San Pablo comparó la vida cristiana con una cerrera en el estadio.
El lema olímpico es: más rápido, más alto, más fuerte. Debemos emprender el
camino de la felicidad con este espíritu olímpico. El corredor en el estadio
sabe dos cosas importantes, donde está la meta y cuánto debe esforzarse para
llegar a ella. La meta de la felicidad está lejos, hay que moverse rápido, y
está bien alta, hay que subir mucho. Lejos y alta, exige un gran esfuerzo para
alcanzarla, hay que ser más fuerte.
Llegar a ser feliz las 24 horas del día, de cada semana, de cada mes, de
cada año, es una realidad difícil, pero alcanzable. Como el atleta, debemos
someternos a entrenamientos rigurosos, a ejercicios exigentes.
Hay que entrenar la mente, hay que crear un cuadro válido de uno mismo: mi
esencia es el amor, y el amor es eterno. Yo soy amor y llevo dentro la
eternidad. Hay que creerlo fuertemente. Hay que tener esta convicción bien en
alto. Cuando lo crea hondamente, se convertirá esta creencia en fuente de
alegría, en surtidor de gozo. Así la alegría se convierte en otra meta, en otra
competición. Los invito a que no desmayen, no van a colgar de su fecho una
medalla dorada, sino su felicidad. Bien merece todo el esfuerzo. Sí, más rápido,
más alto y más fuerte. Hsta darle alcance.