La posibilidad de
ser heridos, rechazados, maltratados física y moralmente, es real. Mi cuerpo
puede ser literalmente aplastado, mi presencia aborrecida. Ello es
objetivamente posible y puede llegar a ser real. Tengo miedo de que eso sea un
hecho concreto en mi vida. Este miedo me mantiene alerta, me exige tomar
precauciones. Me obligo a estar en estado de tensión.
Nadie podrá
evitar que tenga miedo y, por lo mismo, que esté tenso, esperando lo malo. Es
justificado, es ser realista. Nadie podrá tampoco hacer que viva con paz, sin
temor, sin preocupación. Pero sentirse feliz es exactamente eso, estar en paz,
sin tensión alguna.
El
problema parece insoluble. No es posible gozar de una plena paz en esta vida,
sin paz no es posible la felicidad. Este razonamiento, común a todas las
culturas, es una falacia, es falso. Su falsedad aparece cuando se analiza que
la posibilidad de que algo sea implica también la posibilidad de que no sea.
Este es un problema que gira alrededor del tiempo. El tiempo lineal, pasado,
presente y futuro, indica donde está la realidad. La realidad está en el
presente, los otros dos tiempos contienen la posibilidad.
Yo existo en el presente con un pasado
que ya no es y un futuro que no es todavía. Todo mi poder está en el presente,
frente al futuro no tengo poder y respecto del pasado aún menos. Mi hogar está
en el presente, aquí tengo todo el poder. No volveré al pasado a lamentar nada,
no iré al futuro para controlarlo. En el presente no necesito lamentaciones ni
controles.
Existe una actitud maravillosa que me
permite morar en el presente sin angustia alguna por el futuro. Se llama
esperanza, es la convicción de que todo irá bien. Es un ser celestial que
habita dentro de nosotros, allí nos asegura que todo irá bien. Yo la amo y la
prefiero. La espera, esa alerta esperando ver lo que pasa, no me gusta nada.
Ella no sabe cómo irán las cosas.
Lleno de la confianza de que todo irá
bien, vivo en el presente lleno de paz, sin tensiones, ni angustia alguna. Soy
feliz. Si ahora se diera el caso de estar afectado por cualquier motivo, miraré
esa realidad como si en el mundo no fuera. Tengo bien claro el principio de
realidad, lo real que está ante mí forma parte de mi felicidad ahora. Tengo ese
poder sobre lo presente. Los mártires son un ejemplo de ello.
Aquel sereno que tenía por vecino un
trompetista, un día, desesperado porque no le dejaba dormir, fue y lo mató.
Pudo también aprender a dormir con los aullidos de la trompeta. Con una disciplina
mental adecuada se puede vivir feliz aún en el quinto infierno. Ahora que no
sucede nada desagradable tengamos esta confianza.
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