miércoles, 28 de noviembre de 2012

SEÑOR, QUE VEA


Señor, que vea.

 Conozco personas que valoran mucho la vista, pero viven con miedo a quedarse ciegas. Esta preocupación les impide disfrutar de esa maravillosa, indescriptible, inefable realidad que es ver. Un pesimista dijo un día “para lo que hay que ver, da lo mismo no ver”. Yo soy un ser visual, ver me estimula, me alegra, me exalta, me sublima. Una gran parte de mi felicidad es la felicidad de ver.
Ver es un acontecimiento limitado en sí. Ves con la luz, sin ella no ves. La luz es una colección de innumerables partículas eléctricas, llamadas fotones.   Son tan pequeñas, que son lo más pequño de la naturaleza. Millones de millones de ellas entran por tu ventana con la luz del día. La luz, cuantas veces permanecemos indiferentes dentro de ella. Por acá existen frecuentemente ocasiones para recordarla, durante los apagones. La luz es la mayor fuente de alegría que tenemos los mortales terrícolas.
Es con los ojos que vemos. Los ojos, esa portentosa obra de ingeniería biológica. Su estructura, obra exquisita de arte, se organiza de modo que por una pequeña abertura puedan entrar las ondas electromagnéticas de la luz reflejada por las cosas y, cuando caen sobre la retina, este proceso mecánico se convierte en biológico y ves, lo que ya es psíquico.
Las substancias materiales están hechos de tal forma  que unas reflejan la luz, otros no, los objetos negros. Otros la reflejan toda, blanco; otros la reflejan parcialmente, los dibersos colores. Así una gama de matices incontables abre ante nuestros ojos el abanico de los colores. ¡Qué alegría contemplar la banda de los azules del cielo y de las playas como remansos de paz! Levantar los ojos y encontrar allá la sinfonía inimitable de las tonalidades de lo verde, es absolutamente feliz. Yo ví hondear en lo alto de un mástil una bandera blanca  contra el azul descansado del cielo.
¡Qué triste palpar el pétalo de la rosa y no verla! Aunque palpar es también una forma de ver. Pero más triste aún es ver mezcladas las cosas más santa y bellas con las más feas y malas. En estos días he visto alguna de esas mezclas. Entristecido de momento fui al orquidiario de mi patio. Cuando aquellas orquídeas me vieron extendieron sus brazos hacia mí y me abrazaron con sus delicadísimos colores y bastó su suavidad casi divina para hacerme olvidar. Volví a ser feliz otra vez. Señor, que vea. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto, salgamos de la oscuridad de la caverna en la que nos dejamos encerrar por nuestra minoría de edad espiritual. No le temamos al sol que nos espera fuera, salgamos y veamos. Seamos adultos, además de biológica, religiosa, espiritualmente. No permitamos ser tutoriados y manipulados por instituciones eclesiásticas y doctrinas, de la religión que sea, interesadas en no perder su poder y control.
Dios ES en cada uno de nosotros. ES más allá de cualquier etiqueta, de cualquier precio, infinitamente más allá de cualesquiera normas de infalibles magisterios.
Puro, inmaculado, infinito y eterno Amor. Certeza salvadora siempre en la esperanza. Felicidad verdadera en la confianza.
Un abrazo, desde mi luna

Anónimo dijo...

Hola !!muy cierto y liberador,
Dios es mucho mas ...mucho mas .
Ingrid