viernes, 2 de mayo de 2008

Nuestra naturaleza

Quiero dedicar esta reflexión especialmente a las personas que han hecho algún comentario a mis exposiciones. Si a ustedes se les ha ocurrido la pregunta de si yo soy una persona feliz siempre y en todas las situaciones, quiero aclararles que yo soy una persona feliz la mayor parte del tiempo y en casi todas las circunstancias. La perfección no se alcanza en esta vida, es la meta de toda ella. Pero me siento muy bien pensando que mi destino no es el sufrimiento, sino la felicidad.

La naturaleza de la persona humana es paz, alegría y amor. Entre el ser y la conciencia median las actividades, que son las que se hacen concientes, quedando nuestro ser siempre en un plano por debajo de la conciencia. La conciencia se rige por leyes de umbrales máximos y mínimos, para que una luz sea percibida es necesario que tenga una determinada intensidad. Supongo conocido todo el tema.
Así que registramos los acontecimientos por su intensidad. Ciertamente las personas tienen dedos en sus manos. Cuando alguien se hiere un dedo, se le vuelve especialmente consciente. Si se forma parte de un suceso fuerte uno se hace consciente del mismo, siendo igual que sea agradable o desagradable. Desde cierto nivel de intensidad de los estímulos las personas se hacen conscientes. Lo que está por debajo de ese nivel no es percibido, es como si no existiera.
Una persona se puede encontrar en tres situaciones diversas. Cuando es afectada por estímulos fuertes y positivos, cuando es afectada por fuertes estímulos negativos, cuando no es afectada por ningún estímulo fuerte. En el primer caso la persona se siente bien, es feliz; en el segundo caso la persona se siente mal, es infeliz. En el tercer caso la persona generalmente, si no tiene un entrenamiento especial, no siente nada, si no es aburrimiento. En esta situación la persona se siente mal, aburrida, sola.
Pero, ¡oh misterio!, es en esta situación de soledad donde se puede percibir la paz, la alegría y el amor que somos. Quien desee estar feliz deberá entrenar su mente para percibir ese fondo silencioso del propio ser, lejos de toda actividad mental, en el que se hace consciente la paz, la alegría y el amor que está brotando del ser que somos, y que no brotan de las actividades que realizamos.
El entrenamiento comienza con la inteligencia de que debemos disminuir lo más posible el impacto de los acontecimientos, tanto positivos como negativos, que nos afecten. Todo se pasa, escribió santa Teresa. No le de importancia a los acontecimientos, quítesela. Abandone los superlativos.
Ello facilita guardar una mayor cantidad de energía para dirigirla a la intimidad, a los sentimientos generales de paz, alegría y amor.
En temas ya desarrollados se pueden encontrar ideas que ayudan a comprender algo mejor lo que estoy intentando explicar. La persona que logre mantener la conciencia de su propio ser, cuerpo, psiquismo y espíritu, como una unidad integradora de su yo, quizá no siempre en un primer plano consciente, sí como telón de fondo, se sentirá feliz, con paz, alegría y amor.
El que no se sienta así se debe a que la atención está atraída por las actividades que se dirigen al mundo exterior, donde todo es cambiante, inseguro, peligroso. En la interioridad se experimenta una cierta invulnerabilidad fundamental que libera del miedo al mundo. Si se le da demasiada importancia a ese mundo inestable y amenazante, la atención estará orientada hacia él, y ajena del propio ser que se es. Entonces el miedo, la rabia y la tristeza reinarán en la existencia de la persona haciéndola cada vez más infeliz. No haga eso.
Usted es paz, alegría y amor por naturaleza, reste importancia a lo que se muda, en cambio de toda la importancia a lo eterno, el amor es eterno, la paz es eterna, la alegría es eterna.

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