viernes, 12 de marzo de 2010


El amor es la respuesta.

G. Jampolsky escribió en su libro Enseña solo amor: “No importa cual sea la enfermedad, la respuesta es siempre el amor”.
Normalmente, cuando nos sentimos enfermos, con dolores y molestias, más o menos intensos, creemos que sólo podemos sentirnos mal, sin alegría, ni entusiasmo. Nos encontramos más bien deprimidos, tristes. Así es, pero no es tan cierto que tenga que ser así.
En estas últimas semanas he padecido una crisis de mi vieja úlcera duodenal, y me he dedicado a poner atención a mis propias reacciones. Descubrí que mi respuesta no fue amor, sino rencor hacia mi pobre e inocente duodeno, a la maldita bacteria Helicobacter piloris. Me encontré deprimido, malhumorado, disgustado, infeliz. Había dado a esa situación un enorme poder sobre mi mismo.
¿Tenía que ser así? Creo que no, podía haber sido de otra manera. Si en lugar de odiar mi pobre duodeno, lo hubiese amado, quizá este ejercicio de amor me hubiese hecho sentir bien, precisamente como efecto de la misma dolencia.
Yo he visto personas con enfermedades finales, dolorosas y penosas, mantenerse amables, sonrientes y felices, increíblemente felices. Estaban llenas de amor, de paz, de alegría. Sí, también de alegría. No me lo contó nadie, yo las traté y fui enriquecido con su ejemplo. También he visto otras personas en iguales condiciones que estaban desesperadas, angustiadas, gritando; habían perdido todo rastro de amor. No esperaban nada, hasta que la muerte los sometió. Luchar contra la muerte es inútil, ella siempre gana.
Sí, el amor puede hacer dulce la vida y también la enfermedad y la muerte. Yo lo sé con toda verdad porque lo he visto en otras personas. Excepcionales no, normales, humanas, pero tenían amor.
También enfermos podemos ser felices, también moribundos podemos ser felices. Yo lo he visto. No me lo contó nadie. El único requisito es amar aquello mismo que nos atenaza, que nos hiere.
La inmensa mayoría de las personas tienen el convencimiento de que para ser felices se necesita buena salud, agradables relaciones, suficiente dinero, etc. Si se tiene, es una bendici+on, pero si no se tiene, no es una maldición.
Nuestra felicidad no debe estar condicionada, debe ser independiente de toda circunstancia. Es un absoluto, para esta vida, para la futura. Sólo nosotros mismos podemos impedirnos ser felices. Es más barato vivir y morir si no nos hacemos infelices por nuestra propia cuenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Padre Marciano, me encanta su sinceridad y la sencillez con la que expone principios tan basicos que aveces me pregunto donde estaba yo todos estos aÑos llena de convicciones opuestas llego la hora de independizar la felicidad y no comprometerla con nada.
Usted tiene un regalo inmenso para la humanidad,que bueno que le conoci.
Reyna