Señor, que vea.
Conozco personas que valoran mucho la vista,
pero viven con miedo a quedarse ciegas. Esta preocupación les impide disfrutar
de esa maravillosa, indescriptible, inefable realidad que es ver. Un pesimista
dijo un día “para lo que hay que ver, da lo mismo no ver”. Yo soy un ser
visual, ver me estimula, me alegra, me exalta, me sublima. Una gran parte de mi
felicidad es la felicidad de ver.
Ver es un acontecimiento limitado
en sí. Ves con la luz, sin ella no ves. La luz es una colección de innumerables
partículas eléctricas, llamadas fotones. Son tan pequeñas, que son lo más pequño de la
naturaleza. Millones de millones de ellas entran por tu ventana con la luz del
día. La luz, cuantas veces permanecemos indiferentes dentro de ella. Por acá
existen frecuentemente ocasiones para recordarla, durante los apagones. La luz
es la mayor fuente de alegría que tenemos los mortales terrícolas.
Es con los ojos que vemos. Los
ojos, esa portentosa obra de ingeniería biológica. Su estructura, obra exquisita
de arte, se organiza de modo que por una pequeña abertura puedan entrar las
ondas electromagnéticas de la luz reflejada por las cosas y, cuando caen sobre
la retina, este proceso mecánico se convierte en biológico y ves, lo que ya es
psíquico.
Las substancias materiales están
hechos de tal forma que unas reflejan la
luz, otros no, los objetos negros. Otros la reflejan toda, blanco; otros la
reflejan parcialmente, los dibersos colores. Así una gama de matices incontables
abre ante nuestros ojos el abanico de los colores. ¡Qué alegría contemplar la
banda de los azules del cielo y de las playas como remansos de paz! Levantar
los ojos y encontrar allá la sinfonía inimitable de las tonalidades de lo verde,
es absolutamente feliz. Yo ví hondear en lo alto de un mástil una bandera
blanca contra el azul descansado del
cielo.
¡Qué triste palpar el pétalo de
la rosa y no verla! Aunque palpar es también una forma de ver. Pero más triste
aún es ver mezcladas las cosas más santa y bellas con las más feas y malas. En
estos días he visto alguna de esas mezclas. Entristecido de momento fui al
orquidiario de mi patio. Cuando aquellas orquídeas me vieron extendieron sus
brazos hacia mí y me abrazaron con sus delicadísimos colores y bastó su
suavidad casi divina para hacerme olvidar. Volví a ser feliz otra vez. Señor,
que vea.