Diciembre es un mes melancólico,
termina y comienza un año litúrgico, y nos lleva muy rápidamente a la Navidad y
la despide con mayor presura. Diciembre es el último mes del año civil. Más al norte,
la alegría blanca de la nieve envuelve la tierra de una paz muy especial. Más
al ecuador, la sequía pone triste los campos. En diciembre se reúnen las familias
para celebrar, y allí los más ancianos comentan que probablemente esta sea su
última reunión. Alguna ancianita derramará lágrimas y aguarán la fiesta. Psreciera
que diciembre no es un mes para ser feliz.
Diciembre es el sepulturero que
abre la tumba para enterrar lo viejo y prepara la cuna para que nazca lo nuevo.
Ese es el ciclo de la vida: nacer, crecer y morir. Diciembre nos recuerda estas
cosas. Aquí se llega a una frontera cerrada. Pero diciembre es también el mes
que nos trae el mensaje del cielo, de paz y de vida, y nos abre la frontera del
tiempo y nos pasa a la eternidad. Entonces, se puede ser feliz en diciembre.
Dios ama a los hombres, nos lo dijo en diciembre cantado por voces de ángeles.
Como símbolo del fin del mundo
diciembre nos recuerda que venimos en la rueda del tiempo rodando de día en día, de semana en semana, de
mes en mes, de año en año, hasta aquel 31 de diciembre del último año del
tiempo en que aquella rueda se detenga y entremos en aquella paz de lo eterno
glorioso. También se puede ser feliz en diciembre.
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