“Jesús le preguntó:
- Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
(Jn. 20, 15)
Después de la Resurrección de Jesús no hay ya razón alguna para llorar. Nunca la hubo. Pero ciertamente después de la Resurrección de Jesús, no hay razón ninguna para llorar.
María lloraba por que creía que Jesús estaba muerto, falsa creencia; Jesús estaba vivo. Buscaba un cadáver, pero no había allí ninguno. Pensaba que alguien debió llevárselo. No sabía dónde lo habían puesto. Falsas presunciones. Pero ella ciertamente lo quería tener. Amor tenaz.
Estas cosas sucedían entre María y Jesús aquella mañana de vida nueva.
¿Valdrán también para nosotros? ¿Podemos pensar que Jesús mismo nos pregunta por qué lloramos?
Si vamos a heredar la vida eterna, si vamos ha resucitar; es más, si ya hemos resucitado en Cristo Jesús, no hay ninguna razón para llorar, la tristeza no tiene lugar justificado. Podemos despedirla para siempre.
Yo, yo mismo, poseo ya la vida eterna en mí y sólo espero su manifestación plena. ¿Qué razón puede haber para que yo esté triste?
Quien sabe que su destino es la plenitud de la vida eterna en la luz de Dios, que camina hacia ella, no tiene ninguna razón lógica para hacer este camino tristemente.
Cuando le preguntamos a alguien por qué llora, las respuestas que nos da pudieran ser mucho más motivo de risa que de llanto.
Quizá sea cierto que todo llanto es, en algún sentido, llanto por un muerto. Llorar por un muerto carece de sentido, porque no existe tal. Para Dios todos están vivos.
Esta muerte biológica de que somos testigos se refiere sólo a lo mortal que llevamos, nosotros somos realmente inmortales. Morir es liberarse de las condiciones de este orden cósmico, caduco, transitorio. Es, pues, el morir una liberación que nos conduce a la libertad de la vida divina, a la luz de Dios, a la resurrección. Ese acontecimiento no es trágico, es glorioso. No existe razón alguna para llorar por los muertos.
Se dan otro tipo de muerte, la muerte afectiva, la pérdida de algo que queremos y perdemos o no logramos. La frustración nos lleva entonces a llorar. Pero se debe considerar que ninguna de esas cosas amadas nos servirá de nada en la vida futura, no las vamos a necesitar allá para nada. Llorar por ellas, que desaparecerán para siempre, no tiene sentido alguno. No llores por lo que has perdido, todo lo perdido va a ser hallado.
¿A quién buscas? Es una pregunta simple, de significado tremendo. ¿A quién buscas? Siempre andamos buscando a alguien que nos acoja, nos quiera, nos complazca, nos comprenda, nos haga felices. Siempre andamos buscando a alguien. Y, dolorosamente, ese alguien siempre se va, se pierde o no aparece.
Desde que Jesús resucitó no hay que buscar a nadie, él permanece para siempre; él es la vida, la verdad, el camino, la resurrección. Obviamente su presencia ya no es física, inmediata, tangible. Nuestra sensibilidad sale a buscar a alguien de carne y hueso. Nuestro espíritu no se conforma con nada de eso. Se queda vacío. Así nos sentimos divididos, desamparados, entristecidos. Seguimos buscando a alguien. ¿A quién buscas?
Busco al que brilla en la luz de todas las estrellas, al que vive en todos los vivientes, al que ama en todos los amantes, al que está sentado a la derecha de Dios. Busco al hombre, busco a Dios.
Desde que Jesús resucitó ya no hay que buscar nada, en él está el hombre y Dios. Por lo tanto, Magdalenas, dejen de llorar, cesen de buscar. Todo lo perdido va a ser hallado, todo lo marchito va a reverdecer, todo lo muerto va a resucitar.
Ahora no tengan miedo; en cambio, llénense de alegría. No por un día, no por una hora, no por un mes. No por un momento, sino por toda la vida.
Sean absolutamente felices.
2 comentarios:
Hermano Marciano.
Me resulta atractivo el escrito. Hace un tiempito recibí un mensaje similar de un seminarista cuando relataba el pasaje del ángel y María, cuando le dice: alégrate María el señor está contigo. Me impacto el hecho de caer en la cuenta de que Dios está con nosotros y en nosotros y me percate que no hay mejor motivo que ese para alegrarse.
Interiorice con ese mensaje y ahora añado el suyo para entender que la paz, el amor y la fe no puede vivirse en la tristeza, ni en el miedo, ni en la angustia.
Sin embargo quería adicionar a su comentario el hecho que esto no implica ignorar el sufrimiento ajeno, ni del prójimo. No se debe ni subestimar ni evadir nuestra propia cruz, porque entonces nos aplasta. Si, alegres, pero consciente del que el camino del reino está lleno de obstáculos. Alegre y alerta: Frank Vega.
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