“Estén alegres en el Señor, os lo repito, estén alegres” (Fil. 4.4)
La alegría es un contenido esencial de la felicidad. Quien está alegre está feliz y el que está feliz rebosa alegría. “Estén alegres”.¿Cómo se puede mandar a alguien que esté alegre, si eso no depende de él? No, no se le pueda mandar a nadie que esté alegre si no depende de él, pero si dependiera de él se le podría mandar.
La inmensa mayoría de la humanidad piensa que estar alegre depende de las circunstancias ajenas a nuestro propio querer. ¿Cómo va a estar alegre alguien a quien se le ha muerto el ser más querido? Dicen los expertos que para estar alegre en cualquier circunstancia se necesita haber llegado a un acuerdo pacífico con la muerte. La alegría no es un sentimiento negativo, ni banal, es un sentimiento fundado en una visión de la vida en la que la muerte es incluso un acontecimiento feliz. Nacer, crecer, enfermar, sanar, correr riesgos, fracasar, triunfar, tener amigos, perderlos, morir, pueden ser realidades vividas con la misma alegría. No es una aberración estar alegre en esas circunstancias tenidas por negativas, malas, horribles, dolorosas, espantosas, desastrosas,..
Es muy probable que si le quitamos esos adjetivos y les ponemos otros menos trágicos, esas mismas situaciones nos parezcan menos destructoras. No es una cosa trágica morir. Para un cristiano es, por el contario, algo maravilloso: salir de este modo estrecho de vida y entrar en la absoluta plenitud de Dios, nuestro destino final. Nada puede ser más feliz que esto, entrar en la vida eterna. Quien sufre por algo y pierde su alegría, su sufrimiento se debe no a la realidad que enfrenta, sino a una forma defectuosa de enfrentarla. Sí, pero, ¿cómo se puede estar alegre en el velorio de la propia mamá?
Existen dos formas de alegría, una puramente espiritual, y otra sensorial, ruidosa y superficial. Posiblemente en esa circunstancia no se pueda estar con una alegría sensorial, ruidosa y desmedida, pero sí se puede estar con una alegría espiritual, serena y recogida. Lo mejor que le ha sucedido a mi madre es llegar al cielo y entrar para siempre en la gloria de Dios. Nada me debe impedir verla allí, en el gozo eterno de Dios.
Ahora bien, imaginemos que alguien hace esta pregunta, ¿Cómo saber que ha sido llevada al cielo y no lanzada al infierno? Esta incertidumbre sería espantosamente acuciante. Puesto que el más allá nos deja en la incertidumbre, nos volvemos a la tierra en la que solamente hay un cadáver, y aquí no será posible ninguna alegría, porque no hay ninguna esperanza fuertemente enraizada. Escribo ahora para cristianos, y supongo que ellos tienen fe en Dios y esperanza de la salvación y un amor grande a Dios, lo que les da plena confianza. ¿Cómo puede alguien tener certeza de que su ser querido, ahora fallecido, goza de la gloria de Dios? Porque lo ama. Demos por cierto que lo ama, pero eso no es suficiente para tener la certeza de su salvación, podrá decir cualquiera. ¿Mandaría usted a su mamá al infierno, si sólo la quiere un poquito? ¿Verdad que no? Pues bien, Dios la ha querido con infinito y eterno amor, y esto con absoluta independencia de sus comportamientos.
¿Entonces? Entonces lo que nos salva es el eterno amor que Dios nos tiene, no lo que nosotros hayamos hecho. ¿Entonces? Podemos estar siempre alegres. Un día me preguntaron si yo creía en el infierno. Respondí: No lo quiero para mí, ni para nadie. Por lo tanto me sobra. Yo amo a todos los seres humanos que han sido, son y serán, sin excepción de nadie. En la luz de mi amor no hay infierno para nadie. Creo que así he podido estar alegre a todas horas. Recuerdo a un predicador que veía, según contaba con enorme dramatismo, cómo caían las almas en el infierno. Yo no lo he visto nunca. Yo puedo estar alegre. Yo creo en el amor de Dios, es más, creo que Dios es amor. Puedo estar alegre en el Señor.
Queremos confrontar la tesis de muchísima gente de que la felicidad no es posible en esta vida. El intento es mostrar que si es posible.
lunes, 23 de febrero de 2009
sábado, 7 de febrero de 2009
SOÑAR CON LA FELICIDAD
Comencé este Blog sobre la felicidad citando a Leo Busgaglia quien afirmaba que la felicidad es una decisión. A estas alturas se puede pensar que esa decisión debe ser muy compleja, muy abarcadora. Parecería que la felicidad es más que una simple decisión. Cierto, más que una simple decisión, pero una decisión de todas maneras. Nadie discutiría que no se puede ser hondamente feliz viviendo de tonterías, sin compromiso ninguno, de modo irresponsable. ¿No basta una decisión?
Por supuesto que basta. Usted decide ser feliz y, naturalmente, hacer todo aquello que se requiera para serlo. Lo primero es lanzarse a la conquista de la paz interior, y, según logra permanecer en ella, experimenta que su existencia se hace más agradable, que se siente bien, alegre. Esto es absolutamente así. Nadie que lo haya intentado ha tenido una experiencia diversa, tener paz interior y sentirse mal, estar triste. Quizá usted no esté hoy para teorías abstractas, y así no quiero hacerle ningún razonamiento acerca de por qué es así. Simplemente, compruébelo usted mismo. Dedique algunos minutos cada día a mirar dentro de usted y buscar paz interior. Sí, deponga todo sentimiento agresivo, cálmese, dése un poco de sosiego. Sonría en su interior, cuando se sienta mejor con usted mismo, compruebe su estado de ánimo respecto del mundo exterior, ahora se siente más reconciliado con todos y con todas las cosas. Es posible que usted prefiera emplear ese tiempo viendo televisión, o cualquier otra cosa.
Dígame que yo soy un cuentista. Que usted ha tratado muchas veces de hacer eso mismo que yo digo y sólo ha conseguido estar más tenso, aburrido, en fin, sintiéndose peor. Se lo creo, a mi también me ha pasado y todavía me pasa. Pero si usted espera que la felicidad le caiga del cielo en paracaídas, se va a morir triste; del cielo no le va a caer. Hay que ganársela. Entonces vamos a examinar las cosas desde su principio. Lo primero es examinar la propia posición: ¿Cree usted que el ser humano en esta vida puede alcanzar un estado inmutable de felicidad? Según la experiencia común, quizá se pueda decir que la inmensa mayoría de las personas no lo cree. Si usted lo cree es una excepción entre miles de millones de seres humanos que no lo creen. Quizá sea bueno reconocer que usted tampoco lo cree para nada.
- ¿Cree usted realmente que las personas pueden ser felices de verdad?
- ¿Todo el mundo?
- Sí todo el mundo.
- No, algunos nada más, seres muy privilegiados.
En su caso particular, ¿Cree que usted puede ser una persona plenamente feliz? Si ya lo es, no tiene problema alguno. Supongamos que todavía no lo es. En este caso se debe dar por cierto que no cree que usted pueda ser plenamente feliz. ¿Conoce usted alguna persona que parezca ser feliz a plenitud? Quizás no. Realmente son muy pocas. Pero quizás le resulte atractiva la posibilidad. De todos modos sería bueno ser feliz. En el punto de partida usted debe examinar con profundidad su percepción de la posibilidad real que tiene de ser feliz. Ciertamente, usted no cree que pueda ser feliz, entonces tampoco lo puede querer y menos decidir.
Vamos a ponerlo en gerundio: ¿No sería estupendo que se pudiera ser plenamente feliz? ¿No sería maravilloso para usted ser realmente feliz? Quizá debamos aprender a soñar con eso. Nada ha sido real si antes no se soñó. Quizá ahora no necesite creer que puede llegar a ser una persona totalmente feliz. No lo rea. Comience por soñarlo. Sueñe que usted es una persona feliz. El día que menos lo espere despertará siendo una persona feliz.
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