P. Marciano García ocd
2016
La Habana
El ser humano está en la tierra de modo
consciente e inteligente, pero está solo, abandonado a su riesgo. Tiene que
preguntar y cuestionar el mundo en qué vive. Sin conocerlo no puede sobrevivir.
De hecho, la tierra puede ser muy peligrosa. Para los seres humanos actuales la
pregunta más necesaria es ¿Cómo es el mundo en que vivimos?
Por
la palabra mundo se entiende aquí en primer lugar la población humana,
alrededor de 7,000 millones de personas, Esta población se haya asentada en
diversos países; hasta el presente,193 forman parte de la Organización de las
Naciones Unidas.
En
segundo lugar, mundo significa el modo en que se relaciona la comunidad humana;
es decir, el orden nacional e internacional existente. Un hecho que sobresale
por encima de cualquier otro es la desigualdad económica entre unos y otros. La
humanidad se encuentra dividida entre ricos y pobres. Una parte de la humanidad
se asienta en países ricos, más desarrollados y otra en países pobres, menos
desarrollados. Pero en los países ricos hay pobres, a veces muy pobres, y en
los países pobres, ricos, algunos muy ricos.
La
relación entre los ricos es dinámica y creadora, mientras que la relación entre
los pobres es lejana e inoperante. De hecho, a lo largo de los siglos, la
relación entre ricos y pobres ha sido de amo a esclavo, completamente injusta.
El mundo pobre es explotado por el mundo rico para su propia conveniencia desde
tiempos remotos.
Así hoy se da el hecho de que el 95 % de la
riqueza pertenece al 5% de la humanidad, mientras que el 95 % de esta humanidad
debe conformarse con el sólo 5 % de la riqueza producida por ella misma. Es
evidente que la distribución de la riqueza es abismalmente desigual. Cinco
tienen casi todo y noventaicinco no tienen casi nada del total que han
producido. A la pregunta de ¿cómo está organizado el mundo en que vivimos?, hay
que responder que está muy mal organizado. Es un mundo injustamente desigual.
La
mayoría de la humanidad es pobre y dentro de esa mayoría de pobres, muchos
millones viven y mueren en la absoluta miseria. El orden en que se relaciona la
humanidad es, sin discusión posible, esencialmente perverso. ¿Cómo se
relacionan los seres humanos entre sí? Terriblemente mal. Esa es la realidad
que tenemos delante. ¿Qué ha sucedido para que la inmensa mayoría de la
humanidad acepte trabajar para que un pequeño grupo se haga rico y poderoso sin
medida con el producto de su trabajo? ¿Cómo ha llegado la humanidad a este
extremo de increíble desigualdad? ¿Desde cuándo suceden estas cosas?
Quizá la historia nos ayude a encontrar el
origen de este hecho ominoso. Es necesario, pues, hacer un recurso a la
historia, será tan breve como pueda ser. Dice un historiador que no se sabe
bien cómo ni cuándo comenzó la esclavitud, lo que es lamentable; pero eso
realmente no es tan importante. Lo tremendo, lo horroroso, es que tampoco se
sabe, ni bien ni mal, cuándo terminará.
La
esclavitud ha estado siempre vinculada a la producción, primero agrícola,
después minera, más tarde marinera, finalmente todas juntas, sin excluir, claro
está, la esclavitud doméstica. Durante miles de años, los esclavos fueron
sometidos por la fuerza y estimulados por el estallido del látigo. A la medida
que fue creciendo la libertad de unos pocos, fue creciendo el sometimiento de
otros muchos. La esclavitud está esencialmente ligada al empleo de la fuerza. Y
se da el hecho contradictorio de que el poder militar se basa en el concurso,
como soldados, de pobres y esclavos en los ejércitos de antes y de ahora.
Algunos de estos esclavistas fueron también
grandes pensadores y políticos. La condición de seres humanos de los esclavos
llegó a borrarse en sus mentes. Desde remotos e ignorados tiempos, unos pocos
humanos se han hecho ricos con el trabajo de otros muchos seres humanos
esclavos, rebajados de la condición humana, miserablemente explotados. Esto se
ha prolongado de una manera brutal durante más de diez mil años, hasta el día
de hoy.
Un
cambio de las condiciones de producción en el siglo XIX llevó a los amos a una
evaluación matemática evidente. Si se observa con detenimiento, se ve con toda
claridad que lo gastado en el mantenimiento del esclavo, su alimentación, su
salud, resulta de mayor cuantía que pagarle un sueldo y dejarlo a su suerte.
Comenzó a existir otra forma de explotación, mucho más barata: pagar un sueldo
y dejar al individuo encargado de obtener por sí mismo los medios de su
subsistencia. Así se cambió el látigo por el sueldo. Pero la esclavitud siguió vigente,
aunque disimulada. Entonces, ¿en qué mundo vivimos?
En
un mundo en que hombres y mujeres trabajan y producen riquezas para otros, no
para ellos, a cambio de un sueldo de subsistencia. En realidad, vivimos en un
mundo de esclavos. En este mundo vivimos, aunque la mayoría no tenga conciencia
de ello, o lo que es peor, esté resignada. La humanidad no sabe en qué mundo
vive. Creo justo y necesario que tengamos una conciencia clara de cómo es el
mundo en qué vivimos. Quizás, otro mundo mejor sea posible.
La humanidad ha vivido momento de luz en que
parecía que iba a amanecer un día nuevo para el hombre. Recordemos la
declaración de los derechos del hombre durante la revolución francesa, y la
declaración universal de los derechos humanos de la Organización de las
Naciones Unidas, a mediados del siglo XX.
Con
grandes aclamaciones y manifestaciones del triunfo de la razón que reconoce en
todos los hombres la misma naturaleza y dignidad, se proclamó el fin de la
esclavitud humana. Todos los hombres nacen libres, son iguales por naturaleza y
dignidad. ¡Grandioso, magnífico! ¡Viva el hombre! ¡Viva Dios Padre de los
hombres! ¡Viva la libertad! Las palabras fueron muchas, mucho más que los
hechos, que fueron muy pocos y desoladores.
Para tener clara la perspectiva recordemos los
hechos. En la antigua Grecia quienes trabajaban eran los esclavos y lo hacían
no para ellos, sino para los amos. En el victorioso y glorioso imperio romano,
millones de hombres y mujeres esclavos trabajaban, no para ellos, sino para los
amos. Cuantos más esclavos tenía alguien era tanto más rico y respetable.
En
la edad media, millones de siervos trabajaban no para ellos, sino para los
señores. Los millones de negros traídos de África a América, ¿para quienes
trabajaron? - Para los amos. Ahora preguntamos con honestidad: ¿Para quién
trabaja hoy la clase media, tan sufrida? ¿Quiénes se enriquecen hoy con el
trabajo de miles de millones de hombres y mujeres pobres?
Trabajan para los amos de siempre, los señores, los ricos. ¿Ha sido
superada la esclavitud o sigue ahí, ominosa y sangrienta? ¿Es esto lo que Dios
quiere para sus hijos? ¿Este es el mundo fraterno, predicado por Jesús? No,
absolutamente no.
La
humanidad, en su gran mayoría, sigue sometida a esclavitud, disimulada,
disfrazada, maquillada, pero cruel y sanguinaria como siempre. Lo ve incluso
quien no lo quiere mirar. No es una interpretación, no es una ideología, es un
hecho monstruoso, agobiante. Mil millones de seres humanos, regados por todo el
mundo, pasan hoy hambre y están muriendo por estas sinrazones.
¿Cómo
es el mundo en que vivimos? Para un pequeño grupo, vivimos en el mejor de los
mundos posibles. Para una gran mayoría de la humanidad, vivimos en plena
esclavitud, a pesar de vivir en países democráticos que reconocen los derechos
humanos. Vivimos en un mundo falso, mentiroso, cínico.
En el mundo de hoy existen dos mentiras
tremendas, que ocultan crímenes de lesa humanidad, que gritan al cielo. La
mentira de que en los estados democráticos actuales se respetan los derechos humanos,
La mentira de que en esos estados democráticos se goza de entera libertad, para
que cada ciudadano pueda alcanzar un satisfactorio estado de vida. Puras
mentiras, No existen Estados en que los pueblos gobiernen para los pueblos.
Existen Estados plutocráticos, donde los ricos gobiernan para ellos. Y en los
que muchas personas alrededor de la tierra carecen de lo más elemental para la
vida. Esta es la verdad. Llamar democracia a los sistemas en que los más ricos
hacen pagar a los más pobres incluso sus errores económicos, es una negra
ironía.
Miles de sordinas aturden para que no se oigan los gritos funestos de
millones de personas; miles de artilugios se despliegan para que no se vean los
atropellos. Pero esas realidades están ahí, monstruosas,
espantosas, repugnantes. Esas mentiras se
venden hoy como verdades grandiosas. ¿Cómo es el mundo en que vivimos?
Es
un mundo mentiroso y cínico. Los llamados Estados democráticos siguen siendo
Estados esclavistas al servicio de élites, de minorías, como en Grecia, Roma,
la Edad Media, la Colonia. Verdad es que ha habido grandes cambios: en Roma
antigua los amos se ponían collares de cuero alrededor del cuello. Ahora se
ponen corbatas de seda fina. ¡Grandes cambios!
De
lo que se trata es de enfrentar la realidad con el máximo posible de
objetividad y ver con claridad el mundo en que se vive. Comprobar otra vez que
este no es el mundo justo que Dios quiere. No se trata de condenar a nadie. Se
trata de saber con exactitud cuál es la realidad oprobiosa en que vivimos hoy.
Sin este conocimiento previo no podemos conocer ni las causas de los males que
nos oprimen ni sus remedios. El hecho es la desigualdad económica entre unos,
que son pocos, pero muy poderosos porque se apoderan de los beneficios
producidos por otros muchos, que son la inmensa
mayoría, pero no son dueños del producto de su trabajo.
La
causa de la injusta desigualdad no es la naturaleza humana por sí misma, sería
negar toda racionalidad. Si Dios quisiera que unos hombres fueran explotados
por otros, no sería Padre de todos. Sería un monstruo. Este mundo no es así ni
por voluntad divina ni por exigencia de la naturaleza del hombre. Es así por un
conjunto de causas históricas, perfectamente identificables y superables.
Vamos
a examinar la cuestión más de cerca. Vamos a examinar qué es lo que hoy causa
esa tan injusta desigualdad de bienes, esa situación en la que cinco tienen 95,
y 95 solo tienen 5. Existe un maligno virus social, cuya naturaleza debemos
descubrir para buscar el tratamiento apropiado. Lo invito, estimado lector, a
sumarse a esta investigación. Tengo la convicción de que esos 5 y los otros 95
desean un mundo mejor.
Creo que podemos hacer un mundo mejor, en el
que la pobreza y la miseria con todas sus secuelas sean borradas de la
humanidad. Para ello necesitamos saber dos cosas; la primera es la causa que
origina hoy esa pobreza y esa miseria tan grandes. Necesitamos saber cuál es la
causa de que existan unos pocos que tienen mucho, mucho; y una mayoría que
tiene tan poco que no tiene nada. En tiempos pas
ados era claro, la causa era la esclavitud, el
sistema esclavista. Pero hoy, cuando supuestamente no existe esclavitud, ¿Cuál
es la causa? La causa de esta situación de injusta diferencia entre muy pocos
ricos y muchos pobres, es el sistema económico practicado que excluye la participación
del trabajador en la ganancia producida.
Para esclarecer esta cuestión, debemos examinar
algunas ideas básicas referentes a la economía. Los cinco siguientes principios
iluminan la cuestión.
1. El ser humano es un ser necesitado. Los
peces encuentran en los ríos y mares, en el agua, todo lo que necesitan para su
vida, sin hacer nada más que buscarlo y tomarlo.
2. El ser humano necesita fabricar casi todos
los objetos que necesita para vivir. En los árboles crecen frutas, pero no
camisas, ni zapatos. Tiene que producirlos usando materiales adecuados.
3. Se llama capital el dinero que se emplea en
producir y financiar
las industrias productoras de los objetos
necesarios para satisfacer las necesidades humanas.
4 El trabajo humano es el que desarrolla en la
industria la producción de objetos necesarios para satisfacer las necesidades
del hombre.
5. En esta actividad se obtienen valores que
representan un beneficio, una ganancia, que es el producto del capital y el
trabajo humano.
En la producción de los objetos necesarios o
útiles intervienen dos factores, la inversión de capital, de dinero, por un
lado, y la inversión de trabajo humano por otro lado. A todo este montaje se
llama economía. La economía es el sistema de producción de bienes destinados a
satisfacer las necesidades humanas. En esta actividad productora, a base de
dinero y trabajo, se obtiene, o se puede obtener, una ganancia.
Fueron los esclavistas quienes diseñaron la
economía actualmente vigente y dijeron que corresponde al capital toda la
ganancia y que así
tenía que ser por la propia naturaleza de las
cosas. Esto es
absolutamente falso si se declara que todos los
hombres son libres e iguales por su naturaleza. En el sistema de economía
esclavista, no sólo se mantenía al esclavo en pobreza económica, sino en
absoluto desprecio de su persona, de su dignidad humana, nunca reconocida.
La
economía es una actividad humana necesaria, pero su forma de realización
depende totalmente de la inteligencia y la voluntad del hombre. No es una
actividad de la naturaleza física, es una actividad del hombre inteligente y
libre. La economía, por lo tanto, es de
la forma que los hombres quieran que sea. Por su propia naturaleza la economía
no existe, es na
da. La acción económica puede desarrollarse de
muy diversas maneras, las que los seres humanos quieran darle. En la
consideración ética, como producto de la inteligencia y la voluntad honesta del
hombre, la economía debe ser racional y no puede serlo si no es beneficiosa
para todos.
En
principio, los hombres han entendido que debe ser una actividad dirigida a
satisfacer básicamente las necesidades humanas. Es lo que tiene que hacer por
necesidad de su propio ser: satisfacer necesidades humanas. Producir alimentos,
viviendas, medicinas, carreteras, ect, ect.
De
hecho, ¿qué han querido los hombres que sea la economía? ¿Qué es lo que los
hombres han hecho con la economía? Dos cosas han hecho los hombres con la
economía. Primero, usar trabajo esclavo con el menor costo posible, para
obtener las mayores ganancias posibles. Segundo, después de la esclavitud
descarada, seguir acumulando las ganancias en manos de los dueños del dinero.
Con esto el trabajador queda en situación de esclavo, él trabaja y otro se
enriquece con el producto de su trabajo.
De
esta manera la humanidad ha quedado dividida en dos partes: la de los dueños,
que acumulan las ganancias, y la de los trabajadores que las producen, pero se
quedan sin participación en ellas, en pobreza y desamparo. Este comportamiento
económico, así desarrollado, es una perversión del concepto de economía:
satisfacer las necesidades humanas. Ahora lo que importa es obtener ganancias,
para unos, dejando con muy poco a quienes las produjeron con su trabajo.
Así
se llega a la realidad presente en todo el mundo, ricos cada vez más ricos,
pero menos en número; y pobres, cada vez más pobres y en mayor cantidad. Así es
el mundo en que vivimos. Debemos ahondar en su estudio, para conocerlo mejor.
Vivimos en un mundo en que las ganancias se
acumulan solamente del lado de los capitalistas. ¿Por qué es así? Por una larga
historia de miles de años. Se ha aceptado que así debe ser, no a la luz de la
razón, sino por la fuerza de los poderosos de siempre. Este mal perdura hasta el día de hoy. No se
trata de establecer ningún igualitarismo, sino de poner la atención en la
enorme injusticia que se origina en las desigualdades imperantes y en el hecho
de que ellas son la causa de los males que la humanidad padece. ¿Cuál sería el
remedio de estos males?
Que
las ganancias se distribuyan equitativamente entre los dos factores que las
producen, capital y trabajo, no se queden en un solo lado. Obviamente, el hecho
de que los trabajadores no participen en las ganancias constituye un acto
inmoral, un atropello, un robo. Pero durante miles de años se ha aceptado que
está bien, ¿cómo vamos nosotros a decir ahora que está mal? Simplemente porque
es así, porque está mal.