Dado el hecho
universal de la esclavitud, sistema en que los trabajadores esclavos vivían en
pésimas condiciones y hacían los trabajos llamados serviles bajo sistemas
inhumanos, el trabajo se asoció a la idea de máxima calamidad. Allí, en aquella
circunstancias, el trabajo no podía devenir en fuente de felicidad, sino todo
lo contrario. Era un signo de desgracia, de sufrimiento, de muerte. Primero fueron
los recolectores y cazadores, luego los agricultores, después los pastores.
Ellos fueron
poetas, cantaron los campos, los rebaños, vivían felices, entre aquellas
bellezas bucólicas, llenos de melancolías y sueños. Un día llegó la guerra, los
fabricantes de armas, las praderas de amapolas se cuajaron de sangre, los valles de cementerios. Los
hombres se quedaron tristes haciendo instrumentos para matar. Se perdió la
poesía y nació aquella frase, resumen de todas las tristezas: “trabajar para el
inglés”. ¿Para qué, pues, trabajar? Y así, la fuente más fecunda de felicidad
se convirtió en llanto.
¿Existirá
algún poder capaz de desencantar la historia y volverla otra vez el canto de
unas manos que plantan rosas o envían un satélite al espacio? Quizá pueda alguien comenzar un sortilegio
para atraer la paz y llamar la libertad
y sea entonces feliz trabajar otra vez para llenar la tierra de amor.
Sea la paz la obra de tus manos. Trabajar es la máxima felicidad del hombre. Imagen
del Creador.
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