sábado, 26 de junio de 2010

El justo es feliz

El sentimiento más noble que puede experimentar el ser humano es el de justicia. Pero esta palabra naufraga en un mar de confusión y hay que salir a su rescate. Debemos entender por sentimiento de justicia una especial alegría luminosa que se experimenta cuando se toma la actitud de desear el bien universal, de todos los seres humanos y de la entera naturaleza. A Dios no hay que desearle ningún bien porque él es el Sumo Bien.
Es absolutamente cierto que este deseo no se ve respondido por la realidad objetiva. La injusticia impera en el mundo. Pero en mi corazón no. Mi deseo es que cada ser humano tenga los medios necesarios para alcanzar la plenitud de su persona. Mi más honda satisfacción es experimentar la paz que nace de hacer todo el bien posible, y de saber que de modo consciente y libre no haré mal a nadie, ni a persona ni a objeto natural.
En el mundo suceden cada día incontables injusticias, robos, asaltos, violaciones sexuales, atropellos, disgustos entre los familiares, insultos, ofensas, además de crímenes horrendos. Yo no quiero ser fariseo, no soy fariseo; soy una persona feliz porque mi corazón está lleno de ternura hacia todo cuanto existe. Quiero que se de a cada uno, a todo el mundo, la riqueza material y espiritual para que llegue a ser una persona feliz. En el deseo de mi corazón nadie es malo, ni está excluido.
San Juan de la Cruz escribió: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; el mismo Dios es mío y para mí” (Dichos de luz y Amor 27). Esta infinita posesión feliz se realiza cuando la persona quiere el bien universal sin exclusión alguna. Entonces se da el hecho dichoso de estar lleno de amor, y eso es la justicia. Y nada es más feliz.
El otro sentido de justicia, los antiguos la llamaron vindicativa, es la voluntad de darle a cada uno lo que se le debe. Así muchas personas sufren al ver las injusticias y desean que sus autores sean castigados. Esta no es la justicia de Dios. La justicia de Dios es la del padre que corre a abrazar al hijo pecador que vuelve y a quien ha estado esperando. Al hombre malo no hay que castigarlo, sino ayudarlo a que se convierta y se salve.
Cuando era estudiante sufrí un grave escándalo con un texto de santo Tomás de Aquino que afirmaba que Dios amaba a los condenados. Hoy me produce un gran consuelo. Sólo me suscita una pregunta y es ¿cómo puede estar condenado aquel a quien Dios ama? Aprendí que ser justo es no excluir a nadie de su amor.
Ser justos como Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos produce una misteriosa felicidad.

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