viernes, 29 de mayo de 2009

La felicidad en tiempo de crisis


El sentimiento de inseguridad, la falta de confianza en que todo estará bien, la perspectiva de carencias crecientes, propias de las crisis económicas mundiales, no contribuyen en nada a sentirse feliz. Millones de personas que hace dos años no enfrentaban graves problemas económicos, hoy se sienten atrapadas en un callejón cuya salida no se prevé. Decir a una persona en estas circunstancias: “no importa, puedes ser feliz aún en medio de la más calamitosa crisis”, puede parecer cínico. Pero, en realidad, no puede descartarse que aún en tales circunstancias se pueda y se deba mantener la paz interior, la alegría y la esperanza. San Juan de la Cruz se atrevió a escribir lo siguiente;

«Porque claro está que siempre es vano el conturbarse, pues nunca sirve para provecho alguno. Y así, aunque todo se acabe y se hunda y todas las cosas sucedan al revés y adversas, vano es turbarse, pues, por eso, antes se dañan más que se remedian. Y llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica, no sólo aprovecha al alma para muchos bienes, sino también para que en esas mismas adversidades se acierte mejor a juzgar de ellas y ponerles remedio conveniente».(S3, 6, 3)
Es una reflexión racionalmente exacta, Pero emocionalmente nos parece imposible, incluso algo anormal. Si todo se hunde, si todo sucede al revés y es adverso, ¿cómo quiere usted que yo ande tranquilo y en paz? La respuesta es de una fuerza aplastante: porque si te perturbas no remedias nada, te haces mal a ti mismo, y si permaneces tranquilo, en paz, no te harás daño a ti mismo, tendrás todos tus recursos mentales dispuestos a juzgar mejor y buscar remedio.

Sin recursos suficientes para atender a las necesidades básicas, alimentación, salud, trabajo, y todas las demás cosas que dependen de ellas, afirmo que no se puede estar feliz. Nadie le va a negar su derecho a pensar lo que estime mejor. Pero, sin dudas, podemos razonar. En otra parte hemos hecho una distinción puntual entre contento y felicidad. Vimos que eran dos realidades distintas y separables. En la situación descrita se puede admitir que no se pueda estar contento, pero no se puede excluir por eso que se pueda ser feliz. Ciertamente con hambre no se está contento, pero se puede estar feliz. La felicidad es una propiedad esencial del espíritu humano y puede y debe ser separada de toda contingencia. Existe realmente una fuerza misteriosa en el espíritu humano que se despliega en las situaciones más difíciles cuando el individuo permanece unificado en su interior, tranquilo y en paz. En esta disposición la persona cuenta abiertamente con todos sus recursos y fuerzas creativas para enfrentar la crisis. Se sale de las crisis económicas. Quizá sea verdad que en ellas muchas personas pierden sus “status” y se ven desplazadas hacia posiciones inferiores. Es tan cierto como que otras personas hacen lo contrario, mejoran su posición.

Dicen, y debe ser verdad, que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana en algún otro sitio. Quien permanezca llorando frente a la puerta cerrada se priva de ver esa ventana abierta en algún otro lugar. Así, pues, pienso que también se puede ser feliz en medio de una crisis económica mundial, por más que aquellos que se sientan más afectados deban realizar un esfuerzo superior, ya que las “ayudas” materiales comienzan a faltar y la imagen de la pobreza se acerque de modo amenazador. Lo definitivo será mantenerse tranquilo, con paz, ante las situaciones. Quizá se pueda recurrir a la idea de que efectivamente “todo se pasa, Dios no se muda”.

Esa gran clase media de tantos países más o menos desarrollados es seriamente afectada en estos casos, sus cimientos son sacudidos con violencia. Quizá sirva para que descubran que en este orden económico mundial, ellos, la clase media, que son los productores, vienen a ser explotados sin piedad, mientras que invisibles minorías se enriquecen sin medida con la riqueza que ellos producen. Sería muy bueno que este descubrimiento se diera y la humanidad decidiera implantar un orden económico en el que todos estuvieran seguros porque todos eran igualmente ricos. Entonces quizá fuera feliz pasar por estas crisis. Acertar a pensar mejor de este orden económico en crisis es el gran reto. Y buscar su remedio es la empresa que la humanidad tiene planteada. Participar en este gran cambio podría ser muy feliz.

El fundamento del presente orden es la obtención de ganancias en las actividades económicas, con la singularidad de que esas ganancias pasan a muy pocas manos en gran cantidad, y a muchas manos, las que las produjeron, en muy poca cantidad. Así la humanidad queda necesariamente dividida en pocos ricos, muy ricos, y muchos pobres, a veces muy pobres, que fueron los que produjeron las riquezas con su trabajo. De forma muy curiosa, las crisis económicas las originan los muy ricos, que son muy pocos, y las sufren muchos, sobre todo, los que son muy pobres. Caer en la cuenta de que puede ser de otro modo, sería ya muy feliz.

La humanidad ha sobrevivido por miles de años en sistemas de explotación, cada vez más sofisticados, que los interesados han convertido en mitos; ahora sería una buena ocasión para levantarse contra esos mitos y proclamar que otro mundo mejor es posible. Esto sería muy feliz. Un mundo en que se proclame que solo es bueno lo que es bueno para todos sin excepción alguna, sería un mundo mejor que este en que lo bueno es solo para muy pocos. Pero la esperanza es escasa, porque esos muy pocos son los dueños de todo, desde las televisoras hasta las cárceles, desde los sillones en los senados hasta las ametralladoras. ¿Qué podrá hacer el pobre?

lunes, 11 de mayo de 2009

EL TIEMPO


EL TIEMPO

Cuentan que el tiempo es lo más imposible de recuperar que existe. Lo pasado no volverá, por el contrario cada minuto se irá alejando más. Existe, no obstante, una dimensión del tiempo que permanece, que apunta a la eternidad. Ese es el tiempo en que has sido feliz. Es una gran pérdida, algo realmente calamitoso, gastar aunque solo sea un segundo en cualquier experiencia que no sea feliz. Sucede muchas veces, como dicen por acá, que el tiempo feliz nos aparta de la realidad cotidiana y se quedan por hacer algunas tareas que se tenían programadas. Los pocos o muchos lectores de FELICIDAD se han podido preguntar qué me pasaba que no escribía nuevas reflexiones. ¿Había huido de mi la inspiración? ¿Alguna especial tristeza se habría apoderado de mí y me había impedido escribir?

Nada de eso. Es que he estado demasiado feliz para hacer ninguna otra cosa que no fuera precisamente esa, estar feliz. Sea dicho honestamente que escribir sobre felicidad es una cosa y estar feliz es otra completamente distinta. Este fin de semana pasado (9-10) participé en actividades pastorales. En un momento dado, el sábado, día 9, discutí con una señora, piadosa y buena, sobre el adjetivo que ella se daba de “pecadora”. Insistí en que ella no era pecadora, sino una “hija amada de Dios” No se convenció. Algunos amigos trataban de persuadirla. Al finaliza la actividad el domingo, en una evaluación de la misma, ella dijo: “El sábado me levanté pensando que yo era una pecadora, hoy me he levantado pensando que soy una hija amada de Dios”. Su voz, su rostro, sus gestos, reflejaban la gloria de Dios. Estaba completamente feliz. Me dije tengo que contar esto a alguien por ahí y pensé en ustedes. Ahora que se lo cuento, quisiera yo que cada lector se sintiera amado de Dios, deseo que reflexionen sobre qué título se dan para expresarse a sí mismos.

He comprendido la pérdida tan lamentable que es consumir un segundo del tiempo que se nos dio para ser felices en juicios negativos acerca de nosotros mismos. Yo vi en los ojos de aquella mujer la tristeza de confesar que ella era una pecadora, tuve también la dicha de ver en sus ojos la llama de la felicidad. Ella no era una pecadora, ella era una hija amada de Dios. Fue tan hermoso que todos los asistente se sintieron impelidos a premiarla con largos aplausos.

La tierra está llena de esa oscura y fatal tristeza que chorrea de los hombres y mujeres que se sienten sin mayor dignidad. Quizás sus obras sean indignas, pero eso no afecta al ser que son. Sea como quiera que sea, somos lo máximo que existe sobre esta tierra, nuestra esencia espiritual es reflejo del ser santo de Dios, nuestro Padre, y podemos y debemos creer que es lo suficientemente poderoso para librarnos del mal. En cierta ocasión, unas hermanas encontraron a Sor Teresa del Niño Jesús llorando en un rincón del huerto del monasterio y, alarmadas, le preguntaron qué le pasaba, por qué lloraba. Con sus grandes ojos azules llenos de lágrimas les dijo: lloro de felicidad, de pensar que Dios es mi padre.