El talante violento y hostil que existe por todas partes está claramente definido en la estructura de la sociedad humana existente, la inseguridad aumenta, la violencia sobre las personas se acrecienta por días, asaltos, violaciones, asesinatos, secuestros, terrorismos, guerras de diversos niveles, hambre, abandono, endurecimiento de las relaciones internacionales. ¿Cómo ser feliz en tal mundo?
Entendemos que todas estas conductas son alienaciones del ser humano, tanto a nivel social como individual, y quienes las practican no se realizan como personas, sino que niegan su humanidad. En la expresión de hostilidad y violencia no se experimenta felicidad alguna. Nadie feliz sale a la calle a robar ni matar a otros seres humanos. Quienes realizan tales acciones han sufrido una grave enfermedad, han perdido el sentimiento fundamental de la humanidad, por causas tan heterogéneas que es casi imposible detallar. Sin saber cómo, sin haberlo intentado ni previsto, la humanidad ha devenido altamente patológica. Los procesos que han llevado a esta situación pueden contar largos siglos de existencia.
Pero no es imposible marcar la diferencia. Siempre se podrá tomar la decisión de conformar la propia existencia con elementos positivos. Quien tome la decisión de vivir con amor a los seres humanos, de no hacer mal a nadie en ninguna circunstancia, experimenta paz y alegría, se siente feliz.
La gran tentación es el miedo. No salga a la calle, no lleve nada de valor, no confíe en nadie, éstas y otras mil recomendaciones nos pueden llenar de miedo. Y lleno uno de miedo, comienza a experimentar un estado de víctima, una debilidad con la que no se puede vivir, y pronto se está preparando toda clase de autoprotección, de defensas, y de ataque finalmente. Y ya se está envuelto en la vorágine de este mundo loco.
La lógica más elemental exige que uno se proteja, está bien, nos protegemos, pero no con miedo, sino con inteligencia. Y la inteligencia, ¿qué dice? Que el miedo no ayuda para nada. Me han dicho muchas veces que si alguien se hace de azúcar se lo comen las hormigas. Bien, no se haga de azúcar, hágase de sal, pero no espere paz, ni alegría, ni amor, y por lo tanto de felicidad. Posiblemente le suene mal, pero la verdad es que tenemos necesidad de aceptar la posición de absoluta indefensión. Eso es lo que hizo Jesús de Nazaret, y por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre. Nuestro cuerpo puede ser golpeado, herido, muerto, pero nuestro espíritu inmortal es invulnerable. Nada ni nadie lo puede herir. Si vivimos en espíritu, llenos de paz, alegría y amor, quizá nadie quiera hacernos daño, sino al contrario, hasta los delincuentes nos defenderán y protegerán.
Se puede escapar de las presiones sociales, se puede elegir llevar paz allá donde sólo hay guerra, llevar amor allá donde sólo hay odio. Si san Francisco lo hizo es porque es posible hacerlo. Podemos elegir una conducta distinta, podemos apostar por la humanidad, y vivir en medio de la violencia como si todo fuera paz. Porque este es el mundo que queremos, un mundo de paz, alegría y amor. Obviamente yo no quiero que nadie me haga daño, pero sería absurdo que fuera yo mismo quien me hiciera el daño. Me lo hago cuando permito que el miedo me aparte de la humanidad, de la bondad, de la paz, y me impulse a buscar seguridad en la fuerza, la violencia, el ataque. No, yo elijo la paz y el amor. Lo hago porque es la única forma de ser feliz y he decidido serlo. Nada ni nadie me lo va a impedir, ni este mundo, ni ningún otro.
Queremos confrontar la tesis de muchísima gente de que la felicidad no es posible en esta vida. El intento es mostrar que si es posible.
martes, 30 de diciembre de 2008
viernes, 19 de diciembre de 2008
Interludio navideño
En la anterior reflexión terminaba con una pregunta lacerante: ¿Cómo ser felices en tal mundo? Quizás sea bueno hacer un alto en ese camino y tomar un poco de aire puro en el ambiente de la Navidad.
Según la opinión autorizada de los astrónomos, este universo en que vivimos comenzó a existir hace cerca de 15 mil millones de años. Durante un proceso de más de 8 mil millones de años se fue configurando hasta llegar a la formación del sistema solar y, en él, de la tierra, cuya edad se calcula alrededor de 4.554 millones de años. En este pequeño planeta, hace 3.000 millones de años, tuvo lugar un acontecimiento extraordinariamente misterioso, la aparición y evolución de la vida. Hace muy poco, algunos suponen 200.000 años, la evolución llegó hasta el surgimiento del hombre, tal como existe hoy. Hace apenas 2.000 años, nació Jesús, el Hijo de Dios. Muchos años después nacimos usted y yo. Dentro de unos cien mil millones de años este universo habrá desaparecido en la noche de la nada. Vinimos a la existencia dentro de un proceso que comenzó en la nada y en la nada desaparecerá.
Según san Pablo, el mundo es para el hombre, el hombre para Cristo y Cristo para Dios. Aceptemos con toda confianza racional que este universo se ha movido en la dirección de la vida y del hombre, y lleguemos a la conclusión de que nosotros, tales como existimos, somos la flor más preciosa de esta realidad llamada universo. La razón de su existencia somos nosotros, los seres humanos. Cuando observamos las estrellas, vamos pensar que ellas están ahí por nosotros y para nosotros.
Obviamente surge la pregunta de para qué estamos nosotros en este mundo. ¿Cuál es la finalidad de nuestra existencia en el mundo? La respuesta de la fe cristiana es para que Cristo exista, para que Dios se haga hombre. Y la razón de que Dios se haga hombre es precisamente que el hombre se haga Dios. El hombre se hace Dios en Cristo, y en él todos los seres humanos se hacen Dios. Preguntamos todavía, ¿Para qué se hace el hombre Dios en Cristo? Y la respuesta de la fe cristiana es: para que el hombre posea vida divina en la presencia de Dios. Para que el hombre, saliendo del tiempo y del espacio, se adentre en la eternidad de Dios, en su infinita gloria.
Ahora cobra sentido la existencia del universo, salido de la nada, destinado a la nada: el universo no existe para él, sino para nosotros, su razón de ser es la existencia del hombre, nosotros. Pero de tal manera, que sólo es el lugar de nuestro nacimiento, no de nuestra permanencia. Es absolutamente grandioso el hecho de nacer en la tierra. Nacer en la tierra es maravilloso, no por la tierra misma, sino porque al nacer en ella entramos en el proceso de la vida eterna, fuera del tiempo y del espacio, allá donde todo permanece.
El sentido de la existencia del hombre es rebasar la condición del mundo en que nace para alcanzar lo eterno, la inmortalidad, la plena realización de su ser en la luz de Dios. Cuando alguien pierde este sentido direccional de su vida y se vuelve a este mundo como a su destino final, la muerte lo ahoga en la angustia y el vacío. Todo el esfuerzo dirigido a convertir este mundo en morada definitiva está llamado a la angustia de la nada, porque aquí todo se pasa. En esta vuelta al mundo que pasa, alejándose de Dios, está la raíz más profunda del sufrimiento. Como quiera que las generaciones actuales han hacen precisamente esto, volverse al mundo como a su dios, su herencia es el sufrimiento, que no apagarán todos los psicofármacos del mundo.
Celebrar el nacimiento de Cristo es inefable si se captar su significación cósmica. Se vuelve algo trascendente. El, Cristo, es la clave de la inteligencia de la razón del universo, de la existencia humana y del amor de Dios Padre Creador. Cuando nos acercamos al proyecto de Dios, cuando descubrimos su eterna e infinita sabiduría, y sentimos, como es verdad, que somos el centro de esta realidad maravillosa: el universo, nosotros, Cristo y la vida eterna de Dios que se nos da, y comprendemos que para eso hemos nacido, entonces la conciencia de nuestra grandeza, de nuestro destino que es vivir junto a Dios eternamente, nos eleva sobre toda mezquindad y nos llena de gozo inefable. Sí, sea dada gloria a Dios en el cielo y la paz al hombre que él tanto ama.
Según la opinión autorizada de los astrónomos, este universo en que vivimos comenzó a existir hace cerca de 15 mil millones de años. Durante un proceso de más de 8 mil millones de años se fue configurando hasta llegar a la formación del sistema solar y, en él, de la tierra, cuya edad se calcula alrededor de 4.554 millones de años. En este pequeño planeta, hace 3.000 millones de años, tuvo lugar un acontecimiento extraordinariamente misterioso, la aparición y evolución de la vida. Hace muy poco, algunos suponen 200.000 años, la evolución llegó hasta el surgimiento del hombre, tal como existe hoy. Hace apenas 2.000 años, nació Jesús, el Hijo de Dios. Muchos años después nacimos usted y yo. Dentro de unos cien mil millones de años este universo habrá desaparecido en la noche de la nada. Vinimos a la existencia dentro de un proceso que comenzó en la nada y en la nada desaparecerá.
Según san Pablo, el mundo es para el hombre, el hombre para Cristo y Cristo para Dios. Aceptemos con toda confianza racional que este universo se ha movido en la dirección de la vida y del hombre, y lleguemos a la conclusión de que nosotros, tales como existimos, somos la flor más preciosa de esta realidad llamada universo. La razón de su existencia somos nosotros, los seres humanos. Cuando observamos las estrellas, vamos pensar que ellas están ahí por nosotros y para nosotros.
Obviamente surge la pregunta de para qué estamos nosotros en este mundo. ¿Cuál es la finalidad de nuestra existencia en el mundo? La respuesta de la fe cristiana es para que Cristo exista, para que Dios se haga hombre. Y la razón de que Dios se haga hombre es precisamente que el hombre se haga Dios. El hombre se hace Dios en Cristo, y en él todos los seres humanos se hacen Dios. Preguntamos todavía, ¿Para qué se hace el hombre Dios en Cristo? Y la respuesta de la fe cristiana es: para que el hombre posea vida divina en la presencia de Dios. Para que el hombre, saliendo del tiempo y del espacio, se adentre en la eternidad de Dios, en su infinita gloria.
Ahora cobra sentido la existencia del universo, salido de la nada, destinado a la nada: el universo no existe para él, sino para nosotros, su razón de ser es la existencia del hombre, nosotros. Pero de tal manera, que sólo es el lugar de nuestro nacimiento, no de nuestra permanencia. Es absolutamente grandioso el hecho de nacer en la tierra. Nacer en la tierra es maravilloso, no por la tierra misma, sino porque al nacer en ella entramos en el proceso de la vida eterna, fuera del tiempo y del espacio, allá donde todo permanece.
El sentido de la existencia del hombre es rebasar la condición del mundo en que nace para alcanzar lo eterno, la inmortalidad, la plena realización de su ser en la luz de Dios. Cuando alguien pierde este sentido direccional de su vida y se vuelve a este mundo como a su destino final, la muerte lo ahoga en la angustia y el vacío. Todo el esfuerzo dirigido a convertir este mundo en morada definitiva está llamado a la angustia de la nada, porque aquí todo se pasa. En esta vuelta al mundo que pasa, alejándose de Dios, está la raíz más profunda del sufrimiento. Como quiera que las generaciones actuales han hacen precisamente esto, volverse al mundo como a su dios, su herencia es el sufrimiento, que no apagarán todos los psicofármacos del mundo.
Celebrar el nacimiento de Cristo es inefable si se captar su significación cósmica. Se vuelve algo trascendente. El, Cristo, es la clave de la inteligencia de la razón del universo, de la existencia humana y del amor de Dios Padre Creador. Cuando nos acercamos al proyecto de Dios, cuando descubrimos su eterna e infinita sabiduría, y sentimos, como es verdad, que somos el centro de esta realidad maravillosa: el universo, nosotros, Cristo y la vida eterna de Dios que se nos da, y comprendemos que para eso hemos nacido, entonces la conciencia de nuestra grandeza, de nuestro destino que es vivir junto a Dios eternamente, nos eleva sobre toda mezquindad y nos llena de gozo inefable. Sí, sea dada gloria a Dios en el cielo y la paz al hombre que él tanto ama.
lunes, 17 de noviembre de 2008
LO ACTUAL
El siglo XXI, siglo de acuario, fue vaticinado por los adeptos a las profecías como un siglo de crecimiento espiritual, de paz, de armonías nuevas, de dicha para la humanidad. Yo comencé el siglo con parecidos deseos, pero las señales que recibía apuntaban en otra dirección. Quizá lo más característico de la primera parte del siglo sea el doloroso descubrimiento de que casi nada está funcionando bien, que todo se deteriora, que las organizaciones mundiales en las que se había puesto tanta confianza no han servido prácticamente para nada, que la naturaleza se degrada, que cambios climáticos, impredecibles aún en sus consecuencias, amenazan nuestro futuro. Todo ello crea una incertidumbre global que llena de inquietud a las poblaciones que viven en la tierra, tan sufrida y agotada ya.
Se pueden imaginar tres escenarios en los que actúan los seres humanos actuales: el escenario de los ricos, estén donde estén; el escenario de las clases medias en cualquier parte, y el escenario de los pobres de todas partes. Se dan tres modos de conciencia, tres formas de experimentar la vida.
En el escenario de los ricos, las personas actúan como si su mundo estuviera amenazado de muerte. El invento de la cortina antimisiles puede ser un ejemplo. Las corrientes migratorias desde los otros escenarios les crean largas pesadillas. Cerrar fronteras, levantar muros, dictar leyes de represión de los inmigrantes, y otras muchas realidades, manifiestan la tragedia humana que se vive también allí, donde pareciera que todo debía ser feliz. Estos poderosos individuos, lanzados por oscuras fuerzas a defender a como dé lugar su universo privado, están muertos de miedo. No son felices.
En el escenario de las clases medias se producen sismos de grandes dimensiones, la tierra se hunde bajo sus pies. El bienestar logrado a fuerza de trabajo está amenazado constantemente. Se ha perdido la confianza. Lógicamente, muchas personas tienen poca conciencia de lo que viven, no observan su tablado, se hacen sordos a las voces de alerta. Pero tampoco son felices. La felicidad es un estado pleno de lucidez. Las personas ciegas ante la realidad, viven ignorantes y confusas, no felices.
En el escenario de los pobres, lugar del que ha sido supuestamente desterrada la felicidad, está creciendo una conciencia nueva: un mundo mejor es posible; emerge una esperanza, por más que densas tinieblas cubran aún gran parte de este escenario. Pero, sea que usted lo crea o no lo crea, en él viven algunas personas felices. El no tener lleva a veces a buscar el ser y cuando alguien descubre su ser, más allá del tener o no tener, comienza a ser feliz.
¿Puede suponerse que estas tres formas básicas de experiencia originen una conciencia universal que afecta a todos? Si así fuera, tendríamos el inconciente colectivo actual en continuidad perturbadora con el inconsciente ancestral. Es de conocimiento público que los psicofármacos son las drogas que hoy más consume la humanidad. Vivimos en un mundo desajustado, desequilibrado, amenazado, cansado, pretensioso, injusto, en el que los humanos luchan por sentirse bien, por ser personas realizadas, deseosas de todo lo bueno posible.
¿Cómo podrá ello ser posible? En el primer escenario se eligió como forma mágica: el tener más para consumir más; en el segundo escenario sus actores han decidido que la fórmula maravillosa es trasladarse al escenario de los ricos, luchar por se ricos. En el escenario de los pobres, como pobres al fin, deciden abandonar su situación para ir a vivir como servidores de los ricos con la secreta idea de llegar también ellos a ser ricos, o al menos escapar de su miseria.
El resultado final de esta lucha por una mejor vida es la frustración, la rabia y la tristeza, nacidas de la misma realidad de ir a buscar como sentido de la vida aquellas cosas que no pueden serlo. ¿Y puede usted decirnos cuál es el sentido verdadero de la vida?
La historia de las personas realizadas, felices, muestra que superaron todas las formas de división y separación, y se unieron al Todo Supremo. ¿En cuál de los escenarios está la posibilidad de vivir esa unión con el Todo? En ninguno, absolutamente; esos escenarios se construyen a partir del tener, y no es el tener la realidad que une al Todo, sino el ser. San Juan de la Cruz lo resumió así: “Porque para venir del todo al todo – has de negarte del todo en todo”.
Ya sé que a usted no le gusta la expresión “negarte”, pero “negarte” se refiere al tener, no al ser. Para ser plenamente tú mismo necesitas por ley de pura lógica no estar identificado con ninguna otra cosa que no seas tú mismo. Como tú ser es paz, alegría y amor, entonces todo tú estás unido al Todo que es infinitamente paz, alegría y amor, Dios y la creación.
Esta visión de la realidad humana está tan alejada de los escenarios donde vive la gente hoy que sólo por ventura, muy dichosa por cierto, puede hallarse. Vivimos en un mundo triste, oscuro, hostil, a pesar de todas las apariencias. ¿Cómo ser felices en tal mundo?
Se pueden imaginar tres escenarios en los que actúan los seres humanos actuales: el escenario de los ricos, estén donde estén; el escenario de las clases medias en cualquier parte, y el escenario de los pobres de todas partes. Se dan tres modos de conciencia, tres formas de experimentar la vida.
En el escenario de los ricos, las personas actúan como si su mundo estuviera amenazado de muerte. El invento de la cortina antimisiles puede ser un ejemplo. Las corrientes migratorias desde los otros escenarios les crean largas pesadillas. Cerrar fronteras, levantar muros, dictar leyes de represión de los inmigrantes, y otras muchas realidades, manifiestan la tragedia humana que se vive también allí, donde pareciera que todo debía ser feliz. Estos poderosos individuos, lanzados por oscuras fuerzas a defender a como dé lugar su universo privado, están muertos de miedo. No son felices.
En el escenario de las clases medias se producen sismos de grandes dimensiones, la tierra se hunde bajo sus pies. El bienestar logrado a fuerza de trabajo está amenazado constantemente. Se ha perdido la confianza. Lógicamente, muchas personas tienen poca conciencia de lo que viven, no observan su tablado, se hacen sordos a las voces de alerta. Pero tampoco son felices. La felicidad es un estado pleno de lucidez. Las personas ciegas ante la realidad, viven ignorantes y confusas, no felices.
En el escenario de los pobres, lugar del que ha sido supuestamente desterrada la felicidad, está creciendo una conciencia nueva: un mundo mejor es posible; emerge una esperanza, por más que densas tinieblas cubran aún gran parte de este escenario. Pero, sea que usted lo crea o no lo crea, en él viven algunas personas felices. El no tener lleva a veces a buscar el ser y cuando alguien descubre su ser, más allá del tener o no tener, comienza a ser feliz.
¿Puede suponerse que estas tres formas básicas de experiencia originen una conciencia universal que afecta a todos? Si así fuera, tendríamos el inconciente colectivo actual en continuidad perturbadora con el inconsciente ancestral. Es de conocimiento público que los psicofármacos son las drogas que hoy más consume la humanidad. Vivimos en un mundo desajustado, desequilibrado, amenazado, cansado, pretensioso, injusto, en el que los humanos luchan por sentirse bien, por ser personas realizadas, deseosas de todo lo bueno posible.
¿Cómo podrá ello ser posible? En el primer escenario se eligió como forma mágica: el tener más para consumir más; en el segundo escenario sus actores han decidido que la fórmula maravillosa es trasladarse al escenario de los ricos, luchar por se ricos. En el escenario de los pobres, como pobres al fin, deciden abandonar su situación para ir a vivir como servidores de los ricos con la secreta idea de llegar también ellos a ser ricos, o al menos escapar de su miseria.
El resultado final de esta lucha por una mejor vida es la frustración, la rabia y la tristeza, nacidas de la misma realidad de ir a buscar como sentido de la vida aquellas cosas que no pueden serlo. ¿Y puede usted decirnos cuál es el sentido verdadero de la vida?
La historia de las personas realizadas, felices, muestra que superaron todas las formas de división y separación, y se unieron al Todo Supremo. ¿En cuál de los escenarios está la posibilidad de vivir esa unión con el Todo? En ninguno, absolutamente; esos escenarios se construyen a partir del tener, y no es el tener la realidad que une al Todo, sino el ser. San Juan de la Cruz lo resumió así: “Porque para venir del todo al todo – has de negarte del todo en todo”.
Ya sé que a usted no le gusta la expresión “negarte”, pero “negarte” se refiere al tener, no al ser. Para ser plenamente tú mismo necesitas por ley de pura lógica no estar identificado con ninguna otra cosa que no seas tú mismo. Como tú ser es paz, alegría y amor, entonces todo tú estás unido al Todo que es infinitamente paz, alegría y amor, Dios y la creación.
Esta visión de la realidad humana está tan alejada de los escenarios donde vive la gente hoy que sólo por ventura, muy dichosa por cierto, puede hallarse. Vivimos en un mundo triste, oscuro, hostil, a pesar de todas las apariencias. ¿Cómo ser felices en tal mundo?
lunes, 10 de noviembre de 2008
LO ANCESTRAL
Quizá muchas personas no lo piensen, pero en verdad el miedo más radical del ser humano es el miedo a la muerte. A lo largo de su historia, los humanos han buscado y propuesto diversas teorías y conductas para escapar de ese miedo. Desde el “vive hoy como si fueras a morir mañana” hasta el “vive hoy como si no fueras a morir nunca”. Este miedo a la muerte no perdona a nadie.
En las sociedades esclavistas, este miedo se revelaba en unos (los dueños) como esfuerzo para someter a otros (los esclavos) a soportar todas las formas de muerte. Aquellos buscaron la forma de vivir lo más cómodamente posible a base del sacrificio de éstos. A estos otros, los esclavos, sólo les tocaba un lento y doloroso morir. Así la vida se hizo rabia, de unos contra otros, afán de poder de unos sobre otros. El miedo se apoderó de unos y de otros. Nadie fue feliz. El esclavo lloraba su suerte en la tristeza, el poderoso escondía su miedo bajo la ira. Aquel orden, realmente un enorme desorden, hacía sentir la existencia como vacío, como nada. Los griegos discutían, los romanos banqueteaban, unos y otros se deshumanizaban. Las grandes culturas que crearon estaban llenas de dolor, de ira, de angustia, de tristeza: el destino es inexorable. El hombre vive bajo el signo del hado fatal. La fortuna es impredecible, lo que resta es vive hoy que mañana morirás. Se generó poco respeto por la vida humana. La grandeza de un hombre se medía por la cantidad de hombres que mataba y sometía.
Sin dar excesiva importancia a las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo, debemos admitir que las formas culturales largamente vividas dejan una huella a nivel genético que determina ciertos rasgos de comportamiento. La mayoría de nosotros somos descendientes de aquellos esclavos, que fueron multitud, y las viejas tradiciones de sangre noble se han perdido entre las luces de la ciudad. Ahora todos somos plebeyos, gente sin clase. Los ricos intentan ser felices derrochando bienes de consumo; los pobres sueñan con ser ricos. Ni unos ni otros logran ser felices. Comer exquisitamente no puede hacer definitivamente feliz a nadie, ni cosa alguna de esta especie, sin negar por ello que sean realidades integrables a la felicidad perfecta. Los símbolos de los contenidos del inconsciente colectivo apuntan a la muerte como fin de todo. ¿Acaso no vivimos los desterrados hijos de Eva gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?
En la cultura occidental, los referentes del judaísmo y del cristianismo remiten a un pecado original que pesa sobre todos los humanos y del cual no se puede escapar, a pesar de los remedios, circuncisión, bautismo, ya que todos experimentan la rebelión de la carne. ¿Quién nos podrá librar de este cuerpo de pecado?
En las otras grandes culturas, india y china, sus sabios buscaron caminos de salvación y sintieron la necesidad de liberarse de las creencias generalizadas, que confundían y apartaban a la gente de la salvación. Ellos fueron pequeños oasis en medio de gigantes desiertos. Los pueblos siguieron presos en sus propias redes culturales, ajenos a la felicidad completa.
¿Puede el ser humano que vive en la tierra ser feliz? La historia levanta su voz y responde: de hecho nunca lo ha sido. Pero, debemos añadir, siempre lo ha buscado. ¿Será necesariamente inútil esa búsqueda? Quienes han se han sentido plenamente felices son testigos de esa posibilidad y también de lo fácil que resulta perderse en el camino. Su testimonio es que la felicidad plena se alcanza en una vivencia de comunión con el Todo, en la experiencia de una armonía interior que se nombra paz de Dios, en una llama de luz que se dice amor.
Pero, ¿no está nuestro inconsciente colectivo cargado de odios, rabias, tristezas y miedos? Sí, es un hecho. Quien quiera ser feliz deberá alcanzar esos oscuros fondos y purificarlos. Como ya dije, se comienza por la revisión de las creencias populares, por el examen del valor real de los datos culturales. ¿Cómo se podrá sentir quien logre tamaña aventura? Extraño, solo, apartado. Y eso, ¿puede ser feliz? Cuando se entiende, sí, se es totalmente feliz. Quizá se pueda así comprender la extraña aventura de salir a buscar la felicidad, que se encuentra más allá de los datos culturales y las experiencias habituales de división, separación y oposición, en una vivencia de totalidad y comunión, en la que no hay muerte, sino vida eterna.
En las sociedades esclavistas, este miedo se revelaba en unos (los dueños) como esfuerzo para someter a otros (los esclavos) a soportar todas las formas de muerte. Aquellos buscaron la forma de vivir lo más cómodamente posible a base del sacrificio de éstos. A estos otros, los esclavos, sólo les tocaba un lento y doloroso morir. Así la vida se hizo rabia, de unos contra otros, afán de poder de unos sobre otros. El miedo se apoderó de unos y de otros. Nadie fue feliz. El esclavo lloraba su suerte en la tristeza, el poderoso escondía su miedo bajo la ira. Aquel orden, realmente un enorme desorden, hacía sentir la existencia como vacío, como nada. Los griegos discutían, los romanos banqueteaban, unos y otros se deshumanizaban. Las grandes culturas que crearon estaban llenas de dolor, de ira, de angustia, de tristeza: el destino es inexorable. El hombre vive bajo el signo del hado fatal. La fortuna es impredecible, lo que resta es vive hoy que mañana morirás. Se generó poco respeto por la vida humana. La grandeza de un hombre se medía por la cantidad de hombres que mataba y sometía.
Sin dar excesiva importancia a las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo, debemos admitir que las formas culturales largamente vividas dejan una huella a nivel genético que determina ciertos rasgos de comportamiento. La mayoría de nosotros somos descendientes de aquellos esclavos, que fueron multitud, y las viejas tradiciones de sangre noble se han perdido entre las luces de la ciudad. Ahora todos somos plebeyos, gente sin clase. Los ricos intentan ser felices derrochando bienes de consumo; los pobres sueñan con ser ricos. Ni unos ni otros logran ser felices. Comer exquisitamente no puede hacer definitivamente feliz a nadie, ni cosa alguna de esta especie, sin negar por ello que sean realidades integrables a la felicidad perfecta. Los símbolos de los contenidos del inconsciente colectivo apuntan a la muerte como fin de todo. ¿Acaso no vivimos los desterrados hijos de Eva gimiendo y llorando en este valle de lágrimas?
En la cultura occidental, los referentes del judaísmo y del cristianismo remiten a un pecado original que pesa sobre todos los humanos y del cual no se puede escapar, a pesar de los remedios, circuncisión, bautismo, ya que todos experimentan la rebelión de la carne. ¿Quién nos podrá librar de este cuerpo de pecado?
En las otras grandes culturas, india y china, sus sabios buscaron caminos de salvación y sintieron la necesidad de liberarse de las creencias generalizadas, que confundían y apartaban a la gente de la salvación. Ellos fueron pequeños oasis en medio de gigantes desiertos. Los pueblos siguieron presos en sus propias redes culturales, ajenos a la felicidad completa.
¿Puede el ser humano que vive en la tierra ser feliz? La historia levanta su voz y responde: de hecho nunca lo ha sido. Pero, debemos añadir, siempre lo ha buscado. ¿Será necesariamente inútil esa búsqueda? Quienes han se han sentido plenamente felices son testigos de esa posibilidad y también de lo fácil que resulta perderse en el camino. Su testimonio es que la felicidad plena se alcanza en una vivencia de comunión con el Todo, en la experiencia de una armonía interior que se nombra paz de Dios, en una llama de luz que se dice amor.
Pero, ¿no está nuestro inconsciente colectivo cargado de odios, rabias, tristezas y miedos? Sí, es un hecho. Quien quiera ser feliz deberá alcanzar esos oscuros fondos y purificarlos. Como ya dije, se comienza por la revisión de las creencias populares, por el examen del valor real de los datos culturales. ¿Cómo se podrá sentir quien logre tamaña aventura? Extraño, solo, apartado. Y eso, ¿puede ser feliz? Cuando se entiende, sí, se es totalmente feliz. Quizá se pueda así comprender la extraña aventura de salir a buscar la felicidad, que se encuentra más allá de los datos culturales y las experiencias habituales de división, separación y oposición, en una vivencia de totalidad y comunión, en la que no hay muerte, sino vida eterna.
viernes, 31 de octubre de 2008
Ser amable con uno mismo
Cuando crece la experiencia positiva de sí mismo, la persona desarrolla la posibilidad de ser amable consigo misma. Descubre que no existe ninguna razón, en ninguna parte, para que se hiera, maltrate o cause daño. Decide no agredirse, sino al contrario, se ensancha en estimación y aprobación, porque es lo correcto. ¿Conoce alguien de ustedes alguna razón por la que la persona se deba hacer daño ella misma y despreciarse? Muchas personas lo hacen todos los días, pero razón no existe ninguna.
En esta situación de conocimiento interior, la persona experimenta una extraña felicidad, siente una libertad muy grande, descubre con asombro que siempre está feliz. Su modo de ver el mundo ha cambiado mucho, una nueva tolerancia le crece dentro sin esfuerzo propio. No ve nada de qué quejarse, tampoco nada tiene que estar bien. Las cosas son como son, y todas tienen el mismo sabor, un sabor de gloria. Una armonía en extremo amable resuena en el corazón. Estas experiencias positivas facilitan la práctica de ser amable consigo mismo y, a la vez, fortalecen la decisión de serlo más perfectamente cada día.
Quien no tenga un alto grado de conciencia de su ser interior carece de capacidad para percibir tales realidades y así no puede escapar de las garras del miedo, de las furias, de las rabias y de la tiniebla de la tristeza. No tiene capacidad actual para ser establemente feliz. Se hiere, se maltrata, se hunde en la negatividad. Así no podrá aceptar que se pueda ser feliz siempre. De modo directo y manifiesto no percibe que pueda ser plenamente feliz siempre. Esto no niega de ninguna manera que posea realmente tal capacidad. Si quien lee esta propuesta siente que ha empleado mucho tiempo de su vida en buscar la felicidad y no la ha encontrado, quizá le sería provechoso investigar cómo y dónde la ha buscado. La felicidad es usted. ¿Se ha buscado usted con suficiente inteligencia para no quedarse en lo más superficial y vano de usted mismo?
Ahora, desde esta nueva percepción del sí mismo y del mundo, el individuo percibe con claridad no sólo la posibilidad sino también el hecho mismo de ser feliz. Cuando la persona ha sentido la inmensa presencia de Dios en su ser, cuando se siente habitada por la divinidad, ella y el mundo son otros. En esta experiencia sublimadora comprende fácilmente los versos de santa Teresa: “nada te turbe, nada te espante”. Y realmente nada la turba ni espanta. Es obvio que esa madurez se va adquiriendo de modo gradual. Al principio cualquier cosa turba, luego sólo alguna, finalmente ninguna, si se sigue creciendo.
Quizá lo más dificultoso sea adquirir esa libertad de permanecer imperturbable. Entendamos que se trata de una libertad interior. Se ha logrado ya en alto grado cuando se puede decir: “siento lo que quiero sentir, pienso lo que quiero pensar, quiero lo que quiero querer, digo lo que quiero decir y hago lo que quiero hacer”. Entonces se es libre. A esta libertad se llega después de practicar mucho el principio de “no identificación”: yo no soy lo que pienso, ni lo que quiero, ni lo que siento, ni lo que digo, ni lo que hago”. ¿Quién soy yo entonces? Simplemente, el sujeto que piensa, quiere, siente, dice y hace. Quien logra distinguir bien su subjetividad de los productos de su actividad, se vuelve el dueño de su propia actividad y piensa lo que quiere, desea lo que quiere, siente lo que quiere, dice lo que quiere y hace lo que quiere. Como lo que quiere es ser feliz, piensa, quiere, siente, dice y hace su propia felicidad.
Esta vida feliz exige, como se ve, dejar de lado cientos de creencias populares, miles de prejuicios, y adquirir una visión de sí mismo y del mundo completamente otra, muy lejos de la habitual de las culturas dentro de las que se nace, se crece, se padece y se sufre. Quiero repetir: nosotros somos felicidad. Solamente necesitamos llegar a ser lo que somos.
Deberemos esclarecer el hecho de que las tradiciones culturales, por las más diversas causas, definen para el hombre un camino de sufrimiento, de dolor y angustia, en lugar de diseñar una senda de paz, alegría y amor, constitutivos de la felicidad consumada. Quien desea ser feliz necesita tomar mucha distancia de su cultura.
En esta situación de conocimiento interior, la persona experimenta una extraña felicidad, siente una libertad muy grande, descubre con asombro que siempre está feliz. Su modo de ver el mundo ha cambiado mucho, una nueva tolerancia le crece dentro sin esfuerzo propio. No ve nada de qué quejarse, tampoco nada tiene que estar bien. Las cosas son como son, y todas tienen el mismo sabor, un sabor de gloria. Una armonía en extremo amable resuena en el corazón. Estas experiencias positivas facilitan la práctica de ser amable consigo mismo y, a la vez, fortalecen la decisión de serlo más perfectamente cada día.
Quien no tenga un alto grado de conciencia de su ser interior carece de capacidad para percibir tales realidades y así no puede escapar de las garras del miedo, de las furias, de las rabias y de la tiniebla de la tristeza. No tiene capacidad actual para ser establemente feliz. Se hiere, se maltrata, se hunde en la negatividad. Así no podrá aceptar que se pueda ser feliz siempre. De modo directo y manifiesto no percibe que pueda ser plenamente feliz siempre. Esto no niega de ninguna manera que posea realmente tal capacidad. Si quien lee esta propuesta siente que ha empleado mucho tiempo de su vida en buscar la felicidad y no la ha encontrado, quizá le sería provechoso investigar cómo y dónde la ha buscado. La felicidad es usted. ¿Se ha buscado usted con suficiente inteligencia para no quedarse en lo más superficial y vano de usted mismo?
Ahora, desde esta nueva percepción del sí mismo y del mundo, el individuo percibe con claridad no sólo la posibilidad sino también el hecho mismo de ser feliz. Cuando la persona ha sentido la inmensa presencia de Dios en su ser, cuando se siente habitada por la divinidad, ella y el mundo son otros. En esta experiencia sublimadora comprende fácilmente los versos de santa Teresa: “nada te turbe, nada te espante”. Y realmente nada la turba ni espanta. Es obvio que esa madurez se va adquiriendo de modo gradual. Al principio cualquier cosa turba, luego sólo alguna, finalmente ninguna, si se sigue creciendo.
Quizá lo más dificultoso sea adquirir esa libertad de permanecer imperturbable. Entendamos que se trata de una libertad interior. Se ha logrado ya en alto grado cuando se puede decir: “siento lo que quiero sentir, pienso lo que quiero pensar, quiero lo que quiero querer, digo lo que quiero decir y hago lo que quiero hacer”. Entonces se es libre. A esta libertad se llega después de practicar mucho el principio de “no identificación”: yo no soy lo que pienso, ni lo que quiero, ni lo que siento, ni lo que digo, ni lo que hago”. ¿Quién soy yo entonces? Simplemente, el sujeto que piensa, quiere, siente, dice y hace. Quien logra distinguir bien su subjetividad de los productos de su actividad, se vuelve el dueño de su propia actividad y piensa lo que quiere, desea lo que quiere, siente lo que quiere, dice lo que quiere y hace lo que quiere. Como lo que quiere es ser feliz, piensa, quiere, siente, dice y hace su propia felicidad.
Esta vida feliz exige, como se ve, dejar de lado cientos de creencias populares, miles de prejuicios, y adquirir una visión de sí mismo y del mundo completamente otra, muy lejos de la habitual de las culturas dentro de las que se nace, se crece, se padece y se sufre. Quiero repetir: nosotros somos felicidad. Solamente necesitamos llegar a ser lo que somos.
Deberemos esclarecer el hecho de que las tradiciones culturales, por las más diversas causas, definen para el hombre un camino de sufrimiento, de dolor y angustia, en lugar de diseñar una senda de paz, alegría y amor, constitutivos de la felicidad consumada. Quien desea ser feliz necesita tomar mucha distancia de su cultura.
viernes, 17 de octubre de 2008
Tercera Etapa
A los principios de esta tercera etapa ocurre una gran sorpresa, cuando la persona reacciona habitualmente de modo inteligente, guarda su paz interior, goza de la vida cotidiana, todo comienza a parecerle maravilloso. Pero esta experiencia maravillosa puede causar grandes inquietudes: si frente a una situación todos se alarman y ella permanece tranquila, ¿no será que está perdiendo el juicio? Siempre nos estamos comparando con los demás, que se convierten en la medida de nosotros mismos. Ahora no somos como los demás, no sufrimos, ni nos alteramos, estamos casi siempre felices. ¿Qué pasa con nosotros? En esta nueva situación se pone a prueba la seguridad personal. La sensación de que uno se está volviendo un ser raro se hace punzante. Se desea preguntar a alguien, pero no se sabe a quien. Cuando una persona crece necesita ayuda de otras personas ya crecidas. Los antiguos afirmaron que cuando el discípulo está dispuesto aparece el maestro. Quien se sienta solo y extraño debido a sus cambios de reacción por positivos que sean, está en la tentación de volver atrás y ser como todo el mundo.
Una posibilidad frustrante es buscar ayuda en personas que, por su rango, se supone que están crecidas, pero que realmente no lo están. Se produce así una confusión mayor y se puede recaer en una decepción fatal. Quien se propone seguir un camino de superación motivado por lecturas u otros medios de información fuera de un grupo de crecimiento, siente pronto la necesidad de contactar con otras personas que estén haciendo el mismo camino.
En los matrimonios se puede dar el caso de que uno de ellos, ella o él, emprendan un proceso de crecimiento y el otro no. En esta situación se puede dar un extrañamiento entre los dos que amenace la unión de ambos. Lo correcto es que la persona que crece arrastre a su pareja a crecer también. Hacerlo bien es el desafío.
La experiencia fundamental de esta tercera etapa es una visión de la propia interioridad como algo luminoso, infinito, lleno de paz y silencio, pleno de amor y bondad. Obviamente, esta sensación es producto de los esfuerzos hechos en la segunda etapa, los cuales abren canales caudalosos que lleven a zonas más profundas del propio ser interior. Quienes se ejercitan en estas cosas sin creencias religiosas, comienzan a sentir una misteriosa presencia especial que no saben objetivar, pero que les eleva a un rango de vida más abierto.
Quienes tienen creencias religiosas definidas, objetivan esa presencia divina como la presencia de Dios mismo. Este sentir a Dios cercano, habitando la propia interioridad, se vuelve asombro y alabanza. Los viejos hábitos, largamente enraizados, levantan nuevas y especiales incertidumbres. Las personas están más inclinadas a creer lo malo de sí mismas que lo maravilloso. Existe la idea de que eso magnífico no puede ser verdad. El razonamiento se hace confuso, no se llega a un equilibrio lógico: aquella presencia divina es algo inefable, pero la percepción de las propias deficiencias dificulta creer que aquellas regiones felices, llenas de Dios, sean reales y no puras imaginaciones. Desde la creación del psicoanálisis, tales experiencias se vienen atribuyendo a desequilibrios mentales, sin ningún fundamento objetivo. Actualmente los que cultivan la psicología transpersonal tienen otra idea más positiva acerca de estos fenómenos especiales.
El sentimiento de indignidad, la creencia de que no es posible para la persona misma, debido a la idea de que eso no le pasa sino a personas santas, puede crear intranquilidad en la propia vivencia de esa realidad hermosa que se comienza a tener. Suele suceder, sin intención ni deseo de la persona, que una revelación más fuerte se produzca de modo inesperado y abra un panorama interior mucho más rico. La consecuencia de ello es que la persona se siente en otro universo espiritual. Se da una captación intuitiva del propio ser luminoso bañado por la luz de Dios. Santa Teresa describió bien estas situaciones en las terceras y cuartas moradas. Ahora se comienza a superar los sentimientos de inferioridad, a tener una más alta valoración de sí mismo, sin arrogancia ni petulancia. El oro no presume, quien presume es el oropel. Ahora la persona se siente inclinada a mirar a su interior, allí vive emociones positivas de alta calidad. Se experimenta lejos de los objetos materiales, pero mucho más cerca de Dios.
Una posibilidad frustrante es buscar ayuda en personas que, por su rango, se supone que están crecidas, pero que realmente no lo están. Se produce así una confusión mayor y se puede recaer en una decepción fatal. Quien se propone seguir un camino de superación motivado por lecturas u otros medios de información fuera de un grupo de crecimiento, siente pronto la necesidad de contactar con otras personas que estén haciendo el mismo camino.
En los matrimonios se puede dar el caso de que uno de ellos, ella o él, emprendan un proceso de crecimiento y el otro no. En esta situación se puede dar un extrañamiento entre los dos que amenace la unión de ambos. Lo correcto es que la persona que crece arrastre a su pareja a crecer también. Hacerlo bien es el desafío.
La experiencia fundamental de esta tercera etapa es una visión de la propia interioridad como algo luminoso, infinito, lleno de paz y silencio, pleno de amor y bondad. Obviamente, esta sensación es producto de los esfuerzos hechos en la segunda etapa, los cuales abren canales caudalosos que lleven a zonas más profundas del propio ser interior. Quienes se ejercitan en estas cosas sin creencias religiosas, comienzan a sentir una misteriosa presencia especial que no saben objetivar, pero que les eleva a un rango de vida más abierto.
Quienes tienen creencias religiosas definidas, objetivan esa presencia divina como la presencia de Dios mismo. Este sentir a Dios cercano, habitando la propia interioridad, se vuelve asombro y alabanza. Los viejos hábitos, largamente enraizados, levantan nuevas y especiales incertidumbres. Las personas están más inclinadas a creer lo malo de sí mismas que lo maravilloso. Existe la idea de que eso magnífico no puede ser verdad. El razonamiento se hace confuso, no se llega a un equilibrio lógico: aquella presencia divina es algo inefable, pero la percepción de las propias deficiencias dificulta creer que aquellas regiones felices, llenas de Dios, sean reales y no puras imaginaciones. Desde la creación del psicoanálisis, tales experiencias se vienen atribuyendo a desequilibrios mentales, sin ningún fundamento objetivo. Actualmente los que cultivan la psicología transpersonal tienen otra idea más positiva acerca de estos fenómenos especiales.
El sentimiento de indignidad, la creencia de que no es posible para la persona misma, debido a la idea de que eso no le pasa sino a personas santas, puede crear intranquilidad en la propia vivencia de esa realidad hermosa que se comienza a tener. Suele suceder, sin intención ni deseo de la persona, que una revelación más fuerte se produzca de modo inesperado y abra un panorama interior mucho más rico. La consecuencia de ello es que la persona se siente en otro universo espiritual. Se da una captación intuitiva del propio ser luminoso bañado por la luz de Dios. Santa Teresa describió bien estas situaciones en las terceras y cuartas moradas. Ahora se comienza a superar los sentimientos de inferioridad, a tener una más alta valoración de sí mismo, sin arrogancia ni petulancia. El oro no presume, quien presume es el oropel. Ahora la persona se siente inclinada a mirar a su interior, allí vive emociones positivas de alta calidad. Se experimenta lejos de los objetos materiales, pero mucho más cerca de Dios.
viernes, 3 de octubre de 2008
Las tres etapas
Conforme a lo expuesto ser feliz siempre es posible, pero no espontáneo. Para llegar al gozo imperturbable en esta vida se exigen algunas especiales perspectivas, que conforman tres etapas de ese camino a la felicidad, a la luz, a la paz, a la plenitud.
En la primera etapa se dan una serie de experiencias que conforman el inicio de la ascensión, se trata de eso, de subir una altísima montaña. Se va cayendo en la cuenta de que parte de la vida se pasa entre el miedo, la rabia y la tristeza, otra parte entre el trabajo, la atención familiar y diversas obligaciones; una tercera parte, ya muy pequeña, se emplea en diversiones, ir a una fiesta, visitar a seres queridos, participar en una buena comida, tener algún romance y… poco más. Se descubre que el miedo anda siempre con uno impidiéndole disfrutar con plenitud, que los disgustos surgen por todas partes, que las tristezas está siempre ahí, a veces clamorosas, a veces sordas, pero siempre dolorosas. Se hace uno conciencia de que no hay salida de este laberinto y, consecuentemente, uno se resigna a esta condición de la humana existencia. Si en un día de luz, en una racha de suerte, surge la pregunta, ¿es que tiene que ser así?, se está iniciando el proceso de la ascensión. La mayoría de las personas tiene, quizá muchas veces, estos días de luz. Muy pocas sin embargo aceptan que sí puede ser de otra forma y se deciden a salir de ese círculo fatal. La fuerza de esta decisión depende de la claridad y profundidad con que se perciba que es posible una vida de mayor calidad. La primera etapa implica todas las experiencias que permiten tomar una decisión de ver la vida de otra manera.
La segunda etapa se inicia con la decisión de avanzar hacia una forma de existencia más positiva. Esta segunda etapa es sumamente dificultosa debido a sus múltiples exigencias, sobre todo por la cantidad de nuevos conocimientos que exige para avanzar hacia la cumbre de la montaña sagrada, la felicidad. Lo primero que se necesita saber es que el miedo, la rabia y la tristeza son reacciones aprendidas, no respuestas naturales a las realidades objetivas. Hay que llegar al convencimiento de que estas reacciones son completamente innecesarias y dañinas, no benefician en nada y perjudican en todo. Comprender que se puede vivir sin ellas es el paso previo a decidir superarlas y dejarlas de lado.
Para dirigir nuestra vida no necesitamos miedo, para eso tenemos la inteligencia y lo único que se necesita es usarla correctamente. Ahora se debe dar una conversión radical, consistente en la decisión de convertirse en una persona que usa positivamente su inteligencia. Uno se va a convertir en una persona inteligente. Esto le cuesta a uno un largo entrenamiento mental para adquirir dominio de sí mismo, lo que le permitirá tener dominio sobre las situaciones. Quien se empeña en obrar de modo inteligente, descubre que la mayoría de las veces reacciona sin inteligencia. Luego se da cuenta. No desanimarse, seguir con la decisión de reaccionar de modo inteligente; después de un empeño sostenido, comienza a notar que sigue reaccionando sin inteligencia, pero ahora se da cuenta de que el factor inteligente es simultáneo con la reacción. Todavía la inteligencia es ineficaz. El tiempo entre la reacción y la inteligencia se acorta cada vez más. Finalmente la inteligencia actúa primero y la reacción ya es la inteligente. La altura alcanzada ya deja ver más el paisaje. Las experiencias son más positivas, allí donde se perdía la paciencia ahora no se pierde, se mantiene la serenidad. Se descubre que aquellas situaciones que antes le afligían ahora ya no. Se experimenta un extrañamiento de sí mismo. Se comienza a ser otro y esto puede asustar. Otro extrañamiento irrumpe de repente: ahora es diferente de los demás, se experimenta ser distinto de los otros. Y lo es, la generalidad no obra con inteligencia, como usted tampoco lo hacía. Mira desde el punto en que está en la montaña y ve a los otros allá en el valle, presa de los miedos, rabias y tristezas, angustiados por nada.
Ser distinto de uno mismo y de los otros y querer serlo exige mucha valentía. La tentación de volver al viejo modo de reaccionar y ser como todo el mundo puede ser muy fuerte. Unas personas le manifestarán alegría por los cambios positivos y otras le tildarán de loco. Usted mismo comienza a sentirse incómodo en medio de las personas con las que antes compartía. No crea que es regalado existir felizmente en medio de una humanidad desgarrada por el sufrimiento. Aquí se manifiesta otra exigencia de esta marcha hacia la cumbre de la montaña sagrada: no se puede ir solo, se necesita compañía. Quizá los genios pudieron hacer solos el camino, pero yo no escribo para los genios, sino para nosotros, los seres normales que constituimos la mayoría de los habitantes de este misterioso mundo.
Continuaremos describiendo estas etapas.
En la primera etapa se dan una serie de experiencias que conforman el inicio de la ascensión, se trata de eso, de subir una altísima montaña. Se va cayendo en la cuenta de que parte de la vida se pasa entre el miedo, la rabia y la tristeza, otra parte entre el trabajo, la atención familiar y diversas obligaciones; una tercera parte, ya muy pequeña, se emplea en diversiones, ir a una fiesta, visitar a seres queridos, participar en una buena comida, tener algún romance y… poco más. Se descubre que el miedo anda siempre con uno impidiéndole disfrutar con plenitud, que los disgustos surgen por todas partes, que las tristezas está siempre ahí, a veces clamorosas, a veces sordas, pero siempre dolorosas. Se hace uno conciencia de que no hay salida de este laberinto y, consecuentemente, uno se resigna a esta condición de la humana existencia. Si en un día de luz, en una racha de suerte, surge la pregunta, ¿es que tiene que ser así?, se está iniciando el proceso de la ascensión. La mayoría de las personas tiene, quizá muchas veces, estos días de luz. Muy pocas sin embargo aceptan que sí puede ser de otra forma y se deciden a salir de ese círculo fatal. La fuerza de esta decisión depende de la claridad y profundidad con que se perciba que es posible una vida de mayor calidad. La primera etapa implica todas las experiencias que permiten tomar una decisión de ver la vida de otra manera.
La segunda etapa se inicia con la decisión de avanzar hacia una forma de existencia más positiva. Esta segunda etapa es sumamente dificultosa debido a sus múltiples exigencias, sobre todo por la cantidad de nuevos conocimientos que exige para avanzar hacia la cumbre de la montaña sagrada, la felicidad. Lo primero que se necesita saber es que el miedo, la rabia y la tristeza son reacciones aprendidas, no respuestas naturales a las realidades objetivas. Hay que llegar al convencimiento de que estas reacciones son completamente innecesarias y dañinas, no benefician en nada y perjudican en todo. Comprender que se puede vivir sin ellas es el paso previo a decidir superarlas y dejarlas de lado.
Para dirigir nuestra vida no necesitamos miedo, para eso tenemos la inteligencia y lo único que se necesita es usarla correctamente. Ahora se debe dar una conversión radical, consistente en la decisión de convertirse en una persona que usa positivamente su inteligencia. Uno se va a convertir en una persona inteligente. Esto le cuesta a uno un largo entrenamiento mental para adquirir dominio de sí mismo, lo que le permitirá tener dominio sobre las situaciones. Quien se empeña en obrar de modo inteligente, descubre que la mayoría de las veces reacciona sin inteligencia. Luego se da cuenta. No desanimarse, seguir con la decisión de reaccionar de modo inteligente; después de un empeño sostenido, comienza a notar que sigue reaccionando sin inteligencia, pero ahora se da cuenta de que el factor inteligente es simultáneo con la reacción. Todavía la inteligencia es ineficaz. El tiempo entre la reacción y la inteligencia se acorta cada vez más. Finalmente la inteligencia actúa primero y la reacción ya es la inteligente. La altura alcanzada ya deja ver más el paisaje. Las experiencias son más positivas, allí donde se perdía la paciencia ahora no se pierde, se mantiene la serenidad. Se descubre que aquellas situaciones que antes le afligían ahora ya no. Se experimenta un extrañamiento de sí mismo. Se comienza a ser otro y esto puede asustar. Otro extrañamiento irrumpe de repente: ahora es diferente de los demás, se experimenta ser distinto de los otros. Y lo es, la generalidad no obra con inteligencia, como usted tampoco lo hacía. Mira desde el punto en que está en la montaña y ve a los otros allá en el valle, presa de los miedos, rabias y tristezas, angustiados por nada.
Ser distinto de uno mismo y de los otros y querer serlo exige mucha valentía. La tentación de volver al viejo modo de reaccionar y ser como todo el mundo puede ser muy fuerte. Unas personas le manifestarán alegría por los cambios positivos y otras le tildarán de loco. Usted mismo comienza a sentirse incómodo en medio de las personas con las que antes compartía. No crea que es regalado existir felizmente en medio de una humanidad desgarrada por el sufrimiento. Aquí se manifiesta otra exigencia de esta marcha hacia la cumbre de la montaña sagrada: no se puede ir solo, se necesita compañía. Quizá los genios pudieron hacer solos el camino, pero yo no escribo para los genios, sino para nosotros, los seres normales que constituimos la mayoría de los habitantes de este misterioso mundo.
Continuaremos describiendo estas etapas.
jueves, 24 de julio de 2008
Hacia una alta racionalidad
El gran maestro de vida espiritual san Juan de la Cruz escribió:
“Y de la misma manera que se atormenta y aflige al que desnudo se acuesta sobre espinas y puntas, así se atormenta el alma y aflige cuando sobre sus apetitos se recuesta. Porque, a manera de espinas, hieren y lastiman y asen y dejan dolor”.
San Juan de la Cruz creía que el ser humano está constituido por un cuerpo sensible, fuente de los apetitos, y un espíritu racional e inmortal, fuente de la inteligencia, la bondad y el bien hacer. Entre estos dos mundos existen muy diversas y complejas relaciones. Por apetitos él entiende los deseos que nacen de la sensibilidad, de ver, oír, oler, saborear, palpar y de las sensaciones internas, de la imaginación y memoria. La dificultad está en que este universo sensible obra al margen de la razón. Cuando alguien se entrega a los deseos nacidos de los apetitos lejos de los postulados universales de la razón, somete su inteligencia y voluntad a determinaciones irracionales, y eso sólo puede ser frustrante. Se debe pasar por un proceso de sometimiento de los apetitos a la razón de tal forma que la persona se comporte razonablemente en toda ocasión. Esta situación es dolorosa, muy dolorosa, y muy sutil, pasa desapercibida para muchas personas. Siempre que alguien sufre por algo, se puede afirmar que no está siendo completamente racional frente al asunto. La plena racionalidad, no hablo aquí de teorías de ninguna clase, sino del uso adecuado de la razón para establecer la situación concreta, es fuente de paz, alegría y amor, de felicidad.
El proceso para liberarse de las ataduras de la sensualidad y vivir en un estado de completa racionalidad, noche oscura sanjuanista, es sumamente complejo. Quizá sea bueno aquí recordar que la evolución desde el animal hasta el hombre supuso muchos millones de años. Alcanzar la instancia constitutiva de lo racional en plenitud no puede ser fácil, pero sí posible. La distancia entre un deseo de la sensualidad y un deseo de la racionalidad puede ser inconmensurable. Un ejemplo sería el joven que se deja llevar de la drogadicción. Se le pueden dar todas las razones de los sabios, se le puede explicar con todos los argumentos posibles que arruina su vida. El deseo desencadenado por la droga, es más fuerte que toda razón. La vida de este joven deja de ser racional, se llena de sufrimiento, y el resultado final es una persona no sólo infeliz sino también perdida para la sociedad. Este es un ejemplo extremo, pero todo deseo proveniente de la sensibilidad tiene ese poder de someter y atormentar a la persona, aunque sea en mínimo grado.
Así, pues, podemos experimentar deseos sensibles y deseos racionales. Cuando alguien desea la paz, la justicia, el amor, la luz de la sabiduría para dar sentido a la vida, tales deseos lo liberan, lo engrandecen y lo realizan. En esta dirección, se puede señalar una realidad esencial: la sensibilidad no percibe lo eterno, no trasciende lo inmediato corporal; la razón se eleva a lo eterno, trasciende todo determinante concreto, y es así una experiencia de libertad y gozo.
El principio que rige la vida racional es el principio de realidad, el convencimiento de que solo podemos contar con lo que está ahí siendo. Si yo pretendo algo que bien pudiera ser, pero en este momento no existe, mi pretensión se vuelve sufrimiento, porque me sitúo fuera de lo real. El deseo sensible no obedece al principio de realidad, sino a la imaginación. Existe una palabra excelente para describir tal situación, fantasía. Uno se imagina cosas fuera de la realidad, y después quiere que sean válidas, pero como no lo son sólo sirven para causar dolor, desorientar y empobrecer. Así no se puede ser feliz.
Cuando alguien llegue a ser completamente racional, estado permanente de iluminación, sin apego ni deseo de nada fuera de lo razonable, no habrá cosa alguna que le haga sufrir. Las cosas son muy diversas, los acontecimientos muy diferentes, buenos y malos. Pero la respuesta racional es una sola. Entender el misterio de la existencia implica amar intensamente todo lo existente. El gran poeta místico, san Juan de la Cruz, lo cantó así:
“Y de la misma manera que se atormenta y aflige al que desnudo se acuesta sobre espinas y puntas, así se atormenta el alma y aflige cuando sobre sus apetitos se recuesta. Porque, a manera de espinas, hieren y lastiman y asen y dejan dolor”.
San Juan de la Cruz creía que el ser humano está constituido por un cuerpo sensible, fuente de los apetitos, y un espíritu racional e inmortal, fuente de la inteligencia, la bondad y el bien hacer. Entre estos dos mundos existen muy diversas y complejas relaciones. Por apetitos él entiende los deseos que nacen de la sensibilidad, de ver, oír, oler, saborear, palpar y de las sensaciones internas, de la imaginación y memoria. La dificultad está en que este universo sensible obra al margen de la razón. Cuando alguien se entrega a los deseos nacidos de los apetitos lejos de los postulados universales de la razón, somete su inteligencia y voluntad a determinaciones irracionales, y eso sólo puede ser frustrante. Se debe pasar por un proceso de sometimiento de los apetitos a la razón de tal forma que la persona se comporte razonablemente en toda ocasión. Esta situación es dolorosa, muy dolorosa, y muy sutil, pasa desapercibida para muchas personas. Siempre que alguien sufre por algo, se puede afirmar que no está siendo completamente racional frente al asunto. La plena racionalidad, no hablo aquí de teorías de ninguna clase, sino del uso adecuado de la razón para establecer la situación concreta, es fuente de paz, alegría y amor, de felicidad.
El proceso para liberarse de las ataduras de la sensualidad y vivir en un estado de completa racionalidad, noche oscura sanjuanista, es sumamente complejo. Quizá sea bueno aquí recordar que la evolución desde el animal hasta el hombre supuso muchos millones de años. Alcanzar la instancia constitutiva de lo racional en plenitud no puede ser fácil, pero sí posible. La distancia entre un deseo de la sensualidad y un deseo de la racionalidad puede ser inconmensurable. Un ejemplo sería el joven que se deja llevar de la drogadicción. Se le pueden dar todas las razones de los sabios, se le puede explicar con todos los argumentos posibles que arruina su vida. El deseo desencadenado por la droga, es más fuerte que toda razón. La vida de este joven deja de ser racional, se llena de sufrimiento, y el resultado final es una persona no sólo infeliz sino también perdida para la sociedad. Este es un ejemplo extremo, pero todo deseo proveniente de la sensibilidad tiene ese poder de someter y atormentar a la persona, aunque sea en mínimo grado.
Así, pues, podemos experimentar deseos sensibles y deseos racionales. Cuando alguien desea la paz, la justicia, el amor, la luz de la sabiduría para dar sentido a la vida, tales deseos lo liberan, lo engrandecen y lo realizan. En esta dirección, se puede señalar una realidad esencial: la sensibilidad no percibe lo eterno, no trasciende lo inmediato corporal; la razón se eleva a lo eterno, trasciende todo determinante concreto, y es así una experiencia de libertad y gozo.
El principio que rige la vida racional es el principio de realidad, el convencimiento de que solo podemos contar con lo que está ahí siendo. Si yo pretendo algo que bien pudiera ser, pero en este momento no existe, mi pretensión se vuelve sufrimiento, porque me sitúo fuera de lo real. El deseo sensible no obedece al principio de realidad, sino a la imaginación. Existe una palabra excelente para describir tal situación, fantasía. Uno se imagina cosas fuera de la realidad, y después quiere que sean válidas, pero como no lo son sólo sirven para causar dolor, desorientar y empobrecer. Así no se puede ser feliz.
Cuando alguien llegue a ser completamente racional, estado permanente de iluminación, sin apego ni deseo de nada fuera de lo razonable, no habrá cosa alguna que le haga sufrir. Las cosas son muy diversas, los acontecimientos muy diferentes, buenos y malos. Pero la respuesta racional es una sola. Entender el misterio de la existencia implica amar intensamente todo lo existente. El gran poeta místico, san Juan de la Cruz, lo cantó así:
Hace tal obra el amor
Después que lo conocí
Que, si hay bien o mal en mí,
Todo lo hace de un sabor
Y al alma transforma en sí…
lunes, 14 de julio de 2008
OBSTÁCULOS. CONTINUACIÓN
Los grandes maestros han creído que el ser humano puede alcanzar su felicidad completa, incluso de modo fácil. Ya que para lograrlo no se necesita tanto poner como quitar. Quizá sea interesante recordar algunos fragmentos de Buda y de san Juan de la Cruz. Así lo predicó Buda:
“He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre la supresión del dolor: la extinción de esta sed por el aniquilamiento completo del deseo, desterrando el deseo, renunciando a él, liberándose de él, no dejándole en su sitio”.
¿Es que se puede vivir sin deseos? ¿Cómo podría ser una persona normal quien no tenga ningún deseo? Quienes han logrado una experiencia de paz interior más profunda, preguntarían lo contrario. ¿Es que se puede ser una persona normal estando sujeto a los deseos?
Un ejemplo podría dar a entender lo que se quiere decir. A las siete de la tarde estoy sentando en el malecón de la Habana de cara al sol cuando declina sobre el mar. Me entrego al presente absoluto de lo que tengo ante mí: El mar, rosa de atardecer, la brisa fresca en la piel, el rumor de olas mansas, un lento y tibio sabor marino, el muro gris. El sol, el horizonte, melancólico adiós al día. En la lejanía las nubes blandas, irisaciones mágicas, gloriosas, fantasmas encantados de fiesta. Crepúsculo, puro sosiego, el alma arrebatada de arreboles. El sol, el mar, la tarde, la vida.
Ningún deseo, sólo la serena contemplación del presente, el gozo inefable de un atardecer vivido aquí y ahora. Imaginemos otra situación, yo estoy en el mismo lugar con las mismas circunstancias, pero mi mente está siguiendo una cuestión que debo resolver más tarde, o mi recuerdo me está trayendo la desagradable experiencia de hoy por la mañana. Estoy dividido, presente y ausente, entre el sol que ven mis ojos y los deseos de que mañana se resuelva la situación. Los deseos me llevan lejos de mí, a los objetos deseados, o temidos, forma negativa del deseo.
Bien, se admite en este ejemplo: disfrute plenamente del ocaso, pero toda la vida no puede ser eso, hay que proponerse objetivos, cumplir tareas, discernir entre unas cosas y otras, lo que implica desear el bien, querer lo correcto, apartarse de lo malo, y todo ello exige estar llenos de deseos de justicia, de paz, de amor.
Es absolutamente cierto. Pero es cierto en aquellos momentos de la vida, cuando todavía no se ha hecho todo eso. Se dan cuatro posibilidades: se vive de espaldas a la verdad, se vive de frente a la verdad, se avanza en la posesión de la verdad, se llega a la plenitud de la verdad, a la iluminación. En el primer momento se vive con deseos inadecuados, en el segundo se cae en la cuenta de que es mejor buscar la verdad, se vive el deseo de la verdad; tercer momento, se alcanza cierto grado de verdad, se entra en un espacio de sabiduría; cuarto momento, se goza la verdad, todo ha sido alcanzado, ya no hay deseo. En el camino hacia la liberación, santidad, perfección, o como quiera que se le llame, se dan diversos grados de vivencia, que deben ser superados uno tras otro, hasta llegar a la posesión realizadora de la plenitud espiritual. En relación con el deseo, el proceso se puede describir así: desear salir de la vida frívola, seguir con el deseo de una vida seria, ya esto exige liberarse de los deseos frívolos y cultivar lo serios; en el camino hacia un sentido más responsable de la existencia, acontecen los descubrimientos diversos, unos más bajos, otros más elevados, esto implica otra vez eliminar los deseos más bajos y alimentar los más nobles; una vez en posesión de los más nobles deseos, se da necesariamente una experiencia de tranquilidad, unidad, paz, en que los deseos dejan ser deseos de realidades ausentes. Ahora ya todo es gozo de lo presente, no hay espacio para los deseos. Ahora se es feliz habitualmente, ahora la existencia, liberada de los deseos, entra en la luz de la felicidad.
San Juan de la Cruz escribió: “Para venir a poseerlo todo no quieras poseer algo en nada”. La felicidad plena vive en la posesión del todo, del mundo, de Dios, de la historia, no en detalle alguno. Seguiremos examinando este misterio que es la mística.
“He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre la supresión del dolor: la extinción de esta sed por el aniquilamiento completo del deseo, desterrando el deseo, renunciando a él, liberándose de él, no dejándole en su sitio”.
¿Es que se puede vivir sin deseos? ¿Cómo podría ser una persona normal quien no tenga ningún deseo? Quienes han logrado una experiencia de paz interior más profunda, preguntarían lo contrario. ¿Es que se puede ser una persona normal estando sujeto a los deseos?
Un ejemplo podría dar a entender lo que se quiere decir. A las siete de la tarde estoy sentando en el malecón de la Habana de cara al sol cuando declina sobre el mar. Me entrego al presente absoluto de lo que tengo ante mí: El mar, rosa de atardecer, la brisa fresca en la piel, el rumor de olas mansas, un lento y tibio sabor marino, el muro gris. El sol, el horizonte, melancólico adiós al día. En la lejanía las nubes blandas, irisaciones mágicas, gloriosas, fantasmas encantados de fiesta. Crepúsculo, puro sosiego, el alma arrebatada de arreboles. El sol, el mar, la tarde, la vida.
Ningún deseo, sólo la serena contemplación del presente, el gozo inefable de un atardecer vivido aquí y ahora. Imaginemos otra situación, yo estoy en el mismo lugar con las mismas circunstancias, pero mi mente está siguiendo una cuestión que debo resolver más tarde, o mi recuerdo me está trayendo la desagradable experiencia de hoy por la mañana. Estoy dividido, presente y ausente, entre el sol que ven mis ojos y los deseos de que mañana se resuelva la situación. Los deseos me llevan lejos de mí, a los objetos deseados, o temidos, forma negativa del deseo.
Bien, se admite en este ejemplo: disfrute plenamente del ocaso, pero toda la vida no puede ser eso, hay que proponerse objetivos, cumplir tareas, discernir entre unas cosas y otras, lo que implica desear el bien, querer lo correcto, apartarse de lo malo, y todo ello exige estar llenos de deseos de justicia, de paz, de amor.
Es absolutamente cierto. Pero es cierto en aquellos momentos de la vida, cuando todavía no se ha hecho todo eso. Se dan cuatro posibilidades: se vive de espaldas a la verdad, se vive de frente a la verdad, se avanza en la posesión de la verdad, se llega a la plenitud de la verdad, a la iluminación. En el primer momento se vive con deseos inadecuados, en el segundo se cae en la cuenta de que es mejor buscar la verdad, se vive el deseo de la verdad; tercer momento, se alcanza cierto grado de verdad, se entra en un espacio de sabiduría; cuarto momento, se goza la verdad, todo ha sido alcanzado, ya no hay deseo. En el camino hacia la liberación, santidad, perfección, o como quiera que se le llame, se dan diversos grados de vivencia, que deben ser superados uno tras otro, hasta llegar a la posesión realizadora de la plenitud espiritual. En relación con el deseo, el proceso se puede describir así: desear salir de la vida frívola, seguir con el deseo de una vida seria, ya esto exige liberarse de los deseos frívolos y cultivar lo serios; en el camino hacia un sentido más responsable de la existencia, acontecen los descubrimientos diversos, unos más bajos, otros más elevados, esto implica otra vez eliminar los deseos más bajos y alimentar los más nobles; una vez en posesión de los más nobles deseos, se da necesariamente una experiencia de tranquilidad, unidad, paz, en que los deseos dejan ser deseos de realidades ausentes. Ahora ya todo es gozo de lo presente, no hay espacio para los deseos. Ahora se es feliz habitualmente, ahora la existencia, liberada de los deseos, entra en la luz de la felicidad.
San Juan de la Cruz escribió: “Para venir a poseerlo todo no quieras poseer algo en nada”. La felicidad plena vive en la posesión del todo, del mundo, de Dios, de la historia, no en detalle alguno. Seguiremos examinando este misterio que es la mística.
lunes, 30 de junio de 2008
Obstáculos
Camino de la felicidad se encuentran grandes obstáculos, cosa sabida ya desde muy antiguo. Hace mucho tiempo, un hombre iluminado, Sidddhartha Gotama, el Buda, lo reconoció: “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la vejez es dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la unión con lo que se quiere es dolor, la separación de lo que se quiere es dolor, el no obtener lo que se desea es dolor; en resumen, los cinco modos de apego son dolor (es decir, el apego al cuerpo, a las sensaciones, a las representaciones, a las formaciones, a la conciencia)”. El habló de cinco modos de apego.
Muchos siglos después San Juan de la Cruz escribió lo siguiente: “Y para que más clara y abundantemente se entienda lo dicho, será bueno poner aquí y decir cómo estos apetitos causan en el alma dos daños principales: el uno es que la privan del espíritu de Dios, y el otro es que al alma en que viven la cansan, atormentan, oscurecen, ensucian y enflaquecen y la llagan”. Subida I, 6, 1. El habló de apetitos.
Y así, llagados, enflaquecidos, sucios, oscurecidos, atormentados y cansados, vamos por la vida llenos de quejas y disgustos, adoloridos y privados del espíritu de Dios. No lo digo yo, ustedes lo saben, se encuentra muy poca gente feliz en la tierra. La mayoría de las personas sienten que no se puede ser feliz las 24 horas del día; quizá algún momento de felicidad lo han experimentado todos. La causa, según una opinión universalmente extendida, la tiene el ordenamiento mismo de la realidad: personas que nos hacen cosas desagradables y acontecimientos dolorosos que no podemos evadir. Somos inevitablemente víctimas de este mundo en que vivimos. Y no tiene remedio. No vale darle vueltas. La humanidad habla de condiciones objetivas. El mundo es así.
Ellos, Buda y san Juan de la Cruz, hablaron de realidades subjetivas. Para ellos la causa del sufrimiento no está fuera del sujeto, frente a la persona, sino al contrario, es la persona la que se sitúa frente a la realidad de modo inadecuado. La causa del sufrimiento no es la realidad, sino esa inadecuada posición que los individuos adoptan frente a ella. Entonces, no somos víctimas del mundo, sino de nuestra ignorancia, de nuestro no saber situarnos correctamente ante las cosas y personas.
Buda llamó “apegos” a esa posición incorrecta frente a la realidad, término que significará finalmente “deseos”. La causa del dolor es el deseo. Pero, ¿cómo vivir sin deseos?, le podemos preguntar a Buda. San Juan de la Cruz habló de “apetitos”, que equivalen a apegos y deseos. Y le podemos hacer la misma pregunta.
Para hallar una respuesta adecuada a la inevitable pregunta de cómo vivir sin deseos, vamos a necesitar un poco de paciencia para analizar el dinamismo psíquico que nos caracteriza como seres humanos.
Admitamos en principio que los seres humanos realizamos dos niveles de conocimiento a los que corresponden otros dos niveles de sentimientos. Identificamos como primer nivel el conocimiento sensible, que se realiza mediante las funciones de sensación, percepción, imaginación y memoria, que nos es común con los animales superiores. Este sistema de conocimiento genera un modo de sentimiento sensible. Ver una cosa bella es agradable sin más. La experiencia nos muestra que sentimos apegos, deseos, apetitos, de esas cosas agradables, y todo lo contrario en las experiencias de cosas desagradables.
Por encima de este nivel sensitivo de conocer y sentir, existe otro nivel de conocimiento y sentimiento que llamamos racional, que nos distingue esencialmente del resto de los animales. La explicación de san Juan de la Cruz consiste en la comprensión de que la realidad percibida por los sentidos es no solo diversa, sino también inferior, respecto de la realidad percibida por la razón; de tal modo que el sufrimiento, el dolor, la infelicidad, se produce, cuando la persona se queda sin rebasar el orden sensible, alejado de la razón. Se debe, se tiene, que vivir sin apegos sensibles, pero no sin sentimientos racionales, que siempre y necesariamente son felices.
Continuará
Muchos siglos después San Juan de la Cruz escribió lo siguiente: “Y para que más clara y abundantemente se entienda lo dicho, será bueno poner aquí y decir cómo estos apetitos causan en el alma dos daños principales: el uno es que la privan del espíritu de Dios, y el otro es que al alma en que viven la cansan, atormentan, oscurecen, ensucian y enflaquecen y la llagan”. Subida I, 6, 1. El habló de apetitos.
Y así, llagados, enflaquecidos, sucios, oscurecidos, atormentados y cansados, vamos por la vida llenos de quejas y disgustos, adoloridos y privados del espíritu de Dios. No lo digo yo, ustedes lo saben, se encuentra muy poca gente feliz en la tierra. La mayoría de las personas sienten que no se puede ser feliz las 24 horas del día; quizá algún momento de felicidad lo han experimentado todos. La causa, según una opinión universalmente extendida, la tiene el ordenamiento mismo de la realidad: personas que nos hacen cosas desagradables y acontecimientos dolorosos que no podemos evadir. Somos inevitablemente víctimas de este mundo en que vivimos. Y no tiene remedio. No vale darle vueltas. La humanidad habla de condiciones objetivas. El mundo es así.
Ellos, Buda y san Juan de la Cruz, hablaron de realidades subjetivas. Para ellos la causa del sufrimiento no está fuera del sujeto, frente a la persona, sino al contrario, es la persona la que se sitúa frente a la realidad de modo inadecuado. La causa del sufrimiento no es la realidad, sino esa inadecuada posición que los individuos adoptan frente a ella. Entonces, no somos víctimas del mundo, sino de nuestra ignorancia, de nuestro no saber situarnos correctamente ante las cosas y personas.
Buda llamó “apegos” a esa posición incorrecta frente a la realidad, término que significará finalmente “deseos”. La causa del dolor es el deseo. Pero, ¿cómo vivir sin deseos?, le podemos preguntar a Buda. San Juan de la Cruz habló de “apetitos”, que equivalen a apegos y deseos. Y le podemos hacer la misma pregunta.
Para hallar una respuesta adecuada a la inevitable pregunta de cómo vivir sin deseos, vamos a necesitar un poco de paciencia para analizar el dinamismo psíquico que nos caracteriza como seres humanos.
Admitamos en principio que los seres humanos realizamos dos niveles de conocimiento a los que corresponden otros dos niveles de sentimientos. Identificamos como primer nivel el conocimiento sensible, que se realiza mediante las funciones de sensación, percepción, imaginación y memoria, que nos es común con los animales superiores. Este sistema de conocimiento genera un modo de sentimiento sensible. Ver una cosa bella es agradable sin más. La experiencia nos muestra que sentimos apegos, deseos, apetitos, de esas cosas agradables, y todo lo contrario en las experiencias de cosas desagradables.
Por encima de este nivel sensitivo de conocer y sentir, existe otro nivel de conocimiento y sentimiento que llamamos racional, que nos distingue esencialmente del resto de los animales. La explicación de san Juan de la Cruz consiste en la comprensión de que la realidad percibida por los sentidos es no solo diversa, sino también inferior, respecto de la realidad percibida por la razón; de tal modo que el sufrimiento, el dolor, la infelicidad, se produce, cuando la persona se queda sin rebasar el orden sensible, alejado de la razón. Se debe, se tiene, que vivir sin apegos sensibles, pero no sin sentimientos racionales, que siempre y necesariamente son felices.
Continuará
jueves, 19 de junio de 2008
La felicidad soy yo
Entonces ¿Qué lleva a la felicidad? Si les he dicho qué caminos no llevan a la felicidad, y creo que realmente esos atajos no conducen a ella, ustedes podrían preguntar, ¿cuál es el camino que lleva a la felicidad, si es que existe alguno? No se desanimen con la respuesta, traten de comprender: no existe ningún camino que lleve a la felicidad. No se esfuercen buscando caminos, ni los hay ni los puede haber. La razón en muy sencilla: ustedes son felicidad. Simplemente sean lo que son. Aceptemos que nuestro ser es amor, el amor es feliz, no necesita nada para serlo. Nosotros somos felicidad, pero si no somos nosotros, sino alienaciones, distorsiones, errores, entonces pobres de nosotros, no podemos ser felices.
Somos amor, paz y alegría. Esto somos. Ya, ya, pero no lo sentimos, sino rabia y tristeza, y miedo y dolor, y angustia y frustración. ¿Cómo salimos de eso? ¿Cómo somos nosotros mismos?
Vamos a necesitar fe, también en Dios, pero ahora me refiero a fe en nosotros mismos. Si aceptamos con fe que somos en realidad amor, paz y alegría, debemos creer que estas tres realidades están en nosotros. Las podemos vivir, podemos hacernos conscientes de ser amor, paz y alegría. ¿Cómo, por favor?
¿Es usted amor? ¿No sabe? ¿Saldría usted a la calle con un arma para matar al primero que encuentre? No, por supuesto ¿Por qué no? Examine su interioridad, ahora que está tranquilo leyendo esto. Si ahora viera a alguien necesitando de usted para no morir, ¿lo dejaría morir? No, por supuesto. Y ¿por qué no? Porque usted es amor. ¿Ha aprendido usted a registrar sus buenos sentimientos? ¿Desea usted que las más de diez mil artefactos nucleares almacenados exploten a la vez y acaben con la tierra y la vida? ¿Verdad que no? Mire su corazón, mire su más honda dimensión consciente. Mire bien, vea que usted es amor. Ahora que usted está sereno, mire sus sentimientos. ¿Saldría usted a la calle para empujar a un anciano delante de un vehículo que pasa para que lo aplaste? ¿Verdad que no? No, claro, porque usted es amor. No existe mayor felicidad que la de sentirse una buena persona. En presencia de estos sentimientos nobles usted va a hacer una interiorización importante: mire si le nacen de algo exterior, superficial, de usted mismo, o más bien le nacen del centro más profundo de su ser. No hace falta que sea un especialista en introspección, simplemente obsérvese, compruebe su estado actual. No, usted no es un bestia, es un ser noble. Claro, es posible que algunas veces usted se haya enfurecido y se haya sentido capaz de todo lo malo posible. Si observa atentamente esos sentimientos, los verá extraños a usted, ocasionales, que no lo expresan, porque usted no es una bestia, usted es amor. Bien, pero esos extremos nombrados que todo el mundo rechaza, no valen para probar que somos amor. Así es muy fácil. De todas maneras sabemos que somos pecadores.
No, no, de ninguna manera, tampoco es un pecador. No, usted no es un pecador, usted es una imagen y semejanza de Dios. Su esencia es un ser divino. Todas sus acciones quedan fuera de su ser real, esencial. Ninguna acción afecta su ser. Obviamente, usted puede hacer acciones muy malas, pero nunca podrán borrar el hecho sustancial de que usted es amor. No se ponga nombres negativos, no se refiera siempre a su exterioridad; mucho mejor es referirse a su intimidad divina. Las culturas desarrolladas hasta ahora por la humanidad han insertado los sentimientos de culpa en todos sus procesos. Es necesario salirse de tal cosa. Vuelva a santa Teresa, para ella el alma, su yo verdadero, es como un diamante o un fino cristal. Usted es una maravilla, por más suciedad que le haya caído encima. Se puede bañar y liberarse de toda esa fealdad. Usted es un ser feliz, pero si no lo vive, pues se lo pierde. No haga eso. Sea la feliz persona que es.
Somos amor, paz y alegría. Esto somos. Ya, ya, pero no lo sentimos, sino rabia y tristeza, y miedo y dolor, y angustia y frustración. ¿Cómo salimos de eso? ¿Cómo somos nosotros mismos?
Vamos a necesitar fe, también en Dios, pero ahora me refiero a fe en nosotros mismos. Si aceptamos con fe que somos en realidad amor, paz y alegría, debemos creer que estas tres realidades están en nosotros. Las podemos vivir, podemos hacernos conscientes de ser amor, paz y alegría. ¿Cómo, por favor?
¿Es usted amor? ¿No sabe? ¿Saldría usted a la calle con un arma para matar al primero que encuentre? No, por supuesto ¿Por qué no? Examine su interioridad, ahora que está tranquilo leyendo esto. Si ahora viera a alguien necesitando de usted para no morir, ¿lo dejaría morir? No, por supuesto. Y ¿por qué no? Porque usted es amor. ¿Ha aprendido usted a registrar sus buenos sentimientos? ¿Desea usted que las más de diez mil artefactos nucleares almacenados exploten a la vez y acaben con la tierra y la vida? ¿Verdad que no? Mire su corazón, mire su más honda dimensión consciente. Mire bien, vea que usted es amor. Ahora que usted está sereno, mire sus sentimientos. ¿Saldría usted a la calle para empujar a un anciano delante de un vehículo que pasa para que lo aplaste? ¿Verdad que no? No, claro, porque usted es amor. No existe mayor felicidad que la de sentirse una buena persona. En presencia de estos sentimientos nobles usted va a hacer una interiorización importante: mire si le nacen de algo exterior, superficial, de usted mismo, o más bien le nacen del centro más profundo de su ser. No hace falta que sea un especialista en introspección, simplemente obsérvese, compruebe su estado actual. No, usted no es un bestia, es un ser noble. Claro, es posible que algunas veces usted se haya enfurecido y se haya sentido capaz de todo lo malo posible. Si observa atentamente esos sentimientos, los verá extraños a usted, ocasionales, que no lo expresan, porque usted no es una bestia, usted es amor. Bien, pero esos extremos nombrados que todo el mundo rechaza, no valen para probar que somos amor. Así es muy fácil. De todas maneras sabemos que somos pecadores.
No, no, de ninguna manera, tampoco es un pecador. No, usted no es un pecador, usted es una imagen y semejanza de Dios. Su esencia es un ser divino. Todas sus acciones quedan fuera de su ser real, esencial. Ninguna acción afecta su ser. Obviamente, usted puede hacer acciones muy malas, pero nunca podrán borrar el hecho sustancial de que usted es amor. No se ponga nombres negativos, no se refiera siempre a su exterioridad; mucho mejor es referirse a su intimidad divina. Las culturas desarrolladas hasta ahora por la humanidad han insertado los sentimientos de culpa en todos sus procesos. Es necesario salirse de tal cosa. Vuelva a santa Teresa, para ella el alma, su yo verdadero, es como un diamante o un fino cristal. Usted es una maravilla, por más suciedad que le haya caído encima. Se puede bañar y liberarse de toda esa fealdad. Usted es un ser feliz, pero si no lo vive, pues se lo pierde. No haga eso. Sea la feliz persona que es.
martes, 3 de junio de 2008
Otros atajos
Otros atajos.
Muchas personas han relacionado su felicidad con las diversas formas de poder: político, económico, militar, científico, y le han consagrado sus vidas. Una idea unida a estas formas de pensar es la de que ejercer dominio sobre otros es fuente de profunda felicidad. Estas personas han creído saber que la violencia ejercida sobre otros es una necesidad fundamental para sentirse bien y no dudan usarla incluso contra sus propios familiares, esposas, hijos, hermanos. Ciertamente, quien tenga voluntad de poder con dotes naturales especiales puede lograr mucho dominio sobre otros y hacerles sentir su poder, como los tiranos por ejemplo. La arrogancia y el deprecio de los demás puede parecer un sentimiento superior, no recuerden ahora el superhombre, no vale la pena. Bien mirado, ese tipo de conducta no revela ninguna grandeza, apenas el ocultamiento de un hondo y perturbador sentimiento de inferioridad. La felicidad no vive en este universo, sino la rabia, el miedo y la violencia.
Este es un atajo muy peligroso, lleva directo al abuso de los demás, a la soledad más espantosa. Obviamente, se puede tener poder político y ejercerlo en beneficio de los otros, al menos es posible teóricamente. Quizá en la realidad hoy no sea posible ser político y amante de la justicia. Se puede, en principio, tener mucha riqueza y emplearla en beneficio de la comunidad, pero en sí el afán de riqueza deja poco espacio para la felicidad. Este es un atajo muy peligroso, quien viva para ser rico deberá hoy ejercer mucha violencia. En ese continente no habita la felicidad, sino la angustia. Para ocultarla esas personas inventarán toda clase de diversiones caras, pero no se puede engañar al corazón. El honor, propio fundamento de los militares, puede convertirse fácilmente en exigencia de fuerza represiva nada honorable. El peso de las infinitas e injustas guerras llevadas a cabo por ellos es demasiado para ser soportado por una conciencia feliz. El endurecimiento es un resultado inevitable del poder militar, sin que sea necesario decir que todo militar es necesariamente un asesino. Pero en el ejercicio del poder militar rara vez hay motivo para la bondad. El saber, en cuanto poder, puede ser usado para dominar a los demás, y eso no puede ser un camino de felicidad.
Estos atajos son muy peligrosos, nunca han llevado a la felicidad, simplemente porque nunca llevan al encuentro de la intimidad de la persona, casi nunca realizan la bondad que ilumina el amor. No se extrañe de que tan pocas personas sean realmente felices todo el tiempo. Los más siguen atajos que no llevan al encuentro con la felicidad.
Muchas personas han relacionado su felicidad con las diversas formas de poder: político, económico, militar, científico, y le han consagrado sus vidas. Una idea unida a estas formas de pensar es la de que ejercer dominio sobre otros es fuente de profunda felicidad. Estas personas han creído saber que la violencia ejercida sobre otros es una necesidad fundamental para sentirse bien y no dudan usarla incluso contra sus propios familiares, esposas, hijos, hermanos. Ciertamente, quien tenga voluntad de poder con dotes naturales especiales puede lograr mucho dominio sobre otros y hacerles sentir su poder, como los tiranos por ejemplo. La arrogancia y el deprecio de los demás puede parecer un sentimiento superior, no recuerden ahora el superhombre, no vale la pena. Bien mirado, ese tipo de conducta no revela ninguna grandeza, apenas el ocultamiento de un hondo y perturbador sentimiento de inferioridad. La felicidad no vive en este universo, sino la rabia, el miedo y la violencia.
Este es un atajo muy peligroso, lleva directo al abuso de los demás, a la soledad más espantosa. Obviamente, se puede tener poder político y ejercerlo en beneficio de los otros, al menos es posible teóricamente. Quizá en la realidad hoy no sea posible ser político y amante de la justicia. Se puede, en principio, tener mucha riqueza y emplearla en beneficio de la comunidad, pero en sí el afán de riqueza deja poco espacio para la felicidad. Este es un atajo muy peligroso, quien viva para ser rico deberá hoy ejercer mucha violencia. En ese continente no habita la felicidad, sino la angustia. Para ocultarla esas personas inventarán toda clase de diversiones caras, pero no se puede engañar al corazón. El honor, propio fundamento de los militares, puede convertirse fácilmente en exigencia de fuerza represiva nada honorable. El peso de las infinitas e injustas guerras llevadas a cabo por ellos es demasiado para ser soportado por una conciencia feliz. El endurecimiento es un resultado inevitable del poder militar, sin que sea necesario decir que todo militar es necesariamente un asesino. Pero en el ejercicio del poder militar rara vez hay motivo para la bondad. El saber, en cuanto poder, puede ser usado para dominar a los demás, y eso no puede ser un camino de felicidad.
Estos atajos son muy peligrosos, nunca han llevado a la felicidad, simplemente porque nunca llevan al encuentro de la intimidad de la persona, casi nunca realizan la bondad que ilumina el amor. No se extrañe de que tan pocas personas sean realmente felices todo el tiempo. Los más siguen atajos que no llevan al encuentro con la felicidad.
jueves, 15 de mayo de 2008
No te fies de los atajos
Los caminos hacia la felicidad son muy especiales, pero no inconfundibles; aparecen muchos atajos que invitan a llegar a la felicidad de forma rápida y eficaz. Las culturas han desarrollado criterios para alcanzar el placer, el bienestar, la alegría, y con ello algunos momentos de felicidad. Se da por supuesto que no se puede lograr un estado permanente de felicidad, los atajos sólo llevan a especiales momentos de “felicidad”, que es lo único posible.
Existe una frase consagrada que lo expresa muy bien: “Vivir la vida”. He visto a personas jactarse de haber vivido la vida, lo cual consistió en engañar muchachas ingenuas, en practicar sexo a ambas manos, en no dejar de ir a ninguna fiesta divertida, a emborracharse cada fin de semana, en buscar bronca con casi todo el mundo, en convertir la noche en día, y el día en noche. A esto se añade haber sido un mal estudiante, un peor trabajador, un esposo infiel y cruel, un padre desastroso. Esta persona sentada ya sobre la otra mitad de la rueda de la vida, tenía un consuelo para todos sus fracasos, había “vivido la vida”.
En comer existe cierta felicidad, que puede ser simplemente la satisfacción de ingerir los alimentos necesarios, a lo que se puede añadir el compartir la mesa con otras personas. Pero quien tome el atajo de comer para estar feliz, si tiene la posibilidad de contar con manjares exquisitos, logrará una satisfacción de orden vegetativo común con el resto de los animales. Por eso atajo se llega a la obesidad, no a la felicidad.
Puede ser agradable tomar ciertos licores, nadie lo duda. Pero ese atajo lleva al alcoholismo, no a la felicidad. Para muchas personas celebrar algo significa consumir copiosamente bebidas alcohólicas. Sentirse bien no está en ellas, deben ser estimuladas por líquidos intoxicantes provenientes del exterior.
Un atajo destructor es el universo de las drogas, las suaves y las fuertes. Quien entra en este mundo, está perdido. La drogadicción no lleva a la felicidad, sino a la ruina total. Por situaciones sumamente complejas muchos jóvenes hoy arrastran una pesadumbre tan enorme que no encuentran alivio sino saliendo de sí mismos, perdidos en una total enajenación. Ellos no pueden creer que exista algo como la felicidad.
La bandeja que más se ofrece en los medios de comunicación actualmente es la del sexo. Vivimos un tiempo pansexualizado. La felicidad se promete para aquellos que logren una mayor cantidad de experiencia sexual con un mínimo de compromiso. Este camino tan promovido hoy lleva a una incapacidad de amar al otro como persona y poco a poco a una pérdida de sensibilidad humana que se manifiesta luego como rabia, hostilidad, y finalmente tristeza. ¿No es esa la historia de la mayoría de los matrimonios? Quizá se alegue falta de comunicación en la pareja. Y puede ser verdad, no hay comunicación, y no la hay porque no hay nada que comunicar. Si tuvieran la capacidad de comunicarse podrían decirse: “yo me casé contigo para tener sexo en casa, pero ya me aburres; por lo demás, tampoco me interesa ninguna otra cosa de ti”. Tampoco este atajo conduce a una experiencia largamente feliz.
Otro objeto que recibe gran propaganda es el bienestar material, la riqueza, las comodidades de la vida, el estar a la última moda en el uso de los artefactos de todas clases. Es mucho más cómodo ver televisión que tratar con una persona. Se puede ir de un canal a otro buscando lo que nos agrade, eso ya no se puede hacer así con los individuos, a las personas no nos gustan que nos trasteen. Quizá sea más fácil comunicarse vía electrónica con una persona al otro lado del mundo que con aquella que está sentada a nuestro lado.
Hay tanta gente infeliz porque andan buscando felicidad por atajos que no llevan a ella, sino todo lo contrario, apartan de la misma.
Entonces ¿Qué lleva a la felicidad?
Existe una frase consagrada que lo expresa muy bien: “Vivir la vida”. He visto a personas jactarse de haber vivido la vida, lo cual consistió en engañar muchachas ingenuas, en practicar sexo a ambas manos, en no dejar de ir a ninguna fiesta divertida, a emborracharse cada fin de semana, en buscar bronca con casi todo el mundo, en convertir la noche en día, y el día en noche. A esto se añade haber sido un mal estudiante, un peor trabajador, un esposo infiel y cruel, un padre desastroso. Esta persona sentada ya sobre la otra mitad de la rueda de la vida, tenía un consuelo para todos sus fracasos, había “vivido la vida”.
En comer existe cierta felicidad, que puede ser simplemente la satisfacción de ingerir los alimentos necesarios, a lo que se puede añadir el compartir la mesa con otras personas. Pero quien tome el atajo de comer para estar feliz, si tiene la posibilidad de contar con manjares exquisitos, logrará una satisfacción de orden vegetativo común con el resto de los animales. Por eso atajo se llega a la obesidad, no a la felicidad.
Puede ser agradable tomar ciertos licores, nadie lo duda. Pero ese atajo lleva al alcoholismo, no a la felicidad. Para muchas personas celebrar algo significa consumir copiosamente bebidas alcohólicas. Sentirse bien no está en ellas, deben ser estimuladas por líquidos intoxicantes provenientes del exterior.
Un atajo destructor es el universo de las drogas, las suaves y las fuertes. Quien entra en este mundo, está perdido. La drogadicción no lleva a la felicidad, sino a la ruina total. Por situaciones sumamente complejas muchos jóvenes hoy arrastran una pesadumbre tan enorme que no encuentran alivio sino saliendo de sí mismos, perdidos en una total enajenación. Ellos no pueden creer que exista algo como la felicidad.
La bandeja que más se ofrece en los medios de comunicación actualmente es la del sexo. Vivimos un tiempo pansexualizado. La felicidad se promete para aquellos que logren una mayor cantidad de experiencia sexual con un mínimo de compromiso. Este camino tan promovido hoy lleva a una incapacidad de amar al otro como persona y poco a poco a una pérdida de sensibilidad humana que se manifiesta luego como rabia, hostilidad, y finalmente tristeza. ¿No es esa la historia de la mayoría de los matrimonios? Quizá se alegue falta de comunicación en la pareja. Y puede ser verdad, no hay comunicación, y no la hay porque no hay nada que comunicar. Si tuvieran la capacidad de comunicarse podrían decirse: “yo me casé contigo para tener sexo en casa, pero ya me aburres; por lo demás, tampoco me interesa ninguna otra cosa de ti”. Tampoco este atajo conduce a una experiencia largamente feliz.
Otro objeto que recibe gran propaganda es el bienestar material, la riqueza, las comodidades de la vida, el estar a la última moda en el uso de los artefactos de todas clases. Es mucho más cómodo ver televisión que tratar con una persona. Se puede ir de un canal a otro buscando lo que nos agrade, eso ya no se puede hacer así con los individuos, a las personas no nos gustan que nos trasteen. Quizá sea más fácil comunicarse vía electrónica con una persona al otro lado del mundo que con aquella que está sentada a nuestro lado.
Hay tanta gente infeliz porque andan buscando felicidad por atajos que no llevan a ella, sino todo lo contrario, apartan de la misma.
Entonces ¿Qué lleva a la felicidad?
viernes, 2 de mayo de 2008
Nuestra naturaleza
Quiero dedicar esta reflexión especialmente a las personas que han hecho algún comentario a mis exposiciones. Si a ustedes se les ha ocurrido la pregunta de si yo soy una persona feliz siempre y en todas las situaciones, quiero aclararles que yo soy una persona feliz la mayor parte del tiempo y en casi todas las circunstancias. La perfección no se alcanza en esta vida, es la meta de toda ella. Pero me siento muy bien pensando que mi destino no es el sufrimiento, sino la felicidad.
La naturaleza de la persona humana es paz, alegría y amor. Entre el ser y la conciencia median las actividades, que son las que se hacen concientes, quedando nuestro ser siempre en un plano por debajo de la conciencia. La conciencia se rige por leyes de umbrales máximos y mínimos, para que una luz sea percibida es necesario que tenga una determinada intensidad. Supongo conocido todo el tema.
Así que registramos los acontecimientos por su intensidad. Ciertamente las personas tienen dedos en sus manos. Cuando alguien se hiere un dedo, se le vuelve especialmente consciente. Si se forma parte de un suceso fuerte uno se hace consciente del mismo, siendo igual que sea agradable o desagradable. Desde cierto nivel de intensidad de los estímulos las personas se hacen conscientes. Lo que está por debajo de ese nivel no es percibido, es como si no existiera.
Una persona se puede encontrar en tres situaciones diversas. Cuando es afectada por estímulos fuertes y positivos, cuando es afectada por fuertes estímulos negativos, cuando no es afectada por ningún estímulo fuerte. En el primer caso la persona se siente bien, es feliz; en el segundo caso la persona se siente mal, es infeliz. En el tercer caso la persona generalmente, si no tiene un entrenamiento especial, no siente nada, si no es aburrimiento. En esta situación la persona se siente mal, aburrida, sola.
Pero, ¡oh misterio!, es en esta situación de soledad donde se puede percibir la paz, la alegría y el amor que somos. Quien desee estar feliz deberá entrenar su mente para percibir ese fondo silencioso del propio ser, lejos de toda actividad mental, en el que se hace consciente la paz, la alegría y el amor que está brotando del ser que somos, y que no brotan de las actividades que realizamos.
El entrenamiento comienza con la inteligencia de que debemos disminuir lo más posible el impacto de los acontecimientos, tanto positivos como negativos, que nos afecten. Todo se pasa, escribió santa Teresa. No le de importancia a los acontecimientos, quítesela. Abandone los superlativos.
Ello facilita guardar una mayor cantidad de energía para dirigirla a la intimidad, a los sentimientos generales de paz, alegría y amor.
En temas ya desarrollados se pueden encontrar ideas que ayudan a comprender algo mejor lo que estoy intentando explicar. La persona que logre mantener la conciencia de su propio ser, cuerpo, psiquismo y espíritu, como una unidad integradora de su yo, quizá no siempre en un primer plano consciente, sí como telón de fondo, se sentirá feliz, con paz, alegría y amor.
El que no se sienta así se debe a que la atención está atraída por las actividades que se dirigen al mundo exterior, donde todo es cambiante, inseguro, peligroso. En la interioridad se experimenta una cierta invulnerabilidad fundamental que libera del miedo al mundo. Si se le da demasiada importancia a ese mundo inestable y amenazante, la atención estará orientada hacia él, y ajena del propio ser que se es. Entonces el miedo, la rabia y la tristeza reinarán en la existencia de la persona haciéndola cada vez más infeliz. No haga eso.
Usted es paz, alegría y amor por naturaleza, reste importancia a lo que se muda, en cambio de toda la importancia a lo eterno, el amor es eterno, la paz es eterna, la alegría es eterna.
La naturaleza de la persona humana es paz, alegría y amor. Entre el ser y la conciencia median las actividades, que son las que se hacen concientes, quedando nuestro ser siempre en un plano por debajo de la conciencia. La conciencia se rige por leyes de umbrales máximos y mínimos, para que una luz sea percibida es necesario que tenga una determinada intensidad. Supongo conocido todo el tema.
Así que registramos los acontecimientos por su intensidad. Ciertamente las personas tienen dedos en sus manos. Cuando alguien se hiere un dedo, se le vuelve especialmente consciente. Si se forma parte de un suceso fuerte uno se hace consciente del mismo, siendo igual que sea agradable o desagradable. Desde cierto nivel de intensidad de los estímulos las personas se hacen conscientes. Lo que está por debajo de ese nivel no es percibido, es como si no existiera.
Una persona se puede encontrar en tres situaciones diversas. Cuando es afectada por estímulos fuertes y positivos, cuando es afectada por fuertes estímulos negativos, cuando no es afectada por ningún estímulo fuerte. En el primer caso la persona se siente bien, es feliz; en el segundo caso la persona se siente mal, es infeliz. En el tercer caso la persona generalmente, si no tiene un entrenamiento especial, no siente nada, si no es aburrimiento. En esta situación la persona se siente mal, aburrida, sola.
Pero, ¡oh misterio!, es en esta situación de soledad donde se puede percibir la paz, la alegría y el amor que somos. Quien desee estar feliz deberá entrenar su mente para percibir ese fondo silencioso del propio ser, lejos de toda actividad mental, en el que se hace consciente la paz, la alegría y el amor que está brotando del ser que somos, y que no brotan de las actividades que realizamos.
El entrenamiento comienza con la inteligencia de que debemos disminuir lo más posible el impacto de los acontecimientos, tanto positivos como negativos, que nos afecten. Todo se pasa, escribió santa Teresa. No le de importancia a los acontecimientos, quítesela. Abandone los superlativos.
Ello facilita guardar una mayor cantidad de energía para dirigirla a la intimidad, a los sentimientos generales de paz, alegría y amor.
En temas ya desarrollados se pueden encontrar ideas que ayudan a comprender algo mejor lo que estoy intentando explicar. La persona que logre mantener la conciencia de su propio ser, cuerpo, psiquismo y espíritu, como una unidad integradora de su yo, quizá no siempre en un primer plano consciente, sí como telón de fondo, se sentirá feliz, con paz, alegría y amor.
El que no se sienta así se debe a que la atención está atraída por las actividades que se dirigen al mundo exterior, donde todo es cambiante, inseguro, peligroso. En la interioridad se experimenta una cierta invulnerabilidad fundamental que libera del miedo al mundo. Si se le da demasiada importancia a ese mundo inestable y amenazante, la atención estará orientada hacia él, y ajena del propio ser que se es. Entonces el miedo, la rabia y la tristeza reinarán en la existencia de la persona haciéndola cada vez más infeliz. No haga eso.
Usted es paz, alegría y amor por naturaleza, reste importancia a lo que se muda, en cambio de toda la importancia a lo eterno, el amor es eterno, la paz es eterna, la alegría es eterna.
miércoles, 23 de abril de 2008
Amar es felicidad
Si la esencia de nuestro ser es amor, no es posible ser feliz de otra forma que siendo amor. El ser permanece más allá, más adentro, obrar está más afuera. Nuestro ser amor está en el fondo del inconsciente, nuestro obrar está en la zona exterior de la conciencia. Se puede obrar de manera que las acciones expresen siempre amor, en este caso se produce una armonía de nuestro obrar con nuestro ser, que es paz interior, alegría, amor, felicidad.
También se puede obrar en contradicción con nuestro ser y expresar maldad, no amor. En este caso, la ruptura de la acción con el ser crea una honda y extraña tristeza, la infelicidad.
La felicidad es una propiedad esencial de nuestro ser, pero, como el ser mismo, permanece inconsciente. Cuando la persona decide poner el amor como motivo de todas sus acciones, esa felicidad esencial se hace consciente en cada acción realizada con amor. Las acciones que expresan amor producen felicidad consciente, las que no lo hacen resultan frustrantes.
Quien desee vivir felizmente, lleno de gozo, de luz, tiene la necesidad absoluta de convertir el amor en su objetivo único, darle tanta importancia como a su existencia misma. Ciertamente esta decisión no será efectiva desde el principio, pero está en el comienzo del camino hacia la felicidad. Amar requiere mantener una actitud de bien querer, benevolencia, hacia la totalidad de los eventos que conforman la vida. Es claro que el amor a las personas ocupa una posición suprema, pero no es posible amar a las personas si no se ama la totalidad de los elementos que componen el mundo donde se vive.
Si alguien desea extremar las diversas situaciones posibles a los términos límites de la existencia humana, quizá no se sienta capaz de permanecer amoroso. Amar la enfermedad, la muerte, las catástrofes, los atropellos, ¿también entra en la cuenta del amor?
La respuesta es, sin dudas, positiva; sí, también esas situaciones entran en el campo del amor. Ahora debemos hacer una distinción necesaria entre amor y deseo. Nadie tiene que desear la enfermedad, pero si está enfermo el amor le ayudará mucho a enfrentar la situación. Nunca deja de ser verdad que nuestra esencia es el amor y debe ser realizado siempre. Mientras se tenga conciencia puede haber una posición de amor.
Los cristianos creemos que todo lo que nos sucede en la marcha de la existencia es un paso más hacia la eternidad, algo que nos está llevando a la felicidad de lo Absoluto, de Dios. Eso puede ser amado.
El amor es felicidad. Siempre somos amor, siempre somos felices.
Quien no es feliz habitualmente puede descubrir con sólo observar que vive sin amor, y así no se puede ser feliz con plenitud.
Amar es la plenitud de la felicidad.
También se puede obrar en contradicción con nuestro ser y expresar maldad, no amor. En este caso, la ruptura de la acción con el ser crea una honda y extraña tristeza, la infelicidad.
La felicidad es una propiedad esencial de nuestro ser, pero, como el ser mismo, permanece inconsciente. Cuando la persona decide poner el amor como motivo de todas sus acciones, esa felicidad esencial se hace consciente en cada acción realizada con amor. Las acciones que expresan amor producen felicidad consciente, las que no lo hacen resultan frustrantes.
Quien desee vivir felizmente, lleno de gozo, de luz, tiene la necesidad absoluta de convertir el amor en su objetivo único, darle tanta importancia como a su existencia misma. Ciertamente esta decisión no será efectiva desde el principio, pero está en el comienzo del camino hacia la felicidad. Amar requiere mantener una actitud de bien querer, benevolencia, hacia la totalidad de los eventos que conforman la vida. Es claro que el amor a las personas ocupa una posición suprema, pero no es posible amar a las personas si no se ama la totalidad de los elementos que componen el mundo donde se vive.
Si alguien desea extremar las diversas situaciones posibles a los términos límites de la existencia humana, quizá no se sienta capaz de permanecer amoroso. Amar la enfermedad, la muerte, las catástrofes, los atropellos, ¿también entra en la cuenta del amor?
La respuesta es, sin dudas, positiva; sí, también esas situaciones entran en el campo del amor. Ahora debemos hacer una distinción necesaria entre amor y deseo. Nadie tiene que desear la enfermedad, pero si está enfermo el amor le ayudará mucho a enfrentar la situación. Nunca deja de ser verdad que nuestra esencia es el amor y debe ser realizado siempre. Mientras se tenga conciencia puede haber una posición de amor.
Los cristianos creemos que todo lo que nos sucede en la marcha de la existencia es un paso más hacia la eternidad, algo que nos está llevando a la felicidad de lo Absoluto, de Dios. Eso puede ser amado.
El amor es felicidad. Siempre somos amor, siempre somos felices.
Quien no es feliz habitualmente puede descubrir con sólo observar que vive sin amor, y así no se puede ser feliz con plenitud.
Amar es la plenitud de la felicidad.
domingo, 13 de abril de 2008
Somos lo que pensamos
El individuo recibe información de la sensibilidad, conocimientos, sentimientos e impulsos sensibles, que están causados por diversos objetos percibidos por los distintos sentidos. La información captada en este orden es cambiante, tanto como el mundo de los objetos lo es. En este nivel la persona no tiene ni puede tener estabilidad. En esta esfera de funcionamiento se producen experiencias agradables y desagradables siempre cambiantes, sin que pueda ser de otra forma.
El individuo recibe también información mediante la actividad de la mente superior, mediante la inteligencia, la voluntad y los sentimientos espirituales. En esta frecuencia superior se perciben las verdades eternas, los valores inmutables y se viven sentimientos estables. La verdad, la bondad y la belleza se encuentran eternamente unidas. Cuando el individuo recibe informaciones de esta naturaleza, encuentra una estabilidad que lo rescata del mundo de la sensibilidad, de la transitoriedad, y lo ancla en el mundo de lo inmutable.
Estas dos fuerzas, sensibilidad y racionalidad, se acercan y se separan constantemente. La armonía de ambas no es posible de modo permanente. Nadie tiene esa experiencia. Pero el individuo puede establecer un orden de prioridades. Ver cosas podridas desagrada a la sensibilidad, pero viendo papas podridas se descubrió la penicilina. La relación de lo sensible con lo racional está sujeta a la disposición del individuo.
Si el individuo entiende que lo racional implica valores eternos, inmutables, puede determinar dar absoluta prioridad a dichos valores. En este caso el mundo racional ha sido puesto por encima del mundo sensible, el mundo de lo mutable, de lo que no dura, de lo que no permanece.
El individuo puede vivir esta opción racional de dos formas muy diferentes. La primera, escogiendo contenidos racionales de muy bajo valor, y quedarse así pensando, queriendo y sintiendo cosas intrascendentes, opacas, frustrantes. La fuerza de estos contenidos racionales es muy poca, consistente en prejuicios, engaños, confusión. Su propiedad principal es la debilidad frente a la sensibilidad.
La segunda opción es la de escoger las grandes verdades universales, como la justicia, la paz, el amor, la solidaridad, la equidad, la comunión con todos y con todo. Estos contenidos eternos son muy fuertes y cuando se viven con intensidad, cuando el yo se fortalece con ellos, los cambios del mundo sensible no tienen la capacidad de afectarlo. El individuo permanece estable en sus vivencias racionales, lleno de la luz de las verdades inmutables, gozando el bien eterno, experimentando sentimientos espirituales de gran calidad.
Quien logre esta ascensión sobre lo sensible y alcance la contemplación del mundo de la verdad, el bien y la belleza eternos, experimentará una muy cómoda y confortante estabilidad emocional. Podrá experimentar así que la felicidad estable es posible, es real. Quien viva aferrado a la verdad, al bien, a la belleza, en aquella dimensión de eternidad que comportan, sólo puede sentirse feliz todo el tiempo.
Esta es nuestra meta como seres racionales, esta es nuestra forma natural de vivir. Por esta misma razón debe ser elegida y cultivada, porque sólo desde nuestra más honda libertad podemos realizarnos. Escapar del mundo mutable de la sensibilidad y alcanzar la libertad del espíritu, san Juan de la Cruz lo llamo “dichosa ventura”.
Y será muy dichoso quien tenga su mente llena de la bondad de Dios y de todas sus cosas, del deseo de ser uno con Dios y todas sus criaturas, de amarlo todo, de abrazarlo todo en su verdad y bondad. Cuando estas vivencias llenan el alma, una suave luz deriva hacia la sensibilidad y el mundo sensible se une al mundo espiritual en creciente armonía.
Pero si alguien cultiva rencores, emplea su energía en criticar y quejarse de todo lo imperfecto del mundo, tomando las sombras por la realidad, la tristeza, la amargura, la depresión, serán su salario. Ha equivocado el camino, no ha sabido pasar de lo aparente a lo real, de lo transitorio a lo eterno.
Eres lo que piensas, si elevas al cielo tus pensamientos, eres celestial, si los hundes en el tiempo que pasa, solo puedes sentir vacío y nada.
Esta es la gran dicha o la gran miseria del individuo, construir su felicidad perdurable o destruirla poniendo en su lugar el dolor y el vacío. Nos toca elegir.
El individuo recibe también información mediante la actividad de la mente superior, mediante la inteligencia, la voluntad y los sentimientos espirituales. En esta frecuencia superior se perciben las verdades eternas, los valores inmutables y se viven sentimientos estables. La verdad, la bondad y la belleza se encuentran eternamente unidas. Cuando el individuo recibe informaciones de esta naturaleza, encuentra una estabilidad que lo rescata del mundo de la sensibilidad, de la transitoriedad, y lo ancla en el mundo de lo inmutable.
Estas dos fuerzas, sensibilidad y racionalidad, se acercan y se separan constantemente. La armonía de ambas no es posible de modo permanente. Nadie tiene esa experiencia. Pero el individuo puede establecer un orden de prioridades. Ver cosas podridas desagrada a la sensibilidad, pero viendo papas podridas se descubrió la penicilina. La relación de lo sensible con lo racional está sujeta a la disposición del individuo.
Si el individuo entiende que lo racional implica valores eternos, inmutables, puede determinar dar absoluta prioridad a dichos valores. En este caso el mundo racional ha sido puesto por encima del mundo sensible, el mundo de lo mutable, de lo que no dura, de lo que no permanece.
El individuo puede vivir esta opción racional de dos formas muy diferentes. La primera, escogiendo contenidos racionales de muy bajo valor, y quedarse así pensando, queriendo y sintiendo cosas intrascendentes, opacas, frustrantes. La fuerza de estos contenidos racionales es muy poca, consistente en prejuicios, engaños, confusión. Su propiedad principal es la debilidad frente a la sensibilidad.
La segunda opción es la de escoger las grandes verdades universales, como la justicia, la paz, el amor, la solidaridad, la equidad, la comunión con todos y con todo. Estos contenidos eternos son muy fuertes y cuando se viven con intensidad, cuando el yo se fortalece con ellos, los cambios del mundo sensible no tienen la capacidad de afectarlo. El individuo permanece estable en sus vivencias racionales, lleno de la luz de las verdades inmutables, gozando el bien eterno, experimentando sentimientos espirituales de gran calidad.
Quien logre esta ascensión sobre lo sensible y alcance la contemplación del mundo de la verdad, el bien y la belleza eternos, experimentará una muy cómoda y confortante estabilidad emocional. Podrá experimentar así que la felicidad estable es posible, es real. Quien viva aferrado a la verdad, al bien, a la belleza, en aquella dimensión de eternidad que comportan, sólo puede sentirse feliz todo el tiempo.
Esta es nuestra meta como seres racionales, esta es nuestra forma natural de vivir. Por esta misma razón debe ser elegida y cultivada, porque sólo desde nuestra más honda libertad podemos realizarnos. Escapar del mundo mutable de la sensibilidad y alcanzar la libertad del espíritu, san Juan de la Cruz lo llamo “dichosa ventura”.
Y será muy dichoso quien tenga su mente llena de la bondad de Dios y de todas sus cosas, del deseo de ser uno con Dios y todas sus criaturas, de amarlo todo, de abrazarlo todo en su verdad y bondad. Cuando estas vivencias llenan el alma, una suave luz deriva hacia la sensibilidad y el mundo sensible se une al mundo espiritual en creciente armonía.
Pero si alguien cultiva rencores, emplea su energía en criticar y quejarse de todo lo imperfecto del mundo, tomando las sombras por la realidad, la tristeza, la amargura, la depresión, serán su salario. Ha equivocado el camino, no ha sabido pasar de lo aparente a lo real, de lo transitorio a lo eterno.
Eres lo que piensas, si elevas al cielo tus pensamientos, eres celestial, si los hundes en el tiempo que pasa, solo puedes sentir vacío y nada.
Esta es la gran dicha o la gran miseria del individuo, construir su felicidad perdurable o destruirla poniendo en su lugar el dolor y el vacío. Nos toca elegir.
miércoles, 2 de abril de 2008
La felicidad como estado permanente
He recibido diversos comentarios a mis propuestas. Creo que existe como un convencimiento general de que se puede ser feliz, tener felicidad, en algunos momentos, pero no siempre. La finalidad de este BLOG es exactamente esa, establecer un diálogo sobre la felicidad. Mi afirmación es tajante: todos podemos ser felices durante todo el tiempo.
He recibido una amable carta de mi sobrina Zelfa, estudiante de licenciatura en enfermería, que quiero compartir con ustedes porque expresa bien una situación real, propia de quienquiera que acepte el reto y decida sentirse feliz durante todo el tiempo. Ella me escribió lo siguiente:
“Querido tío:
Hace días que no te escribo, pero en realidad estoy que no me da el tiempo para nada, espero estés muy bien, por aquí todos bien, gracias a Dios.
Leí tu meditación sobre la pascua y me encantó, lleva un mensaje muy liberador, que ojala estuviera al alcance de todos, orgullosa yo de poderlo tener.
Bueno, mi tío, de por acá poco de contar o lo que es peor, lo mismo de siempre, con buena salud todos que es lo importante, pero sin nada a señalar.
En cambio, yo te puedo decir que estoy muy bien y feliz, gracias a Dios ¿Sabes, ya me suena raro oír a las personas cuando dicen: estoy infeliz, me siento mal, estoy aburrida, ese tipo de cosas así; en realidad estoy muy bien, con bienestar que no me parece posible, un estado de calma que nada me perturba, es muy bueno estar así, claro mañana puede que me suma en la depresión más grande del mundo… pero eso no sucederá, porque estoy aprendiendo mucho acerca de cómo vivir en equilibrio.
A veces me sorprendo pensando que cómo es posible poder vivir así, sin nada alterándote, deprimiéndote; paso el día así, luego pienso, ¡mi madre!, no estaré yo drogada, o sea, no es euforia, ni siquiera una felicidad desbordarte, sencillamente un estado de tranquilidad constante, muy sabroso, por cierto, pienso mantenerlo; cuando llegue una prueba de fuego, ya veré qué pasa, mientras tanto, lo disfruto.
Bueno, cuéntame algo de ti.
Un beso grande de tu sobrina.
Zelfa”.
Ese estado de “tranquilidad constante” es posible para todo el mundo. Cierto, cuando se alcanza, uno se siente extraño viendo a la gente infeliz, quejosa, triste. No es necesario estar infeliz. Ella ha mencionado “vivir en equilibrio”, Se refiere a un libro de W. Dyer, en que el famoso escritor muestra cómo lograr vivir con ese equilibrio que nos mantiene sin alteraciones, sin depresiones. Si leen los temas primeros pueden encontrar cómo comenzar este camino de paz interior, de estabilidad emocional, de sosiego reparador.
Quiero agradecer a todos sus comentarios. Especialmente a mi sobrina Zelfa por su hermoso testimonio.
He recibido una amable carta de mi sobrina Zelfa, estudiante de licenciatura en enfermería, que quiero compartir con ustedes porque expresa bien una situación real, propia de quienquiera que acepte el reto y decida sentirse feliz durante todo el tiempo. Ella me escribió lo siguiente:
“Querido tío:
Hace días que no te escribo, pero en realidad estoy que no me da el tiempo para nada, espero estés muy bien, por aquí todos bien, gracias a Dios.
Leí tu meditación sobre la pascua y me encantó, lleva un mensaje muy liberador, que ojala estuviera al alcance de todos, orgullosa yo de poderlo tener.
Bueno, mi tío, de por acá poco de contar o lo que es peor, lo mismo de siempre, con buena salud todos que es lo importante, pero sin nada a señalar.
En cambio, yo te puedo decir que estoy muy bien y feliz, gracias a Dios ¿Sabes, ya me suena raro oír a las personas cuando dicen: estoy infeliz, me siento mal, estoy aburrida, ese tipo de cosas así; en realidad estoy muy bien, con bienestar que no me parece posible, un estado de calma que nada me perturba, es muy bueno estar así, claro mañana puede que me suma en la depresión más grande del mundo… pero eso no sucederá, porque estoy aprendiendo mucho acerca de cómo vivir en equilibrio.
A veces me sorprendo pensando que cómo es posible poder vivir así, sin nada alterándote, deprimiéndote; paso el día así, luego pienso, ¡mi madre!, no estaré yo drogada, o sea, no es euforia, ni siquiera una felicidad desbordarte, sencillamente un estado de tranquilidad constante, muy sabroso, por cierto, pienso mantenerlo; cuando llegue una prueba de fuego, ya veré qué pasa, mientras tanto, lo disfruto.
Bueno, cuéntame algo de ti.
Un beso grande de tu sobrina.
Zelfa”.
Ese estado de “tranquilidad constante” es posible para todo el mundo. Cierto, cuando se alcanza, uno se siente extraño viendo a la gente infeliz, quejosa, triste. No es necesario estar infeliz. Ella ha mencionado “vivir en equilibrio”, Se refiere a un libro de W. Dyer, en que el famoso escritor muestra cómo lograr vivir con ese equilibrio que nos mantiene sin alteraciones, sin depresiones. Si leen los temas primeros pueden encontrar cómo comenzar este camino de paz interior, de estabilidad emocional, de sosiego reparador.
Quiero agradecer a todos sus comentarios. Especialmente a mi sobrina Zelfa por su hermoso testimonio.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Alegría eterna de la Pascua
“Jesús le preguntó:
- Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
(Jn. 20, 15)
Después de la Resurrección de Jesús no hay ya razón alguna para llorar. Nunca la hubo. Pero ciertamente después de la Resurrección de Jesús, no hay razón ninguna para llorar.
María lloraba por que creía que Jesús estaba muerto, falsa creencia; Jesús estaba vivo. Buscaba un cadáver, pero no había allí ninguno. Pensaba que alguien debió llevárselo. No sabía dónde lo habían puesto. Falsas presunciones. Pero ella ciertamente lo quería tener. Amor tenaz.
Estas cosas sucedían entre María y Jesús aquella mañana de vida nueva.
¿Valdrán también para nosotros? ¿Podemos pensar que Jesús mismo nos pregunta por qué lloramos?
Si vamos a heredar la vida eterna, si vamos ha resucitar; es más, si ya hemos resucitado en Cristo Jesús, no hay ninguna razón para llorar, la tristeza no tiene lugar justificado. Podemos despedirla para siempre.
Yo, yo mismo, poseo ya la vida eterna en mí y sólo espero su manifestación plena. ¿Qué razón puede haber para que yo esté triste?
Quien sabe que su destino es la plenitud de la vida eterna en la luz de Dios, que camina hacia ella, no tiene ninguna razón lógica para hacer este camino tristemente.
Cuando le preguntamos a alguien por qué llora, las respuestas que nos da pudieran ser mucho más motivo de risa que de llanto.
Quizá sea cierto que todo llanto es, en algún sentido, llanto por un muerto. Llorar por un muerto carece de sentido, porque no existe tal. Para Dios todos están vivos.
Esta muerte biológica de que somos testigos se refiere sólo a lo mortal que llevamos, nosotros somos realmente inmortales. Morir es liberarse de las condiciones de este orden cósmico, caduco, transitorio. Es, pues, el morir una liberación que nos conduce a la libertad de la vida divina, a la luz de Dios, a la resurrección. Ese acontecimiento no es trágico, es glorioso. No existe razón alguna para llorar por los muertos.
Se dan otro tipo de muerte, la muerte afectiva, la pérdida de algo que queremos y perdemos o no logramos. La frustración nos lleva entonces a llorar. Pero se debe considerar que ninguna de esas cosas amadas nos servirá de nada en la vida futura, no las vamos a necesitar allá para nada. Llorar por ellas, que desaparecerán para siempre, no tiene sentido alguno. No llores por lo que has perdido, todo lo perdido va a ser hallado.
¿A quién buscas? Es una pregunta simple, de significado tremendo. ¿A quién buscas? Siempre andamos buscando a alguien que nos acoja, nos quiera, nos complazca, nos comprenda, nos haga felices. Siempre andamos buscando a alguien. Y, dolorosamente, ese alguien siempre se va, se pierde o no aparece.
Desde que Jesús resucitó no hay que buscar a nadie, él permanece para siempre; él es la vida, la verdad, el camino, la resurrección. Obviamente su presencia ya no es física, inmediata, tangible. Nuestra sensibilidad sale a buscar a alguien de carne y hueso. Nuestro espíritu no se conforma con nada de eso. Se queda vacío. Así nos sentimos divididos, desamparados, entristecidos. Seguimos buscando a alguien. ¿A quién buscas?
Busco al que brilla en la luz de todas las estrellas, al que vive en todos los vivientes, al que ama en todos los amantes, al que está sentado a la derecha de Dios. Busco al hombre, busco a Dios.
Desde que Jesús resucitó ya no hay que buscar nada, en él está el hombre y Dios. Por lo tanto, Magdalenas, dejen de llorar, cesen de buscar. Todo lo perdido va a ser hallado, todo lo marchito va a reverdecer, todo lo muerto va a resucitar.
Ahora no tengan miedo; en cambio, llénense de alegría. No por un día, no por una hora, no por un mes. No por un momento, sino por toda la vida.
Sean absolutamente felices.
- Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
(Jn. 20, 15)
Después de la Resurrección de Jesús no hay ya razón alguna para llorar. Nunca la hubo. Pero ciertamente después de la Resurrección de Jesús, no hay razón ninguna para llorar.
María lloraba por que creía que Jesús estaba muerto, falsa creencia; Jesús estaba vivo. Buscaba un cadáver, pero no había allí ninguno. Pensaba que alguien debió llevárselo. No sabía dónde lo habían puesto. Falsas presunciones. Pero ella ciertamente lo quería tener. Amor tenaz.
Estas cosas sucedían entre María y Jesús aquella mañana de vida nueva.
¿Valdrán también para nosotros? ¿Podemos pensar que Jesús mismo nos pregunta por qué lloramos?
Si vamos a heredar la vida eterna, si vamos ha resucitar; es más, si ya hemos resucitado en Cristo Jesús, no hay ninguna razón para llorar, la tristeza no tiene lugar justificado. Podemos despedirla para siempre.
Yo, yo mismo, poseo ya la vida eterna en mí y sólo espero su manifestación plena. ¿Qué razón puede haber para que yo esté triste?
Quien sabe que su destino es la plenitud de la vida eterna en la luz de Dios, que camina hacia ella, no tiene ninguna razón lógica para hacer este camino tristemente.
Cuando le preguntamos a alguien por qué llora, las respuestas que nos da pudieran ser mucho más motivo de risa que de llanto.
Quizá sea cierto que todo llanto es, en algún sentido, llanto por un muerto. Llorar por un muerto carece de sentido, porque no existe tal. Para Dios todos están vivos.
Esta muerte biológica de que somos testigos se refiere sólo a lo mortal que llevamos, nosotros somos realmente inmortales. Morir es liberarse de las condiciones de este orden cósmico, caduco, transitorio. Es, pues, el morir una liberación que nos conduce a la libertad de la vida divina, a la luz de Dios, a la resurrección. Ese acontecimiento no es trágico, es glorioso. No existe razón alguna para llorar por los muertos.
Se dan otro tipo de muerte, la muerte afectiva, la pérdida de algo que queremos y perdemos o no logramos. La frustración nos lleva entonces a llorar. Pero se debe considerar que ninguna de esas cosas amadas nos servirá de nada en la vida futura, no las vamos a necesitar allá para nada. Llorar por ellas, que desaparecerán para siempre, no tiene sentido alguno. No llores por lo que has perdido, todo lo perdido va a ser hallado.
¿A quién buscas? Es una pregunta simple, de significado tremendo. ¿A quién buscas? Siempre andamos buscando a alguien que nos acoja, nos quiera, nos complazca, nos comprenda, nos haga felices. Siempre andamos buscando a alguien. Y, dolorosamente, ese alguien siempre se va, se pierde o no aparece.
Desde que Jesús resucitó no hay que buscar a nadie, él permanece para siempre; él es la vida, la verdad, el camino, la resurrección. Obviamente su presencia ya no es física, inmediata, tangible. Nuestra sensibilidad sale a buscar a alguien de carne y hueso. Nuestro espíritu no se conforma con nada de eso. Se queda vacío. Así nos sentimos divididos, desamparados, entristecidos. Seguimos buscando a alguien. ¿A quién buscas?
Busco al que brilla en la luz de todas las estrellas, al que vive en todos los vivientes, al que ama en todos los amantes, al que está sentado a la derecha de Dios. Busco al hombre, busco a Dios.
Desde que Jesús resucitó ya no hay que buscar nada, en él está el hombre y Dios. Por lo tanto, Magdalenas, dejen de llorar, cesen de buscar. Todo lo perdido va a ser hallado, todo lo marchito va a reverdecer, todo lo muerto va a resucitar.
Ahora no tengan miedo; en cambio, llénense de alegría. No por un día, no por una hora, no por un mes. No por un momento, sino por toda la vida.
Sean absolutamente felices.
miércoles, 19 de marzo de 2008
LA AMISTAD X
Quizá sea cierto que necesitamos al menos un amigo. La amistad es una experiencia feliz. Sin duda alguna será bueno hacer un examen de la amistad que nos ilumine sobre su bella realidad. Decía en la reflexión anterior que nada hay tan importante para las personas como vivir relaciones humanas positivas y agradables. Es bueno tener amigos.
Supongamos ahora que oímos un dúo musical y que uno de los cantantes desafina. Lógicamente resulta desagradable. Abramos nuestra mente al concepto de armonía. La amistad es una muy especial clase de armonía. Aquí tiene lugar el primer error: pensar que el otro tiene que armonizar conmigo o que soy yo quien tiene que hacerlo con él para que exista amistad. Esto conduce a la idea de que quien quiera ser mi amigo, debe sintonizar conmigo y yo con él. Si es así, si se admite que sea así, la conclusión es que mi amistad depende de otros y no de mí mismo.
Si alguien elige estar en el mundo como un crítico de los defectos ajenos, buscando las debilidades de los demás, no le alcanzará ningún tiempo ni espacio para hacer la colección de defectos y debilidades ajenas. Son infinitas. Quien hace esto se llena de desprecio por los demás, de tristeza y amargura. Nadie querrá ser su amigo, ni él será amigo de nadie. Existen personas que emplean toda su inteligencia en la observación de lo defectuoso y cuantos más defectos descubren, tanto más se sienten inteligentes y realistas. Caminan hacia una muerte prematura.
Quien elige estar en el mundo buscando amor, atento a lo positivo, descubriendo la bondad que puede haber en cada persona, la belleza que brilla en cada cosa, por humilde que sea, y, a la vez, perdonando lo defectuoso, se llena de amor a los demás, de alegría y dulzura. Es una dicha encontrarse con estas personas, es posible y agradable tenerlas por amigas. Estas personas disfrutan la amistad, son buenas para celebrar la fiesta de la vida, una extraña felicidad las acompaña.
Por consiguiente, se puede elegir y rechazar la amistad. Quien elige mirar lo que separa y enfrenta, estará siempre triste. La persona que usa su inteligencia de una forma constructiva busca amor y ofrece perdón. Lo contrario es hacerse daño a sí mismo. Y eso nunca es inteligente.
La amistad puede tener algunas determinaciones, como la simpatía o la empatía, que expresan sintonía entre determinadas personas, pero también puede extenderse a toda la humanidad, por aquello de que todo ser humano es mi hermano o mi hermana, sin importar para nada su condición. Todos tenemos la experiencia de que en ciertos momentos de la vida hemos recibido auxilio de personas absolutamente desconocidas y que también nosotros hemos brindado nuestra ayuda a personas de las que sólo sabíamos que estaban necesitadas.
Yo cuento con más de seis mil millones de amigos repartidos por toda la tierra. Doy por hecho que tendré relaciones personales con muy pocos de ellos, pero mi amistad se extiende a todo ser humano sin excepción. Me siento muy dichoso cuando sé que mi corazón está lleno de amor por cada uno de los seres humanos que existen, han existido y existirán.
La división entre buenos y malos no invalida mi sentimiento porque quizá sean los malos los más necesitados de amor. Allá, en la esencia de todo ser humano, existe una bondad y una belleza indestructible. Hasta ahí debe llegar mi amistad. Es muy feliz tener tantos amigos.
Cultivar la separación, lleva al enfrentamiento, a la violencia, y ello es fuente de sufrimiento. Para mí, por increíble que parezca, todo está bien. Un día, frente al mar, comprendí que no puedo ser más que Dios. Si a su mirada todo está bien, no hay razón alguna para que algo esté mal a mis ojos. Desde aquel día frente al mar, ¿por qué seria frente al mar? Me siento muy feliz. Todo es mi amigo, desde la roca hasta el ángel, porque yo decidí mirarlo así.
Supongamos ahora que oímos un dúo musical y que uno de los cantantes desafina. Lógicamente resulta desagradable. Abramos nuestra mente al concepto de armonía. La amistad es una muy especial clase de armonía. Aquí tiene lugar el primer error: pensar que el otro tiene que armonizar conmigo o que soy yo quien tiene que hacerlo con él para que exista amistad. Esto conduce a la idea de que quien quiera ser mi amigo, debe sintonizar conmigo y yo con él. Si es así, si se admite que sea así, la conclusión es que mi amistad depende de otros y no de mí mismo.
Si alguien elige estar en el mundo como un crítico de los defectos ajenos, buscando las debilidades de los demás, no le alcanzará ningún tiempo ni espacio para hacer la colección de defectos y debilidades ajenas. Son infinitas. Quien hace esto se llena de desprecio por los demás, de tristeza y amargura. Nadie querrá ser su amigo, ni él será amigo de nadie. Existen personas que emplean toda su inteligencia en la observación de lo defectuoso y cuantos más defectos descubren, tanto más se sienten inteligentes y realistas. Caminan hacia una muerte prematura.
Quien elige estar en el mundo buscando amor, atento a lo positivo, descubriendo la bondad que puede haber en cada persona, la belleza que brilla en cada cosa, por humilde que sea, y, a la vez, perdonando lo defectuoso, se llena de amor a los demás, de alegría y dulzura. Es una dicha encontrarse con estas personas, es posible y agradable tenerlas por amigas. Estas personas disfrutan la amistad, son buenas para celebrar la fiesta de la vida, una extraña felicidad las acompaña.
Por consiguiente, se puede elegir y rechazar la amistad. Quien elige mirar lo que separa y enfrenta, estará siempre triste. La persona que usa su inteligencia de una forma constructiva busca amor y ofrece perdón. Lo contrario es hacerse daño a sí mismo. Y eso nunca es inteligente.
La amistad puede tener algunas determinaciones, como la simpatía o la empatía, que expresan sintonía entre determinadas personas, pero también puede extenderse a toda la humanidad, por aquello de que todo ser humano es mi hermano o mi hermana, sin importar para nada su condición. Todos tenemos la experiencia de que en ciertos momentos de la vida hemos recibido auxilio de personas absolutamente desconocidas y que también nosotros hemos brindado nuestra ayuda a personas de las que sólo sabíamos que estaban necesitadas.
Yo cuento con más de seis mil millones de amigos repartidos por toda la tierra. Doy por hecho que tendré relaciones personales con muy pocos de ellos, pero mi amistad se extiende a todo ser humano sin excepción. Me siento muy dichoso cuando sé que mi corazón está lleno de amor por cada uno de los seres humanos que existen, han existido y existirán.
La división entre buenos y malos no invalida mi sentimiento porque quizá sean los malos los más necesitados de amor. Allá, en la esencia de todo ser humano, existe una bondad y una belleza indestructible. Hasta ahí debe llegar mi amistad. Es muy feliz tener tantos amigos.
Cultivar la separación, lleva al enfrentamiento, a la violencia, y ello es fuente de sufrimiento. Para mí, por increíble que parezca, todo está bien. Un día, frente al mar, comprendí que no puedo ser más que Dios. Si a su mirada todo está bien, no hay razón alguna para que algo esté mal a mis ojos. Desde aquel día frente al mar, ¿por qué seria frente al mar? Me siento muy feliz. Todo es mi amigo, desde la roca hasta el ángel, porque yo decidí mirarlo así.
sábado, 8 de marzo de 2008
FELICIDAD Y RELACIONES HUMANAS. IX
Nada es tan feliz en la vida de los humanos como disfrutar de buenas relaciones con las otras personas, ya sean familiares o no. Vamos a reflexionar sobre esta realidad tan importante para vivir con felicidad. Examinamos las relaciones familiares y las más amplias, con las otras personas.
Relaciones familiares.
No es posible que seas feliz y tengas malas relaciones con tu familia. Existen dos posibilidades, que tu familia tenga buenas relaciones contigo, y que tú tengas buenas relaciones con ella. Supongo que reconozcas que los alimentos que te nutren son los que tú ingieres y no los que ingieren tus familiares. Lo que contribuye a tu felicidad es la relación positiva que tú estableces con tus familiares, especialmente con aquellos con los cuales convives. La relación que ellos tengan contigo ni te da ni quita. Ellos no pueden hacer nada para que tú seas feliz. Sí, así como suena: ni la esposa puede hacer nada para la felicidad del esposo, ni al revés. Los padres no pueden hacer nada para la felicidad de los hijos, ni ellos por la de los padres, ni los hermanos unos por otros. Nadie puede hacer feliz a nadie por la sencilla razón de que cana uno es su propia felicidad. Punto. Si por tus propios medios y recursos tú te conviertes en una persona feliz, estás lleno o llena de paz, de alegría, de amor, de tolerancia, de simpatía, de perdón, de dulzura, o lo que es lo mismo, de una alta educación formal, obviamente será cómodo vivir contigo, incluso será deseable vivir contigo; pero si el otro pariente está triste, o rabioso, o lleno de miedo, no puede ser feliz ni contigo ni con nadie. Es como si unes una manzana sana a otra podrida, al final las dos estarán podridas.
Para tener buenas relaciones con los familiares hay que tomar una suficiente distancia, aunque se duerma en la misma cama. Primera distancia; nadie tiene que darte nada que no sea estrictamente tuyo. No reclames nada que no sea estrictamente tuyo. Ni buen trato, ni aprecio, ni cosa alguna así. No lo necesitas para nada. Tu relación se hace feliz cuando tú ofreces buen trato, aprecio, acogida, dulzura, hacia los demás. Dar es lo que hace feliz la relación con los demás.
Nadie puede negar con razón que recibe como paga a su generosidad malos tratos de los familiares. Aquí es necesaria una segunda distancia: tú no esperas nada a cambio de tu comportamiento positivo. Si lo haces, entonces no estás dando, sino negociando, y eso es una especie de chantaje. Nunca resulta. Es muy frecuente, tanto como las malas relaciones familiares.
Una tercera distancia, muy necesaria, es la que se expresa así: tú no estás en el mundo para complacer a nadie, nadie está en el mundo para complacerte a ti. Si esta distancia te parece demasiada, inhumana, cuando te convenzas de ello y lo aceptes, comprobarás que estás muy cerca de todos los demás. Todo lo que haces es meramente para complacerte a ti, porque a ti te encanta complacer. Si haces algo a alguien porque a ti te complace, él no te debe nada. Entonces ocurre un milagro increíble, él se siente libre frente a ti y desde su libertad te ama con toda alegría. Lo complejo de las relaciones familiares es su cercanía a la dominación, a la manipulación, al chantaje.
Reconocer la absoluta soberanía del otro, esposo, esposa, padres, hijos, es la base absolutamente necesaria para una buena relación familiar. Si lo deseas, lo puedes llamar respeto. Tú eres sagrado. El otro es sagrado. Sin este reconocimiento la relación no puede ser feliz. Lo que tú piensas, quieres, sientes, dices y haces, es sagrado para mí. Cuando tú imaginas esto, quizá venga a tu mente la necesidad de guiar, proteger, acompañar, ayudar a tu pariente, como una exigencia moral. Si no es una tapadera del deseo de dominar, puede valer. Lo que sucede es que no puedes guiar, proteger, acompañar, ni ayudar a nadie, si él no quiere ser guiado, protegido, enseñado y ayudado.
Ese encuentro puede suceder cuando la relación familiar se convierte en honda amistad, en total gratuidad. No te debo, no me debes. Pero nos sentimos felices de compartir esta hermosa tarea que es vivir en familia. ¿Es la amistad más que la familia? Sin la amistad, los parientes pueden ser tan enemigos que se maten unos a otros.
¿Quieres tener relaciones felices con tu familia? Es fácil: conviértelas en amistad.
Relaciones familiares.
No es posible que seas feliz y tengas malas relaciones con tu familia. Existen dos posibilidades, que tu familia tenga buenas relaciones contigo, y que tú tengas buenas relaciones con ella. Supongo que reconozcas que los alimentos que te nutren son los que tú ingieres y no los que ingieren tus familiares. Lo que contribuye a tu felicidad es la relación positiva que tú estableces con tus familiares, especialmente con aquellos con los cuales convives. La relación que ellos tengan contigo ni te da ni quita. Ellos no pueden hacer nada para que tú seas feliz. Sí, así como suena: ni la esposa puede hacer nada para la felicidad del esposo, ni al revés. Los padres no pueden hacer nada para la felicidad de los hijos, ni ellos por la de los padres, ni los hermanos unos por otros. Nadie puede hacer feliz a nadie por la sencilla razón de que cana uno es su propia felicidad. Punto. Si por tus propios medios y recursos tú te conviertes en una persona feliz, estás lleno o llena de paz, de alegría, de amor, de tolerancia, de simpatía, de perdón, de dulzura, o lo que es lo mismo, de una alta educación formal, obviamente será cómodo vivir contigo, incluso será deseable vivir contigo; pero si el otro pariente está triste, o rabioso, o lleno de miedo, no puede ser feliz ni contigo ni con nadie. Es como si unes una manzana sana a otra podrida, al final las dos estarán podridas.
Para tener buenas relaciones con los familiares hay que tomar una suficiente distancia, aunque se duerma en la misma cama. Primera distancia; nadie tiene que darte nada que no sea estrictamente tuyo. No reclames nada que no sea estrictamente tuyo. Ni buen trato, ni aprecio, ni cosa alguna así. No lo necesitas para nada. Tu relación se hace feliz cuando tú ofreces buen trato, aprecio, acogida, dulzura, hacia los demás. Dar es lo que hace feliz la relación con los demás.
Nadie puede negar con razón que recibe como paga a su generosidad malos tratos de los familiares. Aquí es necesaria una segunda distancia: tú no esperas nada a cambio de tu comportamiento positivo. Si lo haces, entonces no estás dando, sino negociando, y eso es una especie de chantaje. Nunca resulta. Es muy frecuente, tanto como las malas relaciones familiares.
Una tercera distancia, muy necesaria, es la que se expresa así: tú no estás en el mundo para complacer a nadie, nadie está en el mundo para complacerte a ti. Si esta distancia te parece demasiada, inhumana, cuando te convenzas de ello y lo aceptes, comprobarás que estás muy cerca de todos los demás. Todo lo que haces es meramente para complacerte a ti, porque a ti te encanta complacer. Si haces algo a alguien porque a ti te complace, él no te debe nada. Entonces ocurre un milagro increíble, él se siente libre frente a ti y desde su libertad te ama con toda alegría. Lo complejo de las relaciones familiares es su cercanía a la dominación, a la manipulación, al chantaje.
Reconocer la absoluta soberanía del otro, esposo, esposa, padres, hijos, es la base absolutamente necesaria para una buena relación familiar. Si lo deseas, lo puedes llamar respeto. Tú eres sagrado. El otro es sagrado. Sin este reconocimiento la relación no puede ser feliz. Lo que tú piensas, quieres, sientes, dices y haces, es sagrado para mí. Cuando tú imaginas esto, quizá venga a tu mente la necesidad de guiar, proteger, acompañar, ayudar a tu pariente, como una exigencia moral. Si no es una tapadera del deseo de dominar, puede valer. Lo que sucede es que no puedes guiar, proteger, acompañar, ni ayudar a nadie, si él no quiere ser guiado, protegido, enseñado y ayudado.
Ese encuentro puede suceder cuando la relación familiar se convierte en honda amistad, en total gratuidad. No te debo, no me debes. Pero nos sentimos felices de compartir esta hermosa tarea que es vivir en familia. ¿Es la amistad más que la familia? Sin la amistad, los parientes pueden ser tan enemigos que se maten unos a otros.
¿Quieres tener relaciones felices con tu familia? Es fácil: conviértelas en amistad.
sábado, 1 de marzo de 2008
LA ESENCIA DE NUESTRO SER ES EL AMOR. VIII
Los filósofos de todos los tiempos, y muchos que no lo han sido, han analizado la cuestión de si el ser humano es bueno o malo. En realidad, se pueden aducir razones para las dos afirmaciones: es bueno, es malo. Un viejo filósofo, llamado Boecio, afirmó que el ser humano es bueno y que, incluso lo que los malos hacen, lo hacen por que estiman que es bueno. ¿Te sientes tú ser bueno o malo? Lo que ocurre es que no tenemos conciencia de nuestro ser, sino de nuestro dinamismo psíquico, conocer, querer y obrar.
Muchas personas identifican su ser con lo que piensan, quieren, dicen y hacen. Lo cual es un grave error, no somos ni lo que pensamos, ni lo que queremos, ni lo que sentimos, ni lo que decimos, ni lo que hacemos. ¿Entonces qué somos? No somos “que”, sino “quien”. Quien piensa, quien quiere, quien siente, quien dice y quien hace. Quien se identifique con sus funciones psíquicas, no sabrá nunca quién es. Ahora piensa de una manera, luego de otra; ahora quiere esto y luego lo otro, etc. Cuando alguien se identifica con sus operaciones psíquicas sólo puede verse como un ser inestable, impredecible, a veces con sentimientos hermosos y a veces con sentimientos monstruosos.
No somos los objetos pensados, ni queridos, ni sentidos, ni manifestados, ni hechos; ni tampoco somos las acciones de pensar, querer, sentir, decir y obrar. Somos el sujeto que piensa, quiere, siente, dice y obra, y este sujeto que somos nunca aparece en la conciencia. Permanece oculto y misterioso siendo siempre el mismo. Ese ser sujeto humano es esencialmente amor, luz, bondad, bien total, hermosa imagen de Dios. Dios es amor y nosotros también; Dios es inteligencia, y nosotros también; Dios es felicidad, y nosotros también.
La diferencia radical consiste en que Dios lo es de modo infinito y absoluto, y nosotros de modo limitado y relativo. En nosotros no está querer el mal, no podemos querer el mal, pero sí podemos, horror de horrores, confundir el mal con el bien. El ser humano no es un ser malo, sino frecuentemente herrado, equivocado, confundido. Es muy complejo todo esto. Almacenamos durante años en nuestro subconsciente toda clase de pensamientos, deseos, decisiones, emociones; cuando se activan y entran en el campo de nuestra conciencia pueden aparecer dentro de una gama casi infinita de contradicciones. Pero, gloria a Dios, nosotros no somos eso.
Por eso podemos vivir en referencia a ese ser misterioso que somos y descubrir poco a poco su bondad, su luz, su amor, su paz inalterable. Cuando eso sucede, la certeza de ser excelentes se va acrecentando; comenzamos a sentir hondamente que la esencia de nuestro ser es amor y que el amor es eterno. En la experiencia humana no existe nada superior a esta felicidad.
El camino para lograr estas magníficas experiencias es la práctica cotidiana de acciones amorosas conscientes, por pequeñas que sean. Te encuentras con un familiar que convive contigo y le diriges palabras amables, acompañadas de gestos acogedores. Estás atento a sembrar alegría y acogida a tu alrededor.
Debes, lógicamente, desarrollar un enorme poder de tolerancia. Nada tiene que ser a tu manera, porque la sabiduría te enseña ya que tú tienes la manera de todas las cosas. Todo te viene bien, simplemente porque tú quieres que todo te venga bien. Así vas conociendo que eres amor, paz y luz. Esa es la felicidad cumplida.
Continuará.
Muchas personas identifican su ser con lo que piensan, quieren, dicen y hacen. Lo cual es un grave error, no somos ni lo que pensamos, ni lo que queremos, ni lo que sentimos, ni lo que decimos, ni lo que hacemos. ¿Entonces qué somos? No somos “que”, sino “quien”. Quien piensa, quien quiere, quien siente, quien dice y quien hace. Quien se identifique con sus funciones psíquicas, no sabrá nunca quién es. Ahora piensa de una manera, luego de otra; ahora quiere esto y luego lo otro, etc. Cuando alguien se identifica con sus operaciones psíquicas sólo puede verse como un ser inestable, impredecible, a veces con sentimientos hermosos y a veces con sentimientos monstruosos.
No somos los objetos pensados, ni queridos, ni sentidos, ni manifestados, ni hechos; ni tampoco somos las acciones de pensar, querer, sentir, decir y obrar. Somos el sujeto que piensa, quiere, siente, dice y obra, y este sujeto que somos nunca aparece en la conciencia. Permanece oculto y misterioso siendo siempre el mismo. Ese ser sujeto humano es esencialmente amor, luz, bondad, bien total, hermosa imagen de Dios. Dios es amor y nosotros también; Dios es inteligencia, y nosotros también; Dios es felicidad, y nosotros también.
La diferencia radical consiste en que Dios lo es de modo infinito y absoluto, y nosotros de modo limitado y relativo. En nosotros no está querer el mal, no podemos querer el mal, pero sí podemos, horror de horrores, confundir el mal con el bien. El ser humano no es un ser malo, sino frecuentemente herrado, equivocado, confundido. Es muy complejo todo esto. Almacenamos durante años en nuestro subconsciente toda clase de pensamientos, deseos, decisiones, emociones; cuando se activan y entran en el campo de nuestra conciencia pueden aparecer dentro de una gama casi infinita de contradicciones. Pero, gloria a Dios, nosotros no somos eso.
Por eso podemos vivir en referencia a ese ser misterioso que somos y descubrir poco a poco su bondad, su luz, su amor, su paz inalterable. Cuando eso sucede, la certeza de ser excelentes se va acrecentando; comenzamos a sentir hondamente que la esencia de nuestro ser es amor y que el amor es eterno. En la experiencia humana no existe nada superior a esta felicidad.
El camino para lograr estas magníficas experiencias es la práctica cotidiana de acciones amorosas conscientes, por pequeñas que sean. Te encuentras con un familiar que convive contigo y le diriges palabras amables, acompañadas de gestos acogedores. Estás atento a sembrar alegría y acogida a tu alrededor.
Debes, lógicamente, desarrollar un enorme poder de tolerancia. Nada tiene que ser a tu manera, porque la sabiduría te enseña ya que tú tienes la manera de todas las cosas. Todo te viene bien, simplemente porque tú quieres que todo te venga bien. Así vas conociendo que eres amor, paz y luz. Esa es la felicidad cumplida.
Continuará.
miércoles, 27 de febrero de 2008
LA FELICIDAD DE LA SALVACIÓN VII
La palabra salvación se toma normalmente en dos sentidos diferentes, uno profano y otro religioso. En sentido profano la palabra salvación equivale a salvamento de algún peligro. En sentido religioso significa la liberación del pecado y la consecución de la vida eterna. La relación con el concepto de felicidad es total, en todos los sentidos. Si alguien está en peligro de ahogarse y es salvado, su felicidad es muy grande, porque salvó la vida. Es un estado de alegría indiscutiblemente unido al hecho del salvamento.
Quien se libra del pecado, se libera del miedo, de la rabia y de la tristeza, raíces del pecado, y vive en alegría colmada. Quien alcanza a Dios, en la otra vida, entra en la felicidad eterna e inconmensurable de Dios. Pero, quizá lo importante ahora sea el encuentro con Dios en esta vida presente. Si partimos del hecho de que Dios es amor, encontrarse con él es encontrar el Amor en la totalidad de lo absoluto: si Dios es amor, inteligencia y bondad, unirse a Dios es llenarse de amor, de luz, de inteligencia, de toda bondad. Entonces se expresa el ser que uno es, imagen de Dios, amor y luz. Y esto es inmensamente feliz.
Cuando un creyente adopta la posición espiritual que puede llamarse espíritu de escasez, queda en la necesidad de dirigirse a Dios como el mendigo al rico y así la religión de tal creyente queda devaluada. No le servirá para nada. En realidad, sólo el espíritu de abundancia puede reflejar una relación válida con Dios, a quien no hay nada que pedir porque ya nos lo tiene dado todo. Ahora la relación con Dios se vuelve gratitud, acción de gracias, gozo de la plenitud absoluta, total, infinita, dentro de la cual se vive feliz.
Los hechos parecen negar radicalmente tales afirmaciones, porque existen millones de seres humanos que carecen realmente de lo más elemental. Es un hecho cierto. No es, sin embargo, voluntad de Dios que la distribución de los bienes que él creó para todos, sea tal que resulten posesión de algunos pocos, no importa qué títulos se aleguen. Es un estado de injusticia que clama al cielo. Millones pobres claman a Dios, quizá siglos tras siglos, y ningún Dios viene en su auxilio. ¿Será que es precisamente resultado de su actitud pasiva frente a los hechos? ¿No tienen ellos derecho a ser felices? Estamos dentro de un círculo vicioso tremendo.
Ellos no tienen, por ser tan pobres, ni la capacidad espiritual de reaccionar ante tal injusticia, ni mucho menos los recursos materiales para emprender acciones liberadoras. Necesitan ser salvados, pero la salvación se tarda a veces siglos. Según el Evangelio de Jesús de Nazaret, estos pobres son los hijos más amados de Dios, y a ellos corresponderá una plenitud de vida eterna que compensará infinitamente las penalidades sufridas. Por otro lado, ahí en su pobreza, en su miseria, Dios es grande con ellos. No lo dude, en la choza del humilde hay más alegría que en el palacio del poderoso.
Cuando la salvación llega a estos pobres, casi siempre olvidados, ignorados, su alegría se hace muy grande. Ahora la salvación se identifica con su felicidad. Yo la he visto reflejada muy vivamente cuando algunos de estos pobres que están ciegos recobran la vista por medio de una operación a la cual accedieron por puro milagro. Sus rostros se iluminan con una enorme felicidad cuando vuelven a ver la luz de este mundo. La salvación y la felicidad son la misma cosa. Ser salvado por la fe, por la justicia, por el amor del otro que fue en auxilio del pobre, es exactamente eso, entrar en la felicidad. Llevar la salvación a los pobres es también inmensamente feliz.
Quien se libra del pecado, se libera del miedo, de la rabia y de la tristeza, raíces del pecado, y vive en alegría colmada. Quien alcanza a Dios, en la otra vida, entra en la felicidad eterna e inconmensurable de Dios. Pero, quizá lo importante ahora sea el encuentro con Dios en esta vida presente. Si partimos del hecho de que Dios es amor, encontrarse con él es encontrar el Amor en la totalidad de lo absoluto: si Dios es amor, inteligencia y bondad, unirse a Dios es llenarse de amor, de luz, de inteligencia, de toda bondad. Entonces se expresa el ser que uno es, imagen de Dios, amor y luz. Y esto es inmensamente feliz.
Cuando un creyente adopta la posición espiritual que puede llamarse espíritu de escasez, queda en la necesidad de dirigirse a Dios como el mendigo al rico y así la religión de tal creyente queda devaluada. No le servirá para nada. En realidad, sólo el espíritu de abundancia puede reflejar una relación válida con Dios, a quien no hay nada que pedir porque ya nos lo tiene dado todo. Ahora la relación con Dios se vuelve gratitud, acción de gracias, gozo de la plenitud absoluta, total, infinita, dentro de la cual se vive feliz.
Los hechos parecen negar radicalmente tales afirmaciones, porque existen millones de seres humanos que carecen realmente de lo más elemental. Es un hecho cierto. No es, sin embargo, voluntad de Dios que la distribución de los bienes que él creó para todos, sea tal que resulten posesión de algunos pocos, no importa qué títulos se aleguen. Es un estado de injusticia que clama al cielo. Millones pobres claman a Dios, quizá siglos tras siglos, y ningún Dios viene en su auxilio. ¿Será que es precisamente resultado de su actitud pasiva frente a los hechos? ¿No tienen ellos derecho a ser felices? Estamos dentro de un círculo vicioso tremendo.
Ellos no tienen, por ser tan pobres, ni la capacidad espiritual de reaccionar ante tal injusticia, ni mucho menos los recursos materiales para emprender acciones liberadoras. Necesitan ser salvados, pero la salvación se tarda a veces siglos. Según el Evangelio de Jesús de Nazaret, estos pobres son los hijos más amados de Dios, y a ellos corresponderá una plenitud de vida eterna que compensará infinitamente las penalidades sufridas. Por otro lado, ahí en su pobreza, en su miseria, Dios es grande con ellos. No lo dude, en la choza del humilde hay más alegría que en el palacio del poderoso.
Cuando la salvación llega a estos pobres, casi siempre olvidados, ignorados, su alegría se hace muy grande. Ahora la salvación se identifica con su felicidad. Yo la he visto reflejada muy vivamente cuando algunos de estos pobres que están ciegos recobran la vista por medio de una operación a la cual accedieron por puro milagro. Sus rostros se iluminan con una enorme felicidad cuando vuelven a ver la luz de este mundo. La salvación y la felicidad son la misma cosa. Ser salvado por la fe, por la justicia, por el amor del otro que fue en auxilio del pobre, es exactamente eso, entrar en la felicidad. Llevar la salvación a los pobres es también inmensamente feliz.
martes, 19 de febrero de 2008
FELICIDAD. VI.
Hemos analizado diversas fuentes de felicidad. Todas las llevamos dentro. Ahora sería bueno examinar la felicidad misma. Existe un poema de san Juan de la Cruz que lo resume y lo expresa casi de modo perfecto.
“Hace tal obra el amor
después que lo conocí
que, si hay bien o mal en mí
todo lo hace de un sabor
y al alma transforma en sí” (XI Glosa a lo divino)
Podemos tomar la decisión de convertirnos en críticos de todo lo existente, volvernos expertos buscadores de faltas. Pronto tendremos una enorme colección de ellas, que se convertirán en fuentes inagotables de rabia, miedo y tristeza. Así nos pasaremos los días llenos de quejas, de críticas, y, horror de horrores, sintiéndonos muy inteligentes por eso.
También podemos tomar la decisión de convertirnos en buscadores de amor. Poco a poco iremos descubriendo amor en todo lo existente, si no es porque ello lo tenga, es porque nosotros lo ponemos. Cuando nuestro amor cubra toda existencia, iremos viendo que desaparecen las cosas malas, las personas malas, lo acontecimientos malos. Cuando decidimos mirar las realidades todas con amor, ellas comienzan a tener un solo sabor, sabor de gloria. Entonces comprobamos que el mal solo existe en nuestros pensamientos. Ahora podemos ver lo creado como lo ve Dios.
Es la obra magnífica del amor. Ahora comprendemos que el amor es verdadero solo cuando es incondicionado, cuando no depende de objeto ninguno, sino solo de nosotros. Ahora se revela el ser que somos. No podemos dudarlo: somos amor. No es que tengamos amor, que nos ejercitemos en amar, es que la esencia de nuestro ser es amor, es luz, acogida, ensanchamiento, protección. Somos maravillosos. Somos felices, increíblemente felices.
Es cierto que esta esencia permanece fuera de nuestra experiencia ordinaria; para que se manifieste necesitamos amar sin límites, con total entrega. Entonces se manifiesta el ser que somos. Quiero aclarar que esta total entrega no significa que andemos por la cotidianidad de modo ingenuo, como si todo el monte fuera orégano. Sabemos que no lo es, porque muchas personas viven tristes, rabiosas, llenas de miedo, y pueden reaccionar de modo muy negativo. Pero quien anda en amor, no en tontería, va siempre protegido, sin necesidad psicológica de defensa.
Hacer bien, ser generosos, es la forma de existir de quien llega a la experiencia del amor incondicionado. Cualquier ocasión es buena para expresar amor. Ello tiene una exigencia muy fuerte: permanecer en estado de servicio, de apertura, de tolerancia, de fortaleza. Porque el amor ejercido, vivido, no solo sentido, es lo único que revela a la conciencia el amor que somos.
Es absolutamente cierto que somos un don para todos los demás seres humanos. Esta conciencia de ser don, regalo, nos impide negociar con nuestro amor. Me siento tan pagado, tan satisfecho de vivir amor, que nadie me debe nada, pero yo debo a todos el don de su existencia que me permite amarlos. No tengo necesidad alguna de esperar nada en cambio. La total gratuidad es mi más hondo modo de ser, y ello es enormemente feliz. Somos amor, somos felicidad. Nadie tiene que darnos nada para que seamos felices. Nos basta con amar.
Continuará.
“Hace tal obra el amor
después que lo conocí
que, si hay bien o mal en mí
todo lo hace de un sabor
y al alma transforma en sí” (XI Glosa a lo divino)
Podemos tomar la decisión de convertirnos en críticos de todo lo existente, volvernos expertos buscadores de faltas. Pronto tendremos una enorme colección de ellas, que se convertirán en fuentes inagotables de rabia, miedo y tristeza. Así nos pasaremos los días llenos de quejas, de críticas, y, horror de horrores, sintiéndonos muy inteligentes por eso.
También podemos tomar la decisión de convertirnos en buscadores de amor. Poco a poco iremos descubriendo amor en todo lo existente, si no es porque ello lo tenga, es porque nosotros lo ponemos. Cuando nuestro amor cubra toda existencia, iremos viendo que desaparecen las cosas malas, las personas malas, lo acontecimientos malos. Cuando decidimos mirar las realidades todas con amor, ellas comienzan a tener un solo sabor, sabor de gloria. Entonces comprobamos que el mal solo existe en nuestros pensamientos. Ahora podemos ver lo creado como lo ve Dios.
Es la obra magnífica del amor. Ahora comprendemos que el amor es verdadero solo cuando es incondicionado, cuando no depende de objeto ninguno, sino solo de nosotros. Ahora se revela el ser que somos. No podemos dudarlo: somos amor. No es que tengamos amor, que nos ejercitemos en amar, es que la esencia de nuestro ser es amor, es luz, acogida, ensanchamiento, protección. Somos maravillosos. Somos felices, increíblemente felices.
Es cierto que esta esencia permanece fuera de nuestra experiencia ordinaria; para que se manifieste necesitamos amar sin límites, con total entrega. Entonces se manifiesta el ser que somos. Quiero aclarar que esta total entrega no significa que andemos por la cotidianidad de modo ingenuo, como si todo el monte fuera orégano. Sabemos que no lo es, porque muchas personas viven tristes, rabiosas, llenas de miedo, y pueden reaccionar de modo muy negativo. Pero quien anda en amor, no en tontería, va siempre protegido, sin necesidad psicológica de defensa.
Hacer bien, ser generosos, es la forma de existir de quien llega a la experiencia del amor incondicionado. Cualquier ocasión es buena para expresar amor. Ello tiene una exigencia muy fuerte: permanecer en estado de servicio, de apertura, de tolerancia, de fortaleza. Porque el amor ejercido, vivido, no solo sentido, es lo único que revela a la conciencia el amor que somos.
Es absolutamente cierto que somos un don para todos los demás seres humanos. Esta conciencia de ser don, regalo, nos impide negociar con nuestro amor. Me siento tan pagado, tan satisfecho de vivir amor, que nadie me debe nada, pero yo debo a todos el don de su existencia que me permite amarlos. No tengo necesidad alguna de esperar nada en cambio. La total gratuidad es mi más hondo modo de ser, y ello es enormemente feliz. Somos amor, somos felicidad. Nadie tiene que darnos nada para que seamos felices. Nos basta con amar.
Continuará.
miércoles, 13 de febrero de 2008
FELICIDAD, TERCER NIVEL. V.
Existe un tercer nivel de felicidad, absoluto, independiente, incondicionado. Se realiza en las actividades de la mente superior. Nacimos más o menos inteligentes, pero capacitados para buscar la verdad. Nada desea la persona más fuertemente que la verdad. Quizá necesitemos ahora una definición de lo que la verdad es para orientar nuestra búsqueda. Aceptamos que la verdad es lo que las cosas son, valen y exigen. Cuando una persona abre su mente a la búsqueda de lo que las cosas son, valen y exigen y obtiene un conocimiento de la verdad, se siente feliz. Es que el deseo fundamental de su ser se está realizando. Cuando alguien se entrega a la frivolidad, sin dar importancia a la verdad, comienza a vivir de impresiones banales, se instala en el mundo de las apariencias y se rige por creencias inválidas; siempre acabará sufriendo. Existe un reino de la verdad en el universo de las ciencias, sin excluir a ninguna: ciencias empíricas, filosóficas y teológicas. Existe otro reino de la verdad, está en el universo de la existencia individual y colectiva.
Estos dos universos están conectados, pero no se identifican. El saber cosas no hace feliz, lo que sí hace feliz es saber darle superior sentido a la propia vida. Hay que asumir la entera responsabilidad: la vida no trae sentido de fábrica, es cada persona la que debe darle sentido a su vida. Para que este dar sentido a la propia vida sea exitoso hay que hacerse capaz de distinguir lo aparente de lo real. Para no estar perdido se necesita reconocer que las cosas no son como parecen ser, sino como son en sus dimensiones profundas. Quien se quede en el mundo de lo aparente jamás será feliz, vivirá en la mentira, triste como un esclavo.
Hay una enorme felicidad en el hecho mismo de buscar la verdad. Quizá se pueda ignorar lo que las cosas sean y valgan, pero lo que exigen no se puede ignorar. Si no lo sabes, no lo tendrás en cuenta, y pronto te sentirás frustrado, fracasado. Para salir de tanta abstracción y respirar un poco de aire concreto, sea permitido un ejemplo. Dos jóvenes, él y ella, se casan muy enamorados. Meses después se distancian tanto que ya no pueden vivir juntos y se separan. A la pregunta ¿qué sucedió? Se dan infinitas respuestas frívolas, tontas. En realidad, él no buscó en ella la verdad que era ella, se relacionó con su apariencia, y esas siempre defraudan. Por su parte, ella no buscó la verdad de él, sino su apariencia. La frustración era inevitable. La inmensa mayoría de las dificultades en las relaciones con los demás nacen del hecho de que la relación se establece en el ámbito de lo aparente, no de lo real. Lo real es siempre, sin excepción alguna, que “yo soy yo y tú eres tú”. Siempre que yo te quiera invadir o que tú me quieras invadir a mí, la relación será mala. Te debo un infinito respeto y cuando te lo muestro, tú me acoges y los dos somos felices.
Cuando alguien conoce la verdad de algo, descubre su valor, su bondad, reconoce un bien; entonces le nace quererlo. Pocas cosas son más felices que querer el bien. Amar lo bueno, obviamente conocido, es una experiencia muy positiva. Si puedes decir que amas algo porque es bueno y solo porque es bueno, una profunda luz ilumina tu interior y te sientes feliz. Cuando descubres que todo lo verdadero es bueno y todo lo falso, malo; un sentido nuevo comienza a llenar tu vida, el sentido de la verdad y del bien. Ahora se comienza el camino de la sabiduría. Según pasa el tiempo vas distinguiendo con más exactitud lo aparente de lo real, lo bueno de lo falso, Ahora sabes que obras bien, que existe un modo de estar en la vida lleno de paz, de alegría y de amor.
Continuará.
Estos dos universos están conectados, pero no se identifican. El saber cosas no hace feliz, lo que sí hace feliz es saber darle superior sentido a la propia vida. Hay que asumir la entera responsabilidad: la vida no trae sentido de fábrica, es cada persona la que debe darle sentido a su vida. Para que este dar sentido a la propia vida sea exitoso hay que hacerse capaz de distinguir lo aparente de lo real. Para no estar perdido se necesita reconocer que las cosas no son como parecen ser, sino como son en sus dimensiones profundas. Quien se quede en el mundo de lo aparente jamás será feliz, vivirá en la mentira, triste como un esclavo.
Hay una enorme felicidad en el hecho mismo de buscar la verdad. Quizá se pueda ignorar lo que las cosas sean y valgan, pero lo que exigen no se puede ignorar. Si no lo sabes, no lo tendrás en cuenta, y pronto te sentirás frustrado, fracasado. Para salir de tanta abstracción y respirar un poco de aire concreto, sea permitido un ejemplo. Dos jóvenes, él y ella, se casan muy enamorados. Meses después se distancian tanto que ya no pueden vivir juntos y se separan. A la pregunta ¿qué sucedió? Se dan infinitas respuestas frívolas, tontas. En realidad, él no buscó en ella la verdad que era ella, se relacionó con su apariencia, y esas siempre defraudan. Por su parte, ella no buscó la verdad de él, sino su apariencia. La frustración era inevitable. La inmensa mayoría de las dificultades en las relaciones con los demás nacen del hecho de que la relación se establece en el ámbito de lo aparente, no de lo real. Lo real es siempre, sin excepción alguna, que “yo soy yo y tú eres tú”. Siempre que yo te quiera invadir o que tú me quieras invadir a mí, la relación será mala. Te debo un infinito respeto y cuando te lo muestro, tú me acoges y los dos somos felices.
Cuando alguien conoce la verdad de algo, descubre su valor, su bondad, reconoce un bien; entonces le nace quererlo. Pocas cosas son más felices que querer el bien. Amar lo bueno, obviamente conocido, es una experiencia muy positiva. Si puedes decir que amas algo porque es bueno y solo porque es bueno, una profunda luz ilumina tu interior y te sientes feliz. Cuando descubres que todo lo verdadero es bueno y todo lo falso, malo; un sentido nuevo comienza a llenar tu vida, el sentido de la verdad y del bien. Ahora se comienza el camino de la sabiduría. Según pasa el tiempo vas distinguiendo con más exactitud lo aparente de lo real, lo bueno de lo falso, Ahora sabes que obras bien, que existe un modo de estar en la vida lleno de paz, de alegría y de amor.
Continuará.
miércoles, 6 de febrero de 2008
FELICIDAD, SEGUNDO NIVEL. IV.
Quizá alguien pueda pensar que el cuerpo sea más una fuente de sufrimientos que de felicidad y que prefiere ir al siguiente nivel por ver si allí encuentra algo más alentador. Así no funciona. Supuesto que tú vives ya una relación positiva con tu propio cuerpo, que experimentas el bienestar que nace de sentirse relajado, percibiendo las sensaciones fisiológicas, podrás pasar a reflexionar sobre el segundo nivel: la felicidad que nace de las sensaciones y percepciones sensibles.
Ver un hermoso paisaje es maravilloso. Comparado con el ver mismo carece de importancia. Lo realmente asombroso es el hecho mismo de ver. Si estás leyendo estas líneas, ciertamente ves. Ver produce una inmensa alegría. Nada es tan feliz como ver. No obstante, un pesimista dice muy convencido que “para lo que hay que ver, da lo mismo ver que no ver”. Si no disfrutas el hecho mismo de ver, de tener una mejor o peor visión, estás perdiendo una incomparable sensación de felicidad. Es absolutamente claro que ves con tus ojos, no puedes ver con los ojos de otro. Sentirte lleno del gozo inefable de ver, depende sólo de ti. Esa felicidad es toda tuya.
También es grandioso cerrar los ojos y oír un concierto, el trino de unos pájaros que viven en los árboles cercanos, la voz de una persona amada. Oír es también una fuente preciosa de felicidad. Quizá una gran mayoría de la gente triste del mundo, no disfrute de ver ni de oír, no le da importancia. Tú puedes hacerte consciente de estas realidades que, no por aparentemente triviales, dejan de ser finísimas fuentes de felicidad. Esto lo sabe bien quien se queda ciego, quien se queda sordo. Existen infinitas cosas lindas que ver, otras tantas que oír.
Sentir una mano amiga sobre el hombro es feliz en extremo. Quizá, sea esa falta de caricias lo que más tristeza difusa nos causa. El sentido del tacto, distribuido por todo el cuerpo, es una fuente fecunda de alegría cuando le prestamos atención. Pon tu mano sobre cualquier cosa ahora cerca de ti y vive ese misterio enorme de tocar, de palpar, de acariciar. También es cierto que puedes golpear, empujar, herirte, y eso no es agradable. Pero, siempre puedes acariciar en lugar de golpear. Me refiero a que elijas para acariciar a personas, a seres vivos y sensibles. Cuando miras, puedes acariciar con tu mirada el objeto que observas; cuando oyes, los sonidos acarician tus oídos. Si vives entre caricias, estarás rebosando de felicidad.
Las cosas no solo tienen color para ser vistas, cualidades sonoras para ser oídas y consistencia para ser tocadas. También tienen olor y sabor. Tú puedes añadir que esos olores, casi siempre son repugnantes y esos sabores rara vez son agradables. Puedes decir que sólo se ven y se oyen cosas feas, que lo que recibes no son caricias sino golpes, y que el mundo está lleno de pestes. Todo eso es verdad, sin duda. Pero eres tú el que eliges si quieres ver cosas hermosas, oír sonidos agradables, acariciar y no golpear, oler ricos olores y saborear cosas ricas. Puedes convertir tus sentidos en fuentes de alegría, de felicidad, o de rabia, de disgusto. Eso sólo depende de ti.
En realidad, estos dos niveles de felicidad, fisiológica y sensorial, son fundamentales; por eso, sin la clara conciencia de ellos, la persona está confusa acerca de su propia identidad. Ellos, a su vez, son orientados por la actividad racional, el tercer nivel de felicidad. Si integras en tu conciencia las hondas satisfacciones de tu cuerpo vivo y las actividades de tus sentidos exteriores, te será posible gozar de un estado básico de bienestar, de gozo, de alegría vital, fuente de felicidad real.
Continuará.
Ver un hermoso paisaje es maravilloso. Comparado con el ver mismo carece de importancia. Lo realmente asombroso es el hecho mismo de ver. Si estás leyendo estas líneas, ciertamente ves. Ver produce una inmensa alegría. Nada es tan feliz como ver. No obstante, un pesimista dice muy convencido que “para lo que hay que ver, da lo mismo ver que no ver”. Si no disfrutas el hecho mismo de ver, de tener una mejor o peor visión, estás perdiendo una incomparable sensación de felicidad. Es absolutamente claro que ves con tus ojos, no puedes ver con los ojos de otro. Sentirte lleno del gozo inefable de ver, depende sólo de ti. Esa felicidad es toda tuya.
También es grandioso cerrar los ojos y oír un concierto, el trino de unos pájaros que viven en los árboles cercanos, la voz de una persona amada. Oír es también una fuente preciosa de felicidad. Quizá una gran mayoría de la gente triste del mundo, no disfrute de ver ni de oír, no le da importancia. Tú puedes hacerte consciente de estas realidades que, no por aparentemente triviales, dejan de ser finísimas fuentes de felicidad. Esto lo sabe bien quien se queda ciego, quien se queda sordo. Existen infinitas cosas lindas que ver, otras tantas que oír.
Sentir una mano amiga sobre el hombro es feliz en extremo. Quizá, sea esa falta de caricias lo que más tristeza difusa nos causa. El sentido del tacto, distribuido por todo el cuerpo, es una fuente fecunda de alegría cuando le prestamos atención. Pon tu mano sobre cualquier cosa ahora cerca de ti y vive ese misterio enorme de tocar, de palpar, de acariciar. También es cierto que puedes golpear, empujar, herirte, y eso no es agradable. Pero, siempre puedes acariciar en lugar de golpear. Me refiero a que elijas para acariciar a personas, a seres vivos y sensibles. Cuando miras, puedes acariciar con tu mirada el objeto que observas; cuando oyes, los sonidos acarician tus oídos. Si vives entre caricias, estarás rebosando de felicidad.
Las cosas no solo tienen color para ser vistas, cualidades sonoras para ser oídas y consistencia para ser tocadas. También tienen olor y sabor. Tú puedes añadir que esos olores, casi siempre son repugnantes y esos sabores rara vez son agradables. Puedes decir que sólo se ven y se oyen cosas feas, que lo que recibes no son caricias sino golpes, y que el mundo está lleno de pestes. Todo eso es verdad, sin duda. Pero eres tú el que eliges si quieres ver cosas hermosas, oír sonidos agradables, acariciar y no golpear, oler ricos olores y saborear cosas ricas. Puedes convertir tus sentidos en fuentes de alegría, de felicidad, o de rabia, de disgusto. Eso sólo depende de ti.
En realidad, estos dos niveles de felicidad, fisiológica y sensorial, son fundamentales; por eso, sin la clara conciencia de ellos, la persona está confusa acerca de su propia identidad. Ellos, a su vez, son orientados por la actividad racional, el tercer nivel de felicidad. Si integras en tu conciencia las hondas satisfacciones de tu cuerpo vivo y las actividades de tus sentidos exteriores, te será posible gozar de un estado básico de bienestar, de gozo, de alegría vital, fuente de felicidad real.
Continuará.
domingo, 3 de febrero de 2008
FELICIDAD, PRIMER NIVEL. III.
La felicidad eres tú. No tienes que ir a buscarla a parte alguna. Tampoco es que esté en ti como el agua en un vaso. Lo real es que tú eres felicidad. Si no te experimentas así, siendo felicidad, es porque no te experimentas a ti tal como eres. ¿Puede haber algo más feliz que un naranjo en flor? Lo vivo es feliz, todo viviente es feliz, sólo porque tiene vida. La vida es feliz. Cierta vez estuve dentro de un bosque muy espeso, casi una selva, los arbustos, las enredaderas, los árboles, todos estaban llenos de vida, todo era feliz. Los cantos de los pájaros en lo alto de las ramas eran felices He visto en la pradera retozar a las potrancas, llenas de vida, felices. He visto al buey rumiar tranquilamente, con tanta paz que apenas se puede imaginar.
Tú eres un viviente, como un vegetal, como un animal, como un espíritu. Son tres niveles de felicidad. Muchas personas no disfrutan ninguna de las tres. Están llenas de miedo, de tristeza y de rabia. Pero no tiene que ser así. Cuando alguien se percibe a sí mismo, tal cual es, sin tensiones, sin miedos, sin rabia, sin tristezas, se siente absolutamente feliz, simplemente porque se siente a sí mismo.
Si estás leyendo estas líneas, detente un momento: ¿Cómo estás percibiendo las sensaciones fisiológicas que surgen de tu cuerpo? Puedes tener el hábito de ser consciente de esas sensaciones, peso, temperatura, contacto de tu ropa con tu piel, respiración; en este caso, entiendes fácilmente de qué te estoy hablando. Todas esas sensaciones son felices si las percibes como ellas son. Si no tienes ningún hábito de percibirlas, no sabrás de qué te hablo. No incorporas el primer nivel de facilidad, que consiste en sentir tu vida fisiológica más externa. Si estás tenso, sea por lo que sea, no percibes tus sensaciones como ellas son, sino tensas, y eso es muy desagradable. O peor aún, no las percibes en absoluto. Entonces estás perdido, no sabes quien eres. Ahora buscas consistencia imaginaria; no la encuentras, porque tu consistencia primera radica en la conciencia de tu cuerpo, no en productos imaginarios.
Así puedes comenzar a comprender que existe un nivel primario de felicidad, identificado en tu vida corporal. ¿Qué sucede si estoy enfermo? Todavía te quedan muchas sensaciones sanas, si estuvieras enfermo de todo tu cuerpo, no estarías vivo; pero, además, quedan los otros dos niveles, situados más allá del cuerpo. Quiero suponer que ahora hablo con personas aceptablemente sanas. La idea es que tu cuerpo vivo es feliz por sí mismo, sea que te hagas consciente de ese bienestar o que no lo registres en tu conciencia. La vida que hay en tu cuerpo es feliz. El primer paso para descubrir que tú eres felicidad es captar tu cuerpo vivo como es, sin tensiones, y es feliz. Si tu experiencia constante es de estar lleno de dolores, cuando no es un hueso es otro, o la cabeza, o el estómago, o los pies. Si esa es tu conciencia, debes hacer una cosa muy necesaria: reconciliarte con tu cuerpo. Si te haces consciente de tu cuerpo y lo cuidas y lo quieres, sentirás alivio. No se trata de cuidados estéticos, no se trata de belleza; se trata de que tu cuerpo, bello o feo, flaco o gordo, forma parte de tu persona, y constituye el primer nivel de tu felicidad. Pero si no lo haces consciente, lo aprecias y lo cuidas, se convertirá en fuente de dolor y sufrimiento. ¿Has agradecido alguna vez a tus pies por el hecho de que te han llevado a donde has ido? ¿Aprecias el trabajo de tus rodillas? Continuará
Tú eres un viviente, como un vegetal, como un animal, como un espíritu. Son tres niveles de felicidad. Muchas personas no disfrutan ninguna de las tres. Están llenas de miedo, de tristeza y de rabia. Pero no tiene que ser así. Cuando alguien se percibe a sí mismo, tal cual es, sin tensiones, sin miedos, sin rabia, sin tristezas, se siente absolutamente feliz, simplemente porque se siente a sí mismo.
Si estás leyendo estas líneas, detente un momento: ¿Cómo estás percibiendo las sensaciones fisiológicas que surgen de tu cuerpo? Puedes tener el hábito de ser consciente de esas sensaciones, peso, temperatura, contacto de tu ropa con tu piel, respiración; en este caso, entiendes fácilmente de qué te estoy hablando. Todas esas sensaciones son felices si las percibes como ellas son. Si no tienes ningún hábito de percibirlas, no sabrás de qué te hablo. No incorporas el primer nivel de facilidad, que consiste en sentir tu vida fisiológica más externa. Si estás tenso, sea por lo que sea, no percibes tus sensaciones como ellas son, sino tensas, y eso es muy desagradable. O peor aún, no las percibes en absoluto. Entonces estás perdido, no sabes quien eres. Ahora buscas consistencia imaginaria; no la encuentras, porque tu consistencia primera radica en la conciencia de tu cuerpo, no en productos imaginarios.
Así puedes comenzar a comprender que existe un nivel primario de felicidad, identificado en tu vida corporal. ¿Qué sucede si estoy enfermo? Todavía te quedan muchas sensaciones sanas, si estuvieras enfermo de todo tu cuerpo, no estarías vivo; pero, además, quedan los otros dos niveles, situados más allá del cuerpo. Quiero suponer que ahora hablo con personas aceptablemente sanas. La idea es que tu cuerpo vivo es feliz por sí mismo, sea que te hagas consciente de ese bienestar o que no lo registres en tu conciencia. La vida que hay en tu cuerpo es feliz. El primer paso para descubrir que tú eres felicidad es captar tu cuerpo vivo como es, sin tensiones, y es feliz. Si tu experiencia constante es de estar lleno de dolores, cuando no es un hueso es otro, o la cabeza, o el estómago, o los pies. Si esa es tu conciencia, debes hacer una cosa muy necesaria: reconciliarte con tu cuerpo. Si te haces consciente de tu cuerpo y lo cuidas y lo quieres, sentirás alivio. No se trata de cuidados estéticos, no se trata de belleza; se trata de que tu cuerpo, bello o feo, flaco o gordo, forma parte de tu persona, y constituye el primer nivel de tu felicidad. Pero si no lo haces consciente, lo aprecias y lo cuidas, se convertirá en fuente de dolor y sufrimiento. ¿Has agradecido alguna vez a tus pies por el hecho de que te han llevado a donde has ido? ¿Aprecias el trabajo de tus rodillas? Continuará
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