Queremos confrontar la tesis de muchísima gente de que la felicidad no es posible en esta vida. El intento es mostrar que si es posible.
viernes, 31 de diciembre de 2010
NUENA ADMINISTRACIÓN
Terminamos un año de crisis económica de carácter mundial. Comenzamos otro año, el 2011. Se nos dan 365 días para negociar nuestra felicidad. Si lo hacemos bien, podemos tener 365 días felices. Para eso tenemos que usar correctamente nuestra inteligencia, hacer buenos discernimientos.
Lo primero es ver en que vamos a invertir. Es muy importante que sepamos bien la posibilidad de éxito de nuestra inversión. Tenemos la posibilidad de invertir en tristeza o en alegría. ¡Como si fuera tan fácil. Si ustedes, amigos lectores o lectoras, creen que la alegría depende de las circunstancias ajenas a ustedes mismos, entonces han hecho una inversión mala, han gastado su capital en conceptos negativos. Llámense a la reflexión. No deben poner su alegría en manos ajenas, es suya, suya, suya. Nada ni nadie tiene derecho alguno sobre su alegría.
Lo segundo es trabajar fuerte en la inversión. Han decidido invertir en alegría. Pero tienen que tener mucho cuidado, el mercado está saturado de falsificaciones. No todo lo que se vende por ahí, a lo largo de los contenedores culturales, es válido. Si van a invertir en alegría, y es una buena opción, escojan una buena marca. La alegría buena, la perfecta, la que no se pierde, es la alegría que ustedes mismos son. Así, como suena; el ser humano en la verdad de sus ser es alegría plena, esta es la marca buena, su alegría propia. Ustedes son alegría.
Lo tercero es perseverar trabajando la inversión. Normalmente vivimos es una superficialidad falsificada. Es natural, nuestra vida interior no puede estar expuesta a toda clase de público. De hecho, vivimos escondidos detrás de diversas fachadas. Esto tiene un grave peligro, que comencemos a vivir escondidos de nosotros mismos. La alegría que somos está honda en nuestro ser, precisamente para que nadie la profane. Cuando lleguen a ver el ser que son, una alegría imperturbable llenará sus conciencias de un gozo inefable. Comprobarán que hicieron una buena inversión.
En tristezas no inviertan nada, será perdido. Las novelas tanto radiales como televisivas están llenas de lágrimas y lamentos. Ustedes no sean personajes de novelas. Hagan una historia con guiones compuestos por ustedes mismos, sin llantos, pero sí con mucha alegría.
martes, 21 de diciembre de 2010
FELIZ NAVIDAD
FELIZ NAVIDAD
Para muchas personas, embrujadas en este torbellino comercial, esta expresión no pasa de ser una simple frase que se usa en estos días. Para quien reflexione su motivo profundo, el nacimiento de Jesucristo es realmente un motivo de felicidad por infinitas razones.
Celebramos el nacimiento del hombre que enseñó el camino de la paz como la única senda por donde debemos ir, sin concesión alguna a la violencia. El quería que cada uno se constituyera como un bastión por donde la violencia no pudiera jamás pasar. El nos enseñó que la única forma para alcanzar la paz es el perdón. Llevado a la espantosa muerte de la cruz, pidió perdón a Dios para aquellos que lo crucificaban. Sí, claro, feliz navidad. Ha nacido el maestro de la paz. Por eso, paz en la tierra para los hombres, a quienes ama Dios. Feliz navidad.
Celebramos el nacimiento del hombre que nos enseñó la igualdad, que todos somos iguales y, si se diera el caso de que alguien se quedará de último, pasaría a ser el primero. El maestro de la relación exacta entre todos los seres humanos. Suena bello: Todos ustedes son hermanos. Feliz el nacimiento del maestro de la humanidad.
Celebramos el nacimiento del hombre que nos enseñó a amar sin límites, amar incondicionalmente. Nos enseñó a decir: te amo hermano, eres buena persona, y a decir te amo hermano, aunque eres una mala persona. Nos dejó ordenado que siempre hiciéramos el bien a toda persona. Esta es le ley que no dejó. Feliz navidad.
Celebramos el nacimiento del hombre que nos enseñó a confiar siempre en Dios, Padre nuestro, Padre de todos. Él nos enseñó s vivir sin miedo, sin preocupaciones, porque nuestro Padre del cielo cuida de nosotros, más que los pajaritos y las mariposas. El conocía bien al Padre. Feliz navidad.
Feliz navidad, hermanos y hermanas, hemos sido liberados por él, por Jesús de Nazaret, del peso de la ley, de toda opresión, y hemos sido constituidos hijos de Dios, su Padre, en él y por él. Gloria a Dios en el cielo. Feliz Navidad.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Nuestra flaqueza
“No es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”
San Juan de la Cruz. Dichos de amor y luz, 57.
A muchas personas piadosas he escuchado decir que los sufrimientos los manda Dios y que hay que aceptarlos como venidos de su mano. Lo he oído también de labios de sacerdotes, de religiosos, y de religiosas. Ahora viene este hombrecito, casi enano de pura hambre, humillado y atropellado muchas veces, a decirnos que no, que no es voluntad de Dios tal cosa. El nos dice como la cosa más natural del mundo, como quien dice que el sol nace todos los días, que no, que padecer es el resultado de la propia imperfección, y no de los adversos casos del mundo, y menos que sea voluntad de Dios.
Existen en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, una serie de textos que dicen que Dios prueba al hombre con sufrimientos. Pero este fraile dice que no es así. San Pablo habla de sufrimientos pasados por él, y no me atrevo a decir yo que fue por su imperfección. Pero el santo Doctor Místico de la Iglesia Católica, San Juan de la Cruz, escribió, y escrito está, que no es voluntad de Dios que la persona se turbe ni padezca.
Cuando uno estudia toda su obra llega a comprender que efectivamente no es deseo de Dios que la persona sufra. ¿No sería interesante investigar cómo no es voluntad de Dios que la persona sufra y cómo se llega a no sufrir? ¿Sería posible amanecer un día en el mismo mundo en que se vive, con los mismos problemas de siempre, sin que le cause la menor pena?
No, seguramente no es como usted piensa ahora, mientras lee, No. No es por atrofia de la sensibilidad, no es por endurecimiento. Todo lo contario. Antes de entrar en los hondos pozos de su doctrina, es necesario que nos habituemos a pensar que no es voluntad de Dios ningún sufrimiento, ni en los casos más adversos. ¿Entonces, por qué sufrimos tanto? Y la respuesta es, quizá, desconcertante, por la flaqueza de nuestra virtud, por nuestra imperfección.
Quiero comentar brevemente, para ir entrando en el tema, que si analizamos las causas del sufrimiento, no están en los acontecimientos, sino en nuestra forma de enfocarlos. Si usted es una persona que sufre, quizá pueda recibir una buena noticia. No es por voluntad de Dios. Él no quiere que usted sufra. El camino para salir del sufrimiento es el uso correcto de la inteligencia.
Debemos aprender a usar correctamente nuestra inteligencia, como paso previo. Es difícil ver de pronto lo mal que usamos nuestra inteligencia. La flaqueza del uso correcto de nuestra inteligencia es una de las causas de nuestros sufrimientos, no la voluntad de Dios, no su deseo.
LA PROPIA IMPERFECCIÓN
La propia imperfección.
“No es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”
San Juan de la Cruz. Dichos de amor y luz, 57.
A muchas personas piadosas he escuchado decir que los sufrimientos los manda Dios y que hay que aceptarlos como venidos de su mano. Lo he oído también de labios de sacerdotes, de religiosos, y de religiosas. Ahora viene este hombrecito, casi enano de pura hambre, humillado y atropellado muchas veces, a decirnos que no, que no es voluntad de Dios tal cosa. El nos dice como la cosa más natural del mundo, como quien dice que el sol nace todos los días, que no, que padecer es el resultado de la propia imperfección, y no de los adversos casos del mundo, y menos que sea voluntad de Dios.
Existen en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, una serie de textos que dicen que Dios prueba al hombre con sufrimientos. Pero este fraile dice que no es así. San Pablo habla de sufrimientos pasados por él, y no me atrevo a decir yo que fue por su imperfección. Pero el santo Doctor Místico de la Iglesia Católica, San Juan de la Cruz, escribió, y escrito está, que non es voluntad de Dios que la persona se turbe ni padezca.
Cuando uno estudia toda su obra llega a comprender que efectivamente no es deseo de Dios que la persona sufra. ¿No sería interesante investigar cómo no es voluntad de Dios que las persona sufra y cómo se llega no sufrir? ¿Sería posible amanecer un día en el mismo mundo en que se vive, con los mismos problemas de siempre, sin que le cause la menor pena?
No, seguramente no es como usted piensa ahora, mientras lee, No. No es por atrofia de la sensibilidad, no es por endurecimiento. Todo lo contario. Antes de entrar en los hondos pozos de su doctrina, es necesario que nos habituemos a pensar que no es voluntad de Dios ningún sufrimiento, ni en los casos más adversos. ¿Entonces, por qué sufrimos tanto? Y la respuesta es, quizá, desconcertante, por la flaqueza de nuestra virtud, por nuestra imperfección.
Quiero comentar brevemente, para ir entrando en el tema, que si analizamos las causas del sufrimiento, no están en los acontecimientos, sino en nuestra forma de enfocarlos. Si usted es una persona que sufre, quizá pueda recibir una buena noticia. No es por voluntad de Dios. Él no quiere que usted sufra. El camino para salir del sufrimiento es el uso correcto de la inteligencia.
Debemos aprender a usar correctamente nuestra inteligencia, como paso previo. Es difícil ver de pronto lo mal que usamos nuestra inteligencia. La flaqueza del uso correcto de nuestra inteligencia es una de las causas de nuestros sufrimientos, no la voluntad de Dios, no su deseo.
“No es voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos; que, si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que se pena la imperfecta”
San Juan de la Cruz. Dichos de amor y luz, 57.
A muchas personas piadosas he escuchado decir que los sufrimientos los manda Dios y que hay que aceptarlos como venidos de su mano. Lo he oído también de labios de sacerdotes, de religiosos, y de religiosas. Ahora viene este hombrecito, casi enano de pura hambre, humillado y atropellado muchas veces, a decirnos que no, que no es voluntad de Dios tal cosa. El nos dice como la cosa más natural del mundo, como quien dice que el sol nace todos los días, que no, que padecer es el resultado de la propia imperfección, y no de los adversos casos del mundo, y menos que sea voluntad de Dios.
Existen en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, una serie de textos que dicen que Dios prueba al hombre con sufrimientos. Pero este fraile dice que no es así. San Pablo habla de sufrimientos pasados por él, y no me atrevo a decir yo que fue por su imperfección. Pero el santo Doctor Místico de la Iglesia Católica, San Juan de la Cruz, escribió, y escrito está, que non es voluntad de Dios que la persona se turbe ni padezca.
Cuando uno estudia toda su obra llega a comprender que efectivamente no es deseo de Dios que la persona sufra. ¿No sería interesante investigar cómo no es voluntad de Dios que las persona sufra y cómo se llega no sufrir? ¿Sería posible amanecer un día en el mismo mundo en que se vive, con los mismos problemas de siempre, sin que le cause la menor pena?
No, seguramente no es como usted piensa ahora, mientras lee, No. No es por atrofia de la sensibilidad, no es por endurecimiento. Todo lo contario. Antes de entrar en los hondos pozos de su doctrina, es necesario que nos habituemos a pensar que no es voluntad de Dios ningún sufrimiento, ni en los casos más adversos. ¿Entonces, por qué sufrimos tanto? Y la respuesta es, quizá, desconcertante, por la flaqueza de nuestra virtud, por nuestra imperfección.
Quiero comentar brevemente, para ir entrando en el tema, que si analizamos las causas del sufrimiento, no están en los acontecimientos, sino en nuestra forma de enfocarlos. Si usted es una persona que sufre, quizá pueda recibir una buena noticia. No es por voluntad de Dios. Él no quiere que usted sufra. El camino para salir del sufrimiento es el uso correcto de la inteligencia.
Debemos aprender a usar correctamente nuestra inteligencia, como paso previo. Es difícil ver de pronto lo mal que usamos nuestra inteligencia. La flaqueza del uso correcto de nuestra inteligencia es una de las causas de nuestros sufrimientos, no la voluntad de Dios, no su deseo.
viernes, 15 de octubre de 2010
NADA TE TURBE
Santa Teresa de Jesús, nacida el 28 de marzo de 1515, fue una mujer muy turbada y espantada más de la mitad de su vida. Dotada de una extraordinaria sensibilidad, de una aguda inteligencia y muy grande capacidad de acción, se encontró desbordada por sus propias capacidades, perdida entre las innumerables posibilidades que se abrían ante ella. Más amplia que todos los moldes de su cultura, se sintió estrecha en aquel mundo y a la vez temerosa de romper aquellas cadenas. Ninguna fuerza fue capaz de detenerla en el arranque existencial de su proyecto. Y así, espantada, turbada, asustada, echó a andar, bañada de lágrimas, en cumplimiento de su destino.
Después de haber logrado la más alta iluminación, desde la libertad absoluta de su espíritu, miró otra vez su camino y los caminos del ser humano sobre la tierra y escribió “Nada te turbe, nada te espante”. Ella comprendía ahora con toda claridad que “todo se pasa”, y consecuentemente, si todo se pasa, no hay para qué hacer mucho caso de ello. En efecto, el huracán, pasa; el terremoto, pasa; el día como la noche, pasan; la vida toda, pasa. Sin embargo ella encontró algo que no se pasa, y además es eterno, y amigo y dulce y amoroso, y no se pasa: Dios. Si, realmente, “Dios no se muda”. Siempre es verdad, eternamente es verdad, pero ella lo supo más tarde, cuando estuvo en él, cuando sintió su presencia viva, cuando él la tocó con su infinita ternura y la abrazó con su fuerza divina, y fue una caricia perfumada para ella. Dios no se muda.
Pero mientras pasa el huracán, o tiembla tierra, ¿qué se puede hacer? Desde aquella alta cumbre de luz, ella dice con la más firme certeza: “La paciencia todo lo alcanza”. Ella lo sabía bien; aún antes de saberlo, debió esperar a que la fruta madurase muchas veces, finalmente el objetivo se alcanzaba. Sí, realmente, la paciencia todo lo alcanza. Nadie como ella lo sabe, que fue tan impaciente, tanto que la enfermaba la espera. Sí, la paciencia todo lo alcanza.
Cuando subió a lo alto de la montaña y vio a sus pies todo el paisaje de la vida, la suya y la de todos, comprendió que efectivamente “A quien Dios tiene nada le falta”. Es su experiencia, es su historia, ella lo reconoce, Dios nunca le faltó, incluso cuando no lo tenía del todo. Nuestros ojos apenas si ven lo visible cuando es muy llamativo. Los ojos ya iluminados de ella, lo ven aunque sea de noche, en medio de la miseria, de la enfermedad y la muerte, del dolor y la catástrofe. En este mundo hay millones de personas carentes de todo o casi todo, ¿cómo es que nada les falta? Más bien les falta todo.
Para ella ahora es claro que “Solo Dios basta”. En el sentido de que solamente Dios basta, o de que Dio solo basta, sin cosa alguna más. Por lo tanto a quien Dios tiene nada le falta porque solo Dios basta. Por lo mismo, debido a estas razones, nada te turbe, nada te espante.
Y si nada te turba ni espanta, entonces eres feliz, la felicidad te llena como el sol ilumina el día. ¿Y nosotros, tan lejos de Dios y de nosotros mismos, qué podremos hacer para que nada nos espante ni nos turbe? Reflexionar que todo se pasa. Y todo se pasa. Decirnos a modo de consolación que la paciencia todo lo alcanza.
lunes, 20 de septiembre de 2010
En paz con el dolor
“Felices los que sufre en paz con el dolor”
Este verso del gran Himno al Sol de san Francisco de Asís, nos interpela, nos denuncia, nos ataca, nos deja abobados. ¿Es que existe alguien que pueda ser feliz y estar en paz con el dolor? Nuestra experiencia es que si alguien sufre por causa de un dolor pierde la paz y con ella la felicidad. Creemos firmemente que no es posible al ser humano estar en paz con el dolor. Sin embargo, ahora viene este extraño sujeto, que se hizo pobre siendo rico, que se hizo mendigo después que no le bastó con ser pobre y nos dice, en un maravilloso himno, para que no faltara nada, que sí, que se puede ser feliz estando en paz con el dolor.
Quizá sea verdad, lo admitimos ahora hipotéticamente, que si estamos en paz con el dolor, si lo sufrimos con paz, estaremos felices. Que no es el dolor quien se lleva la felicidad, sino el no estar en paz con él. Nuestra cultura ha establecido que el dolor debe ser evitado, es un mal, que no se puede estar en paz con el. Desde muy niños así lo hemos creído. Ahora cuando sentimos algún dolor, sobre todo físico, nos creemos obligados a perder la paz, a sentirnos infelices y desgraciados.
El dolor físico es un mensajero, trae noticias a nuestra conciencia de que algo está mal en nuestro organismo. El dolor, sea que se crea o no, esta de nuestra parte. Nos avisa de existe algún daño, y nos llama a remediarlo. ¿No es el dolor parte de la enfermedad misma? ¿No es él mismo un daño? NO, es una alarma, un centinela que nos grita un alerta, que no nos deja indiferentes. Entonces, si no razono mal, ¿el dolor físico es un amigo del hombre? He conocido algunos casos de personas relativamente jóvenes, que murieron repentinamente de enfermedades que habían tenido sin experimentar dolor alguno. Si las hubiese detectado en sus principios habrían sido tratadas y la vida prolongada,
Existen los sufrimientos morales, psíquicos, producidos por conductas propias, consideradas como altamente malas, que duelen en el alma. Causan dolores espirituales, depresiones, iras, rabias dolorosas, desajustes psíquicos. Quien está envuelto en negras tristezas, ¿está también recibiendo un mensaje? Ciertamente, todo desajuste psíquico está enviando un mensaje a la inteligencia. Ese mensaje dice textualmente: “Estás usando mal tu inteligencia”.
Sí, efectivamente, toda reacción negativa tiene su razón de ser en un uso inadecuado de la inteligencia. Podemos recordar aquello de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante”. Si la inteligencia actuara correctamente usted se diría, al fin y al cabo “todo se pasa”.
La conclusión vendría siendo esta: - No existe en la tierra, ni en el cielo, ninguna razón para perder la paz. Se puede tener paz con el dolor y seguir siendo feliz. Así redime el dolor.
“Felices los que sufre en paz con el dolor”
domingo, 18 de julio de 2010
ELEGANCIA Y FELICIDAD
Quizá esta palabra tenga rancio sabor burgués y usted tan pronto la ha leído ha evocado esos personajes, masculinos y femeninos, elegidos en los grandes medios como personas más elegantes, mejor vestidas, más galantes, etc. Creo que será muy bueno que usted ahora recuerde aquella vez, seguro que la recordará, tan extraño es, que recibió de alguien un trato respetuoso, afable, que le hizo sentir bien.
Nos referimos a la forma de comportamiento. Puede recordar también aquella ocasión en que usted salió airoso en la relación con otra persona. Dijo lo que tenía que decir con tanta paz, con tanta sinceridad, con tanta delicadeza, que la persona se sintió bien y usted mucho mejor.
Su voz, sus gestos, su actitud general, sus reacciones internas, son altamente expresivas. Pueden ser tan armoniosas que usted sienta que posee un gran dominio sobre sí mismo. Se siente bien con su modo de tratar a las personas, su persona se proyecta con placidez, es agradable. Esto puede suceder casualmente, sin mayor planificación suya, pero también puede ser que usted encuentre un valor en ello y ponga interés en ser una persona así. Entonces usted se está volviendo una persona elegante.
Vamos a llamar elegancia al comportamiento expresivo de paz, alegría y amor, que se manifiesta de forma adecuada a las personas en las circunstancias concretas. Usted desea decir que sí y lo expresa cálidamente. Debe decir que no y lo expresa tan amablemente que el otro se siente bien. Ocurre si usted aprende a decir que no con el mismo amor que dice que sí. La elegancia espiritual de una persona se constituye en forma de conducta cuando la persona decide que toda su vida sea una expresión de amor.
La elegancia en su sentido positivo y creador es el ropaje con que se viste el amor y, obviamente, la felicidad. Para ser feliz hay que sentirse bien con uno mismo, quien es elegante está bien consigo mismo y con los demás. Muchas personas valoran la espontaneidad, y se comportan de forma espontánea, lo que es lo mismo, de forma irreflexiva. Ser abre así la puerta a lo instintivo primario y eso puede ser tan carente de elegancia que lo único que se experimente después sea vergüenza.
Si usted desea ser una persona feliz, debe contraer matrimonio legítimo con la elegancia. Si vive divorciado de ella, se estará sintiendo mal todo el tiempo.
Sea una persona elegante.
sábado, 26 de junio de 2010
EL JUSTO ES FELIZ
El sentimiento más noble que puede experimentar el ser humano es el de justicia. Pero esta palabra naufraga en un mar de confusión y hay que salir a su rescate. Debemos entender por sentimiento de justicia una especial alegría luminosa que se experimenta cuando se toma la actitud de desear el bien universal, de todos los seres humanos y de la entera naturaleza. A Dios no hay que desearle ningún bien porque él es el Sumo Bien.
Es absolutamente cierto que este deseo no se ve respondido por la realidad objetiva. La injusticia impera en el mundo. Pero en mi corazón no. Mi deseo es que cada ser humano tenga los medios necesarios para alcanzar la plenitud de su persona. Mi más honda satisfacción es experimentar la paz que nace de hacer todo el bien posible, y de saber que de modo consciente y libre no haré mal a nadie, ni a persona ni a objeto natural.
En el mundo suceden cada día incontables injusticias, robos, asaltos, violaciones sexuales, atropellos, disgustos entre los familiares, insultos, ofensas, además de crímenes horrendos. Yo no quiero ser fariseo, no soy fariseo; soy una persona feliz porque mi corazón está lleno de ternura hacia todo cuanto existe. Quiero que se de a cada uno, a todo el mundo, la riqueza material y espiritual para que llegue a ser una persona feliz. En el deseo de mi corazón nadie es malo, ni está excluido.
San Juan de la Cruz escribió: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; el mismo Dios es mío y para mí” (Dichos de luz y Amor 27). Esta infinita posesión feliz se realiza cuando la persona quiere el bien universal sin exclusión alguna. Entonces se da el hecho dichoso de estar lleno de amor, y eso es la justicia. Y nada es más feliz.
El otro sentido de justicia, los antiguos la llamaron vindicativa, es la voluntad de darle a cada uno lo que se le debe. Así muchas personas sufren al ver las injusticias y desean que sus autores sean castigados. Esta no es la justicia de Dios. La justicia de Dios es la del padre que corre a abrazar al hijo pecador que vuelve y a quien ha estado esperando. Al hombre malo no hay que castigarlo, sino ayudarlo a que se convierta y se salve.
Cuando era estudiante sufrí un grave escándalo con un texto de santo Tomás de Aquino que afirmaba que Dios amaba a los condenados. Hoy me produce un gran consuelo. Sólo me suscita una pregunta y es ¿cómo puede estar condenado aquel a quien Dios ama? Aprendí que ser justo es no excluir a nadie de su amor.
Ser justos como Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos produce una misteriosa felicidad.
El justo es feliz
El sentimiento más noble que puede experimentar el ser humano es el de justicia. Pero esta palabra naufraga en un mar de confusión y hay que salir a su rescate. Debemos entender por sentimiento de justicia una especial alegría luminosa que se experimenta cuando se toma la actitud de desear el bien universal, de todos los seres humanos y de la entera naturaleza. A Dios no hay que desearle ningún bien porque él es el Sumo Bien.
Es absolutamente cierto que este deseo no se ve respondido por la realidad objetiva. La injusticia impera en el mundo. Pero en mi corazón no. Mi deseo es que cada ser humano tenga los medios necesarios para alcanzar la plenitud de su persona. Mi más honda satisfacción es experimentar la paz que nace de hacer todo el bien posible, y de saber que de modo consciente y libre no haré mal a nadie, ni a persona ni a objeto natural.
En el mundo suceden cada día incontables injusticias, robos, asaltos, violaciones sexuales, atropellos, disgustos entre los familiares, insultos, ofensas, además de crímenes horrendos. Yo no quiero ser fariseo, no soy fariseo; soy una persona feliz porque mi corazón está lleno de ternura hacia todo cuanto existe. Quiero que se de a cada uno, a todo el mundo, la riqueza material y espiritual para que llegue a ser una persona feliz. En el deseo de mi corazón nadie es malo, ni está excluido.
San Juan de la Cruz escribió: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; el mismo Dios es mío y para mí” (Dichos de luz y Amor 27). Esta infinita posesión feliz se realiza cuando la persona quiere el bien universal sin exclusión alguna. Entonces se da el hecho dichoso de estar lleno de amor, y eso es la justicia. Y nada es más feliz.
El otro sentido de justicia, los antiguos la llamaron vindicativa, es la voluntad de darle a cada uno lo que se le debe. Así muchas personas sufren al ver las injusticias y desean que sus autores sean castigados. Esta no es la justicia de Dios. La justicia de Dios es la del padre que corre a abrazar al hijo pecador que vuelve y a quien ha estado esperando. Al hombre malo no hay que castigarlo, sino ayudarlo a que se convierta y se salve.
Cuando era estudiante sufrí un grave escándalo con un texto de santo Tomás de Aquino que afirmaba que Dios amaba a los condenados. Hoy me produce un gran consuelo. Sólo me suscita una pregunta y es ¿cómo puede estar condenado aquel a quien Dios ama? Aprendí que ser justo es no excluir a nadie de su amor.
Ser justos como Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos produce una misteriosa felicidad.
Es absolutamente cierto que este deseo no se ve respondido por la realidad objetiva. La injusticia impera en el mundo. Pero en mi corazón no. Mi deseo es que cada ser humano tenga los medios necesarios para alcanzar la plenitud de su persona. Mi más honda satisfacción es experimentar la paz que nace de hacer todo el bien posible, y de saber que de modo consciente y libre no haré mal a nadie, ni a persona ni a objeto natural.
En el mundo suceden cada día incontables injusticias, robos, asaltos, violaciones sexuales, atropellos, disgustos entre los familiares, insultos, ofensas, además de crímenes horrendos. Yo no quiero ser fariseo, no soy fariseo; soy una persona feliz porque mi corazón está lleno de ternura hacia todo cuanto existe. Quiero que se de a cada uno, a todo el mundo, la riqueza material y espiritual para que llegue a ser una persona feliz. En el deseo de mi corazón nadie es malo, ni está excluido.
San Juan de la Cruz escribió: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; el mismo Dios es mío y para mí” (Dichos de luz y Amor 27). Esta infinita posesión feliz se realiza cuando la persona quiere el bien universal sin exclusión alguna. Entonces se da el hecho dichoso de estar lleno de amor, y eso es la justicia. Y nada es más feliz.
El otro sentido de justicia, los antiguos la llamaron vindicativa, es la voluntad de darle a cada uno lo que se le debe. Así muchas personas sufren al ver las injusticias y desean que sus autores sean castigados. Esta no es la justicia de Dios. La justicia de Dios es la del padre que corre a abrazar al hijo pecador que vuelve y a quien ha estado esperando. Al hombre malo no hay que castigarlo, sino ayudarlo a que se convierta y se salve.
Cuando era estudiante sufrí un grave escándalo con un texto de santo Tomás de Aquino que afirmaba que Dios amaba a los condenados. Hoy me produce un gran consuelo. Sólo me suscita una pregunta y es ¿cómo puede estar condenado aquel a quien Dios ama? Aprendí que ser justo es no excluir a nadie de su amor.
Ser justos como Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos produce una misteriosa felicidad.
martes, 8 de junio de 2010
Sí, es posible
En su libro “Espacios de Alegría” Giorgio Basadonna escribió: “Hablar de alegría y gozo hoy es una tarea difícil en este mundo lleno de conflictos, de violencia, de problemas y preocupaciones de toda índole que nos asedian y generan tanto sufrimiento personal y social”.
¿Cómo puedo estar yo ahora feliz si sé, y lo sé ciertamente, que millones de seres humanos iguales a mí están muriendo de hambre y enfermedades curables? ¿Cómo puedo yo estar ahora feliz si se que miles de niños en el mundo ahora, cuando escribo esto, están al borde de una muerte segura por pura hambre y por sed. ¿Cómo puedo yo estar feliz cuando sé que a unos metros o kilómetros de allí, otros seres humanos iguales a mí despilfarran inútilmente el triple del dinero necesario para resolver el hambre y las enfermedades de la humanidad? ¿Cómo puedo estar feliz? No, es imposible.
Yo no quiero aparecer cínico. Yo no quiero ser cínico. Pero me expongo a sentirme yo mismo cínico si digo que sí, que en este mundo tal cual es, puedo y debo ser feliz. ¿Cómo podría ser? Quizá apartando mi atención de esas realidades, no pensándolas, ignorándolas, viviendo como si no fueran. Pero si hago eso, ¿cómo podré librarme del cinismo? Muchas personas no piensan en esas cosas porque hieren su sensibilidad y las hacen sufrir. ¿Se podrá acaso ser feliz viviendo de espaldas a realidad? Yo creo que no. La felicidad implica la realización plena del ser humano, y nadie puede decir que aquellos que viven de espaldas a la realidad son personas realizadas. Serán, cuando más, personas mediatizadas, personas deshumanizadas.
¿Cómo puedo estar yo ahora feliz sabiendo lo que sé? Encaro una lucha titánica que asume la totalidad de la historia. Entrar en ella me engrandece. Pero necesito reflexionar detenidamente si mi tristeza, mi dolor y mi angustia por ello aporta algo a la solución del problema. ¿Aporta algo positivo? No, de ninguna manera. Gastar mis fuerzas desarrollando energías negativas sólo consigue hacerme mal a mí, sin beneficiar a nadie. Lo que ellos necesitan no es mi dolor, mi pesar; lo que ellos necesitan es mi solidaridad, mi amor, mi voluntad de ayudar a la solución de esta plaga del hombre.
Ellos necesitan mi felicidad, porque solo con ella puedo caminar hacia ellos. Desde aquí. Ahora, les envío mi compasión y les digo que pondré toda mi fuerza al servicio del hombre, nacido para vivir con dignidad, con medios suficientes para que su vida pueda ser feliz. Los abrazo a todos, los amo a todos, y las condiciones que los oprimen me parecen graves vacíos de la mente humana.
Cuando cultivo estos sentimientos y salgo a hacer algo por esos hermanos míos tan infelices, un extraño sentimiento de paz me invade, una luz viene a iluminar borrosas sombras de mi interior. Estar, al menos emocionalmente, junto a ellos, los pobres del mundo, es también una extraña forma de felicidad. Un corazón endurecido no puede ser feliz.
jueves, 13 de mayo de 2010
POR EL CAMINO DE LA VIDA
Por el camino de la vida
Es absolutamente claro, sin que nadie nunca lo haya negado, que en este mundo vivimos hasta que morimos. El niño, cuando es suficientemente atendido, está feliz, cuando llora es un alerta para que atiendan alguna necesidad. Cuando comienza a moverse por un espacio más amplio, descubre nuevos mundos maravillosos, los mismos que a usted no le dicen nada, y, maravillado, salta de alegría.
Normalmente las viviendas están llenas de obstáculos para los pequeños, “no toques”, “¡cuidado!”, “no hagas eso”, son frases que oyen todo el día. El niño descubre entonces que todo está lleno de peligros y se pone triste. Y esa tristeza muchas veces se acaba minutos después de la muerte.
Pero no tiene que ser así. Ya sé que el proceso de socialización del niño es complejo y doloroso muchas veces de modo inevitable. La vieja sabiduría dice que hay un tiempo para llorar y otro tiempo para reír. ¡Ay de aquel que crece con solo el tiempo de llorar!
Madres, comprendan que el tiempo de estarse tranquilos sus hijos, para ellos es tiempo de llorar. Que no sea muy largo. Un día pregunté a una madre cuánto tiempo pasaba al día jugando con su hijo, me miró extrañada y me dijo que ninguno. Otro día, 23 años después, esa misma madre me preguntaba por qué su hijo, vivía ya en otro país, no se comunicaba nunca con ella. Entonces comprendí más profundamente que lo que se nos queda de los otros dentro es lo que juegan con nosotros.
Ahora tenemos el problema planteado: ¿cómo podrá ir por la vida una persona adulta si nadie jugó un día con ella? La diferencia entre la niñez y la edad adulta es que en la niñez tenemos necesidad de que jueguen con nosotros. En la edad adulta somos nosotros los que debemos jugar, reír, y no ir siempre como un general en el desfile militar. Los adultos llevamos en nuestro interior un niño que necesita jugar con otros niños, ya sea de adultos o de edad infantil.
Ir felices o tristes por el camino de la vida es una posibilidad que tenemos. Algunas personas, quizá por ventura, encuentran dentro de sí esas posibilidades y las cultivan, y pasan por la vida cantando y riendo; otras, por el contrario, no han tenido tanta suerte y pasan su vida renegados, sufriendo ellos y haciendo sufrir a todos. En las fantasías de los antiguos, en el marco de la gran familia rural, se daba por entendido que nadie podía comportarse en la casa familiar de modo inadecuado. Era un lugar sagrado, quizá solemne, pero nunca triste.
En estos días los niños juegan con máquinas de jugar y pasan horas sin ternura humana a su lado bañándolos de luz. ¿Cómo podrán luego seguir por la vida cantando y riendo? La enorme cifra de psicofármacos consumida por los habitantes del mundo desarrollado nos da idea, indica claramente que muchos van por esta vida llorando y pataleando. Pero, de verdad, se pueden ir cantando y riendo. Juegue hoy con alguien.
miércoles, 21 de abril de 2010
Más allá de la vida
Nadie puede demostrar con pruebas irrecusables que no existe otra vida después de la muerte. Nadie puede demostrar con pruebas evidentes que existe una vida más allá de la muerte. ¿Existe o no existe otra vida después de la muerte? ¿Qué razones hay para creerlo o no creerlo?
A mi personalmente me gusta la idea de que sí existe otra vida más allá, en el mundo futuro. La otra vida. La otra vida puede ser de gloria eterna, o de pena eterna. ¿Cómo saber cuál va a ser la suerte de uno mismo? Si no existe otra vida, no hay nada más que averiguar.
Salvarse o condenarse. Enorme peso sobre la pobre conciencia. ¿Quién podrá con él? Me salvaré o me condenaré, sin ninguna otra alternativa. ¿Cómo ser feliz viviendo en esta tragedia inmensa? Eternamente feliz o eternamente desgraciado,
Pensar en Dios para los no creyentes equivale a verse condenados, pues desde su postura difícilmente puede sentirse otra cosa. Si Dios existe ellos están fritos. Entonces lo mejor es que no exista. Así se explica su rabia contra Dios, como si existiera, como si los hubiese ya condenado. No les es fácil pensar en cómo los creyentes pueden vivir si no es aterrados.
Quien tiene fe en Dios no siente miedo de ser condenado. Dios no condena, es eterno amor, infinito amor, eterna misericordia. Sentir a Dios es sentir la salvación, la vida, la paz eterna, la gloria.
Pero el creyente también peca, se puede condenar. Quien ha sentido a Dios sabe que su amor, su perdón, es más grande que cualquier pecado. El Dios en que creemos es Padre, no verdugo, no juez, no vengativo. Ante él nuestras acciones son como si no fueran, no valen nada, ni las más heroicas, ni las más bajas. Lo que nos salva es su amor, su infinita bondad.
Si eso es así, entonces también los ateos se salvan. ¿Tiene usted algún inconveniente? Pero si todos se salvan, entonces que ganan los que se han portado correctamente, los que han sido justos?
Ganan eso mismo, haber sido justos, haber vivido honestamente. Los creyentes ganan haber pasado la vida como por un jardín encantado, lleno de Dios, de belleza, de esperanza, de indescriptible alegría. No moriré, he de vivir, de vivir eternamente en la luz. Nada podrá ser más feliz.
¿Y si no es así y te condenas?
Quien piensa eso no sabes nada de Dios, ni de su amor; sigue pensando en el diablo.
Más allá de esta vida te espera el Amor Eterno. Puedes ser feliz. Tú no te vas a salvar. Es Dios quien te va a salvar porque te quiere. Eso es todo.
sábado, 3 de abril de 2010
Espero la resurrección
Espero la resurrección
En estos días pascuales los cristianos sentimos un especial gozo al recitar en el Credo sus dos últimas frases: Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Creer en la vida eterna, más allá de esta condición de debilidad, de dolor y angustia, se convierte en una alegría casi infinita por haber nacido en este mundo. Bendita sea la tierra, bendito sea el momento que un ser humano nace, no porque sea tan grandioso vivir bajo el sol; no por eso, sino porque ha nacido para vivir vida eterna en la gloria de Dios, para disfrutar vida inconmensurablemente feliz, vida que no se acaba, sin estrecheces, sin espacios constrictores, sin tiempos que te arrastran.
Quizá sea verdad que estas condiciones futuras que se esperan son poco experimentadas por la mayoría de los mortales hijos de Adán. Y sí es muy rica la experiencia de las dificultades de la presente existencia, amargada por miles de cosas, la mayoría carentes de valor.
¡Qué bueno es poder decir, “espero la vida del mundo futuro”!. ¡Qué maravilloso es decirle a los propios huesos que se ponen viejos, duelen, se quiebran, se mueren: huesos míos, nos volveremos a ver en la luz de la vida eterna, sin dolor, sin cansancio, sin pesadumbre alguna. Huesos luminosos, eternizados, levantados sobre toda condición de mortalidad. Sean dichosos huesos míos, nacidos para resucitar, para la caminata eterna por la infinitud de la gloria.
Se habla del árbol de la vida, plantado en medio del paraíso, de la fuente de la eterna juventud. Gilgamés emprende un penoso viaje en busca de la vida perdurable, ansioso por alcanzar la eternidad, para terminar con la decepción de que los dioses no quieren que los hombres sean inmortales. No queda otra alternativa que resignarnos a morir.
¡Qué bueno es poder decir espero la vida del mundo futuro! ¡Qué nueva visión se abre ante nuestros ojos atónitos! Dios si quiere nuestra inmortalidad, él nos ha destinado a ella desde antes de la creación del mundo. ¡Qué respeto tan profundo sentimos por el otro, llamado por Dios a resucitar y a tener vida eterna!.
Esta débil persona, de salud realmente mala, de apariencia raquítica, envejecida, arrugada, tambaleante, un día, sin duda alguna, será revestida de inmortalidad y llena del poder del Eterno. Realmente sembramos en corrupción, pero a la hora de la cosecha vamos a ser revestidos de incorrupción.
A veces siento que estas dos frases, portadoras de nuestra esperanza cristiana, puestas al final del Credo, se quedan sin comentar, sin valorar. ¡Qué bueno fuera ser iniciado en los caminos místicos que nos llevan ya en esta tierra a gustar esa vida que esperamos! Quizá debamos oír otra vez la voz de san Juan de la Cruz:
¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias”. (Cant. B 39,7)
viernes, 12 de marzo de 2010
El amor es la respuesta.
G. Jampolsky escribió en su libro Enseña solo amor: “No importa cual sea la enfermedad, la respuesta es siempre el amor”.
Normalmente, cuando nos sentimos enfermos, con dolores y molestias, más o menos intensos, creemos que sólo podemos sentirnos mal, sin alegría, ni entusiasmo. Nos encontramos más bien deprimidos, tristes. Así es, pero no es tan cierto que tenga que ser así.
En estas últimas semanas he padecido una crisis de mi vieja úlcera duodenal, y me he dedicado a poner atención a mis propias reacciones. Descubrí que mi respuesta no fue amor, sino rencor hacia mi pobre e inocente duodeno, a la maldita bacteria Helicobacter piloris. Me encontré deprimido, malhumorado, disgustado, infeliz. Había dado a esa situación un enorme poder sobre mi mismo.
¿Tenía que ser así? Creo que no, podía haber sido de otra manera. Si en lugar de odiar mi pobre duodeno, lo hubiese amado, quizá este ejercicio de amor me hubiese hecho sentir bien, precisamente como efecto de la misma dolencia.
Yo he visto personas con enfermedades finales, dolorosas y penosas, mantenerse amables, sonrientes y felices, increíblemente felices. Estaban llenas de amor, de paz, de alegría. Sí, también de alegría. No me lo contó nadie, yo las traté y fui enriquecido con su ejemplo. También he visto otras personas en iguales condiciones que estaban desesperadas, angustiadas, gritando; habían perdido todo rastro de amor. No esperaban nada, hasta que la muerte los sometió. Luchar contra la muerte es inútil, ella siempre gana.
Sí, el amor puede hacer dulce la vida y también la enfermedad y la muerte. Yo lo sé con toda verdad porque lo he visto en otras personas. Excepcionales no, normales, humanas, pero tenían amor.
También enfermos podemos ser felices, también moribundos podemos ser felices. Yo lo he visto. No me lo contó nadie. El único requisito es amar aquello mismo que nos atenaza, que nos hiere.
La inmensa mayoría de las personas tienen el convencimiento de que para ser felices se necesita buena salud, agradables relaciones, suficiente dinero, etc. Si se tiene, es una bendici+on, pero si no se tiene, no es una maldición.
Nuestra felicidad no debe estar condicionada, debe ser independiente de toda circunstancia. Es un absoluto, para esta vida, para la futura. Sólo nosotros mismos podemos impedirnos ser felices. Es más barato vivir y morir si no nos hacemos infelices por nuestra propia cuenta.
jueves, 11 de febrero de 2010
LA AMISTAD
LA AMISTAD
Con tono depresivo, lleno de tristeza, me contaba un día un amigo que él no tenía amigos. No es cierto, le dije, yo soy tu amigo, No, protestó, usted me trata por compasión, no por amistad. No era cierto, pero sí había mucha compasión, que no excluye la amistad. En contraste, otra persona se jactaba de tener muchos amigos con toda la felicidad del mundo, La amistad es el sentimiento más noble del corazón humano.
Me ha sucedido tratar a personas por muchos años seguidos sin la sensación de amistad, como conocidos, pero no amigos. Hace poco, por ciertas circunstancias de la vida, debí compartir una misión muy mixta ideológicamente, creyentes, ateos, indiferentes, y sucedió que comienzo a conversar con uno de los ateos profesos. A la media hora, le digo: tengo la sensación de ser amigos desde niños. El manifestó con entusiasmo que le sucedía lo mismo. Yo pensaba con dirección oeste y él con dirección este, pero nuestras posiciones frente al oeste y al este eran iguales, honestas, sinceras, abiertas, y nuestro modo de comunicarnos era simpático. Me sentí motivado a indagar sobre los elementos que constituyen la amistad entre personas. Pienso que existe una percepción intuitiva del valor espiritual del otro (no necesariamente en el orden moral), que nos permite ver al otro en uno mismo a pesar de infinitas diferencias.
Las personas pueden tener valores semejantes, pero no por eso generan amistad, se requiere que se dé una comunicación entre ambos, más allá del simple pensamiento, en un fondo de cordialidad mágico. Esta experiencia es feliz, enriquecedora. Su ausencia es dolorosa. Existe amistad entre tú y yo, si tú eres yo y, consecuentemente yo soy tú.
Dentro de las creencias populares se encuentran graves prejuicios. Escuché, casi sin querer una conversación entre dos amigas. Una comentaba a la otra que tenía entendido que alguien se había enamorado de ella y se le declararía. La amiga reaccionó como ofendida. ¿Cómo iba a ser, si ellos eran como hermanos? Muy amigos. Ella jamás hubiera pensado tal cosa. ¿Es que el amor sexual excluye la amistad? La muchacha lo consideraba inmoral.
Me puse a pensar en tales situaciones e hice una hipótesis. Si los novios no son amigos, sino interesados, cuando sean esposos tampoco serán amigos y cuando sean padres mucho menos serán amigos de sus hijos. ¿Qué sucederá si los novios no son amigos, ni los esposos, ni los padres? Se podría decir que sucedería exactamente lo que sucede. He visto esposos tratarse como enemigos mortales, He visto padres tratar a sus hijos como si fueran criminales. Un día pregunté a una mamá que trataba a su hija ya adulta como podría tratar un jefe de prisión al peor de los convictos, por qué trataba así a su hija, y me aseguró con toda la convicción del mundo, “que había que hacerlo así para que los hijo no se le montaran encima”. ¿Existirá alguna amistad entre esas dos mujeres? No, realmente no, Ni amor, ni respeto, ni cariño, ni felicidad alguna.
Creo que toda relación humana, sea cual sea, si no expresa amistad, es una acción frustrada, perdida, infeliz. Este es el sentido del “Ámense unos a otros”.
Con tono depresivo, lleno de tristeza, me contaba un día un amigo que él no tenía amigos. No es cierto, le dije, yo soy tu amigo, No, protestó, usted me trata por compasión, no por amistad. No era cierto, pero sí había mucha compasión, que no excluye la amistad. En contraste, otra persona se jactaba de tener muchos amigos con toda la felicidad del mundo, La amistad es el sentimiento más noble del corazón humano.
Me ha sucedido tratar a personas por muchos años seguidos sin la sensación de amistad, como conocidos, pero no amigos. Hace poco, por ciertas circunstancias de la vida, debí compartir una misión muy mixta ideológicamente, creyentes, ateos, indiferentes, y sucedió que comienzo a conversar con uno de los ateos profesos. A la media hora, le digo: tengo la sensación de ser amigos desde niños. El manifestó con entusiasmo que le sucedía lo mismo. Yo pensaba con dirección oeste y él con dirección este, pero nuestras posiciones frente al oeste y al este eran iguales, honestas, sinceras, abiertas, y nuestro modo de comunicarnos era simpático. Me sentí motivado a indagar sobre los elementos que constituyen la amistad entre personas. Pienso que existe una percepción intuitiva del valor espiritual del otro (no necesariamente en el orden moral), que nos permite ver al otro en uno mismo a pesar de infinitas diferencias.
Las personas pueden tener valores semejantes, pero no por eso generan amistad, se requiere que se dé una comunicación entre ambos, más allá del simple pensamiento, en un fondo de cordialidad mágico. Esta experiencia es feliz, enriquecedora. Su ausencia es dolorosa. Existe amistad entre tú y yo, si tú eres yo y, consecuentemente yo soy tú.
Dentro de las creencias populares se encuentran graves prejuicios. Escuché, casi sin querer una conversación entre dos amigas. Una comentaba a la otra que tenía entendido que alguien se había enamorado de ella y se le declararía. La amiga reaccionó como ofendida. ¿Cómo iba a ser, si ellos eran como hermanos? Muy amigos. Ella jamás hubiera pensado tal cosa. ¿Es que el amor sexual excluye la amistad? La muchacha lo consideraba inmoral.
Me puse a pensar en tales situaciones e hice una hipótesis. Si los novios no son amigos, sino interesados, cuando sean esposos tampoco serán amigos y cuando sean padres mucho menos serán amigos de sus hijos. ¿Qué sucederá si los novios no son amigos, ni los esposos, ni los padres? Se podría decir que sucedería exactamente lo que sucede. He visto esposos tratarse como enemigos mortales, He visto padres tratar a sus hijos como si fueran criminales. Un día pregunté a una mamá que trataba a su hija ya adulta como podría tratar un jefe de prisión al peor de los convictos, por qué trataba así a su hija, y me aseguró con toda la convicción del mundo, “que había que hacerlo así para que los hijo no se le montaran encima”. ¿Existirá alguna amistad entre esas dos mujeres? No, realmente no, Ni amor, ni respeto, ni cariño, ni felicidad alguna.
Creo que toda relación humana, sea cual sea, si no expresa amistad, es una acción frustrada, perdida, infeliz. Este es el sentido del “Ámense unos a otros”.
lunes, 18 de enero de 2010
Cuando una persona se aleja de su familia por razones particulares, que no son desamor, siente donde quiera que esté una muy fina nostalgia por aquellas personas de su familia con las cuales convivió, Se siente como si viviera en un país oscuro, como si un cielo opaco cubriera su existencia. Lo alegre, la mejor fiesta, le suscita un deje de tristeza. He conocido personas que niegan experimentar tales sentimiento, para ellos su familia ahora son sus amigos, sus compañeros de trabajo. En la misma forma de expresar estas ideas acerca de sus experiencias se puede notar el hondo color de esa separación. Se da el hecho de que diversos familiares pierden toda comunicación entre ellos. Se acostumbran a no saber unos de los otros. Es como si el sol no alumbrara ya parte de la tierra.
Pero nada hay tan feliz como encontrase con su propia familia, sus abuelos, sus padres, sus hermanos, sus primos, sus tíos, sus sobrinos, y ver que cada uno es a su manera. En mi familia se decía que “cada uno piensa con su propia cabeza”, se indicaba así un espíritu de tolerancia admirable. La familia es un lugar de humanidad, en el que todos caben, donde todos son bienvenidos. Lo más que me encanta de mi familia, cuando voy a visitarla, es encontrar siempre alguna persona nueva, ajena a la familia de sangre, pero inserta en los afectos de todos. “El, o ella, es como si fuera de la familia”, me dicen. Me produce honda satisfacción comprobar en sus palabras y expresiones que realmente se siente de esa forma. Sí, efectivamente, es grandioso sentirse en familia. La casa de mi familia es un humilde apartamento, pero es extraño lo bien que se sienten ellos en casa. Mejor que es sus propias casas.
Se dan dos posibilidades, la de cada uno por su parte, y la de todos juntos a todas partes. Mi experiencia personal es que cada uno por su parte, sólo genera soledad tenebrosa y doliente. Un espeso e impenetrable individualismo, radicado en sus mentes obtusas, lleva a muchas personas a romper lazos con su propia familia. Salen como quijotes a mejorar el mundo y como tales comienzan a luchar contra los molinos de viento de sus soledades y vacíos. En muchas partes del mundo existe hoy la idea de que es correcto ir a buscar mejor fortuna a otros países lejanos para obtener allí ventajas económicas que no existen en sus propios países. Logran establecer un sistema de “remesas” que ayuda a sus familias. Yo he palpado el dolor no sólo en los que se van sino también en los que se quedan. Es por sus familias que emigran, es por sus familias que se separan de sus esposas o esposos, sus padres o hijos. Es la tragedia de un mundo desigual.
Si usted vive lejos de su familia y no le es fácil ir a visitarla, cualquier comunicación con ella será feliz para todos. Recibir un mensaje de un ser querido que está lejos, es una fiesta. Yo lo sé por propia experiencia, yo, que he vivido desde mis diecisiete años apartado de mi familia, lo sé. Creo que unos de los servicios más nobles que presta a la humanidad el correo electrónico, E-Mail, es éste. Pero nada hay como un abrazo largo, cálido, con quienes son nuestra familia.
Si usted vive con parte de su familia, ya que es más difícil en la condiciones de hoy, vivir con toda ella, aproveche esa situación de cercanía para expresa ternura y amor a sus familiares. No ahorre cariños. Ahorre, sí, cualquier discusión. La relación de familia no es de dominio, sino de libertad. Tampoco quiera salvar a los miembros de su familia. Cada uno piensa con su cabeza. Obviamente usted quiere el bien de su familia, lo único salvador que se puede hacer por la familia, el único bien que le puede hacer es darle todo su amor. Los consejos, ¡ah sí, los buenos consejos¡ Déjelos y con mucho cuidado para cuando se los pidan. Hablo para relaciones familiares entre adultos. Con los niños la situación es otra.
En ningún lugar se puede ser tan feliz como en el seno de la propia familia. Es sabio aprovechar esta realidad. Puede acrecentarla. Haga que otras personas lleguen a sentirse en su casa como si fueran miembros de su familia. Haga que gocen la paz , el amor y la alegría que llena su hogar. Cuando tocan a su puerta ellos traen luz y gozo para usted, dueño de la casa. Sea acogedor, cada otro es su hermano, y experimentará una de las más nobles alegrías que puede sentir un ser humano.
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