí todo el mundo.
- No, algunos nada más, seres muy privilegiados.
En su caso particular, ¿Cree que usted puede ser una persona plenamente feliz? Si ya lo es, no tiene problema alguno. Supongamos que todavía no lo es. En este caso se debe dar por cierto que no cree que usted pueda ser plenamente feliz. ¿Conoce usted alguna persona que parezca ser feliz a plenitud? Quizás no. Realmente son muy pocas. Pero quizás le resulte atractiva la posibilidad. De todos modos sería bueno ser feliz. En el punto de partida usted debe examinar con profundidad su percepción de la posibilidad real que tiene de ser feliz. Ciertamente, usted no cree que pueda ser feliz, entonces tampoco lo puede querer y menos decidir.
Vamos a ponerlo en gerundio: ¿No sería estupendo que se pudiera ser plenamente feliz? ¿No sería maravilloso para usted ser realmente feliz? Quizá debamos aprender a soñar con eso. Nada ha sido real si antes no se soñó. Quizá ahora no necesite creer que puede llegar a ser una persona totalmente feliz. No lo rea. Comience por soñarlo. Sueñe que usted es una persona feliz. El día que menos lo espere despertará siendo una persona feliz.

jueves, 22 de enero de 2009

El despliegue de la vida



La interioridad del ser humano está constituida de tal forma que se logra y se expansiona solamente dentro de un marco de congruencia positiva. Es decir, razón, voluntad y acción necesitan ser coherentes de modo creador. No puedes pensar satisfactoriamente sin buscar la verdad sin prejuicios. Ante esta situación cognoscitiva se podrían enumerar tres posibles posiciones, vivir de espalda a la verdad, vivir en el error y vivir buscando la verdad. La indiferencia no hace feliz a nadie, el error tampoco, al contrario es la causa de todos los sufrimientos. Sólo quien vive en el horizonte de la verdad, no digo en la posesión, sino en la búsqueda sincera de ella, recibe una misteriosa consolación interior. De todas formas, nada desea el alma con más fuerza que la verdad. A nadie le agrada que lo engañen, quien engaña se siente finalmente un asesino y eso no da felicidad.
Querer la verdad, desear la verdad, salir a buscarla, sí hace feliz. Es así porque hemos nacido para la verdad. Obviamente la verdad es el bien. Un alimento de mentira no alimenta, engaña, no hace bien. Quien busca la verdad, por eso mismo, busca el bien y, cuando lo encuentra, se goza en él. No podemos pasar por este punto sin una reflexión más detenida. El bien, no las engañosas caras del bien. No la propaganda pagada, sino el bien que consiste en la verdad de que todos somos uno, y en la acogida en nuestra interioridad de todo lo existente, lo no humano, el universo, y lo humano, cada uno de nosotros. Quien no acoge en su interioridad la totalidad de la creación, deja en ella vacíos enormes que sólo pueden ser fuentes de dolor. Aquel que ama sin fronteras, universalmente, siente la serena y profunda felicidad de lo que él mismo es en la realidad. Quien se queja, quien critica negativamente, quien se aparta, no busca la verdad ni el bien, sino que el miedo lo paraliza y entristece. Conocer la verdad, amar el bien, son actividades psíquicas primarias, fundamentales. Con una percepción borrosa y superficial de los valores supremos de la verdad y del bien, se irá por el mundo como un náufrago que no halla puerto alguno. En esta situación la mayoría de los seres humanos resuelven sus vacíos por medio de los mecanismos de la compensación, que no pueden dar felicidad a nadie. Ningún dinero puede comprar la alegría de la paz, ni tampoco puede ningún poder dar a nadie la alegría del amor. Buscar la verdad y el bien son acciones creadoras de felicidad. Están en la posibilidad de todos.

Hacer la verdad y desplegar el amor son acciones realizadoras de felicidad. Nadie necesita hacer maravillas, ni llegar a los más altos niveles sociales, todos necesitamos llevar a su realización aquellas cosas que aparecen en nuestros sueños de verdad, de amor, de justicia, por pequeñas que sean. Nos hace felices entender el mundo en que vivimos, decidir ser personas honestas en ese mismo mundo en que vivimos y ofrecerle lo mejor de nosotros, nuestra inteligencia, nuestro amor y nuestras obras. La suprema verdad de nuestra vida es que somos un don, un regalo, una gracia. Aceptar que eso somos implica reconocer que también lo somos para los demás. Nadie puede ser algo para los otros si primero no lo es para sí mismo. Así es necesario que hagas la verdad contigo, nadie necesita tu sufrimiento, sino tu amor; todos necesitan tu alegría, y nadie necesita que te desprecie, ni humilles, ni te sometas a poder humano alguno. Si no haces la verdad referente a ti mismo, no podrás gozar la felicidad que eres. El máximo bien del hombre es su libertad interior, ese poder disponer de sí mismo para lo que se quiera porque se sabe que todos los recursos están disponible. La exterioridad es un bien, sin dudas, pero es frágil, manipulable; quien puede replegarse sobre su propia interioridad en la que es invulnerable, se hace invencible, nada ni nadie lo puede someter, es totalmente libre, totalmente feliz. Entonces se despliegan todas las posibilidades de la persona, se alcanza la felicidad plena. Se despliega el ser que somos.

domingo, 11 de enero de 2009

Compromiso moral

Podemos comprender ahora con cierta facilidad que la vivencia de una honda experiencia de felicidad esta íntimamente relacionada con una firme posición moral. Yo soy feliz cuando expreso el ser que soy, el amor que me constituye como ser, y que se expresa como un compromiso absoluto con el bien de los demás, y esto exige que yo tome partido decididamente por la paz, por la justicia, por la solidaridad hacia los demás, y tan decididamente como eso me oponga a la violencia, a la separación, a toda práctica discriminatoria. Ser feliz no es un egoísmo, sino un salir de sí para darse a los demás de forma positiva y creadora.
Ser feliz me exige tomar parte en toda la problematicidad que recorre el universo humano, la política, la economía, las organizaciones nacionales e internacionales. Tengo la necesidad de reconocer con toda honestidad que las normas vigentes en la humanidad actualmente son negativas, injustas y corruptas. Hasta tal punto que organizaciones mundiales, tales como la Organización de las naciones unidas, están esencialmente viciadas. A la hora de la verdad son inoperantes, no resuelven ningún problema, sino que los crean. Debo reconocer que esta humanidad infeliz, injusta, en la que la mayoría de los recursos producidos por el trabajo de millones de personas, algunas pocas, muy pocas, quizá menos de veinte, los usan para construir armas tales que si se usasen se exterminaría la vida de la tierra, esta humanidad repito, no puede ser feliz de ninguna manera.
Para ser feliz honda y plenamente se necesita poseer un alto grado de lucidez espiritual y quien no perciba con fuerza este desastre que hemos hecho los humanos, no tiene tal lucidez adquirida. No pude se feliz. No hablamos de la felicidad de los topos, hablamos de la felicidad de los iluminados. Vivimos ciegos en un mundo de ciegos. ¿Cómo es posible que los creyentes de las tres grandes religiones monoteístas, cuyas verdades fundamentales son las mismas, se estén matando entre sí, por espejismos carentes de todo valor? Dice un judío: yo creo en un solo Dios, dice un cristiano: yo creo en un solo Dios, dice un musulmán: yo creo en solo Dios. Perfecto, en nombre de ese único Dios vamos a darnos el abrazo de hermanos. Ah, no. Si no eres judío, no vale tu fe; tampoco vale tu fe si no eres cristiano, replica el cristiano. Pero el musulmán afirma rotundamente, de nada les vale ni a uno ni a otro, si no son musulmanes. Así ser judío es más que Dios, ser cristiano o musulmán lo es también. ¿Cómo es posible tanta ceguera? Es posible porque un enorme peso de miedo cierra nuestros ojos y nos impide ver.
Una persona iluminada, feliz, comprende que el mundo humano deberá excluir todo miedo de unos por otros, porque todos somos uno. Cómo podrá ello ser realizado es una pregunta angustiante, pero tiene una respuesta viable. Quienes hayan llegado a la paz interior, al amor incondicionado, viven ya ese mundo razonable, sin miedos; ellos pueden hacer el proyecto porque lo entienden, lo viven. Hasta ahora la población del mundo vive encadenada dentro de cárceles crueles, llamadas fronteras, y dentro de cada frontera otras cárceles encierran a las personas, tales como posición social, raza, color, sexo, culturas, etc. Y allí cada cual es llamado a defender su frontera, a enfrentar a los demás, a defenderse, a atacar los invasores.
La verdad es, sin embargo, que todos somos uno, todos somos hermanos, nadie es ajeno. Quien vive esto es feliz, es luz para el mundo, y solo él. Sin este compromiso moral con la humanidad nadie puede ser feliz.