En la primera mitad del siglo
XIX, en Cuba, el siervo de Dios, presbítero Feliz Varela y Morales, se
lamentaba del prejuicio absurdo que impedía a las mujeres estudiar en las
universidades, ya que de todas formas ellas eran las primeras maestras del
hombre. No era correcto que la primera maestra fuera una persona ignorante a la
fuerza. Es verdad, no debe ser la madre una mujer ignorante, pero quizá se
pueda añadir hoy que esa asignatura que enseñe a la mujer la ciencia de ser
madre está todavía pendiente.
Eric Fromm, en la segunda mitad
del siglo XX, afirma categóricamente que la dicha mayor que puede tener un ser
humano es haber tenido una madre buena. Nadie lo discute, pero queda la
pregunta, ¿y qué es una madre buena? Las teorías pueden ser muchas, pero quien
ha tenido una madre buena lo sabe muy bien, así como quien ha tenido una madre mala también sabe lo que
es. Yo sé lo que es una mamá buena, porque yo tuve la dicha de tenerla.
No tiene que ser una persona perfecta, no
necesita un doctorado en pedagogía, Si necesita rebosar ternura, bondad,
paciencia, entrega, generosidad, y otras muchas cualidades semejantes a estas.
Cuando la madre las vive se vuelven fuente de vida para ella misma y para su
bebé. El ejercicio magisterial de la madre comienza incluso antes de nacer su
hijo. Desde que ella sabe que está en cinta comienza a cuidarse y a cuidar a su hijo. Ya nacido,
ella le enseña sin palabras la más importante lección, expresada en su cálida
sonrisa: siempre que el niño la mira ella está sonriente, feliz, y el bebé
aprende que la vida es buena. Va a estar ahí siempre con una presencia
benefactora, suceda lo que suceda. La primera lección la da el rostro de la
madre. Una mala madre nunca está ahí y si está su presencia es huraña.
No hay amor más sublime que el amor de la
madre, porque no hay amor más desinteresado que el que ella tiene. Se entrega
al hijo nacido de sus entrañas con absoluta generosidad, sin reservarse nada,
pero sabe que un día él se irá y ella se quedará sola. Por eso la madre es el
ser más bendito de la tierra, lo da todo sin esperar nada. El amor del padre es
otra cosa, para obtenerlo el hijo sabe que tiene que merecerlo primero. Estos
amores reflejan la condición humana, son ellos los que construyen la historia.
Los dos son necesarios. Pero lo que hace amable y dulce la vida es la ternura y
generosidad de la madre, su incondicionalidad, su gratuidad. Existe algo a lo
que nos podemos entregar con los ojos cerrados, la madre buena. ¡Qué doloroso cuando no es así!
El niño crece y aprende a hablar y aprende
a preguntar y se pasa el día entero preguntando cosas directas, sin vergüenza,
sin reservas. Cuando no está la madre para responder y lo hacen otros, el niño
archiva las respuestas en el archivo de asuntos dudosos. Cuando la madre es
quien responde el niño guarda la respuesta en los archivos de las verdades. Su
criterio supremo de verdad es que se lo dijo su mamá. Y las mamás deben darles
a sus hijos tales repuestas que, cuando sean adultos, puedan verificar que así
es como es. Es mala cosa que el niño descubra que su mamá lo engaña, el déficit
de confianza que se le produce, quizá le dure toda la vida. La madre maestra
debe saber dos cosas, lo que el niño le pregunta y cómo explicárselo para que
lo entienda bien. Cuentos chinos es Lo que no debe hacerle
El proceso de socialización del niño
puede ser muy complejo. Un error a evitar es preocuparse más por el
comportamiento del niño que por su persona misma. Si el niño llega a sentirse
exigido pero no querido ni aceptado, tiene una gran posibilidad de reaccionar
patológicamente y creer que es malo, que no vale nada, y comenzará a creer que
como es malo y no vale nada, solo puede obrar mal y hacer cosas malas. Se está
gestando un delincuente. Lo primero es el niño, su comportamiento viene
después, a larga distancia. Durante la infancia el niño aprende por imitación,
hace lo que ve hacer. Sería bueno, muy bueno, que solo viera serenidad,
armonía, paz, alegría y amor en su
familia. No basta con que la madre adore al hijo, también debe respetar su
unicidad, su individualidad, celebrarle cada gracia, cada ocurrencia feliz que
tenga. Una buena madre maestra sabe que los niños no son adultos. No son malos,
solo aprenden.
Lo más grande, hermoso, bello, sublime, lo
más importante para la humanidad, lo que nadie más puede hacer, lo hace la
madre. Por eso, y por mucho más, yo deseo que todas las madres sean felices.