Para la inmensa mayoría de la humanidad la felicidad es escasa y se cosecha
solo en tiempos buenos. Para muchas personas, los tiempos buenos son pocos y
los malos muchos. Quizá usted conozca personas que pasan casi todo el día quejándose
de todo. Parece incluso que encuentran cierto placer en ello.
A veces suceden cosas que hubiéramos preferido que no sucedieran y nos
sentimos con una tendencia interior a sentirnos mal. Se insinúa un estado de
depresión, como de una inevitable tristeza. ¿Qué hacer? Aprender a sentirse
bien aún sintiéndose mal. Es inevitable que sucedan esas situaciones. Nos
afectan porque vivíamos con la certeza de que no tendrían lugar cosas
desagradables. Más temprano que tarde llegaron y nos sorprendieron.
Si hemos desarrollado la capacidad de analizar nuestros propios estados
anímicos, ahora hay una buena oportunidad para entrar dentro de nuestro propio
interior y ver allí los girones de tristeza de sutiles egos que nos habitan. Es
muy bueno oír sus llantos y sonreírnos con ellos. No cometa el error de atacarlos,
ellos son débiles, impotentes, mejor los consuela. La posibilidad de vivir sin egos existe
solamente después del purgatorio.
La experiencia de estas debilidades frente a lo adverso, más exactamente,
ante lo indeseado, podría provocar nuestro buen humor y cambiar los llantos en
risas. Es la felicidad en tiempos malos.
Sería una buena decisión aprovechar los tiempos buenos para ejercitarse
en cultivar paz interior, ecuanimidad, serenidad. Con esa preparación, cuando
arrecien los tiempos malos, se estará en posición de soportar la tormenta. Y
casi milagrosamente, en medio de ella, una delicada alegría mansa, emerge del
interior, como la estrella que, en la noche, se deja ver entre los rotos de las nubes. Siempre es posible estar feliz.