martes, 9 de junio de 2009

IDEALES Y FELICIDAD


Un ser humano sin pensamientos, vacío de ideas, de conocimientos, tendría en realidad poco de humano y, por lo mismo, nada de felicidad humana. Lo podemos imaginar así: 1- la persona, el sujeto, 2- el mundo, la realidad objetiva. Lo que caracteriza al ser humano es su apertura al mundo mediante el conjunto de facultades cognoscitivas que tiene. La percepción del mundo y su situación en él le dan el sentido de su existencia, la razón de su estar en el mundo. Cuanto más rica sea esta percepción más luminosa será la experiencia de su estar en el mundo de modo consciente. Cada individuo adulto y sano se encuentra en el mundo, en medio de otras personas, en medio de otras muchas cosas, y se pregunta por el sentido de todo eso. Cuanto más pobre sea su respuesta, más oscura y negativa será su experiencia de estar en el mundo. Por el contrario, cuanto más brillante y profunda sea la respuesta que da a sus preguntas, tanto más luz tendrá en su interior. Esta luz interior es una parte esencial de la propia felicidad. Nadie lleno de ideas falsas podrá ser realmente feliz.
Las personas participan supuestamente de los contenidos que en este sentido ofrece la cultura en que crecen. Esta participación es personal, cada cual lo hace a su manera, creando así la diversidad dentro de una misma cultura. Unos se levantarán hasta los más altos contenidos de su cultura y otros, por el contario, se quedarán con los más pobres y enfermizos. El miedo, la rabia, la tristeza, la infelicidad guardan una estrecha relación con estos factores negativos.
Es un hecho inobjetable, contra el cual no tiene valor ningún razonamiento, que la humanidad hasta el día de hoy ha andado errante por el mundo, creando divisiones entre unos y otros, enfrentamientos, condiciones desiguales y clamorosamente injustas. Quienes acepten este mundo tal cual con sus principios y resultados no puede librase de flagrantes contradicciones. Para una gran parte de la humanidad hoy el valor supremo a que debe aspirar una persona es a obtener ganancias materiales, es decir, dinero. Los hombres y mujeres actuales, en su inmensa mayoría, dan culto y adoran rendidamente al dios dinero. Su culto es consumir cada día más. Pero no en iglesia, no en comunidad, sino del modo más individual posible, por encima de cualquier otro valor, familiar, social, religioso, o de cualquier otra índole. A este ser humano le está prohibido ser feliz. Podrá estar contento con el estómago lleno, pero su espíritu ha muerto, arrastra un cadáver, lleno de ambición, odio y desprecio por los demás. La actual crisis económica es una fehaciente demostración de lo que cabo de escribir. Quienes la han provocado se esconden, se escudan, pero no pasan necesidades. Quienes nada han tenido que ver con ello pasan el hambre y mueren finalmente desnutridos.
Así son las cosas. Frente a ellas se puede renunciar a pensar, se puede tomar una actitud de resignación, se puede aceptar que así tiene que ser y no hay alternativa, pero también se puede reclamar el derecho a examinar la cuestión y apostar por un mundo mejor que éste. Admitimos que existen tres formas de situarse frente a la verdad; una es la indiferencia, cuando da lo mismo cualquier cosa, otras es la frivolidad, interesa aquello que puede reportar ventajas personales, la tercera sería una posición sería, como es interesarse por la verdad. Frente a la verdad podemos estar buscándola, sin saber donde está, o teniéndola en el horizonte, deseándola, persiguiéndola.
Ni los indiferentes ni los frívolos pueden ser felices, son mutilados mentales, grandes alardosos de poseer mucho sentido práctico, pero su elevación espiritual es tan poca que se arrastran sobre el fango de la vida sin sentido. Quienes buscan la verdad, ejercen una serena crítica de los hechos y no se conforman con lo ruin de este mundo, pueden percibir la dignidad de su modo de estar en el mundo, como buscadores de luz, y ya eso hace feliz.
Cabe decir que estas personas, por el contrario, van a sufrir ya por el mismo hecho de estar conscientes de tan enormes calamidades. Pero la verdad es que aquellos que sufren por la verdad, por la justicia, llevan en sí mismos una inmensa felicidad. Cualquier persona que reflexione sobre la situación de la humanidad, que vislumbre otro mundo posible, puede experimentar una impotencia tremenda, pero la sabiduría le irá mostrando que aquí es donde comienza el camino de las grandes transformaciones sociales, en la conciencia de que debe ocurrir algo nuevo, y ocurrirá cuando la humanidad alcance esa nueva conciencia. Ser un precursor no es fácil, seguramente, pero es feliz.
Sin grandes ideales no se puede ser feliz.

1 comentario:

Carmen dijo...

Hola P.Marciano, le saludo cariñosamente;siempre leo lo que escribe, gracias por todo.

"la verdad es que aquellos que sufren por la verdad, por la justicia, llevan en sí mismos una inmensa felicidad".

Es una felicidad "extraña". Creo que es motivada por la fe, por el amor a Dios. Por la certeza de su existencia. Un abrazo,
CarmenZ