jueves, 24 de julio de 2008

Hacia una alta racionalidad

El gran maestro de vida espiritual san Juan de la Cruz escribió:

“Y de la misma manera que se atormenta y aflige al que desnudo se acuesta sobre espinas y puntas, así se atormenta el alma y aflige cuando sobre sus apetitos se recuesta. Porque, a manera de espinas, hieren y lastiman y asen y dejan dolor”.

San Juan de la Cruz creía que el ser humano está constituido por un cuerpo sensible, fuente de los apetitos, y un espíritu racional e inmortal, fuente de la inteligencia, la bondad y el bien hacer. Entre estos dos mundos existen muy diversas y complejas relaciones. Por apetitos él entiende los deseos que nacen de la sensibilidad, de ver, oír, oler, saborear, palpar y de las sensaciones internas, de la imaginación y memoria. La dificultad está en que este universo sensible obra al margen de la razón. Cuando alguien se entrega a los deseos nacidos de los apetitos lejos de los postulados universales de la razón, somete su inteligencia y voluntad a determinaciones irracionales, y eso sólo puede ser frustrante. Se debe pasar por un proceso de sometimiento de los apetitos a la razón de tal forma que la persona se comporte razonablemente en toda ocasión. Esta situación es dolorosa, muy dolorosa, y muy sutil, pasa desapercibida para muchas personas. Siempre que alguien sufre por algo, se puede afirmar que no está siendo completamente racional frente al asunto. La plena racionalidad, no hablo aquí de teorías de ninguna clase, sino del uso adecuado de la razón para establecer la situación concreta, es fuente de paz, alegría y amor, de felicidad.
El proceso para liberarse de las ataduras de la sensualidad y vivir en un estado de completa racionalidad, noche oscura sanjuanista, es sumamente complejo. Quizá sea bueno aquí recordar que la evolución desde el animal hasta el hombre supuso muchos millones de años. Alcanzar la instancia constitutiva de lo racional en plenitud no puede ser fácil, pero sí posible. La distancia entre un deseo de la sensualidad y un deseo de la racionalidad puede ser inconmensurable. Un ejemplo sería el joven que se deja llevar de la drogadicción. Se le pueden dar todas las razones de los sabios, se le puede explicar con todos los argumentos posibles que arruina su vida. El deseo desencadenado por la droga, es más fuerte que toda razón. La vida de este joven deja de ser racional, se llena de sufrimiento, y el resultado final es una persona no sólo infeliz sino también perdida para la sociedad. Este es un ejemplo extremo, pero todo deseo proveniente de la sensibilidad tiene ese poder de someter y atormentar a la persona, aunque sea en mínimo grado.
Así, pues, podemos experimentar deseos sensibles y deseos racionales. Cuando alguien desea la paz, la justicia, el amor, la luz de la sabiduría para dar sentido a la vida, tales deseos lo liberan, lo engrandecen y lo realizan. En esta dirección, se puede señalar una realidad esencial: la sensibilidad no percibe lo eterno, no trasciende lo inmediato corporal; la razón se eleva a lo eterno, trasciende todo determinante concreto, y es así una experiencia de libertad y gozo.
El principio que rige la vida racional es el principio de realidad, el convencimiento de que solo podemos contar con lo que está ahí siendo. Si yo pretendo algo que bien pudiera ser, pero en este momento no existe, mi pretensión se vuelve sufrimiento, porque me sitúo fuera de lo real. El deseo sensible no obedece al principio de realidad, sino a la imaginación. Existe una palabra excelente para describir tal situación, fantasía. Uno se imagina cosas fuera de la realidad, y después quiere que sean válidas, pero como no lo son sólo sirven para causar dolor, desorientar y empobrecer. Así no se puede ser feliz.
Cuando alguien llegue a ser completamente racional, estado permanente de iluminación, sin apego ni deseo de nada fuera de lo razonable, no habrá cosa alguna que le haga sufrir. Las cosas son muy diversas, los acontecimientos muy diferentes, buenos y malos. Pero la respuesta racional es una sola. Entender el misterio de la existencia implica amar intensamente todo lo existente. El gran poeta místico, san Juan de la Cruz, lo cantó así:

Hace tal obra el amor
Después que lo conocí
Que, si hay bien o mal en mí,
Todo lo hace de un sabor
Y al alma transforma en sí…

lunes, 14 de julio de 2008

OBSTÁCULOS. CONTINUACIÓN

Los grandes maestros han creído que el ser humano puede alcanzar su felicidad completa, incluso de modo fácil. Ya que para lograrlo no se necesita tanto poner como quitar. Quizá sea interesante recordar algunos fragmentos de Buda y de san Juan de la Cruz. Así lo predicó Buda:

“He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre la supresión del dolor: la extinción de esta sed por el aniquilamiento completo del deseo, desterrando el deseo, renunciando a él, liberándose de él, no dejándole en su sitio”.

¿Es que se puede vivir sin deseos? ¿Cómo podría ser una persona normal quien no tenga ningún deseo? Quienes han logrado una experiencia de paz interior más profunda, preguntarían lo contrario. ¿Es que se puede ser una persona normal estando sujeto a los deseos?
Un ejemplo podría dar a entender lo que se quiere decir. A las siete de la tarde estoy sentando en el malecón de la Habana de cara al sol cuando declina sobre el mar. Me entrego al presente absoluto de lo que tengo ante mí: El mar, rosa de atardecer, la brisa fresca en la piel, el rumor de olas mansas, un lento y tibio sabor marino, el muro gris. El sol, el horizonte, melancólico adiós al día. En la lejanía las nubes blandas, irisaciones mágicas, gloriosas, fantasmas encantados de fiesta. Crepúsculo, puro sosiego, el alma arrebatada de arreboles. El sol, el mar, la tarde, la vida.
Ningún deseo, sólo la serena contemplación del presente, el gozo inefable de un atardecer vivido aquí y ahora. Imaginemos otra situación, yo estoy en el mismo lugar con las mismas circunstancias, pero mi mente está siguiendo una cuestión que debo resolver más tarde, o mi recuerdo me está trayendo la desagradable experiencia de hoy por la mañana. Estoy dividido, presente y ausente, entre el sol que ven mis ojos y los deseos de que mañana se resuelva la situación. Los deseos me llevan lejos de mí, a los objetos deseados, o temidos, forma negativa del deseo.
Bien, se admite en este ejemplo: disfrute plenamente del ocaso, pero toda la vida no puede ser eso, hay que proponerse objetivos, cumplir tareas, discernir entre unas cosas y otras, lo que implica desear el bien, querer lo correcto, apartarse de lo malo, y todo ello exige estar llenos de deseos de justicia, de paz, de amor.
Es absolutamente cierto. Pero es cierto en aquellos momentos de la vida, cuando todavía no se ha hecho todo eso. Se dan cuatro posibilidades: se vive de espaldas a la verdad, se vive de frente a la verdad, se avanza en la posesión de la verdad, se llega a la plenitud de la verdad, a la iluminación. En el primer momento se vive con deseos inadecuados, en el segundo se cae en la cuenta de que es mejor buscar la verdad, se vive el deseo de la verdad; tercer momento, se alcanza cierto grado de verdad, se entra en un espacio de sabiduría; cuarto momento, se goza la verdad, todo ha sido alcanzado, ya no hay deseo. En el camino hacia la liberación, santidad, perfección, o como quiera que se le llame, se dan diversos grados de vivencia, que deben ser superados uno tras otro, hasta llegar a la posesión realizadora de la plenitud espiritual. En relación con el deseo, el proceso se puede describir así: desear salir de la vida frívola, seguir con el deseo de una vida seria, ya esto exige liberarse de los deseos frívolos y cultivar lo serios; en el camino hacia un sentido más responsable de la existencia, acontecen los descubrimientos diversos, unos más bajos, otros más elevados, esto implica otra vez eliminar los deseos más bajos y alimentar los más nobles; una vez en posesión de los más nobles deseos, se da necesariamente una experiencia de tranquilidad, unidad, paz, en que los deseos dejan ser deseos de realidades ausentes. Ahora ya todo es gozo de lo presente, no hay espacio para los deseos. Ahora se es feliz habitualmente, ahora la existencia, liberada de los deseos, entra en la luz de la felicidad.
San Juan de la Cruz escribió: “Para venir a poseerlo todo no quieras poseer algo en nada”. La felicidad plena vive en la posesión del todo, del mundo, de Dios, de la historia, no en detalle alguno. Seguiremos examinando este misterio que es la mística.

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