Que la familia sea un lugar privilegiado de felicidad no es menos verdad que pueda ser también un infierno de inconmensurable sufrimiento. Usted, que ya decidió ser una persona feliz, es miembro de una familia, vive en familia, grande o pequeña, eso es lo de menos. Quizá comience usted a pensar que yo le voy a decir que haga feliz su convivencia familiar aunque sus familiares sean perversos, viciosos, abusadores, delincuentes. Pues, sí, eso es lo que le voy a decir, nada menos. Pero me voy a referir, por ahora, a las familias normales. Usted creció en una familia, ha tenido papá y mamá, abuelos, tíos, quizá también hermanos y hermanas. Nosotros fuimos cuatro varones y una hembra, la más pequeña. Ahora, cuando yo escribía estaba lloviendo, al pensar en ella, en mi hermana, ha dejado de llover, ha salido el sol. ¡Una hermana!. Tener una hermana es algo muy hermoso, muy feliz, sobre todo si es la más pequeña. Si es la mayor, ¡oh, entonces ha podido ser nuestra segunda madre! Cuando recuerdo la ternura de mi abuela materna, la única que conocí, entonces llueve otra vez, llueven torrentes de felicidad.
Por infinitas y complicadas razones, cada vez más enredadas, la familia ha ido dejando de ser un lugar de felicidad. Los esposos no saben hacerse felices, los padres tampoco generan relaciones felices con sus hijos, ni los hermanos entre sí. En el hogar donde sucede que sí, que saben todos hacerse felices, allí no se gasta luz eléctrica, la alegría familiar ilumina la vivienda. Cada día existen menos hogares así, con el correspondiente aumento de la cuenta de la corriente. Quiero suponer que existen familias, quizá todavía muchas, en que la convivencia es soportable para todos o casi todos. Usted vive en una familia de estas. Ahora supongo que usted es una persona joven, que ha logrado alcanzar un grado de crecimiento espiritual que le permite tener paz, alegría y amor, y le pregunto si se interesa por hacer felices a los familiares que viven con usted. Quizá sea verdad que los mayores, usted no es de ellos, no necesitan, o creen no necesitar, consejos de los más jóvenes. ¿Podrá hacer algo?
Imagine que usted se encuentra cada mañana con los familiares y les ofrece su mejor sonrisa, su afecto, su alegría. ¿Qué sucederá? Pueden suceder muchas cosas en principio, que le tengan por tonto, que no le presten la menor atención, que comiencen a utilizarlo, ya que usted es complaciente y miles de cosas parecidas. Como usted es inteligente y desarrolla una poderosa personalidad, con los días usted va ganando aprecio, afecto, y mucho interés en los demás por usted. Durante el día usted no pierde su serenidad, su cara risueña es la misma siempre. Cuando surge un altercado, todos los días surgen, usted mantiene su paz, su serenidad, resta importancia a las cosas y contagia a los demás con su bienestar. Usted comienza a ser el bueno, o la buena, de la familia, le piden consejos, que usted no da sino muy medidamente. No critica los comportamientos de sus familiares, parta usted todo el mundo es santo. Usted comienza a sentirse cómodo con su familia, y ellos, no lo dude, cómodos con usted. Pero si se vuelve crítico, moralista, censor, todo se habrá perdido.
¿Pero yo puedo ayudar a mi familia, también moralmente, o no? La respuesta correcta es que sólo puede hacerlo de una manera, de una sola manera, y es con su ejemplo y su máximo respeto por las decisiones de los otros. No, usted no es la conciencia de nadie más que de sí mismo. Nadie necesita sus críticas, sino su comprensión, nadie desea que usted lo regañe, sino que lo apoye. Si lo sabe hacer, si logra que los otros parientes cercanos o menos allegados, vean en usted una persona feliz, absolutamente respetuosa de las posiciones de ellos, es muy posible que terminen eligiéndolo como alguien de quien se puede aprender y a quien se pueda imitar.
De lo que no cabe ninguna duda es de que usted es feliz en el seno de su familia. Recuerde, usted no es el juez de su familia, sino el amante de ella. Tiene que lograr la capacidad de ser feliz con cualquier decisión que tome un familiar suyo, por más horrenda que pueda ser. Bueno, para ese entonces ya usted es casi como Dios.
Por infinitas y complicadas razones, cada vez más enredadas, la familia ha ido dejando de ser un lugar de felicidad. Los esposos no saben hacerse felices, los padres tampoco generan relaciones felices con sus hijos, ni los hermanos entre sí. En el hogar donde sucede que sí, que saben todos hacerse felices, allí no se gasta luz eléctrica, la alegría familiar ilumina la vivienda. Cada día existen menos hogares así, con el correspondiente aumento de la cuenta de la corriente. Quiero suponer que existen familias, quizá todavía muchas, en que la convivencia es soportable para todos o casi todos. Usted vive en una familia de estas. Ahora supongo que usted es una persona joven, que ha logrado alcanzar un grado de crecimiento espiritual que le permite tener paz, alegría y amor, y le pregunto si se interesa por hacer felices a los familiares que viven con usted. Quizá sea verdad que los mayores, usted no es de ellos, no necesitan, o creen no necesitar, consejos de los más jóvenes. ¿Podrá hacer algo?
Imagine que usted se encuentra cada mañana con los familiares y les ofrece su mejor sonrisa, su afecto, su alegría. ¿Qué sucederá? Pueden suceder muchas cosas en principio, que le tengan por tonto, que no le presten la menor atención, que comiencen a utilizarlo, ya que usted es complaciente y miles de cosas parecidas. Como usted es inteligente y desarrolla una poderosa personalidad, con los días usted va ganando aprecio, afecto, y mucho interés en los demás por usted. Durante el día usted no pierde su serenidad, su cara risueña es la misma siempre. Cuando surge un altercado, todos los días surgen, usted mantiene su paz, su serenidad, resta importancia a las cosas y contagia a los demás con su bienestar. Usted comienza a ser el bueno, o la buena, de la familia, le piden consejos, que usted no da sino muy medidamente. No critica los comportamientos de sus familiares, parta usted todo el mundo es santo. Usted comienza a sentirse cómodo con su familia, y ellos, no lo dude, cómodos con usted. Pero si se vuelve crítico, moralista, censor, todo se habrá perdido.
¿Pero yo puedo ayudar a mi familia, también moralmente, o no? La respuesta correcta es que sólo puede hacerlo de una manera, de una sola manera, y es con su ejemplo y su máximo respeto por las decisiones de los otros. No, usted no es la conciencia de nadie más que de sí mismo. Nadie necesita sus críticas, sino su comprensión, nadie desea que usted lo regañe, sino que lo apoye. Si lo sabe hacer, si logra que los otros parientes cercanos o menos allegados, vean en usted una persona feliz, absolutamente respetuosa de las posiciones de ellos, es muy posible que terminen eligiéndolo como alguien de quien se puede aprender y a quien se pueda imitar.
De lo que no cabe ninguna duda es de que usted es feliz en el seno de su familia. Recuerde, usted no es el juez de su familia, sino el amante de ella. Tiene que lograr la capacidad de ser feliz con cualquier decisión que tome un familiar suyo, por más horrenda que pueda ser. Bueno, para ese entonces ya usted es casi como Dios.