Existe un
refrán que pregunta: ¿A dónde va Vicente? Y Responde: donde va la gente. Quizás yo esté en un error, pero creo que la humanidad
es Vicente en una gran mayoría. Existen muchas personas que comen porque ven
comer y beben porque ven beber, sin una posición asumida personalmente para definir
lo que quieren ser, algo con lo que se identifican
y defina su modo de estar en el mundo. En realidad, existen solo dos
posibilidades, estar formando parte de los problemas o estar formando parte de
sus soluciones.
Millones de
seres humanos no meditan, no reflexionan, sobre los problemas del mundo. Viven dentro
de ellos sin captarlos, muchas veces aturdidos por esa masa inmensa de información
que nos aplasta. No es fácil emerger de ella y establecer una posición
racional, libre, constitutiva del propio estar en el mundo.
Una persona
de espalda a la humanidad no puede ser feliz, por la razón elemental de que
estar de espalda a la humanidad es estar de espalda a sí mismo. Y, si recuerdan,
la felicidad es estar en presencia de sí mismo. Se puede admitir con facilidad
que la necesidad fundamental de la humanidad es la paz. Cada uno necesita la
suya propia y todos necesitan la paz de todos.
Puesto de
pie sobre la tierra, mirando al horizonte, usted pronuncia formalmente su
decisión: yo estoy a favor de la paz, contra toda violencia. - Y, ¿me acuesto a
dormir? - Claro, y con ese pensamiento se duerme, se levanta, desayuna, almuerza y cena, y con ese
pensamiento se vuelve a dormir. Con ese pensamiento respira, camina, trabaja, y
vive hasta que se vaya de este mundo.
Cuando
usted en su interioridad se sienta ser una muralla contra la violencia, un baluarte
de la paz, se sentirá feliz, increíblemente feliz. Pero si decide seguir yendo,
como Vicente, donde va la gente, estará de parte del problema y se le negará ser feliz.
Felices, pues, los que trabajan por la paz