sábado, 14 de septiembre de 2013

Los que tienen el don.



Los que tienen el don.

En la humanidad, en todas partes y en todos los tiempos, han existido personas que han elegido una forma de vida diferente de la que vive la mayoría. Me refiero a los monjes y a las monjas, o personas similares, que han existido en la humanidad, dentro de las más diversas culturas. Si todas las cosas que se han dicho de ellas fueran verdad, habría que tenerlas por extraños extraterrestres, pertenecientes a un mundo distinto del nuestro.
¿Puede ser feliz una persona que renuncia a su libertad personal, a la posesión de riquezas y al disfrute de su sexualidad? ¿Puede ser feliz una persona sometida a obediencia, pobreza y celibato? En algún momento los revolucionarios franceses creyeron que no era posible y comenzaron a matar curas y monjas en nombre de la razón. Pero todavía hoy existen franceses y francesas que eligen ser obedientes, pobres y célibes.
Dentro de la iglesia católica, desde muy pronto, se comenzó a practicar este estilo de vida, basado en la idea de consagrarse a Dios como al único amor. Pero se entiende que es una vocación muy singular, de puras minorías. Quien tiene ese don y vive para solo Dios y de solo Dios, puede alcanzar un estado de paz, armonía y amor, tal que se le convierte en una experiencia suprema de felicidad.
Quienes siguen un camino místico entran en una relación viva con Dios, sumo bien, que les llena de una indecible felicidad, primicia de la gloria celestial. Nada los turba, nada los espanta. Quienes se quedan lejos de ese mundo maravilloso, solos en la fe, liberan su corazón de todo afán terreno, gozan una muy fina libertad interior, una sosegada existencia generosa. Y son extrañamente felices.
La verdad es que la felicidad es una propiedad esencial de nuestro ser espiritual y cuando lo liberamos de todo lo que no es él, llega a la conciencia, sin bloqueos, la felicidad que somos. La posesión de las cosas no hace feliz. Cierto, somos seres necesitados, pero allí donde están nuestras necesidades, no está la sede de nuestra felicidad. La felicidad es la forma de ser de nuestro espíritu inmortal y quienes cultivan su espíritu comprueban que allí, donde está la felicidad, está Dios, infinita y eterna felicidad. Así, lo crea usted o no, consagrarse a Dios es consagrarse a la felicidad. Lo pueden hacer solo aquellos que tienen el don.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente usted tiene el don, padre marciano, bendiciones