lunes, 1 de julio de 2013

DEMOCRACIA



Había en un pueblo un hombre muy amigo de la democracia y lo nombraron alcalde. El primer día que se sentó ante su mesa de trabajo, abrió una gaveta y vio un pequeño objeto, lo tomó, lo miró y llamó a su secretario para preguntarle su opinión sobre el pequeño objeto. Muy respetuosamente devolvió la pregunta al alcalde, él no sabía. Consultó luego con su esposa, pero ella tampoco quiso expresar su opinión. Entonces tuvo una idea genial, convocar al pueblo a un plebiscito a fin de llegar a una idea exacta. Había una pregunta y dos respuestas posibles: sí, o no. Y un pequeño objeto montado sobre un espejo. El resultado fue, 80 % sí, 19 % de abstenciones y un no. Muy entusiasmado el alcalde dijo: ya sé que esto es un diamente, aunque el joyero haya dicho que no, que era un vidrio. Pero fue el único.
Muchas personas viven quejosas, malhumoradas, tristes, rabiosas, recelosas. Si tú les preguntas por qué viven así, ellas miran a su alrededor y ven que así es como vive la mayoría de las personas que conocen. Es la ley de la vida. Usan el argumento del alcalde, lo dice la mayoría. ¿Y si le preguntamos a un joyero?
Vamos a preguntar, no precisamente a un joyero, sino a una joyera, por cierto muy experta. ¿Tenemos que vivir turbados? No, dice ella, nada te turbe. ¿Y cómo así? Porque todo se pasa. Entonces, ¿la solución es vivir en el aire? Tampoco, responde ella, Dios no se muda.
Nos encontramos con lo que cambia y con lo eterno, lo que no se muda. Cuando alguien se muere, lo que se muere es el cuerpo, desde siempre mortal, pero no el alma, desde siempre inmortal, que ahora entra para siempre en la luz de Dios. Entonces, ¿voy a llorar por el cuerpo mortal que se muere y olvidar el alma inmortal que entra en la paz eterna? En este caso, el alma es el diamante, el cuerpo un vidrio llamado a romperse.
Y si esa alma está en pecado mortal y Dios la envía al infierno a sufrir eternamente, ¿cómo voy yo a estar feliz y no triste? El Dios que no se muda, eterno y sumo bien, eterno y sumo amor, y eterno y sumo perdón, no hace eso, a todos salva.
Quizá sería bueno examinar nuestras creencias religiosas para distinguir el vidrio del diamante. El Dios en que yo creo es un Dios que salva, no es vidrio, es diamante de infinita calidad.
Podemos vivir felices


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que decirle... Uno de los ejemplos más bellos que ha puesto en su blog sobre Dios.
Gracias Padre por que con su sabiduría y amor me ha ayudado a creer cada día más en Dios Diamante, eterna luz y amor para todos.

Zaidy.