Un día, no hace tanto, me pregunté qué era lo que Dios
quería de mí y vi la respuesta con absoluta claridad. Lo que Dios quiere de mí
es que yo sea yo. Sería completamente absurdo que Dios quisiera que yo fuera
otro distinto de mí mismo. Me brotó dentro una paz especial. También yo quería
ser yo. Estábamos en comunión.
Lo que faltaba ahora era esclarecer qué era yo. Sentía la
necesidad de saber qué era yo. No fue difícil hallar la respuesta: yo soy una
imagen y semejanza de Dios. Me sentí extrañamente feliz: yo tengo parecido con
Dios. Comprendí entonces que para saber cómo soy yo necesitaba saber cómo es
Dios. Siguiendo mi formación teológica
escolástica, aprendida en la Pontificia Universidad de Salamanca, pude ver
claro que Dios es amor, alegría y paz. Digo es, no que tiene; Dios es amor, su
ser es un eterno acto de amor. Ninguna otra cosa hace que no sea amar, es
decir, ser él mismo. Dios es, en la infinitud eterna de ser, alegría sin sombre
ninguna. No es que tenga alegría, es alegría substancial, infinita, eterna,
imperturbable. Así se posee en eterna paz, sin que nada ni nadie pueda
afectarlo. Así es el Dios en que yo creo.
Entonces, en la expresión diminutiva de la creación, yo soy
amor, alegría y paz. Mi ser es, pues, felicidad. Pero mi ser me es dado en la
finitud del tiempo, en la angustia del espacio, y es como un tesoro escondido
que debe ser encontrado. La ignorancia del ser que soy es la fuente de mi
tristeza, de mi turbación, de mi violencia. Del conocimiento del ser que soy
brota mi derecho indiscutible a estar lleno de amor, de alegría y de paz. Y
encuentro que mi primera obligación es cuidar este ser que soy, imagen de Dios,
amor, alegría y paz.
Ahora entiendo que no existe en la naturaleza nada que tenga
derecho a quitarme el ser amor que soy, ni la alegría que soy, ni la paz que
soy. Puedo elegir con todo derecho mirar toda existencia creada como una fuente
de amor, alegría y paz. Con amor mira Dios las cosas que creó, con amor las
miro yo también. Con alegría se goza en toda su creación, visible e invisible,
y yo, que soy su imagen, haré lo mismo.
Ahora me siento muy feliz de existir, de estar aquí en este
tiempo, en este espacio, con la increíble misión de estar cada día más cercano
a Dios, hasta ser uno con Él en amor, alegría y paz. Después de haber meditado mucho estas cosas,
de haberlas interiorizado, yo soy feliz.
Tú
también puedes serlo, porque tú eres otro
yo.