La interioridad del ser humano está constituida de tal forma que se logra y se expansiona solamente dentro de un marco de congruencia positiva. Es decir, razón, voluntad y acción necesitan ser coherentes de modo creador. No puedes pensar satisfactoriamente sin buscar la verdad sin prejuicios. Ante esta situación cognoscitiva se podrían enumerar tres posibles posiciones, vivir de espalda a la verdad, vivir en el error y vivir buscando la verdad. La indiferencia no hace feliz a nadie, el error tampoco, al contrario es la causa de todos los sufrimientos. Sólo quien vive en el horizonte de la verdad, no digo en la posesión, sino en la búsqueda sincera de ella, recibe una misteriosa consolación interior. De todas formas, nada desea el alma con más fuerza que la verdad. A nadie le agrada que lo engañen, quien engaña se siente finalmente un asesino y eso no da felicidad.
Querer la verdad, desear la verdad, salir a buscarla, sí hace feliz. Es así porque hemos nacido para la verdad. Obviamente la verdad es el bien. Un alimento de mentira no alimenta, engaña, no hace bien. Quien busca la verdad, por eso mismo, busca el bien y, cuando lo encuentra, se goza en él. No podemos pasar por este punto sin una reflexión más detenida. El bien, no las engañosas caras del bien. No la propaganda pagada, sino el bien que consiste en la verdad de que todos somos uno, y en la acogida en nuestra interioridad de todo lo existente, lo no humano, el universo, y lo humano, cada uno de nosotros. Quien no acoge en su interioridad la totalidad de la creación, deja en ella vacíos enormes que sólo pueden ser fuentes de dolor. Aquel que ama sin fronteras, universalmente, siente la serena y profunda felicidad de lo que él mismo es en la realidad. Quien se queja, quien critica negativamente, quien se aparta, no busca la verdad ni el bien, sino que el miedo lo paraliza y entristece. Conocer la verdad, amar el bien, son actividades psíquicas primarias, fundamentales. Con una percepción borrosa y superficial de los valores supremos de la verdad y del bien, se irá por el mundo como un náufrago que no halla puerto alguno. En esta situación la mayoría de los seres humanos resuelven sus vacíos por medio de los mecanismos de la compensación, que no pueden dar felicidad a nadie. Ningún dinero puede comprar la alegría de la paz, ni tampoco puede ningún poder dar a nadie la alegría del amor. Buscar la verdad y el bien son acciones creadoras de felicidad. Están en la posibilidad de todos.
Hacer la verdad y desplegar el amor son acciones realizadoras de felicidad. Nadie necesita hacer maravillas, ni llegar a los más altos niveles sociales, todos necesitamos llevar a su realización aquellas cosas que aparecen en nuestros sueños de verdad, de amor, de justicia, por pequeñas que sean. Nos hace felices entender el mundo en que vivimos, decidir ser personas honestas en ese mismo mundo en que vivimos y ofrecerle lo mejor de nosotros, nuestra inteligencia, nuestro amor y nuestras obras. La suprema verdad de nuestra vida es que somos un don, un regalo, una gracia. Aceptar que eso somos implica reconocer que también lo somos para los demás. Nadie puede ser algo para los otros si primero no lo es para sí mismo. Así es necesario que hagas la verdad contigo, nadie necesita tu sufrimiento, sino tu amor; todos necesitan tu alegría, y nadie necesita que te desprecie, ni humilles, ni te sometas a poder humano alguno. Si no haces la verdad referente a ti mismo, no podrás gozar la felicidad que eres. El máximo bien del hombre es su libertad interior, ese poder disponer de sí mismo para lo que se quiera porque se sabe que todos los recursos están disponible. La exterioridad es un bien, sin dudas, pero es frágil, manipulable; quien puede replegarse sobre su propia interioridad en la que es invulnerable, se hace invencible, nada ni nadie lo puede someter, es totalmente libre, totalmente feliz. Entonces se despliegan todas las posibilidades de la persona, se alcanza la felicidad plena. Se despliega el ser que somos.