DESPEDIDA
Al ir iba
llorando, llevando su semilla.
Al volver, viene cantando trayendo sus gavillas (Salmo 125, 6)
También yo vine llorando, traía mis semillas y me puse
a sembrarlas, con mucho llanto. El concepto de Dios de muchos fieles me hacía
llorar. Un Dios, arbitrario, injusto, monstruoso, perverso. Un día, en su
eternidad, decidió crear los ángeles, impecables, otro día el hombre, materia y
espíritu, falible, con la condición de
que quienes murieran habiendo hecho pecados graves, los castigaría con castigos
eternos.
Esta era
la idea de Dios Creador. A mí me hacía llorar mucho, pero yo busqué entre las
semillas que traía: Dios, Supremo Bien, eterna luz de amor, no haría una cosa
así. En el Credo lo llamamos Padre y un padre no engendra hijos para verlos
eternamente sufrir. San Agustín dijo: Dios que te creo sin ti, no te salvará
sin ti. Mal asunto. El, que me creo sin mí, tiene que salvarme sin mí. Por lo
tanto en el plan de Dios no está el infierno, no está la condenación de nadie,
sino la salvación de todos, porque todos somos sus hijos amados, bendecidos,
llamados a la vida eterna. Entonces, dejé de llorar y pienso que alguno de ustedes
también.
Cuando vine,
venía llorando, y mi llanto se acrecentó una tarde, cuando el predicador dijo: “ustedes,
personalmente ustedes, cada uno de ustedes, es culpable de la muerte de Cristo:
él está colgado de la cruz por culpa de ustedes”. Yo lloré mucho porque era
culpable de la muerte del ser que yo más quería en la vida. Pero yo traía mi
semilla: él había dicho: “Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”.
El no estaba allí por mis culpas, sino por su amor, a mí y a todos. Entonces
aprendí que él no estaba allí pagando ninguna deuda a nadie, no estaba
redimiendo a nadie porque ningún ser humano fue nunca vendido a nadie sino
siempre amado de Dios Padre. Él no estaba allí salvándome porque yo nunca
estuve condenado. Él estaba allí diciéndome: mira con cuánto y tan tierno amor
te amo. Y me consolé mucho, dejé de llorar; y creo que alguno de ustedes
también.
Yo venía
llorando por la creencia de que el Padre Dios quien yo trataba de amar había soltado
espíritus perversos para que me arrastraran al mal y así él me condenaría a sufrimientos
eternos. Entonces no pude creer más en la existencia de demonios como tampoco
en la del infierno, el lugar supuesto de los demonios. Y dejé de llorar: Nadie
estaría sufriendo eternamente, torturado por entes perversos. Se iluminó mi fe
en Dios Padre y dejé de llorar. Y creo que alguno de ustedes también.
Yo traía
una gran tristeza de Cuba, nacida del e4stado de las familias. Me habían hecho
llorar. A poco de llegar acá, fui nombrado Asesor Nacional del Movimiento
Familiar Cristiano. Oía a los padres
decir que a los niños había que llevarlos fuerte: sin tres o cuatro golpes no
acababan de entender. Y lloré mucho por los niños abusados, maltratados,
angustiados, por el trato injusto de sus papás. Y sembré mi semilla y dije:
Creo firmemente que aquellos padres que golpean a sus hijos pequeños, después
de un juicio sumarísimo, deben ser fusilados. Quizá alguno de ustedes cambió de
mente.
Encontré
también la relación desagradable de las parejas. Vi la frialdad con que se
trataban y lloré mucho. Y dije: con lo fácil que es hacer un matrimonio feliz,
basta un poco de educación, la experiencia simple de que agradar al otro es muy
agradable para uno. Y llorando mucho me pregunté: ¿cómo crece la gente en este
mundo? Y vi que la familia no era una escuela de amor, sino un lugar de
sufrimiento y agresividad. Los jóvenes, ellos y ellas, no han aprendido a ser
amables con su familia, sino a ser susceptibles por razón de que el maltrato
recibido en su niñez produce inevitablemente esos efectos. Después pude ver
como las parejas iban progresando en su relación y haciéndola cada vez más
exquisita. Y dejé de llorar. Y creo que alguno de ustedes también.
Yo llegué
llorando. Traía mi semilla, pero llegué llorando. Sentía que la Iglesia Católica,
refiriéndome a su más alta jerarquía, no estaba donde tenía que estar y que
desarrollaba una piedad infantil, un Evangelio piadoso sin contenido humano. Y lloré
mucho. Después vino el Papa
Francisco y dejé de llorar. Y creo que alguno de
ustedes también.
Y así creo que me voy muy consolado llevando las
gavillas de los afectos de ustedes, de la luz que veo brillar en sus ojos, de
la fe nueva con que abrazan a Dios.
Ustedes me
han manifestado desconsuelo porque me voy y también yo estoy desconsolado de irme
porque los quiero. Podría decirle a alguno de ustedes, quizá a muchos, que si
mi presencia entre ustedes fue buena, den gracias a Dios por ello. Y si para
algunos no lo fue, den gracias a Dios también porque, al fin, me voy.