HACER JUSTICIA
Es fácil entender que se trata de hacer justicia al trabajador sin dañar
al empresario. Se trata de una exigencia de la justicia. Es justo que sea así. ¿Cómo
puede ser tal medida beneficiosa para el empresario?
El efecto inmediato es que
los trabajadores aumentan sus ingresos, lo que les permite un consumo mayor, lo
que origina una demanda mayor en el mercado, lo que estimula el crecimiento de
la producción que, finalmente, resulta beneficiosa para dueños y trabajadores.
Nadie pierde, todos ganan.
La cuestión más dificultosa es
determinar en qué medida los empleados participarían de la ganancia. Obviamente
esa participación tiene que ser significativa. Se podría crear un lema:
economía de participación significativa. Que signifique aumento de la prosperidad
del trabajador sin perjuicio de la empresa.
Ya se han dado diversos
nombres para designar una economía más equitativa, como economía comunitaria.
Quizá no sea el nombre lo que importe, sino expresar con toda claridad y fuerza
que la ganancia deberá ser compartida por empresarios y trabajadores de un modo
equitativo
Un ejemplo, tal empresa tiene
de ganancias 200 millones, ¿Sería mucho que compartiera con sus empleados 50
millones, un cuarto? Es absolutamente claro que si un cuarto de la producción
de la humanidad se repartiera entre todos los trabajadores en un cuarto de la
misma, la pobreza comenzaría a desaparecer de la tierra.
Pero los dueños han dejado de
apropiarse de un cuarto de sus ganancias, No, de ninguna manera. Todavía se han
quedado con otra parte de las ganancias que pertenece al trabajador. Lo justo
sería mitad y mitad, sin discutir mucho.
La empresa del futuro.
Se dice que eso no puede ser, porque, cuando se necesite hacer una nueva
inversión, los dueños van a carecer de esos recursos. Vamos a mirar con
claridad este asunto: si hay que hacer una inversión, también los empleados
participan en ella y se convierten en accionistas.
Dicen los defensores de la
economía de explotación: los dueños nunca estarían de acuerdo, porque son
egoístas. Respuesta convincente: también los empleados son egoístas y no se
conformarán con menos.
El dialogo gira a la extrema derecha: - Pero ellos tienen el poder y el
saber y las armas. - Cierto. En este mundo vivimos, un mundo dominado por el
poder, el saber y las armas en manos de muy pocos.
Cuando la inmensa mayoría de la
humanidad tenga esto claro: que está sometida al hambre, a la enfermedad, a la
mala vida, etc. por un pequeño grupo de egoístas que tiene el poder, el saber y
las armas, la reacción se producirá sin que nadie pueda evitarlo.
Cuando la humanidad tenga esto
claro, ese pequeño grupo comprenderá que ese tiempo se acabó. Sin violencia de
ninguna clase, espero yo, se irán dando pasos hacia el nuevo mundo de la
participación equitativa. Pero, no está tan lejos, ya existen empresas que
comienzan a dirigirse en esa dirección, quizás tímidamente, pero se mueven en
la dirección correcta. Y no les va mal, hay que reconocerlo.
La comunidad laboral no la
hace el gobierno, la hacen dueños y trabajadores para beneficio de ambos. La
industria, la empresa, es la casa del dueño y de todos aquellos que la hacen
funcionar. Se convierte en una gran familia, en la que todos prosperan
juntos. Obviamente, para que tales cosas
ocurran debe darse un conjunto de condiciones que lo hagan no solo posible, sino
también necesario. La primera condición es la conciencia universal de que así
el mundo estará mucho mejor.
¿Cuál será el papel de la
política en el camino hacia esta nueva economía de participación?
8. La acción política
Dado el hecho de que los políticos son quienes hacen la política, ésta
será lo que ellos quieran que sea. Si los dejamos, como decía el periodista
Xavier Caño Tamayo. Existen dos grandes campos políticos, cada vez más
interdependientes, el nacional y el internacional, Existen dos mundos: el de
los ricos, nacional e internacional, y el de los pobres, nacional e
internacional. Las relaciones entre ambos mundos (ricos-pobres) son sumamente
compleja.
Vamos a reflexionar sobre el
mundo nacional. En todas las naciones existen élites, que poseen el poder
económico y político, y mayorías carentes de poder. En el llamado mundo
occidental, en gran parte de él, los regímenes políticos se basan en una
llamada democracia, caracterizada por la diversidad de partidos políticos,
cuyos representantes se postulan para desempeñar los cargos públicos y ser
elegidos por los ciudadanos con derecho a votar. Se da por hecho que los
elegidos gobiernan en nombre del pueblo, para bien del pueblo. ¿Qué sucede en
realidad? ¿Dónde están los políticos? ¿A
quiénes representan realmente? ¿A quiénes sirven de hecho?
Debieran estar con el pueblo,
interesados en su bienestar. Así debiera ser. En realidad, ellos están en casa
de los ricos y representan sus intereses, como todo el mundo sabe. Pero la
realidad política no se mantiene estática, se mueve constantemente. Cuando las
mayorías tengan claro que el orden económico actual no es justo, no bastarán discursos
floridos en tiempos de elecciones. Esta conciencia se volverá exigente y los
políticos quedarán en una disyuntiva inevitable: Oír la voz del pueblo o ser
excluidos por el pueblo mismo.
Nueva conciencia política.
Ellos, los políticos, comprenderán que una nueva conciencia exige de
ellos una nueva actitud. Al presente ya existe un gran malestar. Concretamente
en República Dominicana, en el último proceso electoral, se recogen señales muy
fuertes de este descontento. En un editorial del Listín Diario del domingo 16
de mayo de 2010, se dice: “El voto
confiere a quien lo emite un poder decisivo, aparte de que es la única
circunstancia en que los ciudadanos se igualan y tienen a la vez, la capacidad
de reconstruir los órganos del Estado”.
“La única circunstancia”.
Demasiado poco para decir que el pueblo es quien gobierna, como exige la
esencia misma de la democracia. Por su lado, la periodista María Isabel
Soldevilla afirma taxativamente “Algunos lo harán (votar) desanimados porque el
proyecto de una democracia inclusiva y participativa sigue pendiente”. (Con mis
ojos, Listín Diario, 16 de mayo 2010). Y otros muchos, más desanimados aún, no
votaron. ¿Qué significa todo esto? Pienso que son buena señales, positivas
revelaciones. Una nueva conciencia está surgiendo, y reclama verdad y rechaza
la palabra vana.
Los políticos dependen
fuertemente del pueblo. Cuando este pueblo tenga ideas claras de lo que debe
hacerse, ellos se harán sensibles a sus postulados o el mismo pueblo los sacará
del escenario político. El problema real es de base económica: todo cuanto se
hace es para adquirir riquezas individuales. Y los políticos no pueden escapar
a esta realidad y se ponen a su servicio.
Llegará el día en que las
grandes mayorías tengan claro cómo hacer nuevo y mucho mejor el mundo en que
vivimos. El modo de hacerlo es simplemente compartir las ganancias de las empresas
entre quienes las producen con su dinero o con su trabajo. Entonces los
políticos deberán hacer suyo este programa si quieren contar con el apoyo de
las mayorías y ser electos. Hasta ahora han bastado los cuentos y los sobornos.
Pronto no bastarán.
Vuelvo a repetir, hablo para
quienes tienen sensibilidad para entender: la causa de todos los problemas
sociales está en la acumulación de la riqueza producida por la humanidad en
manos de un pequeño número de personas, mientras que la mayoría que la produce se
queda pobre y desvalida.
Decirle a esa mayoría pobre y
explotada que vaya a votar por personas, que no harán nada para sacarlas de la
explotación y miseria, porque eso es democracia, solamente podrá suscitar ira y
violencia. Dentro de este vigente orden económico ningún político tiene nada
que ofrecer, como no sea trabajar para cambiarlo. Sí, cambiarlo. En ese pequeño
detalle de compartir las ganancias, para que la riqueza se distribuya más
equitativamente, está el secreto de cambios grandes y beneficiosos para todos.
Los empresarios.
Una palabra para los empresarios. Según fuentes bien informadas, un
grupo de empresas españolas no ha tenido pérdidas durante la crisis que embarga
al país, no ha tenido que hacer ningún despido, al contrario, ha aumentado el
empleo en cientos de trabajadores. ¿Cuáles son esas empresas? Las que han
mantenido una relación óptima con sus empleados, los han promovido, los han
capacitado, y han mostrado confianza en ellos. ¿Será pura coincidencia?
Una palabra para los políticos. Es verdad
que no tienen ninguna propuesta para presentar al pueblo. Pero la pueden tener.
Una propuesta excelente, clara y precisa. “Vamos a establecer una ley según la
cual toda empresa grande o mediana compartirá parte de sus ganancias con sus
empleados”. La riqueza se extenderá y todos tendrán medios de vida dignos,
Nadie necesitará desplegar conductas antisociales. Todos podrán ser hermanos, amigos,
socios.
Posiblemente eso le parezca
a muchos un sueño mesiánico y lo es. El profeta Isaías lo soñó así:
“El
pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de
sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande
la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se
regocijan repartiendo el botín”. (Isaías 9, 1-2)
Pero si caminamos en la dirección del Reino de Dios y buscamos el modo
de que la riqueza producida llegue a todos, ya no habrá que hacer promesas, ya
será la realidad. Ya ha venido el reino.
9. La ONU.
La Organización de las Naciones Unidas es el
mejor ejemplo para entender la relación internacional de los poderosos. La ONU está constituida por la Asamblea
General, 199 países. Dentro de ella el Consejo de Seguridad está constituido
por 15 naciones; de ellas 9 son permanentes y 6 temporales. Dentro del Consejo de Seguridad, Estados
Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China tienen derecho al veto. Cualquiera
de ellos, uno solo de ellos, tiene poder para impedir que una cuestión sea
tratada en dicho Consejo. Este es el derecho de veto.
Así las cosas, la Organización de las
Naciones Unidas es un sistema monárquico, uno solo decide qué es lo que no se
va a tratar y así también lo que se va decidir. Como esto lo pueden hacer cinco
naciones, cada una por separado, resulta que la ONU es una pentarquía, gobierno
de cinco. Así que la máxima Organización de la humanidad hoy no es democrática,
sino una oligárquica, el poder está en manos de unos pocos, los cinco más
poderosos y ricos del mundo.
El resto de las naciones son menores de
edad, no tienen voz ni voto en el Consejo de Seguridad. En la Asamblea General
cada uno puede decir lo que quiera a sabiendas de que no significará nada al
final de cuentas. Ni sus acuerdos por inmensa mayoría tienen fuerza
obligatoria. Ello nos revela la
situación del mundo en que vivimos; un mundo dominado por las cinco naciones
más poderosas de la tierra. El resto de las naciones, ¿están unidas o más bien
sometidas?
Dentro de la misma ONU se han instituido
diversos grupos, el más notable es el de los “Países no Alineados”, una gran
mayoría. Sólo que a la hora de la verdad están muy bien alineados.
La ONU cuenta con muchas comisiones para
lograr sus fines, que son muy importantes: conservar la paz, evitar la guerra,
promover el desarrollo de los pueblos, mediar en los litigios entre países,
acudir en ayuda a las zonas de desastres, luchar contra el hambre y el
analfabetismo, etc. De hecho, han seguido las guerras, se ha multiplicado el
hambre, los bancos creados para el desarrollo se han convertido es instrumentos
de explotación. En el orden internacional las naciones poderosas ejercen el
mismo dominio que los individuos poderosos en las naciones particulares.
Un resumen real podría ser
el siguiente. La ONU no ha impedido las guerras, no ha promocionado con
eficacia el desarrollo del mundo subdesarrollado, no ha superado la
miseria. Los organismos creados para
ayudar a esas nobles tareas, los diversos Bancos, se han convertido en
instrumentos de explotación.
Todo esto no ha sido por falta de voluntad,
ni por indiferencia, sino por la sencilla razón de la base económica excluyente
con la que trabaja, que es incapaz de producir mejores resultados.
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