Poco creíble, pero cierto: somos seres configurados para ser felices.
Simplemente, necesitamos tan solo abrirnos
a la realidad que está ahí frente a nosotros, o dentro de nosotros mismos, y
captarla como lo real positivo, como lo excelente, como lo maravilloso.
Dirá usted: sí, eso será algunas veces, pero otras muchas será todo lo
contrario, lo que está presente es doloroso, triste, amenazante, y lo único que
podemos hacer es sufrir. Exactamente, eso es lo que nos han enseñado, eso es
fondo cultural activo.
Sentirnos bien o mal no depende de nosotros, sino de lo que tengamos
ahí delante o dentro de nosotros mismos, como una enfermedad. Si fuera así, estaríamos realmente encerrados
en un valle de lágrimas del cual no hay salida. Muchas personas en todo el
mundo viven como si fuera así de modo fatal, sin remedio alguno.
Algunas personas han decidido rechazar esta esa norma fatalista y decidir
ellas mismas estar feliz con todo lo que suceda fuera o dentro de ellas, y ¡lo
han logrado! ¿Cómo puede ser eso? San Juan de la Cruz escribió; “Hace tal obra
el amor - después que lo conocí,- que si hay mal o bien mí, - todo la hace de
un sabor, - y al alma transforma en sí”. Lo dice en la canción 11 de su
poemario.
Es, pues, obra del amor. Ese gigante inmensamente poderoso, el Amor,
puede hacerlo. Y lo hace si le damos lugar. Si en la tarde llueve, disfrutas la
lluvia; si en la noche todo se oscurece, descansas los ojos de la luz. Si gozas
de excelente salud, sientes la carne y los huesos felices. Si enfermas y te
duelen, tu sigues feliz, porque los amas, porque te amas.
Parece increíble, pero es verdad. No existe situación en la vida en la
que no puedas ser feliz.