viernes, 3 de octubre de 2008

Las tres etapas

Conforme a lo expuesto ser feliz siempre es posible, pero no espontáneo. Para llegar al gozo imperturbable en esta vida se exigen algunas especiales perspectivas, que conforman tres etapas de ese camino a la felicidad, a la luz, a la paz, a la plenitud.
En la primera etapa se dan una serie de experiencias que conforman el inicio de la ascensión, se trata de eso, de subir una altísima montaña. Se va cayendo en la cuenta de que parte de la vida se pasa entre el miedo, la rabia y la tristeza, otra parte entre el trabajo, la atención familiar y diversas obligaciones; una tercera parte, ya muy pequeña, se emplea en diversiones, ir a una fiesta, visitar a seres queridos, participar en una buena comida, tener algún romance y… poco más. Se descubre que el miedo anda siempre con uno impidiéndole disfrutar con plenitud, que los disgustos surgen por todas partes, que las tristezas está siempre ahí, a veces clamorosas, a veces sordas, pero siempre dolorosas. Se hace uno conciencia de que no hay salida de este laberinto y, consecuentemente, uno se resigna a esta condición de la humana existencia. Si en un día de luz, en una racha de suerte, surge la pregunta, ¿es que tiene que ser así?, se está iniciando el proceso de la ascensión. La mayoría de las personas tiene, quizá muchas veces, estos días de luz. Muy pocas sin embargo aceptan que sí puede ser de otra forma y se deciden a salir de ese círculo fatal. La fuerza de esta decisión depende de la claridad y profundidad con que se perciba que es posible una vida de mayor calidad. La primera etapa implica todas las experiencias que permiten tomar una decisión de ver la vida de otra manera.
La segunda etapa se inicia con la decisión de avanzar hacia una forma de existencia más positiva. Esta segunda etapa es sumamente dificultosa debido a sus múltiples exigencias, sobre todo por la cantidad de nuevos conocimientos que exige para avanzar hacia la cumbre de la montaña sagrada, la felicidad. Lo primero que se necesita saber es que el miedo, la rabia y la tristeza son reacciones aprendidas, no respuestas naturales a las realidades objetivas. Hay que llegar al convencimiento de que estas reacciones son completamente innecesarias y dañinas, no benefician en nada y perjudican en todo. Comprender que se puede vivir sin ellas es el paso previo a decidir superarlas y dejarlas de lado.
Para dirigir nuestra vida no necesitamos miedo, para eso tenemos la inteligencia y lo único que se necesita es usarla correctamente. Ahora se debe dar una conversión radical, consistente en la decisión de convertirse en una persona que usa positivamente su inteligencia. Uno se va a convertir en una persona inteligente. Esto le cuesta a uno un largo entrenamiento mental para adquirir dominio de sí mismo, lo que le permitirá tener dominio sobre las situaciones. Quien se empeña en obrar de modo inteligente, descubre que la mayoría de las veces reacciona sin inteligencia. Luego se da cuenta. No desanimarse, seguir con la decisión de reaccionar de modo inteligente; después de un empeño sostenido, comienza a notar que sigue reaccionando sin inteligencia, pero ahora se da cuenta de que el factor inteligente es simultáneo con la reacción. Todavía la inteligencia es ineficaz. El tiempo entre la reacción y la inteligencia se acorta cada vez más. Finalmente la inteligencia actúa primero y la reacción ya es la inteligente. La altura alcanzada ya deja ver más el paisaje. Las experiencias son más positivas, allí donde se perdía la paciencia ahora no se pierde, se mantiene la serenidad. Se descubre que aquellas situaciones que antes le afligían ahora ya no. Se experimenta un extrañamiento de sí mismo. Se comienza a ser otro y esto puede asustar. Otro extrañamiento irrumpe de repente: ahora es diferente de los demás, se experimenta ser distinto de los otros. Y lo es, la generalidad no obra con inteligencia, como usted tampoco lo hacía. Mira desde el punto en que está en la montaña y ve a los otros allá en el valle, presa de los miedos, rabias y tristezas, angustiados por nada.
Ser distinto de uno mismo y de los otros y querer serlo exige mucha valentía. La tentación de volver al viejo modo de reaccionar y ser como todo el mundo puede ser muy fuerte. Unas personas le manifestarán alegría por los cambios positivos y otras le tildarán de loco. Usted mismo comienza a sentirse incómodo en medio de las personas con las que antes compartía. No crea que es regalado existir felizmente en medio de una humanidad desgarrada por el sufrimiento. Aquí se manifiesta otra exigencia de esta marcha hacia la cumbre de la montaña sagrada: no se puede ir solo, se necesita compañía. Quizá los genios pudieron hacer solos el camino, pero yo no escribo para los genios, sino para nosotros, los seres normales que constituimos la mayoría de los habitantes de este misterioso mundo.
Continuaremos describiendo estas etapas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Padre Marciano:
Tiene usted mucha razón en todo lo que dice.Las experiencias grandes de Dios te transforman en un inadaptado.No encajas en ningún sitio.Eres ya feliz, porque no puedes dejar de serlo( ¡le has conocido!¡Ha salido Él a tu encuentro!), pero te destroza el corazón ver que el mundo no quiere saber nada de Él,le ofende, le desprecia,, rechaza la Verdad...yo he buscado esos compañeros de camino, he querido no hacer el camino en solitario, pues creo que eso es la Iglesia, caminar juntos, de la mano...y he encontrado también mucho rechazo, muchas dificultades...quizás no sea posible más que caminar en solitario.Le ruego que si puede me ayude.Creía que el Carmelo era mi sitio en la Iglesia, por todo lo que me ha sucedido, pero ahora ya no sé.

Manuel dijo...

Estimado Padre MarcianO Un saludo desde Madrid, acá también estoy al tanto de sus entradas. Espero su salud siga bien, y esté preparando también su viaje. Yo bien, con mucho estudio. Saludos