martes, 8 de junio de 2010

Sí, es posible


En su libro “Espacios de Alegría” Giorgio Basadonna escribió: “Hablar de alegría y gozo hoy es una tarea difícil en este mundo lleno de conflictos, de violencia, de problemas y preocupaciones de toda índole que nos asedian y generan tanto sufrimiento personal y social”.
¿Cómo puedo estar yo ahora feliz si sé, y lo sé ciertamente, que millones de seres humanos iguales a mí están muriendo de hambre y enfermedades curables? ¿Cómo puedo yo estar ahora feliz si se que miles de niños en el mundo ahora, cuando escribo esto, están al borde de una muerte segura por pura hambre y por sed. ¿Cómo puedo yo estar feliz cuando sé que a unos metros o kilómetros de allí, otros seres humanos iguales a mí despilfarran inútilmente el triple del dinero necesario para resolver el hambre y las enfermedades de la humanidad? ¿Cómo puedo estar feliz? No, es imposible.
Yo no quiero aparecer cínico. Yo no quiero ser cínico. Pero me expongo a sentirme yo mismo cínico si digo que sí, que en este mundo tal cual es, puedo y debo ser feliz. ¿Cómo podría ser? Quizá apartando mi atención de esas realidades, no pensándolas, ignorándolas, viviendo como si no fueran. Pero si hago eso, ¿cómo podré librarme del cinismo? Muchas personas no piensan en esas cosas porque hieren su sensibilidad y las hacen sufrir. ¿Se podrá acaso ser feliz viviendo de espaldas a realidad? Yo creo que no. La felicidad implica la realización plena del ser humano, y nadie puede decir que aquellos que viven de espaldas a la realidad son personas realizadas. Serán, cuando más, personas mediatizadas, personas deshumanizadas.
¿Cómo puedo estar yo ahora feliz sabiendo lo que sé? Encaro una lucha titánica que asume la totalidad de la historia. Entrar en ella me engrandece. Pero necesito reflexionar detenidamente si mi tristeza, mi dolor y mi angustia por ello aporta algo a la solución del problema. ¿Aporta algo positivo? No, de ninguna manera. Gastar mis fuerzas desarrollando energías negativas sólo consigue hacerme mal a mí, sin beneficiar a nadie. Lo que ellos necesitan no es mi dolor, mi pesar; lo que ellos necesitan es mi solidaridad, mi amor, mi voluntad de ayudar a la solución de esta plaga del hombre.
Ellos necesitan mi felicidad, porque solo con ella puedo caminar hacia ellos. Desde aquí. Ahora, les envío mi compasión y les digo que pondré toda mi fuerza al servicio del hombre, nacido para vivir con dignidad, con medios suficientes para que su vida pueda ser feliz. Los abrazo a todos, los amo a todos, y las condiciones que los oprimen me parecen graves vacíos de la mente humana.
Cuando cultivo estos sentimientos y salgo a hacer algo por esos hermanos míos tan infelices, un extraño sentimiento de paz me invade, una luz viene a iluminar borrosas sombras de mi interior. Estar, al menos emocionalmente, junto a ellos, los pobres del mundo, es también una extraña forma de felicidad. Un corazón endurecido no puede ser feliz.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno lo que si he aprendido es a dejar de laso la pena por cosas que no puedo cambiar y me conformo con ese grado aprendido de felicidad si me lo hubiese encontrado en mis años de juventud cuanto sufrimiento me hubiera ahorrado, Hypatia

Carmen dijo...

Dios y la Santísima Virgen te guarden y te bendigan Padre
Marciano; un abrazo,

Carmen

Selín dijo...

¡Qué reconfortantes palabras! ¡Qué bella reflexión!
De veras que es un hermoso regalo para los infelices, saber (y aun sin saberlo) que hay gente feliz que les desea su bienestar y felicidad. Se me ocurre lo necesario que es orar por los demás, aun sin que nos lo pidan.

Un abrazo, padre.

Selín