
Entonces descubrí asombrado que todo eso que sentía, que parecía tan
real, era nada y vi mi ser emerger a la luz de lo absoluto. Vi entonces mi
esencia plenamente feliz, despojada de todos los adjetivos, en su desnudez, liberada,
más allá de todo pensamiento, de todo deseo, de toda palabra, de toda acción,
yo esencial, absoluto, pleno, indeciblemente feliz. Yo sin pensamientos, yo sin
deseos, yo sin sentimientos, yo sin palabras, yo sin acciones. Simplemente yo.
Un sujeto puro, no comprometido, sino libre. Yo inevitablemente feliz.
Para saberlo, pienso sin compromiso, que hay que pasar por ello. Los
pensamientos que pienso no me dan felicidad, pero pueden tomarla de mí y
decirla. Mis opciones, mi voluntad, no me dan felicidad alguna, quizá puedan
tomar algo de mi esencia y comunicarla. Mis sentimientos no me dan felicidad
alguna, quizá puedan beberla de mi esencia y expresarla. Lo que yo diga, por
grandioso que sea, no me da felicidad, pero quizás puedan algunas palabras
bañarse en la esencia de mi ser y decir felicidad. Mis acciones tampoco constituyen
felicidad, pero es posible que la tomen de mi esencia y le den cuerpo.
Del borde interior de mi esencia hacia adentro soy inagotable felicidad.
Reconozco que mis estados de conciencia se establecen con información que se da
del borde interior hacia afuera, en el universo de lo cambiante, de lo
temporal, de lo ocasional, de lo triste, de lo infeliz. Se sale de ese campo en
una noche oscura.