Si el sufrimiento se origina en la propia imperfección, la felicidad
supone la superación de la imperfección, ser perfectos. Jesús dice que seamos
perfectos cono nuestro Padre del cielo es perfecto.
Ser perfecto como Dios es algo imposible para toda criatura, angélica o
humana. En el contexto queda claro el alcance que Jesús le quiso dar a su
expresión. El hablaba de cómo Dios hacía salir el sol para todos, buenos y
malos. De cómo enviaba la lluvia sobre piadosos e incrédulos. A esto llamaba
Jesús ser perfectos como Dios. Parece que hablaba de un amor incondicionado.
Querer a las personas desde la propia bondad, no por los méritos de sus
acciones. Sería algo así como convertir el propio amor en el motivo del amor a
todos y a todo.
El sufrimiento nace de querer que
no sea algo que es y también de querer que sea algo que no es. Es el
principio de realidad, tantas veces ya mencionado. Existen cosas que son, pero
pueden dejar de ser, y otras que todavía no son, pero podrán ser. Frente a
ellas la sabiduría nos dice que si está en nuestro poder hacer que no sean las
que son, pero no deben ser, que lo hagamos, e igual con las que no son, pero
debieran ser. En las otras situaciones, en las que no hay nada que pueda ser
hecho, lo sabio es adaptarse a la situación y seguir amando como si nada
sucediera.
La perfección consiste en el poder de hacerlo sin perturbación alguna, y
la condición es la aceptación de las cosas. No una aceptación resignada, sino
triunfal, todo es gracia. Todo es amor, todo es paz, todo es alegría, porque
todo es camino de salvación. Entonces no hay lugar para quejas, no hay tiempo para
lamentaciones, no existe ningún lugar para la tristeza. Aleluya, amén.