viernes, 17 de octubre de 2008

Tercera Etapa

A los principios de esta tercera etapa ocurre una gran sorpresa, cuando la persona reacciona habitualmente de modo inteligente, guarda su paz interior, goza de la vida cotidiana, todo comienza a parecerle maravilloso. Pero esta experiencia maravillosa puede causar grandes inquietudes: si frente a una situación todos se alarman y ella permanece tranquila, ¿no será que está perdiendo el juicio? Siempre nos estamos comparando con los demás, que se convierten en la medida de nosotros mismos. Ahora no somos como los demás, no sufrimos, ni nos alteramos, estamos casi siempre felices. ¿Qué pasa con nosotros? En esta nueva situación se pone a prueba la seguridad personal. La sensación de que uno se está volviendo un ser raro se hace punzante. Se desea preguntar a alguien, pero no se sabe a quien. Cuando una persona crece necesita ayuda de otras personas ya crecidas. Los antiguos afirmaron que cuando el discípulo está dispuesto aparece el maestro. Quien se sienta solo y extraño debido a sus cambios de reacción por positivos que sean, está en la tentación de volver atrás y ser como todo el mundo.
Una posibilidad frustrante es buscar ayuda en personas que, por su rango, se supone que están crecidas, pero que realmente no lo están. Se produce así una confusión mayor y se puede recaer en una decepción fatal. Quien se propone seguir un camino de superación motivado por lecturas u otros medios de información fuera de un grupo de crecimiento, siente pronto la necesidad de contactar con otras personas que estén haciendo el mismo camino.
En los matrimonios se puede dar el caso de que uno de ellos, ella o él, emprendan un proceso de crecimiento y el otro no. En esta situación se puede dar un extrañamiento entre los dos que amenace la unión de ambos. Lo correcto es que la persona que crece arrastre a su pareja a crecer también. Hacerlo bien es el desafío.
La experiencia fundamental de esta tercera etapa es una visión de la propia interioridad como algo luminoso, infinito, lleno de paz y silencio, pleno de amor y bondad. Obviamente, esta sensación es producto de los esfuerzos hechos en la segunda etapa, los cuales abren canales caudalosos que lleven a zonas más profundas del propio ser interior. Quienes se ejercitan en estas cosas sin creencias religiosas, comienzan a sentir una misteriosa presencia especial que no saben objetivar, pero que les eleva a un rango de vida más abierto.
Quienes tienen creencias religiosas definidas, objetivan esa presencia divina como la presencia de Dios mismo. Este sentir a Dios cercano, habitando la propia interioridad, se vuelve asombro y alabanza. Los viejos hábitos, largamente enraizados, levantan nuevas y especiales incertidumbres. Las personas están más inclinadas a creer lo malo de sí mismas que lo maravilloso. Existe la idea de que eso magnífico no puede ser verdad. El razonamiento se hace confuso, no se llega a un equilibrio lógico: aquella presencia divina es algo inefable, pero la percepción de las propias deficiencias dificulta creer que aquellas regiones felices, llenas de Dios, sean reales y no puras imaginaciones. Desde la creación del psicoanálisis, tales experiencias se vienen atribuyendo a desequilibrios mentales, sin ningún fundamento objetivo. Actualmente los que cultivan la psicología transpersonal tienen otra idea más positiva acerca de estos fenómenos especiales.
El sentimiento de indignidad, la creencia de que no es posible para la persona misma, debido a la idea de que eso no le pasa sino a personas santas, puede crear intranquilidad en la propia vivencia de esa realidad hermosa que se comienza a tener. Suele suceder, sin intención ni deseo de la persona, que una revelación más fuerte se produzca de modo inesperado y abra un panorama interior mucho más rico. La consecuencia de ello es que la persona se siente en otro universo espiritual. Se da una captación intuitiva del propio ser luminoso bañado por la luz de Dios. Santa Teresa describió bien estas situaciones en las terceras y cuartas moradas. Ahora se comienza a superar los sentimientos de inferioridad, a tener una más alta valoración de sí mismo, sin arrogancia ni petulancia. El oro no presume, quien presume es el oropel. Ahora la persona se siente inclinada a mirar a su interior, allí vive emociones positivas de alta calidad. Se experimenta lejos de los objetos materiales, pero mucho más cerca de Dios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Preciosos escritos, temas muy buenos para meditación diaria. Ciertamente uno se está reinventando continuamente a pesar de los pesares y de todo lo que nos rodea.
Muchas gracias por sus palabras, ánimo y continuidad para este blog.
Un saludo.
Nieves Gómez.
Granada. España

Manuel dijo...

Estimado Padre: Desde Madrid una cálida felicitación por su cumpleaños, deseo que tenga un buen día y que por muchos años más siga aportando su mirada original sobre este mundo. Un abrazo: P.Manuel.

Augusto Vyhmeister dijo...

Padre Marciano, yo desde Chile le agradezco por sus palabras, por sus aclaraciones. Me queda muy claro lo que explicó sobre las etapas de la felicidad. Yo creo que el estado de Felicidad es un estado natural del ser humano, que a pesar de las circunstancias adversas de este mundo y limitaciones propias de la vida como seres humanos, si existe la Felicidad, es más, existe como un estado natural de los niños, y que luego podemos llegar a perder o dejarla dormida...hasta que nos podamos dar cuenta que existe en menor o mayor grado en nosotros o en reactivarla nuevamente. Creo que conciente o inconcientemente yo me encuentro entre la 2da y 3ra. etapa. Creo también que ese estado de sufrimiento existe, pero no es algo que pueda superar a la felicidad, sino que existe en mayor o menor medida por la condición humana propia de vivir en este mundo físico. Espero poder contactarlo por algún medio de comunicación más directo, si Ud. me lo permite. Gracias. Augusto Vyhmeister Nannig