Quizá muchas personas no lo piensen, pero en verdad el miedo más radical del ser humano es el miedo a la muerte. A lo largo de su historia, los humanos han buscado y propuesto diversas teorías y conductas para escapar de ese miedo. Desde el “vive hoy como si fueras a morir mañana” hasta el “vive hoy como si no fueras a morir nunca”. Este miedo a la muerte no perdona a nadie.
En las sociedades esclavistas, este miedo se revelaba en unos (los dueños) como esfuerzo para someter a otros (los esclavos) a soportar todas las formas de muerte. Aquellos buscaron la forma de vivir lo más cómodamente posible a base del sacrificio de éstos. A estos otros, los esclavos, sólo les tocaba un lento y doloroso morir. Así la vida se hizo rabia, de unos contra otros, afán de poder de unos sobre otros. El miedo se apoderó de unos y de otros. Nadie fue feliz. El esclavo lloraba su suerte en la tristeza, el poderoso escondía su miedo bajo la ira. Aquel orden, realmente un enorme desorden, hacía sentir la existencia como vacío, como nada. Los griegos discutían, los romanos banqueteaban, unos y otros se deshumanizaban. Las grandes culturas que crearon estaban llenas de dolor, de ira, de angustia, de tristeza: el destino es inexorable. El hombre vive bajo el signo del hado fatal. La fortuna es impredecible, lo que resta es vive hoy que mañana morirás. Se generó poco respeto por la vida humana. La grandeza de un hombre se medía por la cantidad de hombres que mataba y sometía.
Sin dar excesiva importancia a las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo, debemos admitir que las formas culturales largamente vividas dejan una huella a nivel genético que determina ciertos rasgos de comportamiento. La mayoría de nosotros somos descendientes de aquellos esclavos, que fueron multitud, y las viejas tradiciones de sangre noble se han perdido entre las luces de la ciudad. Ahora todos somos plebeyos, gente sin clase. Los ricos intentan ser felices derrochando bienes de consumo; los pobres sueñan con ser ricos. Ni unos ni otros logran ser felices. Comer exquisitamente no puede hacer definitivamente feliz a nadie, ni cosa alguna de esta especie, sin negar por ello que sean realidades integrables a la felicidad perfecta. Los símbolos de los contenidos del inconsciente colectivo apuntan a la muerte como fin de todo. ¿Acaso no vivimos los desterrados hijos de Eva gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?
En la cultura occidental, los referentes del judaísmo y del cristianismo remiten a un pecado original que pesa sobre todos los humanos y del cual no se puede escapar, a pesar de los remedios, circuncisión, bautismo, ya que todos experimentan la rebelión de la carne. ¿Quién nos podrá librar de este cuerpo de pecado?
En las otras grandes culturas, india y china, sus sabios buscaron caminos de salvación y sintieron la necesidad de liberarse de las creencias generalizadas, que confundían y apartaban a la gente de la salvación. Ellos fueron pequeños oasis en medio de gigantes desiertos. Los pueblos siguieron presos en sus propias redes culturales, ajenos a la felicidad completa.
¿Puede el ser humano que vive en la tierra ser feliz? La historia levanta su voz y responde: de hecho nunca lo ha sido. Pero, debemos añadir, siempre lo ha buscado. ¿Será necesariamente inútil esa búsqueda? Quienes han se han sentido plenamente felices son testigos de esa posibilidad y también de lo fácil que resulta perderse en el camino. Su testimonio es que la felicidad plena se alcanza en una vivencia de comunión con el Todo, en la experiencia de una armonía interior que se nombra paz de Dios, en una llama de luz que se dice amor.
Pero, ¿no está nuestro inconsciente colectivo cargado de odios, rabias, tristezas y miedos? Sí, es un hecho. Quien quiera ser feliz deberá alcanzar esos oscuros fondos y purificarlos. Como ya dije, se comienza por la revisión de las creencias populares, por el examen del valor real de los datos culturales. ¿Cómo se podrá sentir quien logre tamaña aventura? Extraño, solo, apartado. Y eso, ¿puede ser feliz? Cuando se entiende, sí, se es totalmente feliz. Quizá se pueda así comprender la extraña aventura de salir a buscar la felicidad, que se encuentra más allá de los datos culturales y las experiencias habituales de división, separación y oposición, en una vivencia de totalidad y comunión, en la que no hay muerte, sino vida eterna.
1 comentario:
Encantadisima una vez más de encontrar alguien con un verbo tan elocuente y tan acertado....un buen regalo que este blog haya llegado hasta mí.
Un saludo atento, y qué Dios le siga ayudando con su " gracia " a mantener estos escritos.
Nieves , Granada. ( españa )
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